sábado, 6 de septiembre de 2014

EL HOTEL SAN JORGE

En una crónica anterior había mencionado que a finales de la década de los años cuarenta el hotel El Lago, céntrico establecimiento que estuvo localizado donde queda hoy el edificio Agrobancario, fue uno de los alojamientos más frecuentados por nacionales y extranjeros por varias razones, su ubicación frente al parque central y la atención peculiar de sus propietarios franceses Aimé y Marcelle Girard. Comenzando los años cincuenta Marcelle sufrió de tétanos luego de una cortadura mal cuidada y murió; Aimé a quien los cucuteños llamaban cariñosamente “Don M”, tal como se pronuncia en francés, no pudo resistir la pena y vendió el hotel que posteriormente desapareció. A los propietarios del local, de apellido Ontiveros con Pastor a la cabeza, vieron la oportunidad de multiplicar sus ingresos y decidieron fraccionar la construcción de manera que dispondrían de varios locales que fueron dados en arriendo, tal como sucedió hasta su venta al entonces Banco Cafetero, quien con mucho acierto se propuso la construcción de un moderno edificio, con pasaje incluido, toda vez que el terreno atravesaba toda la manzana y colindaba con la calle novena. Esta obra fue impulsada por el grupo de la Federación Nacional de Cafeteros y su principal gestor fue el Ingeniero Gabriel Pérez Escalante, durante muchos años gerente del Banco Cafetero y posteriormente promotor de la Corporación Financiera del Oriente S.A. a quien le correspondió gerenciar durante la difícil etapa de su génesis.
Las construcciones hoteleras de la época que nos atañe se caracterizaban por ser adaptaciones de las grandes casonas que antaño se construían como casa de habitación y que como lo habíamos anotado anteriormente, tenían un gran solar o jardín interior alrededor del cual se habían dispuesto las habitaciones y los demás servicios que prestaba el hotel.  Así era el hotel Internacional y el Hotel Central que eran los más representativos. Como ya comenzaba a preverse la prosperidad que Venezuela despertaba, dado los descubrimientos de grandes reservas petroleras, las inversiones en este campo no se hicieron esperar.
Don Jorge Saieh comenzó la construcción del Hotel San Jorge en 1953 con la colaboración de su hijo Salvador, quien dirigió las obras y al año siguiente lo dio al servicio. La edificación en la esquina de la calle doce con avenida séptima y todavía en funcionamiento –pero con otra denominación social- constaba de tres pisos con su terraza, un auténtico monumento en esos días, 60 habitaciones con todos los servicios que en ese momento se brindaba, teléfono y radio en todas las habitaciones, cada una con su servicio de baño, un verdadero lujo. En el primer piso y honrando su condición de ciudad mercantil, que por esa época llamaban “La Perla del Norte” se construyeron locales comerciales que fueron dados en arriendo y que el más conocido y renombrado fue la Ferretería El Gallo de Oro de propiedad de la misma familia Saieh.
La administración fue entregada a la sociedad Hotelera Díaz Granados Hnos. Ltda. – Hotel San Jorge quienes condujeron el establecimiento durante varios años y que posteriormente y luego de algunas desavenencias con los propietarios devolvieron, con pleito incluido, la gerencia a don Salvador Saieh.
En sus manos se hizo famoso el grill Azteca del hotel San Jorge situado en el tercer piso. Las presentaciones de artistas nacionales y extranjeros eran frecuentes.  Se cuenta que entre los más destacados estuvieron Las Hermanitas Pérez y Carlos Julio Ramírez. A mediados de los años sesenta incursionaron, sin éxito, en el ambiente de las discotecas, que comenzaban a hacer su aparición, con “el Hipopótamo Rosa”.  Durante los primeros años y en las bonanzas de las postrimerías de los cincuenta fue tal el auge del hotel, que algunos huéspedes aceptaban dormir en los pasillos cuando no había cupo en las habitaciones.
En 1957 cuando se abrió el Hotel Tonchalá la oferta hotelera se diversificó y aunque no se afectó en el momento la demanda de los servicios del Hotel San Jorge, con el tiempo y con la apertura de nuevos y más modernos hospedajes, sumados a la ubicación del hotel y a la falta de innovación sí se presentaron mermas significativas que redujeron sensiblemente las finanzas de la organización. A finales de los años noventa quisieron transformar el segundo piso en un centro comercial, para lo cual remodelaron completamente ese piso convirtiendo las habitaciones en locales comerciales. La idea tampoco funcionó, más por las dificultades de acceso que tenían esos locales que por la actividad que ofrecía. Finalmente y después de reacondicionar el segundo piso  a su estado original, se vendió el edificio, en el 2005 a unos inversionistas locales, que mantienen hoy en día, el servicio hotelero, tal como fue la idea inicial de quienes lo construyeron hace ya 55 años.


ALGUNOS SITIOS DE ESPARCIMIENTO

En la segunda mitad de los años cincuenta del siglo veinte, el cucuteño y los visitantes, nacionales o extranjeros, tenían varias opciones para recrearse, bien fuera para comer o para bailar. Recordemos que la ciudad era pequeña, por lo tanto, las sanas diversiones se encontraban relativamente retiradas del centro. Era costumbre en el mundo conocido, combinar en una velada la comida con el baile en un mismo sitio, por esa razón fueron instituyéndose los llamados grilles restaurantes que eran unos establecimientos que disponían de tarimas para la presentación de espectáculos artísticos con su respectiva pista de baile pero su principal ocupación era el restaurante, valga decir que las funciones artísticas eran el complemento a la comida y por lo general, sólo se realizaban ocasionalmente los fines de semana o por temporadas.
 Voy a mencionar algunos de los más conocidos y frecuentados en los años mencionados, de los cuales unos aún existen hoy en día pero con fines y propósitos diferentes; son cuestiones de la evolución.
 Empezaré con la Piscina Moreno; ubicada en el mismo sitio en que hoy se encuentra, era una piscina de agua corriente, valga decir que tomaba sus aguas del río Pamplonita mediante una represa hecha con piedras y maderos que desviaban el agua hacia la piscina. Claro que cada vez que el río abundaba la represa era “barrida” y la piscina se quedaba sin servicio hasta que se restableciera la “toma”. Recordemos que desde su fundación Cúcuta se alimentaba con el agua del río Pamplonita mediante estas “tomas” de las cuales quedan algunos vestigios tapados por el modernismo del asfalto y el concreto pero que pueden verse en la biblioteca pública Julio Pérez Ferrero que con acierto dejaron a la vista uno de los últimos asomos de estas obras. Pero sigamos, la piscina Moreno ofrecía espectáculos populares con cantantes y bailarines de la época que venían a Cúcuta bien en tránsito a Venezuela o desde allí al interior del país. Era el más popular, conocido y frecuentado de los grilles pues tenía un agregado que los demás no tenían, la piscina, que era un lujo así fuera de agua del río.
Pasando el puente Elías M. Soto, ubicado en el Servicio Panamericano se instaló el Restaurante Boite El Patio. El término “boite” utilizado en este caso, significa que el negocio estaba más enfocado a la venta y consumo de bebidas alcohólicas con sus consiguientes espectáculos que a la comida. Sin embargo, anunciaban su servicio dándoles igual importancia; el chef José M. Guzmán y tenían un barman internacional, el conocido Luis Montero.
También estaba el Bar Restaurante San Juan que anunciaban como el “sitio ideal para su recreación espiritual”.
En todos, claro está se reservaban el derecho de admisión y eran de “ambiente familiar”.
No puedo terminar mi narración de la oferta gastronómica de las postrimerías de los años cincuenta sin referirme a uno muy especial, que aunque su duración fue efímera constituyó un referente recordado por la generación que tuvimos oportunidad de conocerlo y disfrutar de su servicio, se trata del Restaurante El Vagón. Liquidada la sociedad del Ferrocarril de Cúcuta comenzó el remate de sus activos y uno de los vagones fue comprado e instalado a un costado del colegio La Salle en la esquina de lo que hoy es la diagonal Santander con la avenida Cero que no existía cuando se instaló allí. El vagón se acondicionó semejante a los “vagones-restaurantes” de los trenes actuales y se ofrecían platos típicos regionales. El restaurante tomó auge cuando se inauguró la diagonal Santander el 23 de febrero de 1957 pero fue decayendo posteriormente debido a las dificultades que le generaba el acceso a los servicios públicos de ese entonces.
Otra cuota a la diversión aportaban los hoteles. Antes de 1957, año en que se inauguró el Hotel Tonchalá, había unos pocos hoteles, casi todos existentes todavía, algunos con otro nombre pero vigentes como hoteles aunque no de la categoría de esa época.

Desde comienzos de la década de los cuarenta el más representativo fue el hotel Internacional. Allí se hospedaban los grandes personajes de la política, la economía, la farándula; los artista, toreros, futbolistas y en fin lo más representativo de los visitantes. Ubicado donde se encuentra hoy, en la esquina de la calle 14 con avenida cuarta fue durante mucho tiempo el epicentro alrededor del cual giró la actividad turística de la ciudad. También ofrecía los servicios de bar y restaurante para sus huéspedes pero no tenía el acostumbrado grill, de moda en todos los hoteles importantes del país y del mundo. Con esta debilidad era de esperarse que la competencia brindara atenciones diferentes y esto no tardó en llegar pues años más tarde, iniciando los años cincuenta fue construido un moderno hotel con todos servicios y las dependencias dignas de los más exigentes visitantes y del cual hablaremos en una próxima crónica; el Hotel San Jorge.