martes, 3 de junio de 2014

IMPRESIONES DE "EL UNIVERSAL" SOBRE CUCUTA

Impresiones de ‘El Universal’ sobre Cúcuta 

1. Corría el año 44 del siglo pasado y Cúcuta era uno de los destinos preferidos de nuestros vecinos, que aprovechaban su viaje no sólo para hacer turismo sino para aprovisionarse de sus principales productos de consumo, que se conseguían a precios bastante cómodos para sus bolsillos. Así mismo, las peregrinaciones a los lugares santos, conocidos de antaño, eran destino predilecto para quienes veneraban el culto cristiano, especialmente durante las festividades de la Semana Santa, entronizada desde épocas coloniales en el pensamiento y los recuerdos de la gente de esta comarca y de allende las fronteras. Eran frecuentes, por lo tanto, las crónicas que sobre sus correrías eran noticiadas en las diferentes publicaciones de los lugares de origen de los satisfechos visitantes. En esta ocasión, me refiero a las interesantes notas publicadas en el más importante diario venezolano de aquel entonces, a raíz de la visita que realizara por estas tierras, uno de sus principales directivos, el señor Miguel Ángel García en compañía del periodista Ítalo Ayestarán y el diputado venezolano Vicente Acuña.
Sus comentarios y descripciones de la visita cumplida por la época de la Semana Santa del año en mención, son una muestra de la amabilidad y de la generosidad que se les brinda a los visitantes, en estas tierras en la que la hospitalidad es la característica relevante de sus pobladores. Comienza su relato en el Puente Internacional, entonces con su nombre genérico y con mención de su constructor el ingeniero Aurelio Beroes y añadiendo que dicha estructura tiene una longitud de 320 metros. Pasado el punto fronterizo se adentran en territorio colombiano y al pasar por la Villa del Rosario más que rememorar lo allí ocurrido en 1821 con ocasión de la reunión de plenipotenciarios para discutir la Constitución de ese año, recordaron que en ese encuentro “se vino a rematar en la conjuración famosa de la noche del 25 de septiembre, en la que el Libertador salvó su vida gracias a su valor y a la serenidad de Manuelita Sáenz.” Y para compensar lo negativo de la visión del lugar, evocaron también el aspecto positivo de la reunión celebrada entre los presidentes Eleazar López Contreras y Eduardo Santos quienes se reunieron para zanjar definitivamente las dificultades fronterizas entre ambos países y poner fin a una controversia centenaria, culminando con la firma de un tratado celebrado por dichos presidentes, en nombre de sus respectivos pueblos y del cual hoy nadie recuerda.
Llegados a la ciudad, fueron recibidos por el Cónsul General de Venezuela, el señor González Puccini quien coordinó los encuentros con las personalidades más resaltantes de la vida cucuteña. Por protocolo, aunque las visitas eran de carácter personal, se dirigieron a la Gobernación a saludar al mandatario local Manuel José Vargas, quien por esos días se había ausentado de la ciudad y por tal motivo fueron atendidos por el Secretario General Pedro Entrena. La charla giró en torno a las magníficas relaciones que mantenían los gobiernos seccionales de la frontera común del Táchira y Norte de Santander y del interés que mantenían ambos, de impulsar el desarrollo de sus territorios y mantener un fecundo intercambio comercial, llegando a la conclusión que “no es una frontera lo que nos separa sino una división administrativa” y con este colofón se dio por terminada la reunión. En camino al centro de la ciudad para conocer más de cerca y vivir en propiedad la intensa actividad comercial, fueron comentando que Cúcuta había servido de refugio a miles de venezolanos perseguidos por el terror que desató la tiranía; se hablaba entonces de unos 25.000 tachirenses quienes huyeron de la región mientras estuvo en el gobierno Eustoquio Gómez, muchos de los cuales se quedaron para siempre en el país.  
Durante el recorrido por la zona comercial de entonces, pudieron apreciar la gran diversidad y multitud de artículos que se surten en el comercio y que el alto cambio del bolívar les permite adquirir con excesiva comodidad; era apenas el comienzo de la expresión que se popularizó entre los compradores venezolanos a mediados del pasado siglo “ta barato, dame dos”. Los ilustres visitantes y su comitiva (cuatro personas), pudieron constatar el anterior argumento, cuando después de terminar un suculento almuerzo, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, “rociado con whisky” sólo les costó siete pesos, unos quince bolívares y eso, con propina incluida y más satisfechos quedaron de una hermosísima camarera que dijeron tenía “ojos como luceros”. Más sorprendidos quedaron cuando entraron a los almacenes de vestuario y compararon precios con los de la capital venezolana; casi no pueden creer que un traje completo, un flux como lo llamaban, que allí costaba 250 bolívares, aquí costara 40 pesos y que un par de zapatos de calidad, los Corona 4 estrellas, solo tuvieran que pagar de 8 a 10 pesos. En la reseña que hicieran posteriormente en el diario capitalino afirmaron que alimentación era baratísima y que las habitaciones lo eran igualmente; que la gente vestía elegantemente y que los bares y restaurantes permanecían concurridos.
La ciudad tenía entonces unos sesenta mil habitantes y a los ojos de los visitantes era una urbe de aspecto moderno a pesar de que algunas calles permanecían sin pavimento y otras solo lo estaban parcialmente pues se las habían recubierto de piedras y cemento, para facilitar el tránsito de los pocos vehículos de motor que había por esa época, toda vez que el transporte “masivo” se hacía con el tranvía que estaba integrado a la Empresa del Ferrocarril de Cúcuta y que permitía el traslado, en el doble sentido,  de Sur a Norte de la capital sin mayores dificultades. Admiraron las construcciones en curso y las terminadas como eran las del Palacio Nacional, que entonces se llamaba edificio Santander, el edificio de la Alcaldía que estaba recién terminado y los funcionarios empezaban a mudarse y ocupar sus respectivas oficinas y finalmente, la gran edificación del almacén de Tito Abbo y Hno. una firma muy conocida en el país vecino ya que la casa matriz estaba ubicada en la ciudad de Maracaibo de donde provenía. Y ya para terminar esta primera parte de la crónica, admiraron con beneplácito la construcción de los barrios obreros promovidos por la petrolera local así como “la mole imponente” de un moderno hospital para la misma compañía norteamericana. Como esa edificación ha pasado desapercibida a través de los años, baste decir, que el edificio todavía existe y queda exactamente frente a la Quinta Teresa, sede del Colegio Sagrado Corazón, donde hoy funciona una institución educativa.


2. Siguiendo con el recorrido de nuestros visitantes venezolanos, por el centro comercial de la ciudad, otra sorpresa que encontraron fue la gran cantidad  de instituciones bancarias y financieras, el Banco de la República con su emblemático edificio de la esquina sureste del Parque Santander, el Banco de Colombia en la esquina opuesta, el Banco Central Hipotecario, el Banco Agrícola y Pecuario, la Caja de Crédito Popular, el Banco Comercial Antioqueño y otros cuyos nombres no relacionaron pero mencionan lo positivo que es el gran desarrollo “monetario” y comercial que estas entidades le brindan a la economía local, incluida las poblaciones del otro lado de la frontera. Un gran elogio hicieron de la personalidad de un gran cucuteño, don “Rudecindo” Soto, lo escribo tal como apareció en la publicación del diario El Universal de Caracas, sin embargo, bueno es recordar al filántropo Rudesindo Vicente Soto Serrano, hombre de grandes negocios y que hiciera su fortuna en el extranjero, particularmente en la ciudad de Nueva York y en buena medida también en Maracaibo y que su amor por el terruño y por sus semejantes le merecieron las más altas distinciones por parte de los gobiernos locales y nacional, quienes le otorgaron las reconocidas condecoraciones como la medalla cívica General Santander y la Gran Cruz de Boyacá. Y fue precisamente por sus donaciones, como el Hospital, el asilo de ancianos, el manicomio, el abandonado antituberculoso, un reformatorio para la infancia desvalida además de múltiples donaciones en metálico para la reparación y construcción de templos así como de escuelas que por la época no tenían mayores apoyos estatales. Después del reconocimiento anterior, el cual les pareció meritorio por la relación que tuviera su país en el desarrollo de esas actividades tan generosas, que era necesario que se supiera, que de una u otra forma, habían sido partícipes y colaborado aunque fuera indirectamente en esas obras de tanto esplendor para la región.
Como buenos periodistas que eran, no faltó su visita a los medios que por entonces llevaban las nuevas a los hogares lugareños y como eran periodistas de prensa escrita, fueron a los periódicos locales, olvidando por completo que existe la otra prensa, la radial y de la cual, no tuvieron la menor mención. El periódico insignia del momento era Comentarios que llevaba 22 años de duro trajín y su director propietario, don José Manuel Villalobos, se desempeñaba entonces como Cónsul General de Colombia en Ciudad Bolívar, importante población al sur de Venezuela y era su hermano Luis Alberto quien llevaba las riendas durante su ausencia; además, el jefe de redacción, Luis Hernández Gómez era conocido de los visitantes, toda vez que había ejercido el periodismo en Caracas durante largo tiempo; con ellos se reunieron y departieron largamente, discutiendo de los temas de interés para ambas partes, antes de protocolizar las visitas a los demás periódicos, entre ellos uno que nos despierta vivos intereses por la relación que pudiera tener con el actual gobernante de nuestros vecinos. Aunque circulaban varios periódicos más, fueron de su interés visitar El Trabajo y El Combate, este último dirigido por el periodista Wilfrido Maduro Pernía, que por razones que desconozco era al parecer familiar de nuestro vecino presidente y que por motivos como este le endilgan su procedencia de estos lares. Para terminar su recorrido por los medios, se reunieron en amena charla con la poetisa Ana María Vega Rangel, la reconocida Alma Luz quien era entonces la directora de la revista cultural mensual Germinal. Antes de culminar las entrevistas con los medios culturales decidieron cerrar el proceso con una visita a la nueva Biblioteca Departamental que estrenaba edificio, frente a la sede de las dependencias del gobierno nacional, en el hoy parque Nacional. Allí conferenciaron con Arturo Villamizar Berti, el director, historiógrafo, escritor y poeta, quien les comentó sobre las actividades que venía desarrollando en la institución. No mostraron mayor interés ni hicieron propuestas de colaboración ni de ayuda que permitiera el incipiente crecimiento de la nueva biblioteca pública y sin otros motivos, una vez recorrido el pequeño espacio dedicado a los pocos volúmenes que entonces residían en el lugar, se despidieron de su director, agradeciéndole el haberlos recibido y dedicado su tiempo en atenderlos y habiendo concluido que la lucha política había influido notablemente en la vida de los intelectuales y en el movimiento literario, absorbiendo su actividad de escritores y de periodistas y apartándolos o entorpeciendo su función de orientadores de la cultura regional, se despidieron entonces, para trasladarse a entrevistar al político más destacado de la época, el liberal Nicolás Colmenares uno de los líderes del partido en el poder, notablemente dividido en ese momento. En la larga charla que sostuvieron llegaron a la conclusión que las profundas divisiones del grupo político abarcaban todas las tendencias, desde la derecha hasta la extrema izquierda, estas últimas amenazando traspasar las fronteras del liberalismo para adentrarse decididamente en el comunismo. Como buen anfitrión, don Nicolás “regaba” estos diálogos con buenas dosis del mejor whisky que él mismo importaba, así que la conversación era cada vez más fluida y calurosa, lo que permitía que se tocaran temas sensibles sin mayores dificultades, de manera que del tema político pasaron al económico y en ese punto, don Nicolás no ahorró esfuerzos para comentarle a su visitante la importancia que tendría que el Gran Ferrocarril del Táchira prolongara su línea férrea hasta un lugar más cercano a Cúcuta para que todo el comercio exterior de la vasta región de Colombia limítrofe con Venezuela pudiera realizarse por el puerto de Maracaibo, tema que tuvo buen recibo, pues durante algún tiempo estuvieron publicando, en sus páginas editoriales, argumentos a favor de esta propuesta que finalmente no se dio. La última visita, antes de partir, fue para el doctor Francisco Lamus Lamus, gerente del Banco Agrícola y Pecuario, que por su reconocida trayectoria consideraron imprescindible entrevistar dado que su amplio conocimiento de la región, por haber sido Gobernador del departamento y senador durante varios periodos, además de jurisconsulto de prestigio y presidente de la Sociedad de Agricultores, era prenda de garantía para obtener valiosa información.  Como era de esperarse, los temas tratados fueron relacionados con el agro y el principal giró en torno a la cuenca del río Táchira que por esos días había mermado considerablemente su corriente, de manera que le propuso iniciar una campaña de reforestación en ambas riberas y que los países limítrofes reglamentaran rigurosamente el suministro de su caudal para el riego de las fincas ubicadas en ambos márgenes. Al despedirse le comentó que recientemente había sido comisionado por el presidente Santos (Eduardo) para saludar en nombre del Gobierno Nacional al nuevo presidente de Venezuela, el general López Contreras de visita en San Cristóbal.

Con este acto, los ilustres visitantes dieron por terminado su recorrido por estas tierras, llevándose una grata impresión al punto que publicaron varios artículos  dando a conocer los resultados de esta gira.

No hay comentarios: