sábado, 31 de mayo de 2014

EL CLUB DE CAZADORES DE CUCUTA

EL CLUB DE CAZADORES


1. Describen los relatos pioneros de este centro social que la razón o el origen de esta institución radicó en la idea de tener un lugar donde compartir las maravillosas experiencias dejadas luego de largas, excitantes y agotadoras jornadas de cacería. Pues bien, hoy quiero compartirles una perspectiva complementaria a tan romántica faceta, toda vez que mis relaciones con la familia de los fundadores es de la más íntima afinidad. Digo la familia de los fundadores, puesto que quien más influyó en la creación y constitución de un colectivo que agrupara a quienes tenían como afición la cacería (además de la pesca) tenía en mente otras intenciones más mundanas que el simple interés de intercambiar vivencias, cual era el provecho económico. Quien fue el más interesado en el proyecto, no sólo practicaba el deporte de la caza sino que su negocio giraba en torno a esa ocupación. Me refiero a don Luis Alberto Contreras Hernández, comerciante de rancia raigambre entre los empresarios de comienzos del siglo veinte; se había establecido en la ciudad de Cúcuta luego de haber dejado su pueblo natal de Mutiscua. Ya organizado, se dedicó al comercio de las pieles de animales de cacería y a la proveeduría de munición, armas y demás accesorios propios de la actividad, hasta cuando las circunstancias propias de la modernidad lo excluyeron del negocio. Aún hoy, dentro de las propias limitaciones que exige este tipo de labor, su último descendiente continúa con el negocio de la venta de pólvora negra y algunos otros elementos que aún se emplean en los pocos instantes y lugares donde se ofrece la oportunidad de cazar. Esta actividad legalizada a través de los múltiples trámites que exigen las normas de hoy es una de las pocas empresas que cuenta más de 75 años en el mercado de la ciudad y la frontera.
La constitución del Club se concretó en tres asambleas, reunidas en las oficinas de Cristóbal Rodríguez en la antigua sede de la Cervecería Santander, en la calle 14 entre avenidas quinta y sexta; 25 personas nombraron una junta provisional con el anfitrión de presidente y don José Saieh como vicepresidente; Don Luis A. Contreras fue elegido vocal principal. Durante los próximos días estuvieron reuniéndose para acordar la elaboración de los estatutos, la comisión compuesta por Luis A. Contreras, Luis Eduardo Ramírez, Pedro L. Durán e Hipólito Aguilar; ese mismo día se aprobó la recolección de una cuota voluntaria entre los asistentes para sufragar los gastos de constitución y se recolectaron $173 y a las 8:50 p.m. de ese 3 de agosto de 1940 quedó oficialmente constituido el Club de Cazadores de Cúcuta. En el registro original se llamó Cazadores Sport Club; sólo en la asamblea del mes de octubre siguiente, don Rafael Moreno, el farmaceuta de la botica La Grancolombia, de la calle doce, presentó una reforma que fue aprobada por unanimidad en la que el nombre sería, Club de Cazadores a partir de ese momento.
Junto con sus cuñados y primos, igualmente aficionados al deporte de la caza, los hermanos Jaimes Hernández, Alfonso, Luis Francisco y José María (Chepe) conformaron el grupo que impulsó la consolidación del Club; de hecho, el primer baile oficial celebrado por el naciente club, el 27 de septiembre de 1940,  se llevó a cabo en los entonces lujosos salones de la casa de habitación de don Luis A. Contreras, recién inaugurada, en uno de los nuevos barrios que se abrían al sur de la ciudad, contigua a la vía del tren-tranvía y relativamente cerca de la estación Sur del Ferrocarril de Cúcuta  y que se le había asignado el nombre  de Barrio Blanco por el color característicos de las nuevas construcciones. Rezaba la tarjeta de invitación que “el Club de Cazadores invita al regio baile que se realizará en la avenida primera No. 19-26 con el objeto de recaudar fondos para financiar sus obras”. El producido líquido, dice el informe que fue presentado a la siguiente asamblea fue de $190.95.
Las reuniones venían cumpliéndose en las oficinas del presidente que a su vez era representante de la Chevrolet en la ciudad y a quien el Club le había comprado una camioneta que utilizaban los socios en sus desplazamientos de cacería y en la cual, no sólo se trasportaban las personas sino sus infaltables compañeros, los perros rastreadores.
Los canes tuvieron un lugar preponderante en las etapas iniciales del Club, eran el alma de la cacería y compañeros inseparables de los cazadores, al punto que su compañía resultaba más importante que las personas; incluso en los primeros años no se elegían reina, princesa o señora club sino mascota club, distinción que recayó en un perro gozque de fino olfato que llevaba por nombre “Nacional” y que se había destacado en las largas jornadas como el más habilidoso y eficaz detector de venados de la comarca. Baste decir que a su muerte, siendo presidente don Luis A. Contreras en 1943, el día del entierro narró a sus colegas a manera de epitafio la siguiente reflexión, registrada en las actas de la época, “fue para nosotros tristísimo tener que enterrar a la mascota del Club, perro que nos hizo pasar ratos inolvidables por su nobleza y maestría en la cacería”. Los canes constituyeron los primeros activos del Club; al principio eran seis, amaestrados en el arte del rastreo de venados y que se habían concentrado en la hacienda Pajarito al cuidado de Rafael Maldonado y que acompañaban a los rastreadores de propiedad de los socios cazadores del club.
Trasladado don Cristóbal Rodríguez a la ciudad de Barranquilla, de donde era oriundo, las asambleas dejaron de reunirse en su oficina, razón por la cual tuvieron que trasladarse a los salones de la biblioteca departamental que entonces estaba situada en la calle 10 entre avenidas 7 y 8.
Hasta entonces, el club no tenía sede propia, como dijimos, las asambleas se reunían en la Biblioteca y los eventos sociales, léase bailes, en la casa de Luis A. Contreras, sin embargo, los anteriores presidentes  se habían dado a la tarea de conseguir un lote de terreno para la construcción de la sede, sin llegar a una negociación posible.
En 1944 bajo la presidencia de Rafael Moreno y en compañía de Luis A. Contreras, sirvieron de garantes de un préstamo bancario para la compra del primer lote. Aunque en el lote en mención no se estableció la sede social sirvió para permutar otro a la Fundación Virgilio Barco, contigua a sus instalaciones, sobre la avenida Grancolombia que en ese entonces no era más que la vía a la frontera o carretera antigua a San Antonio, no existía todavía la Diagonal Santander. Solamente en la presidencia de José María Ramírez Parada se inició y concluyó la construcción física de la sede, lo que hoy es la casona y la piscina. Inaugurada la sede social, el Club de Cazadores se convirtió en el eje de las más importantes reuniones y celebraciones locales.
2. Las peripecias que se tejieron en torno a la construcción de la sede social del Club de Cazadores vale bien unas crónicas. Decíamos en una anterior, cómo había sido adquirido el primer lote de terreno en 1944 gracias a los buenos oficios y al respaldo económico de Rafael Moreno y Luis A. Contreras, quienes además de compañeros cazadores y socios eran vecinos de negocio en la calle doce, el primero con su botica La Grancolombia y el segundo con su bodega variada de productos de consumo y accesorios para la cacería. Luego de convencer a doña María Cucunubá de Cáceres lograron que les vendiera un predio que había heredado junto con sus hermanos, en el sitio denominado Rosetal que tenía por nombre “El delirio” y al que también llamaban “Bosque de Viena”. Pagaron inicialmente $2.500 de los $2.800 que habían pactado por la compra, ya que faltaba liquidar la sucesión y por tal motivo, negociaron los $300 faltantes hasta tanto se finiquitara la operación sucesoral. En ese momento, la asociación que se había conformado no tenía personería jurídica, por lo tanto, no podían correrse las escrituras a nombre de la sociedad; el problema lo solucionó el presidente Rafael Moreno al prestar su nombre para que las escrituras se pudieran suscribir y quedar con la propiedad. El lote fue traspasado a favor del Club, una vez el gobierno nacional, mediante Resolución Ejecutiva No. 100 de 1944 firmado por el presidente Alfonso López Pumarejo y su Ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo, le reconoció la personería jurídica el 30 de junio de ese año. Sin embargo, tanto la ubicación como la extensión del terreno no satisfacía las aspiraciones de los socios y por ello, le propusieron a la Fundación Virgilio Barco la permuta de un lote de mayor extensión y además, ubicado sobre la carretera a la frontera, lo cual le brindaba la posibilidad de mejor acceso a las futuras instalaciones. El lote permutado tenía un área de 6.520.20 m, el cual se escrituró a nombre del presidente Moreno y definitivamente el 18 de julio de 1945 se oficializó la transferencia de la propiedad a nombre del Club de Cazadores.
Ya propietarios de un predio lo suficientemente atractivo como para construir una sede, el entusiasmo de los socios fue creciendo al punto que en una asamblea realizada días después de la firma de las escrituras, propusieron circular un formulario de donación que tenía dos alternativas, una en dinero y otra en materiales de construcción. La respuesta fue muy particular, pues los dos grupos de socios batallaban por entregar las mayores cantidades posibles, de manera que se tuvieran los recursos necesarios para una construcción que llenara las expectativas de todos. Mientras tanto, se había levantado, donde hoy están ubicadas las instalaciones de la llamada pista tropical y la piscina, un quiosco con techo de paja de palma y a un lado, una plaza de toros de madera y sin graderías, que era el lugar de encuentro y en donde originalmente se celebraban las reuniones de cazadores, con todo y perros y en donde se mostraban las presas y trofeos que se obtenían durante las correrías; incluso allí se desollaban y arreglaban los animales cazados, principalmente venados y chigüiros y uno que otro tigrillo. Parece que el experto en estas artes era Miguel Peña Soto, quien fuera durante muchos años uno de los propietarios del Almacén del Ingeniero, uno de los íconos de la ciudad en materia comercial. Quienes lo recordamos estaba ubicado en la calle diez entre las avenidas cuarta y quinta y si mal no recuerdo, fue en ese mismo lugar donde hoy está construido el edificio de la Cámara de Comercio. Hechas estas observaciones, regresemos a nuestra cruzada por las donaciones; entre quienes donaron dinero en efectivo lo hicieron por la cuantía de $10 cada uno, claro algunos más generosos, como don Manuel Ángel quien donó $200. Quienes lo hicieron en especie, la mayoría donó de a 1.000 ladrillos y quienes más aportaron estas piezas fueron los comerciantes y fabricantes de los mismos, así como los ingenieros y constructores que aportaron alrededor de unos 20.000. Luis Ernesto Durán y Luis A. Contreras pagaron los jornales iniciales y Luis E. Drolet donó una tonelada de cemento.
Con todas estas contribuciones y finalizando el año 45 se le solicitó al socio José Faccini que presentara un presupuesto de construcción que fuera lo más económico posible y que pudieran utilizarse en su totalidad los elementos disponibles. Ya para esta fecha se había nombrado a don Federico Larsen, presidente del club y el ingeniero Faccini presentó una cotización por $60.000 suma de la cual no se disponía; sin embargo, se le contrató el cerramiento, que cotizó por la suma de $4.644. Parece que al ingeniero, la propuesta no le gustó, pues se pasó un año y la obra no se ejecutó. Pasado el tiempo y la presidencia de Larsen, el nuevo presidente, esta vez, Chepe Ramírez Parada emprendió la obra y la contrató con el socio Roberto Moreno uno de los propietarios del Tejar de Pescadero. Por fin terminado el encierro del lote quedaba lo más dispendioso y costoso, la construcción. Pero como de todo se presenta en la viña del señor, según dicen los creyentes, al Club de Cazadores se le apareció, no la Virgen, sino un arquitecto, con deseos de ayudar y con el firme convencimiento de que su contribución ayudaría, no sólo a un grupo de ansiosos amigos a tener su anhelada sede sino a proyectarse profesionalmente en su campo, me refiero al arquitecto Héctor Alarcón quien recientemente se había graduado como tal, en la primera promoción de la Universidad Nacional en la capital de la república; fue él quien diseñó, elaboró y proyectó los planos de la magnífica sede social que hoy representa una de las construcciones emblemáticas de la ciudad. Constituyó además, su plataforma de lanzamiento al mundo de la arquitectura en la ciudad y no cobró un peso por su trabajo. En retribución, el Club de Cazadores, lo nombró socio honorario mediante resolución No. 2 de 1946.
Claro que hasta aquí todo estaba en el papel; se tenía el lote debidamente encerrado y cumpliendo con las normas de la época y los planos aprobados por la municipalidad, ahora el problema era de “plata”. Alarcón había dejado los planos y un presupuesto general, así que para comenzar se debía contar con recursos suficientes para que la obra pudiera culminarse, tal como había sido proyectada.
3. Decíamos que los socios pioneros del Club habían imaginado una sede que representara con dignidad y decoro sus aspiraciones de grandes contribuciones a su ciudad y su región, pero la gran dificultad que se cernía sobre el grupo era, definitivamente, la falta de dinero, no porque colectivamente no la tuvieran, sino porque el proyecto era de unas dimensiones gigantescas para la época. Solamente había un club social debidamente acreditado, destinado para la élite de entonces y otro mucho más exclusivo reservado para los empleados y funcionarios de la compañía americana que explotaba el petróleo en la zona del Catatumbo. La población emergente que venía surgiendo a punta de esfuerzos económicos y sociales, como los comerciantes y los pocos profesionales independientes, locales y foráneos que ejercían en la ciudad y que además practicaban actividades, que entre algunas personas resultaban repulsivas, como la pesca y la caza, no tenían mayores oportunidades de reunirse para comentar las incidencias y peripecias que se sucedían en torno a su tradicional y rutinario devenir; por eso la idea de constituir una agrupación de afines quehaceres, caló de inmediato entre un grupo relativamente grande e importante de personas que se identificaron con el proyecto y se comprometieron con él, pues de paso, podrían demostrar su gran capacidad de realización de obras de envergadura, en beneficio de la comunidad a la que tanta falta le hacía un sitio donde pudieran disfrutar los días de ocio y los momentos de descanso. Conscientes de la necesidad de apelar a recursos externos, la junta directiva de 1946, según acuerdo No. 1 de ese año decide autorizar la emisión de los primeros bonos de construcción por la suma de $10.000 y al año siguiente el presidente José María Ramírez autoriza la emisión de 600 bonos más de $100 cada uno, como préstamo interno de los socios para la financiación de la construcción que originalmente le fue encomendada a la firma constructora Toscano Canal.
Claro que no todo era color de rosa, pues en desarrollo de la construcción se presentaron algunos problemas, como a menudo sucede con las oficinas públicas encargadas de la vigilancia o la coordinación de las obras complementarias, pues la Sociedad de Mejoras Públicas  se había comprometido al trazado de los andenes, su arborización y además, a pagar los costos de las bases para la colocación de la rejas  frontales que daban sobre la avenida Rosetal, que era como se llamaba en esa época, la que conocemos hoy como avenida Grancolombia. No sólo quisieron incumplir los compromisos adquiridos sino que pretendían quedarse con una franja de terreno que estaba entre la avenida mencionada y las instalaciones del club. La oportuna y diligente gestión de don Chepe Ramírez no sólo logró contener la arremetida de la entidad oficial para usurpar dicho terreno sino que hizo cumplir las obligaciones contraídas. La construcción exigía cada vez más recursos y tanto la disponibilidad de los socios como las cuentas del club fueron agotándose al punto que al proponer una nueva emisión de bonos de construcción, en el año 48 y dadas las circunstancias políticas de que se sucedieron, la decisión tuvo que aplazarse, además porque no habían podido redimirse los bonos de los años anteriores y la situación económica se había deteriorado notablemente después de los sucesos de abril de ese trágico año. Al terminarse los tres años consecutivos de la presidencia de Chepe Ramírez, el turno fue para el médico Gabriel Gómez eximio cazador quien logró terminar la construcción a punta de donativos y uno que otro préstamo con proveedores y con los bancos. Ya a mediados de 1949, la construcción de la casona que había sido diseñada por el arquitecto Héctor Alarcón estaba terminándose y aún con las modificaciones y remodelaciones que se le han hecho, la fachada guarda la misma figura que cuando fue construida. No se guarda registro de una inauguración oficial de la casona, hecho sorprendente si se tiene en cuenta que la tradición de la institución ha sido hasta hoy, divulgar sus ejecutorias y sus principales logros. Me inclino a pensar que aún faltaban muchos detalles importantes que no les permitía a los socios cantar victoria antes de tiempo, como cuando en sus largas jornadas de cacería perseguían sus presas y no descansaban hasta haber obtenido el trofeo en su total dimensión. Aunque ya tuvieran una sede que les permitía reunirse con sus familias, todavía faltaba tener otras comodidades que clubes semejantes, en otras ciudades del país, tenían y que no era para menos que uno de tanta categoría no tuviera. Por esta razón, al asumir su primera presidencia don Pedro Vicente Peña Soto impulsó la construcción de la piscina, obra que pudo realizarse al aprobar la administración, la suscripción de un préstamo por la suma de $50.000 que se dedicaron, además, para cancelar las deudas que habían quedado pendientes de la construcción de la casona y con ello se finiquitarían definitivamente las deudas por ese concepto. La construcción de la piscina, la primera con planta de tratamiento en la ciudad, se le encargó al ingeniero Jorge E. Rivera Farfán quien duró tres años en el proceso y finalmente se inauguró y se dio al servicio de los socios exclusivamente, el 31 de enero de 1954. Buena parte de las gestiones para que esto ocurriera se le debe al presidente Félix Camargo quien puso todo su empeño durante los dos años precedentes para que se pudiera gozar de este tan ansiado bien. La pujanza de los socios y del club era cada día más notable y su deseo de mejoramiento cada vez más visible, por esta razón y proponiendo mayores y más amplias oportunidades para el goce de sus instalaciones, se planteó en 1956 la compra del terreno aledaño por el sur oriente para la construcción de las canchas que permitirían la práctica de los deportes tradicionales de la ciudad, entre ellos, el baloncesto que tantas glorias se ha brindado a la institución. Ese terreno de 2.390 m le costó al club la suma de $59.750 y se le compró al Consorcio Agrícola Industrial del Norte de Santander que presidía el ilustre doctor Efraín Vásquez y quien, con el presidente de entonces, el médico Gabriel Gómez lograron un acuerdo de beneficio para ambos establecimientos. Sólo quedaba ahora lograr una mayor capacidad de aforo ya que los festejos que allí se realizaban y de los cuales les narraré en próxima crónica, no daba abasto. Era tal el atractivo y tan interesantes las citas que allí se congregaban, que con el pasar de los años, se fue constituyendo en el centro de los festejos y las reuniones sociales de la ciudad, situación que ha perdurado y que aún entrado este nuevo siglo, sigue mostrándose como el polo de la actividad social y deportiva que es.
4. Terminada la construcción de la casona que ha caracterizado al Club de Cazadores por casi sesenta años y adicionada la piscina semiolímpica donde se han escenificado los torneos más importantes del deporte acuático en la ciudad, que hoy lleva el nombre del deportista más destacado de esa disciplina y digno representante de la institución, Freddy Clavijo, otros afanes preocupaban a sus socios, deseosos de brindarle a su ciudad y su región los mejores momentos de esparcimiento que por entonces eran bien escasos. El espacio dedicado a los festejos era cada día más reducido debido al gran auge que la nueva sede fue tomando y a la acogida que le brindaba a quienes se fueron vinculando, ansiosos de participar en cuanto evento se programaba en un pueblo carente de oportunidades y menos de lugares donde pudieran desarrollarse. A medida que fue pasando el tiempo, el club contaba con mayores y más diversos servicios, razón por la cual, se determinó que era imprescindible ampliar las instalaciones necesarias para la realización de eventos, en particular aquellos que requerían de espacios para su ejecución, como era el caso de las reuniones sociales y en especial, las bailables. Para tal fin, la junta directiva autorizó, en 1958, la construcción de la llamada ‘pista tropical’. El contrato se firmó siendo presidente el doctor Asiz Colmenares Abrajim, con la firma constructora más famosa que existía en la ciudad en ese momento, Yáñez, Cuadros y Rodríguez, de propiedad de los arquitectos, Juan José Yáñez, Enrique Cuadros Corredor y Luis Raúl Rodríguez Lamus. Esta vez, la financiación no estuvo enmarcada en las urgencias del pasado, pues la cantidad de socios era suficientemente amplia para poder pagar con sus propios recursos los gastos que demandara la ampliación, por eso se autorizó la emisión de una cuota extraordinaria que estuvo al alcance de todos los socios. La construcción de la nueva pista que sería dedicada exclusivamente a la realización de eventos bailables, se llamó pista tropical, duró poco más de un año y se inauguró oficialmente en la celebración del día del cumpleaños número diecinueve del Club, el 3 de agosto de 1959. Ese día se presentaron las orquestas, Los Diablos del Ritmo y la Orquesta Costeña y a partir de entonces quedó aprobado que todos los años, durante el mes de agosto y para celebrar el aniversario de la institución, el club ofrecería a todos sus socios, una fiesta de onomástico completamente gratuita; esta decisión, fue tomada por la totalidad de los asociados en la asamblea general que entonces se realizaba durante el mes de agosto y que presidió don Luis Francisco Jaimes Hernández, uno de los fundadores.
A partir de ese día comienza el registro de los más diversos y frecuentes festejos de que se tenga noticia en la ciudad y sus alrededores. Desde las más protocolarias reuniones presidenciales con los gobernantes de ambos países que confluyen en Cúcuta hasta los tradicionales encuentros de adolescentes y damas de sociedad fueron escenificándose, tanto en el salón principal como en la pista tropical. Un solo dato para mostrar la importancia de las instalaciones fue lo acaecido durante el principal torneo internacional que se desarrolló en Cúcuta en el año 55. Se trató del Primer Campeonato Suramericano Juvenil de Baloncesto y el XVI Campeonato de Mayores. Era el primer torneo internacional de esa magnitud, que se realizaba en el país, pues lo más grande que se había cumplido hasta ahora, eran los juegos bolivarianos, en Bogotá. Fueron diez países los participantes y alrededor de 300 atletas. Pues bien, recordemos que en ese año sólo habían dos grandes hoteles, el Internacional, en la esquina de la avenida cuarta con calle catorce y el recién inaugurado San Jorge, en la doce entre avenidas sexta y séptima; entre ambos no alcanzaban a sumar cien habitaciones y eso, sin contar las reservaciones que hacían los turistas que venían a disfrutar de la fiesta deportiva, nos lleva a concluir que “no había cama para tanta gente”, así pues, la solución estuvo al alcance de la mano generosa de los administradores de dos instituciones que siempre se han colaborado mutuamente ¡quién lo creyera! la fundación Virgilio Barco y el Club de Cazadores. La clínica materno infantil de la Fundación estaba recién terminada su construcción, no había sido entregada para la fecha del torneo pero sus habitaciones, completamente dotadas sirvieron de alojamiento para la mayoría de los deportistas y para completar el servicio, se abrió una puerta entre las dos entidades para que los participantes del Campeonato utilizaran las instalaciones para el servicio de alimentación y para el desarrollo de sus prácticas y ejercicios, previos a los partidos. Las buenas relaciones entre los dos establecimientos se dio gracias a los buenos oficios de Eduardo Silva Carradini, médico, presidente de la fundación y Nicolás Colmenares, presidente del club y además presidente de la Cámara de Comercio local.

Las fiestas de cumpleaños, los bailes de bachilleres, las primeras comuniones, las elecciones de las princesas y posteriormente las de señora y niña club, las reuniones de los clubes de Leones y Rotarios, así como sus convenciones anuales, los recitales y conciertos y las presentaciones de las reinas de belleza, nacionales e internacionales, como las misses Universo, cuando venían a la ciudad, las reuniones de las ligas deportivas y la celebración de los quince años de las hijas de los socios y una tradición que ha venido extinguiéndose con el paso de los tiempos, la presentación en sociedad de las señoritas “casanderas”, pero especialmente las dos fiestas de mayor renombre y recordación, Las famosas novenas de navidad y el tradicional baile de locos que se realizaba los 28 de diciembre, día de los inocentes. Las primeras fueron afamadas por su organización y la calidad de sus atracciones, todas enteramente pagadas por los socios, quienes se repartían la totalidad de los gastos, los nueve días que duraban. Así mismo, el baile de disfraces que se conocía como el baile de locos, reunía las comparsas más disparatadas de la ciudad con el aliciente de los premios a los disfraces más creativos e innovadores. Estos dos festejos se desarrollaban en compañía de las orquestas más prestigiosas y reconocidas del momento tanto en el país como en el exterior. Todavía añoramos el esplendor con que se cumplían estos eventos, hoy echados en el baúl de nuestros recuerdos y que debido a la evolución de nuestras tradiciones y al cambio de las costumbres de una sociedad cada vez más ensimismada, olvida que la usanza de antaño se basaba más en el intercambio personal que en el uso de la tecnología para relacionarse con los demás.

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