EL CLUB DE
CAZADORES
1. Describen los relatos pioneros de este centro social que la razón
o el origen de esta institución radicó en la idea de tener un lugar donde
compartir las maravillosas experiencias dejadas luego de largas, excitantes y
agotadoras jornadas de cacería. Pues bien, hoy quiero compartirles una
perspectiva complementaria a tan romántica faceta, toda vez que mis relaciones
con la familia de los fundadores es de la más íntima afinidad. Digo la familia
de los fundadores, puesto que quien más influyó en la creación y constitución
de un colectivo que agrupara a quienes tenían como afición la cacería (además
de la pesca) tenía en mente otras intenciones más mundanas que el simple
interés de intercambiar vivencias, cual era el provecho económico. Quien fue el
más interesado en el proyecto, no sólo practicaba el deporte de la caza sino
que su negocio giraba en torno a esa ocupación. Me refiero a don Luis Alberto
Contreras Hernández, comerciante de rancia raigambre entre los empresarios de
comienzos del siglo veinte; se había establecido en la ciudad de Cúcuta luego
de haber dejado su pueblo natal de Mutiscua. Ya organizado, se dedicó al
comercio de las pieles de animales de cacería y a la proveeduría de munición,
armas y demás accesorios propios de la actividad, hasta cuando las
circunstancias propias de la modernidad lo excluyeron del negocio. Aún hoy,
dentro de las propias limitaciones que exige este tipo de labor, su último
descendiente continúa con el negocio de la venta de pólvora negra y algunos
otros elementos que aún se emplean en los pocos instantes y lugares donde se
ofrece la oportunidad de cazar. Esta actividad legalizada a través de los
múltiples trámites que exigen las normas de hoy es una de las pocas empresas
que cuenta más de 75 años en el mercado de la ciudad y la frontera.
La
constitución del Club se concretó en tres asambleas, reunidas en las oficinas
de Cristóbal Rodríguez en la antigua sede de la Cervecería Santander, en la
calle 14 entre avenidas quinta y sexta; 25 personas nombraron una junta
provisional con el anfitrión de presidente y don José Saieh como
vicepresidente; Don Luis A. Contreras fue elegido vocal principal. Durante los
próximos días estuvieron reuniéndose para acordar la elaboración de los
estatutos, la comisión compuesta por Luis A. Contreras, Luis Eduardo Ramírez,
Pedro L. Durán e Hipólito Aguilar; ese mismo día se aprobó la recolección de
una cuota voluntaria entre los asistentes para sufragar los gastos de
constitución y se recolectaron $173 y a las 8:50 p.m. de ese 3 de agosto de
1940 quedó oficialmente constituido el Club de Cazadores de Cúcuta. En el
registro original se llamó Cazadores Sport Club; sólo en la asamblea del mes de
octubre siguiente, don Rafael Moreno, el farmaceuta de la botica La
Grancolombia, de la calle doce, presentó una reforma que fue aprobada por
unanimidad en la que el nombre sería, Club de Cazadores a partir de ese
momento.
Junto con sus
cuñados y primos, igualmente aficionados al deporte de la caza, los hermanos
Jaimes Hernández, Alfonso, Luis Francisco y José María (Chepe) conformaron el
grupo que impulsó la consolidación del Club; de hecho, el primer baile oficial
celebrado por el naciente club, el 27 de septiembre de 1940, se llevó a cabo en los entonces lujosos
salones de la casa de habitación de don Luis A. Contreras, recién inaugurada,
en uno de los nuevos barrios que se abrían al sur de la ciudad, contigua a la
vía del tren-tranvía y relativamente cerca de la estación Sur del Ferrocarril
de Cúcuta y que se le había asignado el
nombre de Barrio Blanco por el color
característicos de las nuevas construcciones. Rezaba la tarjeta de invitación
que “el Club de Cazadores invita al regio baile que se realizará en la avenida
primera No. 19-26 con el objeto de recaudar fondos para financiar sus obras”.
El producido líquido, dice el informe que fue presentado a la siguiente
asamblea fue de $190.95.
Las reuniones
venían cumpliéndose en las oficinas del presidente que a su vez era
representante de la Chevrolet en la ciudad y a quien el Club le había comprado
una camioneta que utilizaban los socios en sus desplazamientos de cacería y en
la cual, no sólo se trasportaban las personas sino sus infaltables compañeros,
los perros rastreadores.
Los canes
tuvieron un lugar preponderante en las etapas iniciales del Club, eran el alma
de la cacería y compañeros inseparables de los cazadores, al punto que su
compañía resultaba más importante que las personas; incluso en los primeros
años no se elegían reina, princesa o señora club sino mascota club, distinción
que recayó en un perro gozque de fino olfato que llevaba por nombre “Nacional”
y que se había destacado en las largas jornadas como el más habilidoso y eficaz
detector de venados de la comarca. Baste decir que a su muerte, siendo
presidente don Luis A. Contreras en 1943, el día del entierro narró a sus
colegas a manera de epitafio la siguiente reflexión, registrada en las actas de
la época, “fue para nosotros tristísimo tener que enterrar a la mascota del
Club, perro que nos hizo pasar ratos inolvidables por su nobleza y maestría en
la cacería”. Los canes constituyeron los primeros activos del Club; al
principio eran seis, amaestrados en el arte del rastreo de venados y que se
habían concentrado en la hacienda Pajarito al cuidado de Rafael Maldonado y que
acompañaban a los rastreadores de propiedad de los socios cazadores del club.
Trasladado don
Cristóbal Rodríguez a la ciudad de Barranquilla, de donde era oriundo, las
asambleas dejaron de reunirse en su oficina, razón por la cual tuvieron que
trasladarse a los salones de la biblioteca departamental que entonces estaba
situada en la calle 10 entre avenidas 7 y 8.
Hasta
entonces, el club no tenía sede propia, como dijimos, las asambleas se reunían
en la Biblioteca y los eventos sociales, léase bailes, en la casa de Luis A.
Contreras, sin embargo, los anteriores presidentes se habían dado a la tarea de conseguir un
lote de terreno para la construcción de la sede, sin llegar a una negociación
posible.
En 1944 bajo
la presidencia de Rafael Moreno y en compañía de Luis A. Contreras, sirvieron
de garantes de un préstamo bancario para la compra del primer lote. Aunque en
el lote en mención no se estableció la sede social sirvió para permutar otro a
la Fundación Virgilio Barco, contigua a sus instalaciones, sobre la avenida
Grancolombia que en ese entonces no era más que la vía a la frontera o
carretera antigua a San Antonio, no existía todavía la Diagonal Santander.
Solamente en la presidencia de José María Ramírez Parada se inició y concluyó
la construcción física de la sede, lo que hoy es la casona y la piscina.
Inaugurada la sede social, el Club de Cazadores se convirtió en el eje de las
más importantes reuniones y celebraciones locales.
2. Las peripecias que se tejieron en torno a la construcción de la
sede social del Club de Cazadores vale bien unas crónicas. Decíamos en una
anterior, cómo había sido adquirido el primer lote de terreno en 1944 gracias a
los buenos oficios y al respaldo económico de Rafael Moreno y Luis A. Contreras,
quienes además de compañeros cazadores y socios eran vecinos de negocio en la
calle doce, el primero con su botica La Grancolombia y el segundo con su bodega
variada de productos de consumo y accesorios para la cacería. Luego de
convencer a doña María Cucunubá de Cáceres lograron que les vendiera un predio
que había heredado junto con sus hermanos, en el sitio denominado Rosetal que
tenía por nombre “El delirio” y al que también llamaban “Bosque de Viena”.
Pagaron inicialmente $2.500 de los $2.800 que habían pactado por la compra, ya
que faltaba liquidar la sucesión y por tal motivo, negociaron los $300
faltantes hasta tanto se finiquitara la operación sucesoral. En ese momento, la
asociación que se había conformado no tenía personería jurídica, por lo tanto,
no podían correrse las escrituras a nombre de la sociedad; el problema lo
solucionó el presidente Rafael Moreno al prestar su nombre para que las
escrituras se pudieran suscribir y quedar con la propiedad. El lote fue
traspasado a favor del Club, una vez el gobierno nacional, mediante Resolución
Ejecutiva No. 100 de 1944 firmado por el presidente Alfonso López Pumarejo y su
Ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo, le reconoció la personería
jurídica el 30 de junio de ese año. Sin embargo, tanto la ubicación como la
extensión del terreno no satisfacía las aspiraciones de los socios y por ello,
le propusieron a la Fundación Virgilio Barco la permuta de un lote de mayor
extensión y además, ubicado sobre la carretera a la frontera, lo cual le brindaba
la posibilidad de mejor acceso a las futuras instalaciones. El lote permutado
tenía un área de 6.520.20 m, el cual se escrituró a nombre del presidente
Moreno y definitivamente el 18 de julio de 1945 se oficializó la transferencia
de la propiedad a nombre del Club de Cazadores.
Ya
propietarios de un predio lo suficientemente atractivo como para construir una
sede, el entusiasmo de los socios fue creciendo al punto que en una asamblea
realizada días después de la firma de las escrituras, propusieron circular un
formulario de donación que tenía dos alternativas, una en dinero y otra en
materiales de construcción. La respuesta fue muy particular, pues los dos
grupos de socios batallaban por entregar las mayores cantidades posibles, de
manera que se tuvieran los recursos necesarios para una construcción que
llenara las expectativas de todos. Mientras tanto, se había levantado, donde
hoy están ubicadas las instalaciones de la llamada pista tropical y la piscina,
un quiosco con techo de paja de palma y a un lado, una plaza de toros de madera
y sin graderías, que era el lugar de encuentro y en donde originalmente se
celebraban las reuniones de cazadores, con todo y perros y en donde se
mostraban las presas y trofeos que se obtenían durante las correrías; incluso
allí se desollaban y arreglaban los animales cazados, principalmente venados y
chigüiros y uno que otro tigrillo. Parece que el experto en estas artes era
Miguel Peña Soto, quien fuera durante muchos años uno de los propietarios del
Almacén del Ingeniero, uno de los íconos de la ciudad en materia comercial.
Quienes lo recordamos estaba ubicado en la calle diez entre las avenidas cuarta
y quinta y si mal no recuerdo, fue en ese mismo lugar donde hoy está construido
el edificio de la Cámara de Comercio. Hechas estas observaciones, regresemos a
nuestra cruzada por las donaciones; entre quienes donaron dinero en efectivo lo
hicieron por la cuantía de $10 cada uno, claro algunos más generosos, como don
Manuel Ángel quien donó $200. Quienes lo hicieron en especie, la mayoría donó
de a 1.000 ladrillos y quienes más aportaron estas piezas fueron los
comerciantes y fabricantes de los mismos, así como los ingenieros y
constructores que aportaron alrededor de unos 20.000. Luis Ernesto Durán y Luis
A. Contreras pagaron los jornales iniciales y Luis E. Drolet donó una tonelada
de cemento.
Con todas
estas contribuciones y finalizando el año 45 se le solicitó al socio José
Faccini que presentara un presupuesto de construcción que fuera lo más
económico posible y que pudieran utilizarse en su totalidad los elementos
disponibles. Ya para esta fecha se había nombrado a don Federico Larsen,
presidente del club y el ingeniero Faccini presentó una cotización por $60.000
suma de la cual no se disponía; sin embargo, se le contrató el cerramiento, que
cotizó por la suma de $4.644. Parece que al ingeniero, la propuesta no le
gustó, pues se pasó un año y la obra no se ejecutó. Pasado el tiempo y la
presidencia de Larsen, el nuevo presidente, esta vez, Chepe Ramírez Parada
emprendió la obra y la contrató con el socio Roberto Moreno uno de los
propietarios del Tejar de Pescadero. Por fin terminado el encierro del lote
quedaba lo más dispendioso y costoso, la construcción. Pero como de todo se
presenta en la viña del señor, según dicen los creyentes, al Club de Cazadores
se le apareció, no la Virgen, sino un arquitecto, con deseos de ayudar y con el
firme convencimiento de que su contribución ayudaría, no sólo a un grupo de
ansiosos amigos a tener su anhelada sede sino a proyectarse profesionalmente en
su campo, me refiero al arquitecto Héctor Alarcón quien recientemente se había
graduado como tal, en la primera promoción de la Universidad Nacional en la
capital de la república; fue él quien diseñó, elaboró y proyectó los planos de
la magnífica sede social que hoy representa una de las construcciones
emblemáticas de la ciudad. Constituyó además, su plataforma de lanzamiento al
mundo de la arquitectura en la ciudad y no cobró un peso por su trabajo. En
retribución, el Club de Cazadores, lo nombró socio honorario mediante
resolución No. 2 de 1946.
Claro que
hasta aquí todo estaba en el papel; se tenía el lote debidamente encerrado y
cumpliendo con las normas de la época y los planos aprobados por la
municipalidad, ahora el problema era de “plata”. Alarcón había dejado los
planos y un presupuesto general, así que para comenzar se debía contar con
recursos suficientes para que la obra pudiera culminarse, tal como había sido
proyectada.
3. Decíamos que los socios pioneros del Club habían imaginado una
sede que representara con dignidad y decoro sus aspiraciones de grandes
contribuciones a su ciudad y su región, pero la gran dificultad que se cernía
sobre el grupo era, definitivamente, la falta de dinero, no porque
colectivamente no la tuvieran, sino porque el proyecto era de unas dimensiones
gigantescas para la época. Solamente había un club social debidamente
acreditado, destinado para la élite de entonces y otro mucho más exclusivo
reservado para los empleados y funcionarios de la compañía americana que
explotaba el petróleo en la zona del Catatumbo. La población emergente que
venía surgiendo a punta de esfuerzos económicos y sociales, como los
comerciantes y los pocos profesionales independientes, locales y foráneos que
ejercían en la ciudad y que además practicaban actividades, que entre algunas
personas resultaban repulsivas, como la pesca y la caza, no tenían mayores
oportunidades de reunirse para comentar las incidencias y peripecias que se
sucedían en torno a su tradicional y rutinario devenir; por eso la idea de
constituir una agrupación de afines quehaceres, caló de inmediato entre un
grupo relativamente grande e importante de personas que se identificaron con el
proyecto y se comprometieron con él, pues de paso, podrían demostrar su gran
capacidad de realización de obras de envergadura, en beneficio de la comunidad
a la que tanta falta le hacía un sitio donde pudieran disfrutar los días de
ocio y los momentos de descanso. Conscientes de la necesidad de apelar a
recursos externos, la junta directiva de 1946, según acuerdo No. 1 de ese año
decide autorizar la emisión de los primeros bonos de construcción por la suma
de $10.000 y al año siguiente el presidente José María Ramírez autoriza la
emisión de 600 bonos más de $100 cada uno, como préstamo interno de los socios
para la financiación de la construcción que originalmente le fue encomendada a
la firma constructora Toscano Canal.
Claro que no
todo era color de rosa, pues en desarrollo de la construcción se presentaron
algunos problemas, como a menudo sucede con las oficinas públicas encargadas de
la vigilancia o la coordinación de las obras complementarias, pues la Sociedad
de Mejoras Públicas se había comprometido
al trazado de los andenes, su arborización y además, a pagar los costos de las
bases para la colocación de la rejas
frontales que daban sobre la avenida Rosetal, que era como se llamaba en
esa época, la que conocemos hoy como avenida Grancolombia. No sólo quisieron
incumplir los compromisos adquiridos sino que pretendían quedarse con una
franja de terreno que estaba entre la avenida mencionada y las instalaciones
del club. La oportuna y diligente gestión de don Chepe Ramírez no sólo logró
contener la arremetida de la entidad oficial para usurpar dicho terreno sino
que hizo cumplir las obligaciones contraídas. La construcción exigía cada vez
más recursos y tanto la disponibilidad de los socios como las cuentas del club
fueron agotándose al punto que al proponer una nueva emisión de bonos de
construcción, en el año 48 y dadas las circunstancias políticas de que se
sucedieron, la decisión tuvo que aplazarse, además porque no habían podido
redimirse los bonos de los años anteriores y la situación económica se había
deteriorado notablemente después de los sucesos de abril de ese trágico año. Al
terminarse los tres años consecutivos de la presidencia de Chepe Ramírez, el
turno fue para el médico Gabriel Gómez eximio cazador quien logró terminar la
construcción a punta de donativos y uno que otro préstamo con proveedores y con
los bancos. Ya a mediados de 1949, la construcción de la casona que había sido
diseñada por el arquitecto Héctor Alarcón estaba terminándose y aún con las
modificaciones y remodelaciones que se le han hecho, la fachada guarda la misma
figura que cuando fue construida. No se guarda registro de una inauguración
oficial de la casona, hecho sorprendente si se tiene en cuenta que la tradición
de la institución ha sido hasta hoy, divulgar sus ejecutorias y sus principales
logros. Me inclino a pensar que aún faltaban muchos detalles importantes que no
les permitía a los socios cantar victoria antes de tiempo, como cuando en sus
largas jornadas de cacería perseguían sus presas y no descansaban hasta haber
obtenido el trofeo en su total dimensión. Aunque ya tuvieran una sede que les
permitía reunirse con sus familias, todavía faltaba tener otras comodidades que
clubes semejantes, en otras ciudades del país, tenían y que no era para menos
que uno de tanta categoría no tuviera. Por esta razón, al asumir su primera
presidencia don Pedro Vicente Peña Soto impulsó la construcción de la piscina,
obra que pudo realizarse al aprobar la administración, la suscripción de un
préstamo por la suma de $50.000 que se dedicaron, además, para cancelar las
deudas que habían quedado pendientes de la construcción de la casona y con ello
se finiquitarían definitivamente las deudas por ese concepto. La construcción
de la piscina, la primera con planta de tratamiento en la ciudad, se le encargó
al ingeniero Jorge E. Rivera Farfán quien duró tres años en el proceso y
finalmente se inauguró y se dio al servicio de los socios exclusivamente, el 31
de enero de 1954. Buena parte de las gestiones para que esto ocurriera se le
debe al presidente Félix Camargo quien puso todo su empeño durante los dos años
precedentes para que se pudiera gozar de este tan ansiado bien. La pujanza de
los socios y del club era cada día más notable y su deseo de mejoramiento cada
vez más visible, por esta razón y proponiendo mayores y más amplias
oportunidades para el goce de sus instalaciones, se planteó en 1956 la compra
del terreno aledaño por el sur oriente para la construcción de las canchas que
permitirían la práctica de los deportes tradicionales de la ciudad, entre
ellos, el baloncesto que tantas glorias se ha brindado a la institución. Ese
terreno de 2.390 m le costó al club la suma de $59.750 y se le compró al
Consorcio Agrícola Industrial del Norte de Santander que presidía el ilustre doctor
Efraín Vásquez y quien, con el presidente de entonces, el médico Gabriel Gómez
lograron un acuerdo de beneficio para ambos establecimientos. Sólo quedaba
ahora lograr una mayor capacidad de aforo ya que los festejos que allí se
realizaban y de los cuales les narraré en próxima crónica, no daba abasto. Era
tal el atractivo y tan interesantes las citas que allí se congregaban, que con
el pasar de los años, se fue constituyendo en el centro de los festejos y las
reuniones sociales de la ciudad, situación que ha perdurado y que aún entrado
este nuevo siglo, sigue mostrándose como el polo de la actividad social y
deportiva que es.
4. Terminada la construcción de la casona que ha caracterizado al
Club de Cazadores por casi sesenta años y adicionada la piscina semiolímpica
donde se han escenificado los torneos más importantes del deporte acuático en
la ciudad, que hoy lleva el nombre del deportista más destacado de esa
disciplina y digno representante de la institución, Freddy Clavijo, otros
afanes preocupaban a sus socios, deseosos de brindarle a su ciudad y su región
los mejores momentos de esparcimiento que por entonces eran bien escasos. El
espacio dedicado a los festejos era cada día más reducido debido al gran auge
que la nueva sede fue tomando y a la acogida que le brindaba a quienes se
fueron vinculando, ansiosos de participar en cuanto evento se programaba en un
pueblo carente de oportunidades y menos de lugares donde pudieran
desarrollarse. A medida que fue pasando el tiempo, el club contaba con mayores y
más diversos servicios, razón por la cual, se determinó que era imprescindible
ampliar las instalaciones necesarias para la realización de eventos, en
particular aquellos que requerían de espacios para su ejecución, como era el
caso de las reuniones sociales y en especial, las bailables. Para tal fin, la
junta directiva autorizó, en 1958, la construcción de la llamada ‘pista
tropical’. El contrato se firmó siendo presidente el doctor Asiz Colmenares
Abrajim, con la firma constructora más famosa que existía en la ciudad en ese
momento, Yáñez, Cuadros y Rodríguez, de propiedad de los arquitectos, Juan José
Yáñez, Enrique Cuadros Corredor y Luis Raúl Rodríguez Lamus. Esta vez, la
financiación no estuvo enmarcada en las urgencias del pasado, pues la cantidad
de socios era suficientemente amplia para poder pagar con sus propios recursos
los gastos que demandara la ampliación, por eso se autorizó la emisión de una
cuota extraordinaria que estuvo al alcance de todos los socios. La construcción
de la nueva pista que sería dedicada exclusivamente a la realización de eventos
bailables, se llamó pista tropical,
duró poco más de un año y se inauguró oficialmente en la celebración del día
del cumpleaños número diecinueve del Club, el 3 de agosto de 1959. Ese día se
presentaron las orquestas, Los Diablos del Ritmo y la Orquesta Costeña y a
partir de entonces quedó aprobado que todos los años, durante el mes de agosto
y para celebrar el aniversario de la institución, el club ofrecería a todos sus
socios, una fiesta de onomástico completamente gratuita; esta decisión, fue
tomada por la totalidad de los asociados en la asamblea general que entonces se
realizaba durante el mes de agosto y que presidió don Luis Francisco Jaimes
Hernández, uno de los fundadores.
A partir de
ese día comienza el registro de los más diversos y frecuentes festejos de que
se tenga noticia en la ciudad y sus alrededores. Desde las más protocolarias
reuniones presidenciales con los gobernantes de ambos países que confluyen en
Cúcuta hasta los tradicionales encuentros de adolescentes y damas de sociedad
fueron escenificándose, tanto en el salón principal como en la pista tropical.
Un solo dato para mostrar la importancia de las instalaciones fue lo acaecido
durante el principal torneo internacional que se desarrolló en Cúcuta en el año
55. Se trató del Primer Campeonato Suramericano Juvenil de Baloncesto y el XVI
Campeonato de Mayores. Era el primer torneo internacional de esa magnitud, que
se realizaba en el país, pues lo más grande que se había cumplido hasta ahora,
eran los juegos bolivarianos, en Bogotá. Fueron diez países los participantes y
alrededor de 300 atletas. Pues bien, recordemos que en ese año sólo habían dos
grandes hoteles, el Internacional, en la esquina de la avenida cuarta con calle
catorce y el recién inaugurado San Jorge, en la doce entre avenidas sexta y
séptima; entre ambos no alcanzaban a sumar cien habitaciones y eso, sin contar
las reservaciones que hacían los turistas que venían a disfrutar de la fiesta
deportiva, nos lleva a concluir que “no
había cama para tanta gente”, así pues, la solución estuvo al alcance de la
mano generosa de los administradores de dos instituciones que siempre se han
colaborado mutuamente ¡quién lo creyera! la fundación Virgilio Barco y el Club
de Cazadores. La clínica materno infantil de la Fundación estaba recién
terminada su construcción, no había sido entregada para la fecha del torneo
pero sus habitaciones, completamente dotadas sirvieron de alojamiento para la
mayoría de los deportistas y para completar el servicio, se abrió una puerta
entre las dos entidades para que los participantes del Campeonato utilizaran
las instalaciones para el servicio de alimentación y para el desarrollo de sus
prácticas y ejercicios, previos a los partidos. Las buenas relaciones entre los
dos establecimientos se dio gracias a los buenos oficios de Eduardo Silva
Carradini, médico, presidente de la fundación y Nicolás Colmenares, presidente
del club y además presidente de la Cámara de Comercio local.
Las fiestas de
cumpleaños, los bailes de bachilleres, las primeras comuniones, las elecciones
de las princesas y posteriormente las de señora y niña club, las reuniones de
los clubes de Leones y Rotarios, así como sus convenciones anuales, los
recitales y conciertos y las presentaciones de las reinas de belleza,
nacionales e internacionales, como las misses Universo, cuando venían a la
ciudad, las reuniones de las ligas deportivas y la celebración de los quince
años de las hijas de los socios y una tradición que ha venido extinguiéndose
con el paso de los tiempos, la presentación en sociedad de las señoritas
“casanderas”, pero especialmente las dos fiestas de mayor renombre y
recordación, Las famosas novenas de navidad y el tradicional baile
de locos que se realizaba los 28 de diciembre, día de los inocentes.
Las primeras fueron afamadas por su organización y la calidad de sus
atracciones, todas enteramente pagadas por los socios, quienes se repartían la
totalidad de los gastos, los nueve días que duraban. Así mismo, el baile de
disfraces que se conocía como el baile de locos, reunía las comparsas
más disparatadas de la ciudad con el aliciente de los premios a los disfraces
más creativos e innovadores. Estos dos festejos se desarrollaban en compañía de
las orquestas más prestigiosas y reconocidas del momento tanto en el país como
en el exterior. Todavía añoramos el esplendor con que se cumplían estos
eventos, hoy echados en el baúl de nuestros recuerdos y que debido a la
evolución de nuestras tradiciones y al cambio de las costumbres de una sociedad
cada vez más ensimismada, olvida que la usanza de antaño se basaba más en el
intercambio personal que en el uso de la tecnología para relacionarse con los
demás.
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