sábado, 10 de mayo de 2014

EL HOTEL TONCHALA

EL HOTEL TONCHALA
El decenio de los años cincuenta se caracterizó en Colombia por la construcción de los grandes hoteles, especialmente en las ciudades del interior del país, toda vez que en la costa atlántica, por razones obvias, la hotelería había tomado ventaja en este aspecto. El Hotel del Prado en Barranquilla y el Caribe en Cartagena fueron pioneros y aún hoy prestan sus servicios con el mismo esmero y dedicación de entonces. El inicio de la modernidad, la apertura de las rutas aéreas con la recién transformada Avianca y la privilegiada situación geográfica como que fuera la entrada a Suramérica hacían atractiva la visita al país; de ahí la necesidad de ofrecer a los turistas las comodidades propias de su condición y por tal razón se fueron construyendo los hoteles de primera categoría – no existía aún la clasificación por estrellas- en Bogotá el Tequendama, en Medellín el Nutibara, el Bucarica en Bucaramanga y dos en Cali que fueron el Alférez Real y el Aristi. Entre tanto en Cúcuta se gestaba la creación de un hotel de las mismas características con la activa participación de los gobiernos nacional, departamental y municipal quienes aportaron alrededor del noventa por ciento de la inversión inicial.
La sociedad Hotel Tonchalá S.A. se constituyó con los aportes, en acciones, de las siguientes personas:
- La Nación $1.650.000
- Departamento N. de S. 400.000
- Municipio de Cúcuta 200.000
- accionistas particulares 338.100
Entre los accionistas particulares se destacaban la compañía Capitalizadora Bolívar y don Gabriel Vega Lara. Incluyo este último nombre para resaltar un hecho generoso de su parte al donar la suma de $10.000 en acciones a la Fundación Barco, en ese momento dedicada a la prestación gratuita de los servicios de atención materno infantil a las personas de menores recursos de la ciudad.
Creada la sociedad, se le encomendó el diseño de los planos y de la arquitectura en general a la compañía Cuellar, Serrano, Gómez Ltda. la empresa de ingeniería y arquitectura más grande del país, radicada en Bogotá y su construcción a la firma ASICON Ltda. en el año 1955. La junta promotora dirigió la obra hasta la designación del administrador en Julio de 1956 recayendo la designación sobre el italiano Mario Stratta. El edificio construido se proyectó en una planta de siete pisos con dos ascensores Otis, fachada de granito y piedra, cien habitaciones con aire acondicionado, piscina con planta de tratamiento de aguas, planta eléctrica de emergencia, parqueaderos y jardinería, todo un lujo para la comodidad de sus huéspedes. Al municipio se le solicitó la adecuación y el arreglo de las vías de
acceso así como el embellecimiento del parque Amelia situado frente al hotel y en esa época también frente al Reformatorio de menores Rudesindo soto. La obra negra se terminó en el primer trimestre de 1956 y durante los meses siguientes se estuvo dando los últimos toques de manera que se pudiera dar al servicio antes de terminar el año. El presidente de la Junta Directiva Miguel García-Herreros estuvo acucioso durante los días previos al nombramiento del administrador para que se pudiera iniciar con pie firme la actividad y éste tuviera todas las herramientas que le permitieran desarrollar con éxito su tarea. Terminada la construcción vino la etapa complicada de la dotación ya que por entonces muchos de los requerimientos eran importados y para ello se requería de las licencias que el gobierno no estaba en disposición de otorgar debido a la escasez de divisas y a las dificultades propias de la época. Afortunadamente nuestra situación de frontera nos permitía conseguir algunas “cositas” en San Antonio y Ureña y que como iban con destino a una obra de gobierno, pues no se le ponían tanto obstáculo. Simultáneamente se fue contratando el personal necesario para el manejo de sus instalaciones mediante avisos colocados en el principal diario de la ciudad. Se leía en estos avisos: Se necesita Secretaria Gerencia y señorita para la recepción; hombres para porteros, ascensoristas, botones y vigilancia de piscina (requisito: saber nadar); mujeres para lavandería, planchado y para la ropería. Personas para la cocina y el lavado de loza. Toda la demanda de personal sumaba 33.
Entre agosto y septiembre de 1956 se barajaron varias fechas de apertura pero finalmente, la junta directiva reunida el viernes 14 de septiembre, fijó como fecha de inauguración el festivo 12 de octubre. Se cursaron las invitaciones a las más altas esferas del poder incluido el Presidente de la República quien se excusó pero que prometió oficializar la apertura tan pronto su agenda se lo permitiera como efectivamente sucedió.
El último acto previo al inicio de las actividades fue la llenada de la piscina, operación que duró cinco días y cuya puesta a punto generó muchas expectativas debido a la novedad, tanto en el diseño como a la tecnología que por primera vez se aplicaba en la ciudad.
Aprovechando el puente festivo del viernes 12 de octubre de 1956 se dio inicio oficial a las actividades hoteleras sin bombos ni platillos, no se cortó la consabida cinta ni hubo discursos, simplemente se programó almuerzo y cena con un menú especial, característico de la época, que además tenía un costo de $10 por persona. Coctel de langostinos, Roast beef a la Inglesa, ensalada mimosa, copa Tonchalá y café era el almuerzo. Por la noche el Grill Tonchalita ofrecía de 9:30 p.m. a 2:00 a.m. su nocturna bailable, en esta ocasión con el conjunto chileno The Trébol Trio con su lady crooner
Mary Ann. Había que asistir en smoking tropical y además cancelar la suma de $10.
La industria nacional participó activamente hasta donde sus posibilidades se lo permitía, particularmente COLTEJER que suministró telas, sábanas, toallas y mantelería que fueron promocionadas mediante aviso publicitario publicado en los principales diarios del país el día de su inauguración.
El grill Tonchalita fue la sensación del momento, la novedad al que asistía la crema de la sociedad local, además ofrecía baile con orquesta de planta y artistas invitados de jueves a domingo. El sábado había un cover de $5 por persona; el servicio era de 9:30 p.m. a 1:00 a.m y los domingos de 7:00 p.m. a 10:30 p.m., había que asistir en traje de calle con saco y corbata.
El hotel tenía además una unidad de negocio adicional debido a la gran capacidad que había sido instalada en la sección de lavandería. El servicio de lavado en seco que por primera vez se prestaba en la ciudad, fue una verdadera novedad y le permitía al hotel obtener ganancias adicionales; este servicio era atendido por la puerta trasera del hotel ubicada en la calle novena de hoy y que era un potrero en esos días.
Otras oportunidades se generaron con la construcción del hotel. La más inmediata fue adquisición por parte de la Beneficencia del Norte de Santander del lote esquinero de la calle diez con avenida cero en donde funcionaba el mercado Rosetal. Era un terreno de 5.850 metros cuadrados adquirido por la suma $200.000 para la construcción de sus nuevas oficinas y de un teatro. La Beneficencia tenía sus oficinas en un edificio de su propiedad en la calle 9 número 5-63 y por el auge de su producto Lotería de Cúcuta que por ese año jugaba semanalmente (los martes) un premio mayor de $40.000 con billetes de 10 fracciones y cuatro cifras. Además pagaba “por punta y punta”.
El hotel Tonchalá entraba a competir, en la ciudad, con los recién abiertos nuevos hoteles San Jorge y Europa, estos en el centro de la ciudad. El Tonchalá tenía cierta ventaja en relación con sus huéspedes venezolanos, pues éstos venían en sus automóviles, lujosos por cierto y últimos modelo, por la carretera de la frontera que precisamente desembocaba frente al imponente edificio del hotel.
La inauguración oficial se produjo durante la visita del presidente Rojas Pinilla el 23 de febrero de 1957; ese día se cortó la cinta, se leyeron los discursos y se realizó el recorrido de rigor por las instalaciones y dependencias terminando con una copa de champaña conmemorativa del evento. El ilustre huésped se hospedó en la suite presidencial, como era de esperarse, antes del encuentro con su
homólogo venezolano, el también general Marcos Pérez Jiménez, con quien firmaría varios convenios como los de la ampliación del puente internacional Simón Bolívar y de construcción de un nuevo puente en el sector de Ureña, entre otros.
Terminada la administración de don Mario Stratta a finales de los años cincuenta, la junta directiva contrató como nuevo gerente al señor Federico Wolner, a la sazón maitre d´hotel del Hotel Nutibara de Medellín. Federico era un ciudadano austriaco quien había sido contratado por don Hernán Botero para administrar el restaurante de Nutibara. Eran compañeros de Esteban Raynaud en la Escuela Hotelera de Toulouse donde se desempeñaban como maestros cada uno en su respectivo ramo.
La nueva administración tomó un rumbo diferente debido al estilo bastante estricto y rígido que le imprimió su gerente; el señor Wolner era el típico exponente de la raza austro-germana y por lo tanto, no se toleraba la más mínima falta y las órdenes se cumplían sin chistar, a veces con cierta intolerancia. Al principio el cambio fue bastante brusco pero la gente terminó acostumbrándose al trato áspero pero justo de don Federico. Con el tiempo, el Hotel se hizo famoso en ambos lados de la frontera, con nuevos y variados servicios y eventos el Hotel fue posicionándose. Fueron memorables las fiestas de San Silvestre que se celebraban los 31 de diciembre en la víspera de año nuevo, una costumbre que no se estilaba entonces y aún hoy se prefiere la reunión familiar a la celebración social.
Aunque, como decíamos antes, los empleados se habituaron al trato fuerte, llegó un momento en que alguno no pudo resistir y como fue del conocimiento público en su momento, don Federico fue asesinado en su propia oficina por uno de sus empleados al que despidió en uno de sus temperamentales episodios.
Años más tarde la sociedad Hotel Tonchalá S.A. fue transformada y privatizada. Con las bonanzas sucesivas que se presentaron durante los decenios de 1960 y 1970 la nueva sociedad amplió las instalaciones construyendo una nueva torre más acorde con los requerimientos del momento; las grandes y espaciosas habitaciones originales ya no eran funcionales y sólo eran ocupadas en casos excepcionales.
En la época de la gran crisis de 1983 tuvo su peor época, al punto que su nuevo propietario, años después, quiso convertir la ahora vieja edificación en aulas universitarias y ofrecerla en arrendamiento a las nacientes instituciones de educación superior que buscaban dónde instalarse. Luego de remodelar un piso completo, ningún establecimiento mostró interés y la construcción restaurada. Hoy sigue siendo un monumento emblemático de la ciudad.

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