sábado, 10 de mayo de 2014

TEATROS Y OTRAS DIVERSIONES

TEATROS Y OTRAS DIVERSIONES
En las postrimerías del decenio de los cincuenta los adolescentes tenían algunas variadas opciones para distraerse o para divertirse. Fuera de las tradicionales alternativas que constituían los cines o teatros que por ese entonces eran, el recién inaugurado Zulima, con sus sillas reclinomáticas, toda una novedad; el Santander y el Mercedes que presentaban películas extranjeras americanas, algunas para mayores de 21 años, particularmente cuando actuaba Marilyn Monroe –ninguna película porno o triple X, desconocidas entonces-; adicionalmente estaban el Guzmán Berti, una sala de teatro espléndidamente construida con los cánones artísticos de la época para la presentación de obras de teatro y cine como alternativa y en la cual presentaban las películas mexicanas de la época de oro. Allí vimos todas las películas de Pedro Infante, Jorge Negrete, Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía, Flor Silvestre, Toña la Negra, Libertad Lamarque Borolas, Clavillazo, Tin Tán y el infaltable Mártir del Gólgota en Semana Santa o el Derecho de Nacer que tantas lágrimas hizo correr en la mejillas de las jovencitas y las no tan jovencitas, así como las primeras de Cantinflas porque cuando se hizo famoso hasta de teatro cambió; también estaban las salas de menor categoría, las salas “destapadas” como el Astral y el Aire Libre, las dos pegaditas como hermanitas en la calle 10 entre avenidas 8 y 9. En estas últimas, recuerdo que además de las películas mexicanas presentaban las famosas “series” que eran películas de larga duración entre cuatro y cinco horas de filmación y que eran el atractivo para jóvenes y adultos especialmente desocupados y a quienes les sobraba el tiempo y la paciencia. El teatro Municipal era un intermedio entre los dos extremos cinematográficos, pero en general presentaban un buen repertorio de películas extranjeras de calidad; no se conocían películas colombianas ni latinoamericanas a excepción del cine mexicano, sin que esto signifique que no existiera, simplemente no eran conocidas y no constituían atractivo alguno para los empresarios.
Otra actividad que por entonces no era bien reputada era el juego del billar, una afición identificada como del bajo mundo y asociada con el vicio y la truhanería; claro que cuando se trataba de jóvenes o adolescentes puesto que para los mayores era el juego de salón del más alto estándar. Pues bien, el más destacado de los centros de billar era el Café Centenario, a unos metros del Parque Santander por la avenida sexta yendo hacia la calle novena. Se reunían allí los famosos billaristas, algunos de los cuales fueron campeones nacionales como Alfonso Contreras, campeón nacional de “carambola al cuadro” una modalidad muy poco conocida pero con un grado de dificultad excepcional.
No les estaba permitido la entrada a los menores de edad, valga decir a los menores de 21 años y aunque el control era estricto siempre lograba colarse alguno de esos que tenían “pinta” de viejos, sin embargo, el ambiente no era interesante para quienes tenían poca experiencia en el juego toda vez que allí se reunían los “duros” del juego y los demás pocas opciones tenían. Quedaba entonces un sitio mucho más grande y agradable y sin tantas restricciones, el Grill Gallera Montecarlo de la calle octava entre cuarta y quinta. Era como la segunda casa de muchos estudiantes de bachillerato de esa época; se hubiera podido realizar un intercolegiado de billar de no ser por los estereotipos de entonces. Lo de gallera, tengo entendido sólo funcionaba los domingos y durante algunos festivos y nada que ver con estudiantes. Una observación adicional que se me quedaba en el tintero respecto del juego de billar. En realidad lo que se jugaba mayormente era “pool” y en eso el Montecarlo se diferenciaba del Centenario.
En cuanto a cafés o bares como establecimientos donde se expendía licor, la ciudad tenía unos muy apetecidos por los “cerveceros” ya que ha sido tradicional en Colombia el uso de ese nombre para significar el sitio donde la gente se reúne en tertulia alrededor de unas botellas de cerveza y no de unas tazas de café o tinto. A principios del año 57 Bavaria había lanzado una campaña de promoción de su nueva marca “Germania” que consistía en que un funcionario, desconocido por supuesto en la ciudad, se paseaba por los café o bares de las ciudades buscando consumidores de la nueva cerveza. Se llamaba “el mensajero Germania” y además de los premios en efectivo y en especie que otorgaba, se publicaba en el diario local la foto de los ganadores, así como del nombre del establecimiento donde se hacía la entrega de los premios. Recuerdo especialmente dos que fueron galardonados ese año, los bares La Roca y El Rubí.
Para terminar quiero hacer una petición a mis lectores para que me envíen anécdotas sobre las conocidas casas de citas de la época de los años 56 al 60, de manera especial aquella conocida como “el canal Bogotá”. Me falta información para terminar una crónica sobre este tópico. No se requiere identificación así que la información suministrada será confidencial. Reciban mis agradecimientos anticipados.

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