miércoles, 14 de mayo de 2014

EL APASIONANTE CASO DEL APARTAMENTO 301


EL APASIONANTE CASO DEL APARTAMENTO 301
  
En esta crónica daré un salto en el tiempo y transitoriamente nos situaremos en el año 1963, mediados de año. Esta vez no voy a referirme a ninguna situación ocurrida en la ciudad. Lo que estoy a punto de narrarles aconteció en la capital de la república pero involucró a personajes de la región, muy relacionados con el medio, situación que conmocionó no solamente a los habitantes de esta ciudad sino a todos en el país.
En alguna crónica anterior hicimos mención de los hermanos Mantilla como empresarios dedicados al comercio de artículos y accesorios eléctricos y electrónicos en la ciudad, quienes con mucho éxito se posicionaron en el mercado de los receptores de radio y posteriormente hicieron lo propio con la llegada de la televisión. Eran los distribuidores exclusivos de la marca holandesa Phillips para los santanderes en la época en la que los japoneses todavía estaban recuperándose de los detrimentos de la guerra.
El menor de los hermanos varones de esta familia de emprendedores bumangueses sería uno de los protagonistas de esta historia de sombríos antecedentes que mantuvo en vilo a la sociedad cucuteña durante varios años y que aún hoy mantenemos en las tinieblas de la incertidumbre las causas y los autores de la tragedia.
Vamos a transportarnos al tercer piso del edificio demarcado con el número 85-92 de la carrera 13 en el exclusivo barrio del Antiguo Country Club de la ciudad de Bogotá, apartamento 301. Era el mediodía del sábado 27 de julio de 1963 cuando una llamada anónima efectuada a las oficinas del F-2 de la Policía Nacional alertó a los detectives quienes una vez localizado y tras golpear la puerta en varias oportunidades tuvieron que forzarla para poder entrar. La primera reacción fue de sorpresa pues la entrada estaba cerrada por dentro con la cadena de seguridad puesta. El olor nauseabundo hacía más difícil la concentración de los investigadores quienes al entrar a la alcoba principal se encontraron con el cadáver de una joven mujer en completo estado de putrefacción. Posteriormente Medicina Legal concluyó que el cuerpo llevaba unos tres días en ese estado. En el momento de su muerte vestía un pantalón slack y una blusa negros y presentaba una herida ocasionada con arma de fuego a la altura del corazón. Los vecinos le comentaron al juez del caso, Alfonso Galofre que el teléfono no había dejado de sonar en los tres últimos días; lo extraño es que ninguno de ellos escuchó el sonido del disparo. Sólo hasta después de la medianoche de ese sábado se pudo establecer que la difunta era Myriam Guerrero de Mantilla una bella cucuteña de 23 años dueña de especiales encantos. El relato de la crónica roja capitalina no presagiaba nada extraordinario sino fuera porque había una serie de indicios que intrigaban a los investigadores y además comenzó a descubrirse la vinculación de varios personajes cuyos nexos con la victima no eran muy claros y que por esa razón fueron considerados sospechosos. De hecho todos estuvieron detenidos pero finalmente no logró establecerse la culpabilidad de ninguno.
Pero veamos quienes eran los involucrados. Myriam Guerrero, quien se había casado tres años antes con Jairo Mantilla Arenas un reconocido hombre de negocios afincado en Cúcuta; lo identificaba una frondosa calvicie que para muchos lo distinguía como el “cocoliso” de la Casa Lema el negocio que tenía en sociedad con sus hermanos.
Hernán Velasco, un millonario venezolano que vivía en Cúcuta desde hacía más de 20 años y que por exigencia de la extranjería del DAS debía vivir a no menos de 200 kilómetros de la frontera venezolana habida cuenta que su gobierno lo acusaba de conspiración contra el gobierno de Juan Vicente Gómez. El apartamento 301 había sido tomado en arriendo para demostrar su residencia en Bogotá. Hernán se había casado en la ciudad y residía con su esposa Amalia Schubert en la residencia que recientemente fue demolida en la avenida cuarta frente al Palacio Nacional. Como sus desplazamientos a la capital eran constantes, por asuntos de negocio, era normal tener un apartamento en arriendo; lo que no era común era que frecuentemente se hospedaba en los mejores hoteles y no en su apartamento.
El coronel (r) Ochoa íntimo amigo del venezolano y quien sirvió de fiador del apartamento. Poseía duplicado de las llaves y cuentan los vecinos chismosos que era asiduo visitante, aunque los comentarios que Myriam hacía con sus amistades más cercanas era que no se sentía cómoda con esa situación. El coronel era adepto del movimiento Tradición y Familia que orientaba Octavio Arismendi Posada y se especializaba en dictar charlas de motivación y superación personal alrededor del tema de la familia y su sentido de pertenencia especialmente en lo concerniente a la fidelidad conyugal. Cuentan que la semana anterior a los hechos había dictado su charla a los estudiantes de la Universidad Nacional en el recinto más que indicado para ello, “la capilla”.
Omar Laverde, el supuesto amante, técnico de televisión pero dedicado a la venta de seguros. Quienes lo conocieron decían de él que era un mujeriego empedernido, buen conversador y que no reparaba en gastos cuando de complacer a una mujer se trataba. Era uno de los vendedores estrella de Seguros Bolívar. Fue presentado a Myriam por su esposo un año antes y desde entonces mantuvieron una relación clandestina hasta cuando ella separada, dicen que por los malos tratos que le prodigaba su esposo y agobiada por los problemas económicos decidió pedir al millonario venezolano el permiso para ocupar su apartamento.
Los amigos de rumba, Jaime Robayo y María Acosta, amantes los dos, propietarios del bar de lujo El Caracol Rojo el sitio que frecuentaba más asiduamente Myriam. Días antes, María había tenido un altercado con Myriam por un asunto de celos con su amante pues la había amenazado con matarla por estar “gallinaceándolo”.
Y finalmente, como en toda crónica policíaca, la informante secreta, una agente encubierta de la Aduana Nacional, amiga íntima de la víctima, quien se encontraba fuera del país en los días del crimen. Buena parte de la investigación se basó en la información por ella suministrada y que por razones de reserva y seguridad nunca se mencionó su nombre.
El caso policiaco que nos concierne fue un caso común si se contempla en sus justas proporciones. Se desarrolló en un ambiente más bien vulgar y los protagonistas, en general, no sobrepasaba el nivel de la mediocridad pero la imaginación popular acrecentó los personajes y el ambiente tomó el colorido de lo fastuoso y al caso le atribuyeron una desmedida importancia, tal vez por la cercanía que por entonces tenía con un caso similar sucedido en el Reino Unido con el ministro Profumo. 
Fue tal el interés que despertó este proceso que son variadas las anécdotas que pueden mencionarse. Durante la inspección ocular que realizaban los investigadores, un caracterizado agente del DAS que en trance de auténtico sabueso husmeaba por todos los rincones y con alarde de precauciones, ya inútiles, examinaba las gavetas de los muebles, cuando tomó de un estuche de cosméticos un pequeño recipiente para examinarlo y concluir “esto es clorhidrato de cocaína”. Después del examen de laboratorio se supo que era una de las tantas unturas femeninas que la víctima acostumbrada a usar en su diario maquillaje.
Otra de las anécdotas gira en torno al crimen pasional pero no de ninguno de los involucrados masculinos sino como resultado de relaciones amorosas que posiblemente se habrían dado entre las bellísimas amigas de Myriam, relaciones de las discípulas de Safo que frecuentemente se reunían por parejas no sólo en su apartamento sino en los otros de sus amistades y que hicieron surgir la hipótesis de un homicidio pasional por celos innaturales.
Myriam Guerrero Villamizar era sobrina de Jacinto Rómulo Villamizar Betancourt conocido y fogoso parlamentario por la época de este caso y el “lujoso apartamento” donde terminó su accidentada existencia era una destartalada vivienda, dotada de muebles viejos y en deplorable estado de desaseo. Nos inclinamos a creer más en esta versión pues consideramos que la vida licenciosa de su moradora no le alcanzaba para realizar operaciones de limpieza ni de mantenimiento y menos para contratar quien le hiciera estos menesteres.
En repetidas ocasiones y ante diferentes personas Myriam había anunciado su intención de quitarse la vida que tantas contrariedades le había ocasionado; tenía motivos pues llevaba una existencia  dislocada, echaba de menos a su hijo cuyo control perdió al producirse la separación conyugal y sus amarguras se agigantaban después de sus desenfrenadas fiestas cuando el guayabo le generaba una depresión post etílica generalizada; además, tenía un revólver, razón por la cual el suicidio fue la primera de las hipótesis; el problema fue que el arma no apareció en la escena del crimen. En una ocasión y en circunstancias dramáticas le anunció a su propio esposo, días antes de la tragedia su determinación de auto eliminarse.
La teoría del crimen a la que llegaron los primeros investigadores fue bastante sencilla y puede resumirse así: alguien entró al apartamento y dio muerte a Myriam, colocó el cadáver sobre el lecho en posición recta, demasiado ordenada para ser natural, echó el seguro interior de la puerta y escapó por alguna ventana de la cual no se sabe si apareció abierta o no pues quienes arribaron primero no tuvieron la precaución de detallar las condiciones de la escena. En esta hipótesis, el autor pudiera haber sido Omar Laverde contra quien se dictó un auto de detención que posteriormente fue revocado. Laverde, en su versión otorgada ante el juez de la causa dio la siguiente declaración: “estaba disgustado con Myriam por celos, desde cuando ella en el punto más alto de su crisis económica se fue a vivir al apartamento del venezolano, cuatro meses antes”. El apartamento permanecía desocupado pues su inquilino sólo lo tenía como excusa para demostrar su residencia en la capital, incluso no pernoctaba en él cuando hacía sus viajes a Bogotá pues prefería la comodidad de los mejores hoteles. Parece que el visitante más frecuente era, hasta el momento en que comenzó a usufructuarlo, el coronel Ochoa, costumbre que se hizo mayor a partir de esa ocasión. El lunes 22 de julio la invitó a salir de nuevo en compañía de dos parejas amigas con las cuales estuvieron hasta pasada la medianoche después de lo cual regresaron al apartamento 301. Allí estuvo hasta el martes a las 2:30 de la tarde cuando salió a realizar sus labores cotidianas y no volvió a saber de ella. Por el estado de descomposición del cuerpo, descubierto el sábado se calcula que la muerte se produjo entre el martes 23 y el miércoles 24.
Uno a uno fueron capturados todos los actores del drama, Laverde en San Andrés, Ochoa en Medellín, el esposo en Bucaramanga, el venezolano en Cúcuta y los amigos en Bogotá. La dama secreta, agente encubierta, permaneció mucho tiempo en el anonimato hasta cuando obligada por la curiosidad pública se presentó a colaborar con la investigación y reveló su identidad un mes después. Entonces renació la esperanza de dilucidar el enigmático caso pero para frustración pública antes de dos meses todos los actores y protagonistas del sonado caso fueron quedando exonerados.
Quedaba sin embargo, no sólo la incógnita de la desaparición del revolver para justificar el caso de suicidio sino, cómo se había tenido noticia de que dentro del apartamento 301 había un cadáver. Pues bien, como se recordará toda esta historia comenzó cuando una llamada anónima fue recibida en las oficinas de F-2 de la Policía Nacional alertando de un cadáver en ese apartamento. Esto determinó que quien hizo la llamada tenía conocimiento de la situación y según sería materia de investigación posterior generaría la hipótesis del robo por parte de unos “apartamenteros”.

¿Sería acaso “el crimen perfecto”?
El aspecto más interesante de lo ocurrido al interior del apartamento 301 de seguirse la hipótesis del crimen sería la perfección. Varias y variadas observaciones pueden establecerse en torno a este caso. Veamos, la víctima, una muchacha que públicamente ante su esposo, sus amigos, sus parientes y aún ante la misma policía había anunciado su intención de suicidarse, tenía motivos más que suficientes para adoptar tan funesta determinación y además, como se ha dicho, acostumbraba a cargar un revolver. A todo esto agregamos que el victimario, si es que lo hay, cumplido su criminal propósito abandona misteriosamente el sangriento escenario después de echar el seguro interior a la puerta sin que nadie notara su escapada. Continuando con el supuesto desarrollo de los acontecimientos, llegan unos apartamenteros y descomponen todas las apariencias del crimen perfecto que dejó el supuesto asesino, llevándose el revolver causante del suicidio. Posteriormente llega la Policía y acaba de descomponerlo todo. A todo lo anterior debemos agregar lo más importante, la ausencia total de móviles.
Pero ¿cómo fue lo de los apartamenteros? Recordemos que todo se inició con una llamada anónima a la estación del F-2 de la policía. “Oiga, soy un apartamentero. En el 301 hay una francesa muerta”. Esa llamada alertó a los detectives ese sábado 27 de julio, quienes no tuvieron mucha dificultad en localizar la ubicación del apartamento a pesar que el anónimo no daba la dirección. Aunque la versión de los apartamenteros estuvo rondando la investigación durante algún tiempo, el hecho que no faltara ninguno de los principales documentos ni objetos personales de valor, que no debían ser muchos, de la victima hizo dudar a los detectives de la veracidad de los hechos. Es más, la policía logró capturar a los ladrones quienes efectivamente confesaron el robo del arma y contaron que intrigados por el olor nauseabundo estuvieron buscando su origen hasta descubrir el cadáver; se habían asustado y por esa razón salieron de la escena lo más pronto posible. 
En verdad y tal como apareció ante los ojos de la policía la escena macabra en la habitación principal del 301 ya había poco para trabajar en la investigación. Pero tanto jugó la imaginación de los funcionarios así como de los mismos periodistas y la especulación en cuanto a los posibles móviles del supuesto crimen que el misterio se oscureció mucho más y terminó por hacerse impenetrable.

El caso fue de tal trascendencia que parecía de la mayor importancia haber tenido algún tipo de contacto o de relación no sólo con la víctima sino con cualquiera de los protagonistas. Se mencionaba con insistencia en los artículos de la prensa social los festines y las parrandas a las que asistían. Tal como acontecía en la época dorada de la mafia del narcotráfico, asistía lo “más granado” de la sociedad y la política, sin faltar los personajes de la farándula, que por entonces era muy reducida y por demás incipiente, las aspirantes a “reinas de belleza” y otras damas con especiales atractivos.
En alguna oportunidad se hizo mención de la madre de una reinita de Cundinamarca que desfiló en las pasarelas de Cartagena y que en consideración a su nivel nunca fue nombrada por la prensa que la llamaba “la dama X”.  Era una cuarentona muy bien proporcionada dueña de una extraordinaria simpatía y excesivamente liberada, como era factor común entre todas las amigas de Myriam Guerrero.  Esta damita, en una entrevista que se realizó por iniciativa de ella misma, le mencionó al periodista que “le importaba un pito el qué dirán” y que no quería que la siguieran llamando “Dama X” sino que escribieran su nombre completo y a continuación le dijo su nombre, tanto el de soltera como el de casada. De la entrevista sostenida se pudo concluir que había sido efectivamente, muy amiga de la victima pero por razones desconocidas la prensa prefirió omitir su nombre real y continuó llamándola “la dama X”.
El caso del apartamento 301 indudablemente, fue el de mayor resonancia entre los acontecimientos policíacos de fin del siglo XX el cual se diluyó en la memoria de los atareados cronistas judiciales y en la impotencia de los despistados investigadores. Para tranquilidad de algunos, el crimen se rotulado finalmente con el eufemismo de “un extraño caso de suicidio”.

Para el día de las exequias, el cual no fue tan multitudinario como los eventos investigativos que posteriormente se sucedieron, dice la crónica amarilla de la época que el caballero “multicornio” de su ex marido, en actitud solemne  y con los ojos húmedos presidió los actos fúnebres del sepelio y aún más, frente a su sepultura estuvo a punto de  pronunciar un discurso en honor de su alegre difunta pero al final y con un pañuelo blanco hizo un ademán de despedida al dejarla descansar en su última morada.

No hay comentarios: