EL
ACCIDENTE DE LAS NIÑAS DE BOCHALEMA
Corría el año 68 del siglo pasado y
la ciudad se aprestaba a realizar grandes eventos, en buena parte por la
bonanza desatada por los resultados de las economías de los dos países
consecuencia de los diez primeros años de una promisoria y sólida democracia
que comenzaba a dar sus primeros frutos. En Cúcuta se habían programado algunos
eventos que prometían colocarla en un sitial de honor en la vida nacional; la
primera Feria Internacional de la Frontera FIF, el Congreso 24 de FENALCO, el
segundo que se realizaba en la ciudad y la Feria Tropical Agropecuaria, todas a
mediados del año, entre junio y agosto.
Por entonces, otra característica se
destacaba en la región y era la calidad de la educación y la seriedad del
sistema educativo colombiano, muy apetecido por las clases pudientes del
hermano país, quienes enviaban a sus hijos a formarse en las instituciones
educativas colombianas pero especialmente en los colegios religiosos de
ciudades y municipios nortesantandereanos como Pamplona, Bochalema, Gramalote y
obviamente Cúcuta. Existían entonces los internados en la mayoría de estos
colegios, condición que, dicho sea de paso, constituía una gran comodidad para
las familias, pero especialmente para los padres que solían delegar todos los
encargos en éstos durante los años difíciles de la niñez y la adolescencia. La
rígida disciplina impartida por los religiosos de ambos sexos era garantía de
una educación para la vida adulta. La facilidad de trasportes y conexiones con
las ciudades venezolanas y el cambio favorable de la moneda eran los mayores
incentivos.
En otro sentido, este mismo año
habían ocurrido una serie de tragedias que enlutaron a la sociedad local y
regional, algunas de la cuales les narraré en próximas crónicas.
Desafortunadamente lo agreste de nuestra topografía no nos ha permitido contar
con vías terrestres confiables y seguras, pues las escasas que contamos, aún
hoy, no reúnen las condiciones que garanticen la confianza de un desplazamiento
eficaz y confiable. La carretera a Pamplona ha sido, tradicionalmente,
escenario de frecuentes accidentes, pero ese año en particular pareciera que la
naturaleza se hubiera ensañado contra quienes por ella transitaban. En abril,
un bus de la empresa Transbolívar que realizaba el viaje Cúcuta Bogotá por la
vía de la carretera Central del Norte, perdió el control en el tramo denominado
Peñas Blancas, cayó al abismo de más de cien metros y en total fueron 28 los
muertos y una cifra similar de heridos.
El viernes 21 de junio, un grupo de
niñas del internado de las Hermanas de la Presentación de Bochalema, había sido
seleccionado como premio a sus buenos resultados académicos para viajar a
Cúcuta a disfrutar de la Feria Internacional de la Frontera que por esos días
se realizaba y las alumnas venezolanas aprovechaban el traslado para ir a San
Antonio a comunicarse con sus familiares, despachar correspondencia y realizar
algunas compras. En total eran 34 alumnas, dos hermanas profesoras acompañantes
y el chofer del bus de propiedad de la comunidad.
El bus salió del colegio temprano en
la mañana; las alegres niñas venían cantando las canciones de moda y algunos
cánticos religiosos promovidos por las profesoras. El conductor Juan Bautista
Angarita no esperaba encontrarse, en el sitio Carboneras, bajando a la quebrada
La Honda a un vehículo detenido justo a la entrada del puente, esperando que el
camión del Aserrío La Selva que venía en sentido contrario pasara, pues las
medidas estrechas de la pasarela no
permitía el paso de ambos automotores. Es posible que el bus tomara impulso en
la bajada a la quebrada y al aplicarle los frenos, parece que estos fallaron y
el chofer no pudo controlarlo. En su vertiginosa carrera, el bus golpeó la
parte trasera del automóvil y cayó a las aguas de la quebrada, quedando con la
trompa sobre la enorme roca que aún hoy puede observarse al pasar por el sitio.
Las niñas que iban en los asientos
delanteros quedaron aprisionadas por sus propias compañeras y fallecieron por
asfixia más que por el golpe. Algunas versiones dicen que las hermanas
impidieron que auxiliaran a las heridas porque se les había levantado las
faldas y mostraban más de lo debido, incluso se llegó a decir que Juanito, como
le decían cariñosamente al chofer, no estaba en la plenitud de sus condiciones
físicas y tenía algunas limitaciones en ese sentido, pero el hecho es que en el
accidente murieron 21 niñas y el chofer.
El padre Guillermo Blanco, igualmente
oriundo de Bochalema, alcanzó a ver el accidente y colaboró con las víctimas
impartiendo sus bendiciones y elevando las plegarias por las almas de las
fallecidas. La conmoción fue general en la ciudad, no sólo por el suceso como
tal sino por la calidad de las personas que resultaron afectadas.
El gobierno departamental, en cabeza
del ingeniero Gustavo Lozano Cárdenas decretó dos días de duelo, el 22 y 23 de
junio. En seguida haremos un detallado informe sobre las personas involucradas
en el accidente y algunas anécdotas al respecto.
Era precisamente, la época de
exámenes de admisión en las universidades colombianas, junio de 1968.
Estudiantes de todas las regiones del país se trasladaban a las ciudades donde
se realizarían dichas pruebas, toda vez que era un momento en que en el país
prevalecían las universidades públicas y estas se hallaban emplazadas en las
más importantes capitales. A Bucaramanga y a la Universidad Industrial de
Santander se presentaban algunos estudiantes venezolanos, la mayoría, hijos de
inmigrantes europeos deseosos de adquirir una sólida formación, especialmente
en el campo de la ingeniería. El día 20 había llegado a nuestro hospedaje un
joven de quien recuerdo le decían “trucutú” por el extraordinario parecido que
tenía con el personaje de las tiras cómicas del mismo nombre y que poca
difusión tuvo en el medio colombiano, a presentar durante ese fin de semana las
pruebas que lo calificarían para estudiar en la famosa UIS. El 21, promediando
las 10 de mañana, el joven “trucutú” recibió la que sería la llamada más aciaga
de su vida. Debía partir de inmediato a Cúcuta, pues su hermana menor había
sufrido un terrible accidente. El joven que era de apellido Morillo, era el
hermano de Migdalia Morillo una de las infortunadas víctimas del accidente de
La Honda. Días después y con ocasión de las honras fúnebres realizadas en su
ciudad natal, Maracaibo, supimos que se trataba de la sobrina de una actriz y
cantante que comenzaba a destacarse en el ámbito farandulero del vecino país,
Lila Morillo, quien fuera posteriormente la esposa del “Puma” José Luis
Rodríguez.
Ésta, como muchas otras anécdotas
podría contarse alrededor de este trágico hecho que enlutó familias enteras de
ambos lados de esta frontera común. De las 34 niñas que viajaban en el bus, 21
fallecieron y de ellas, 14 de nacionalidad venezolana. Entre las colombianas
merece especial mención Lucía Cárdenas Rincón, una niña de 14 años, hija de
Ramón Cárdenas Silva, entonces diputado de la Asamblea del Norte de Santander.
El estado de conmoción fue tal, que el mismo gobernador Gustavo Lozano dirigió
personalmente las acciones a través del radioteléfono de su vehículo oficial.
Entre las niñas heridas figuraba una prima de mis compadres Alberto Luna y
Margarita Romero. Todas las niñas heridas se recuperaron de manera
satisfactoria y hoy guardan el amargo recuerdo de sus compañeras.
Como un homenaje a su memoria
recordaremos sus nombres y algunos de sus datos personales.
Gloria
Molina,
era una niña de 16 años procedente de Punto Fijo, Venezuela, estaba cursando
cuarto año de bachillerato.
Mappy
Moros,
una de las más pequeñas del grupo era natural de Cúcuta. Como premio a su
excelente desempeño había ganado un cupo para visitar a su familia y asistir a
los eventos de la Feria Internacional de la Frontera que se realizaba por esos
días. Fue compañera de Nancy Ramírez
Mora también de 9 años y ambas venían ilusionadas por las actividades que
desarrollarían con sus profesoras y familiares ese fin de semana.
Gloria
Castaño,
de 15 años, cursaba su cuarto año de bachillerato. Pensaba junto con sus
compañeras, Soledad Rangel y Migdalia Morillo aprovechar su estancia
en la ciudad para ver a sus padres y acompañar a su amiga venezolana a San
Antonio a llamar a sus padres quienes esperaban, ese día, su llamada en la
ciudad de Maracaibo.
Myriam
Omaira Segura, también venezolana, había compartido buena parte de su tiempo y sus
estudios en Bochalema con Lucía Cárdenas
Rincón de quien se había hecho amiga, pues compartían gustos comunes.
Había una niña ocañera, Ana Raad Gómez hermana de Daniel Raad
Secretario de Gobierno y gobernador encargado del departamento Igualmente, pude constatar que Yolanda Muñoz era una niña caleña que
había sido internada por sus familiares y que esperaba llegar a la ciudad para
llamarlos y hacer unas compras.
Belén
Villamizar Buendía, Elvia Pineda y Raquel Patiño Patiño eran compañeras de
curso. Las dos primeras cucuteñas y la última venezolana, cursaban quinto año
de bachillerato y habían seleccionadas por sus excelentes calificaciones y su
trayectoria académica.
Zolaida
Patiño
era la única venezolana de San Cristóbal. Sus padres la esperaban en Cúcuta ese
día para llevarla a la capital tachirense y regresarla el lunes siguiente.
Alejandrina
Contreras, también venezolana quien en compañía de Nancy Angarita tenían pensado gozarse la Feria durante el corto
tiempo que tendrían ese viernes, pues estaba programado regresar por la noche
del mismo día.
Marcela
Contreras, Noelpa Molina y Nilvia Aracely Rosales eran las
“grandes” del grupo. Generalmente, se aislaban para disfrutar mejor su
compañía, pues las tres eran “paisanas” aunque no fueran de la misma ciudad
venezolana pues una era caraqueña, otra de Punto Fijo y la última de Maracaibo.
Margarita
Abreu Cardona y Rubiela Cadavid las dos
últimas de mi lista, ambas de 16 años, habían sido escogidas, como la mayoría,
como premio a su esfuerzo académico.
Por último, debo reseñar el
fallecimiento del conductor, que lo fue por muchos años, del bus de la
congregación, y en quien las monjas tenían depositada toda su confianza, Juan
Bautista Angarita.
Las circunstancias que rodearon el
accidente, tal como fueron descritas y las posteriores investigaciones
concluyeron que las causas habían sido mecánicas y que todo se debió a la
imprudencia de los vehículos involucrados en el accidente. Hoy, se espera que
con las medidas de revisión impuestas por las normas de tránsito, accidentes
como éste no vuelvan a ocurrir.
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