domingo, 31 de agosto de 2014

ALGUNAS ANÉCDOTAS DE LA CORPORACIÓN FINANCIERA DEL ORIENTE S.A.


En el transcurrir de las actividades de una empresa, se van presentando situaciones que con el correr de los tiempos se tornan anecdóticas y son recordadas, a veces en serio y otras en broma. Variadas fueron y las recuerdo con especial cariño, algunas de ellas sucedidas en la Corporación Financiera del Oriente, en los comienzos de sus operaciones cuando las gestiones no estaban sistematizadas y por lo tanto, la dependencia de los computadores no era tan esclavizante como lo es hoy en día, sino que muchas, por no decir que casi todas, eran aún manuales. Decía, en la crónica correspondiente,  que el tesorero y encargado de la cartera y por ello de las cobranzas, era un caballero, que no lo era tanto, llamado César Ramírez. Era un Contador Público Autorizado, de esos que habían obtenido licencia a punta de experiencia o más bien en la universidad de la vida. Tenía una particular manera de ser, pues era, como dicen ahora los psicólogos, maníaco-depresivo, lo que lo tornaba, la mayor parte del tiempo, irascible al límite de la grosería. En alguna oportunidad, se le hizo un estudio para financiarle su primera máquina, verdaderamente industrial,  a un empresario que apenas comenzaba sembrando sus primeros pinitos en el sector editorial y que hoy es una empresa reconocida en ese medio, quien con su visión futurista decidió bautizar con el nombre de Nueva Granada. El joven empresario, estaba en una etapa de la vida, que había terminado su aventura en el ciclismo competitivo, había competido en varias Vueltas a Colombia y tal vez, pues no recuerdo a ciencia cierta, en algunas Vueltas al Táchira y estaba dispuesto a “colgar la bicicleta” y dedicarse al oficio que había aprendido. Tenía un pequeño taller, si así puede llamarse, a una tarjetera manual que tenía instalada en la sala de su casa, en la calle del camellón del cementerio, para más señas, en el puro frente del restaurante de la “Turra Petra”.
Habíamos sido compañeros de andanzas y de equipo, en mis años mozos, razón por la cual, lo conocía y sabía de sus capacidades, así que no fue difícil establecer un planteamiento financiero que le permitiera crecer en el ramo y con una buena financiación se logró que la Corporación le aprobara un crédito, en esa época por una suma cercana a los veinte mil pesos para la adquisición de una imprenta Chandler, alemana, de segunda mano pero en buenas condiciones, la que sería, como lo fue en la realidad, el despegue de una gran empresa como lo es en la actualidad. Hasta aquí, no parece que haya anécdota alguna, salvo la de presenciar el nacimiento de una empresa que hoy debe estar cumpliendo más de cuarenta años. Lo anecdótico tiene que ver con el proceso de perfeccionamiento de la operación crediticia y su posterior remate. Como se podrán imaginar los lectores, los veinte mil pesos de la época, constituía una suma importante, así que nuestro empresario debía ofrecer una garantía que le permitiera a la entidad financiera tener la seguridad sobre la devolución de su dinero, así que planteó la alternativa que su progenitora, que era una persona con recursos, le sirviera de codeudora, lo cual fue aceptado sin mayores reparos. Cumplidos los trámites de rigor, el día de la entrega del cheque, el empresario fue con su codeudora a recibirlo de manos de don César Ramírez quien de manera lacónica le dijo que esperaba que fuera responsable en el pago de sus obligaciones y que esperaba “no tener que cobrarle a su madre” en caso de incumplimiento.
Les aseguro, que Omar Peñaranda Salamanca, como se llamaba el empresario, se sintió tan ofendido que casi se produce un altercado. Afortunadamente, los ánimos lograron calmarse y lo que hoy conocemos, es historia.
Claro que esa no fue la única “metida de pata” del sujeto en mención. Era famosa su forma de cobrar, a quienes se demoraban. Llamaba por teléfono al cliente y sin ningún recato le decía, “oiga gran..*#&%*/”&#, ¿cuándo es que va venir a pagar? ¿Ud. Cree que esto es una entidad de beneficencia?
Para quienes lo conocían, alguna cosa le respondían, pero los nuevos, por lo general se quejaban ante el presidente, el ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien le acolitaba sus acciones, no sé, bajo qué argumentos, pues él era todo un señor; el hecho es que la estrategia funcionaba y los morosos venían a ponerse al día más temprano que tarde.
Para cerrar esta crónica, una anécdota más de la Corporación Financiera del Oriente. Cuando comenzó a promocionarse la constitución de la Fábrica de Juguetes NACORAL, de la cual escribí una crónica a comienzos de este año, varias personas me pidieron consejo para la compra de las acciones de esta compañía y yo las desanimaba. Aunque esta posición puede interpretarse como desleal, pues era funcionario de la Corporación, la razón de mi posición, siempre fue clara y así se lo manifesté al ingeniero Pérez Escalante, toda vez que el socio español, promotor de la iniciativa, José María Del Moral, había tenido una actuaciones que no fueron claras, en otras ciudades del país donde había participado de proyectos similares y todos con resultados negativos. Aún con insinuaciones de funcionarios de la Oficina Matriz del SENA en Bogotá, quienes dudaban de la idoneidad del hispano, fue posible convencer al presidente de la compañía para que revaluara su posición con respecto a este señor.

La respuesta, que siempre me causó extrañeza, fue que lo que le interesaba a la institución, era la experiencia que la persona en mención tenía para el desarrollo de la empresa; que las demás operaciones podrían controlarse. Finalmente el proyecto fracasó y algunas de las personas a quienes les recomendé no se metieran en esa inversión, aún me lo agradecen.

LA CORPORACIÓN FINANCIERA DEL ORIENTE S.A.

1. Soy un ávido lector del magnífico documento publicado por el diario La Opinión, “Huellas, Hechos y Anécdotas Nortesantandereanas”. En días pasados leí el fascículo 21 “La actividad Bancaria en Cúcuta” en el cual se presenta un detallado relato de esta actividad en la ciudad, durante los últimos años, digamos que desde que se inició la banca moderna en el país, fecha que podemos ubicar, con toda seguridad  en el 1923 con la contratación del profesor Walter Kemmerer, quien lideró la conocida Misión que lleva su nombre y que produjo la modernización de la Banca en Colombia. La narración muestra el desarrollo sucinto que tuvieron las oficinas bancarias en la ciudad, sin muchos detalles pero ajustado a las circunstancias que rodearon los acontecimientos, sin embargo, un olvido imperdonable es omitir a la única entidad bancaria con sede en Cúcuta y que propició el progreso regional durante años y que por razones que más adelante explicaremos, tuvo que trasladarse a la capital para poder subsistir en el complejo mundo de las finanzas de hoy. Se trata de la Corporación Financiera del Oriente S.A.
La Corporación en mención, es lo que se llama un banco de segundo piso, pues las corporaciones financieras podían, para la época en que funcionaba en los altos del edificio del Banco del Comercio, en la calle once entre avenidas cuarta y quinta, realizar las mismas operaciones que los bancos comerciales, salvo mantener cuentas corrientes y de ahorros y expedir tarjetas de crédito, de resto podía efectuar las mismas de los bancos comerciales.
Pero veamos cómo nacieron estas entidades bancarias en Colombia y por qué se abrió en ciudad la Corfioriente como era llamada telegráficamente.
Aparecieron por primera vez en Colombia en 1959 como un esfuerzo combinado entre la ANDI (Asociación Nacional  de Comerciantes y la Asobancaria (Asociación Bancaria de Colombia) para que se reglamentara el ejercicio de establecimientos crediticios que pudieran canalizar recursos internos y externos para la financiación de las necesidades de capital de largo plazo de las empresas del sector industrial y que además contribuyeran a la promoción, creación, transformación y organización de empresas, preferiblemente del sector productivo, especialmente en los subsectores manufacturero, agropecuario y minero, posteriormente ampliado a las empresas relacionadas con los sectores de la construcción, transporte, turismo y comercializadoras de productos agropecuarios.
Con este esquema, puede decirse que las Corporaciones Financieras se confunden con los “bancos de inversión” al llenar el vacío dejado por los bancos comerciales cuya financiación, en principio se reduce al corto plazo. Hoy en día, estos conceptos han evolucionado hacia la “banca universal”, razón por la cual, las corporaciones financieras han prácticamente desaparecido del panorama financiero nacional.
Las normas legales que estatuyeron las corporaciones financieras fueron, el decreto 336 del 5 de diciembre de 1957 que autorizó la creación de las corporaciones financieras y definió su objeto social; posteriormente, en abril de 1958, el decreto 605 reglamentó su funcionamiento y fijó una serie de limitaciones a las facultades para otorgar créditos y finalmente fue el decreto-ley 2369 de 1960 el que definió estatutariamente lo referente a estos establecimientos de crédito. Un detalle interesante de la reglamentación era que le otorgaba las funciones de “underwriting”, es decir, de la colocación mediante comisión, por su cuenta y riesgo, de la totalidad o de una parte de la emisión de obligaciones emitidas por terceros, servicio que no podían prestar los bancos y que, sin embargo, nunca utilizaron a excepción de la Financiera del Valle que realizó algunas, muy pocas operaciones en este sentido.
Ahora bien, la Corporación Financiera del Oriente S.A. fue una de las instituciones promovida por la Federación de Cafeteros de Colombia atendiendo a un programa de expansión de las actividades complementarias que beneficiaran tanto al gremio como a las regiones cafeteras. Simultáneamente, la misma Federación hizo lo propio al promover la creación de la Corporación Financiera de Occidente S.A. con las atribuciones similares a la de Oriente pero en un territorio diferente.
Para el inicio de la promoción, la Federación se apoyó en el personal del Banco Cafetero, del cual era su accionista mayoritario,  con su gerente a la cabeza, por entonces el ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien convenció a los inversionistas locales de realizar los aportes necesarios para constituir una sociedad financiera con sede en la ciudad de Cúcuta, con capital regional y la conformación de una Junta Directiva con personalidades de la ciudad. A comienzos de 1970 se emprendió la tarea y durante el primer semestre se logró atraer un número significativo de inversionistas que pusieron el capital necesario para dar inicio a las operaciones de la Corporación y el día 5 de agosto de 1970, en la notaría segunda del circuito de Cúcuta se firmó, por parte  de los accionistas fundadores, la escritura 1.622.
Además de la Federación de Cafeteros y algunas de las empresas de ese conglomerado, como accionistas mayoritarios, figuran algunos de los más notables empresas de la ciudad, entre ellos, Centrales Eléctricas del Norte de Santander y la Empresa Licorera del Norte de Santander, instituciones que aportaron cada una un millón de pesos, equivalentes a la suscripción de 10.000 acciones respectivamente.
El capital inicial, autorizado por la entonces Superintendencia Bancaria, fue de cien millones de pesos repartido en acciones de valor nominal de cien pesos. El capital suscrito a la fecha del inicio de sus operaciones fue de $10.269.100. Firmaron la escritura de constitución y fundación 119 personas, 35 jurídicas y el resto inversionistas privados de la región y unos pocos del interior del país, convencidos de la bondad y lo atractivo que prometía el proyecto, en el corto y mediano plazo. Los detalles de los aportes y las operaciones más significativas serán narradas en las próximas entregas.
2. Fue el diez de julio de 1970 cuando el doctor Jaime Pérez López, entonces gerente provisional como lo exigían las normas, quien convocó en asocio con el gobernador Argelino Durán Quintero en su despacho, la asamblea preliminar que daría aprobación a los Estatutos de la Corporación Financiera del Oriente S.A.
En esa época, los bancos comerciales y demás instituciones del sector financiero podían realizar inversiones en otras entidades del mismo sector, así que estos fueron los más interesados, prueba de ello, asistieron a representar a sus entidades, los gerentes de los bancos Cafetero, Ganadero, la Caja Agraria, de la Sabana, Comercial Antioqueño, de Colombia, Industrial Colombiano, así como de las principales compañías de Seguros como Suramericana, Bolívar, Colombia, Colseguros y Agrícola de Seguros. Las empresas más representativas del sector privado de la ciudad como FONOS, ROSCO, NORGAS, la Caja de Compensación Familiar de FENALCO, la Embotelladora KIST Ltda.
Quien lideró desde el comienzo, fue la Federación Nacional de Cafeteros que en esta oportunidad estuvo representada por el doctor Miguel García-Herreros quien tuvo el respaldo financiero del departamento a través de las empresas Centrales Eléctricas del Norte de Santander y la Empresa Licorera las cuales hicieron aportes similares mediante la suscripción de diez mil acciones que representaban un millón de pesos.
Igualmente hubo un número significativo de personas naturales que creyeron en el negocio e hicieron aportes que representaron algo más del cincuenta por ciento de la inversión inicial que fue de $10.269.100.
Con estos recursos, la empresa comenzó a trabajar en la colocación de créditos y a promover algunas otras empresas que serían, según su Junta Directiva, la redención de los difíciles momentos que se presentaban esporádicamente en esta zona de frontera.
Una vez firmada la escritura 1.622 el 5 de agosto de 1970 y posesionada la nueva Junta Directiva, se procedió al nombramiento del presidente en propiedad que recayó en el nombre del ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien había sido hasta hace pocos días gerente del Banco Cafetero. La Junta estuvo presidida por el doctor Efraín Vásquez, quien se desempeñada como gerente del Banco Comercial Antioqueño. Las oficinas se instalaron en el segundo piso del edificio del Banco del Comercio por entonces dirigido por el doctor Guillermo Eliseo Suárez quien prestó toda su colaboración para que la Corporación pudiera funcionar adecuadamente, en la calle 11 No. 4-25.
Recuerdo los primeros empleados y digo recuerdo, porque tuve el honor de pertenecer a ella, como funcionario técnico a cargo de la evaluación de los proyectos de crédito para los pequeños empresarios y dicho sea de paso, cargo que fue mi primer empleo. Estaban Arnoldo Chirinos Maldonado como director del departamento técnico económico, César Ramírez como Tesorero y encargado de la cartera y las cobranzas; había un gringo de apellido Jennings, David si mal no recuerdo era su nombre de pila, que estuvo un tiempo asesorando al presidente en los aspectos organizacionales. Era el director administrativo don Fabio Rodríguez Peñaranda que se había retirado de la subgerencia del Banco del Comercio para colaborar con el nuevo proyecto. Se había contratado un ingeniero industrial bumangués como jefe de análisis financiero, Alirio Martínez Cuadros, quien estuvo manejando la evaluación de los distintos proyectos que se presentaban a consideración de la Corporación hasta que fue trasladado a operar las primeras actividades del proyecto insignia que tuvo la entidad y que fue uno de sus primeros y de pronto, más trascendentales dolores de cabeza, la fábrica de juguetes Nacoral, de la cual hice una interesante crónica en la que se detallan los pormenores de ese fracasado intento de industrializar la ciudad y la región.
Acompañaban a los ejecutivos un interesante grupo de secretarias y asistentes, entre las cuales estaban, Cecilia Cadavid quien era la secretaria de la presidencia y que resultó, después de varios años de noviazgo, casada con su compañero de trabajo, el economista Arnoldo Chirinos. Bertha Colmenares que creo era la más sufrida, toda vez que debía aguantarse las poco elegantes actividades emprendidas por el tesorero quien no brillaba propiamente por su diplomacia. Elena era la secretaria del departamento técnico y los infaltables empleados insustituibles señora de servicios generales, Elvira Pérez y el mensajero dicharachero, Enrique Cruz, hoy representante técnico de la multinacional Siemmens.
No éramos más ni tampoco fueron necesarios otros empleados durante el tiempo que duró la fase inicial de posicionamiento en el mercado. En ese tiempo, las corporaciones financieras tenían cubrimiento nacional, así que la mayor cantidad de negocios se realizaban en las grandes ciudades del país. En Cúcuta sólo se manejaban pequeños negocios, que resultaban poco rentables, razón por la cual, una de las primeras aproximaciones que hizo la Corporación fue buscar una alianza que le permitiera optimizar sus rendimientos  en los terrenos de la promoción y financiación de la pequeña industria. Vale la pena mencionar que por entonces, no se hablaba de la microempresa, término que fue introducido en el argot financiero por alguna entidad promotora en el Perú, en el decenio de los años ochenta y que por el éxito que manifestó en ese país se fue replicando en los demás de la América Latina. Desde el año 1973 se comenzó a entablar conversaciones con la Corporación encargada de la promoción y el financiamiento de la pequeña empresa que era la Corporación Financiera Popular, institución perteneciente al grupo del Banco Popular que en ese momento era un banco oficial y estaba adscrito al Ministerio de Desarrollo Económico.



















LA FIESTA DEL ESTUDIANTE


Durante el primer cuarto del siglo pasado comenzó el auge de la educación privada en Colombia, especialmente en las llamadas hoy, ciudades intermedias. El estímulo a la educación se dio gracias a las políticas gubernamentales impulsadas con visión futurista por el general Francisco de Paula Santander, quien durante su gestión, como mandatario nacional realizó un amplio despliegue al masificar el acceso a la educación, un siglo antes, mediante la creación de instituciones educativas de nivel elemental y de bachillerato, como se denominaban anteriormente los programas de educación que se impartían a la niñez y la juventud.
Pues bien, habida consideración de la importancia que para la vida republicana y el porvenir del país representaban los futuros ciudadanos que se formaban en los colegios y escuelas de la nación, el gobierno nacional instauró en 1924, la Fiesta del Estudiante.
Esta festividad se había establecido para que los estudiantes, en particular los de bachillerato, tuvieran la oportunidad de realizar las actividades extracurriculares que enriquecieran su acervo y a la vez, sirviera de solaz esparcimiento en épocas previas a la terminación del respectivo periodo lectivo, por esa razón la fiesta en mención fue programada durante el mes de septiembre de cada año.
En el Norte de Santander, dicha fiesta tuvo un buen recibo por parte de las autoridades académicas, quienes brindaron todo su apoyo para la realización del magno evento, particularmente por dos razones; la primera, porque se trataba de incentivar la mayor participación de personas en las escuelas y colegios, toda vez que la tasa de analfabetismo en el país sobrepasaba el 50% y ello representaba grandes problemas para su desarrollo. La segunda razón, era que no había muchos estudiantes, razón por la cual los gastos del erario no presentaban mayores dificultades.
Así pues, la primera Fiesta del Estudiante se realizó de acuerdo con lo programado y resultó bastante animada con la presencia de 57, entre estudiantes del Colegio Provincial de San José y de la Escuela Normal Nacional de Institutores de Pamplona, que hicieran a la capital del Departamento. En 1924, septiembre por más señas, los traslados entre las dos ciudades eran toda una aventura. Cuando se iba de paseo, como era este el caso, se cumplía por etapas, como quien dice por entre las tiendas, que dicho sea de paso, eran una constante a lo largo de la carretera que serpenteaba por entre las breñas de la Cordillera Oriental, necesarias para abastecer de provisiones a los escasos viajeros que se aventuraban a tales desplazamientos. La programación desarrollada por los estudiantes pamploneses se centró en algunas actividades deportivas y culturales que se escenificaron en las pocas instalaciones que para el efecto existían en la ciudad. Se tiene noticia de un encuentro futbolero en la cancha donde hoy está el Parque Nacional, sin más detalles. El retorno a Pamplona se hizo en el ferrocarril del sur hasta la estación La Esmeralda en el kilómetro 21 y de ahí hasta la ciudad mitrada en uno de los pocos vehículos que hacían el trayecto y que había sido contratado previamente por la alcaldía de Pamplona para recuperar sus estudiantes.
El entusiasmo que produjo esta conmemoración hizo que se proyectara, desde ese mismo momento, el evento que sería desplegado el año siguiente y que sería la visita de los estudiantes cucuteños, en reciprocidad a sus colegas de Pamplona.
Para la segunda Fiesta del Estudiante se había acumulado la experiencia de la primera y por ese motivo, otras actividades de mayor relevancia fueron establecidas para beneficio de los festejados. Durante una semana completa se realizaron los festejos, del 21 al 25 de septiembre en la ciudad de Pamplona; sin embargo y debido a las dificultades que presentaba realizar un viaje de esas características nuestros aventurados estudiantes, todos del colegio Sagrado Corazón de Jesús, emprendieron la partida el día 18 de septiembre, en una primera etapa hasta Chinácota donde fueron recibidos como héroes por don Antonio Marcucci Colector de Hacienda, quien les obsequió frutas y los acomodó en las instalaciones del Colegio San Luis Gonzaga, pues al día siguiente continuarían hasta Pamplona. Es conveniente anotar que el grupo de estudiantes iba acompañado del rector del colegio, don León García-Herreros y cinco profesores quienes se encargaban de velar por el buen comportamiento de sus pupilos.
En las cercanías de Pamplona, en el sitio denominado Corral de Piedra, una comisión de 20 jinetes recibió a los estudiantes para acompañarlos hasta la entrada del pueblo, donde una comitiva de automóviles que conducían, el gobernador, general Rafael Valencia, el prefecto de la provincia, general Pedro Eduardo Díaz, el Alcalde José Ángel Contreras y los sacerdotes Jesús Jaimes y José Rafael Faría, así como los representantes de las autoridades militares los esperaban para darles la bienvenida.
Definitivamente, era todo un lujo y un privilegio especial ostentar la condición de estudiante y en particular, la de futuro bachiller. Todas las manifestaciones que le brindaban, no sólo las autoridades sino el público en general, a un grupo de personas que por el hecho de tener una distinción que en ese momento era propia de una élite, no dejan de asombrarnos hoy; afortunadamente esa época fue sorteada con éxito y hoy gozamos de los beneficios que nos brinda el acceso a una educación gratuita y obligatoria para todos, aunque surjan algunas dudas al respecto. En la próxima entrega les contaré las peripecias desarrolladas por nuestro grupo de jóvenes bachilleres del año 1925 en la fría ciudad mitrada.
Acompañados de tan ilustre comitiva a su llegada a Pamplona, los estudiantes cucuteños fueron alojados en la instalaciones del Colegio Provincial San José, regentado por los Hermanos Cristianos, en lo que podríamos vaticinar sería el anticipo que se esperaba de la participación de esta comunidad en la ciudad de Cúcuta y particularmente en la dirección del mismo colegio cuyos estudiantes estaban de visita con ocasión de la segunda Fiesta de Estudiante; festejo instaurado el año anterior por el Gobierno Nacional para incentivar la asistencia de la niñez y la juventud a los colegios y escuelas. Recordemos que eran 57 los estudiantes del Colegio Sagrado Corazón, los estaban de viaje a la fría Pamplona y que ese colegio cucuteño era una institución de carácter privado patrocinado y a la vez, subsidiado por el sector oficial, que por esa época tenía una asignación presupuestal que le permitía contribuir a los gastos que demandara la educación, cuando ésta era prestada por instituciones privadas.
A la entrada del colegio Provincial, los cansados estudiantes fueron recibidos con discurso incluido por parte del padre Faría al que respondió el rector León García-Herreros y cuando creían que la bienvenida había terminado, apareció la Banda Municipal para ofrecerles una retreta justo frente al edificio principal del colegio, de manera que tuvieron que soportar con estoicismo juvenil las notas que con gran entusiasmo les brindaba la orquesta dirigida por el maestro Celestino Villamizar, ilustre director de la organización musical. Imagínense ustedes al grupo de nuestros muchachos calentanos, con saco y corbata, tal vez prestados para muchos de ellos, en el gélido atardecer pamplonés, después de largas horas de viaje en un vehículo modelo de los años 20, posiblemente un modelo T de Ford, acondicionado como autobús, por la destapada carretera a Pamplona; afortunadamente el programa terminó con la retreta y con la acomodación en sus respectivos alojamientos para finalizar con una frugal cena que compartieron con sus colegas del colegio anfitrión. No hubo salidas ni “voladas”, en parte por el cansancio producido más por las manifestaciones de bienvenida, a la que no estaban acostumbrados que por las circunstancias propias del viaje.
El día siguiente no fue menos intenso. Después de la santa misa, que por entonces era de obligatoria asistencia diaria en los colegios de la congregación de los Hermanos Cristianos, incluidos feriados y dominicales a los que había que asistir con el uniforme de gala, la Alcaldía había organizado un desfile con carrozas alegóricas a las bellas Artes y otras actividades, cada una de ellas presidida por su musa respectiva. Así pues, la primera, encabezada por la bella Hortensia Camargo representaba la “Juventud espigando los campos de la Ciencia al amparo de la religión católica”, le seguían las carrozas alegóricas a las Bellas Artes así: la imaginación creadora presidida por la musa Margarita Gallardo, la música por la hermosa Victoria Leal, la poesía cuya musa estuvo representada por la agraciada Teodolinda Bueno, la pintura representada por la guapa Rosa Bautista y cerrando el cortejo, la musa de la escultura la no menos atractiva Josefina Torrado. El desfile se realizó desde el Provincial siguiendo la Calle Real hasta el Palacio Episcopal donde fueron recibidos por Monseñor Afanador y Cadena y a quien le ofrecieron la adhesión de la juventud estudiantil en alocución que le ofreciera el joven Pedro Antonio Prada a nombre de sus compañeros y en general, de todos los estudiantes. Ya entrada la noche, los estudiantes fueron trasladados a su lugar de residencia bajo la estricta vigilancia del personal de profesores que los acompañaban.
El miércoles 22 de septiembre se programó una jornada deportiva en las horas de la mañana. Se organizaron unos partidos de fútbol y básquetbol y finalizando la mañana realizaron una becerrada, durante la cual los más arriesgados mostraron sus dotes con el capote aunque varios recibieron más revolcones que aplausos.
Antes del almuerzo, se presentó una comisión del Concejo Municipal para saludar a los excursionistas y entregarles el Libro de Oro de la ciudad, en el cual se mostraba el registro fotográfico de los principales monumentos y los edificios más importantes. La entrega del documento fue formalizada por el presidente del Cabildo Francisco Lamus Lamus y respondida por los agasajados en la persona del profesor Luis Eduardo Romero. En las horas de la tarde visitaron el Museo Diocesano y fue el padre Rochereaux el encargado de explicar el significado de cada una de las especies allí exhibidas. Seguidamente continuaron su periplo de conocimiento de las actividades industriales locales visitando la Fábrica de Hilados y Tejidos y la Cervecería Parra. A las cuatro de la tarde, sus compañeros del Colegio Militar San Tarcisio ofrecieron una Revista Militar en la plaza principal del pueblo.

Se despidieron el día 23, pues tenían programado entrar de visita a Bochalema en donde el alcalde Carlos Julio Cote se había comprometido a recibirlos y brindarles la alimentación, así mismo, consiguió alojarlos en casas particulares donde tuvieron la oportunidad de intercambiar vivencias con los residentes. Al día siguiente, el viernes 25 ya de regreso, cerca de Los Vados, en el puente  Caldas, uno de los automotores se volcó y en el accidente resultó muerto el estudiante Juan Maldonado Romero y heridos otros cuatro sin mayores consecuencias, salvo que este acontecimiento enterró definitivamente la realización de excursiones y por ende, la celebración que tan exitosamente se había adelantado en el pasado. En los años siguientes, la Fiesta del Estudiante fue languideciendo al punto de desaparecer por completo de la agenda tanto oficial como de los colegios. Sólo con la modernización de la educación y la presión de la Comunidad de los Hermanos Cristianos se logró la oficialización del Día del Estudiante, el 15 de mayo, fecha en el santoral de la celebración de San Juan Bautista de la Salle, patrono de la Congregación.

domingo, 24 de agosto de 2014

LA CREACIÓN DE ASEDUIS EN CUCUTA

Corría el año 1972 y ya se presagiaba el incipiente desarrollo de las actividades económicas de la ciudad. Los escasos profesionales universitarios ya comenzaban a posicionarse de los principales puestos directivos que ofrecían las pocas empresas que por esa época brindaban oportunidades de progreso. Empresas como Centrales Eléctricas, Bavaria, Chevron, La Concesión Barco de Ecopetrol en Tibú, Cementos del Norte, la recién creada Corporación Financiera del Oriente y la Universidad Francisco de Paula Santander fueron las primeras usufructuarias de los servicios personales de los egresados de la Universidad Industrial de Santander tan apetecidos en esos momentos por su formación principalmente en el área de las ingenierías. Por ese mismo año se dio la apertura del Seguro Social y los médicos de la primera promoción de egresados de la facultad de medicina fueron quienes se ocuparon de darle el comienzo a las actividades médicas de la institución.
Como egresado de esa universidad, recién terminada la carrera y de regreso a mi ciudad de origen me preocupó la poca cohesión que existía entre sus egresados quienes constituían un selecto grupo de profesionales, muchos de ellos en puestos de dirección pero sin el mínimo interés en relacionar su formación con la institución de la cual obtuvieron sus conocimientos y aunque lo hacían sin ninguna mala intención les faltaba el incentivo que generara esa unión. La Universidad Industrial de Santander siempre promovió la unión de sus estudiantes tanto en el aspecto interno mediante la organización de sus “colonias” como en el externo, una vez terminado sus estudios y obtenido su respectivo diploma, a través de su bien organizada Asociación de Egresados de la UIS “ASEDUIS”, ejemplo de sociedad estructurada para beneficio de sus egresados y en general de la población estudiantil deseosa de superación. Quienes allí estudiamos recordamos la poderosa ASUNORTE, “asociación de universitarios del Norte de Santander”, la segunda en cantidad de asociados después de la anfitriona Santander. Los recuerdos nos transportan a “La Perla” aquella casucha que se encontraba en los predios que el gobierno cedió para la construcción del campus, al norte de Bucaramanga, allí donde empezaba la carrera 27 aún hoy la arteria más importante de la ciudad. La Perla es la sede de la Asociación de egresados y se encuentra en el estado original en que fue construida hace más de 70 años y es, sin lugar a dudas, el punto de encuentro de todos quienes en un momento de nuestras vidas compartimos los momentos alegres y amargos de nuestra estancia en los recintos de la universidad.

Desde finales del 71 comencé a realizar los contactos tendientes a la conformación de la asociación en nuestra ciudad y al detectar que la mayoría de los egresados ocupaban puestos de mando en las grandes empresas comprendí que sería relativamente fácil proponer una reunión preliminar en la cual se les daría a conocer las ventajas de agrupar los profesionales y darle vía libre a la conformación de la asociación. Recuerdo los nombres de Alberto Estrada Vega gerente de Centrales Eléctricas, Victor Hernández gerente de Bavaria, el ingeniero Bolívar, se me escapa su nombre, gerente de la Chevron, Jaime Carreño gerente de Publicar, Milton Romero subgerente del SENA, entre otros así como los principales ejecutivos de las mismas empresas también egresados de la UIS. Ante esta perspectiva citamos a una reunión preliminar en el Club de Cazadores el 21 de junio de 1972 (coincidencialmente hoy hace 38 años) para decidir la fecha oficial de iniciación de la Asociación de Egresados de la UIS ASEDUIS Cúcuta para el 8 de Julio de ese año.
La circular que se les remitió a los cerca de 20 egresados que por esa época estaban en la ciudad decía lo siguiente:
“nosotros, quienes suscribimos esta circular, egresados de la Universidad Industrial de Santander UIS, residentes en la ciudad de Cúcuta, hemos constituido un comité provisional con miras a promover y organizar la Asociación de Egresados de la UIS, ASEDUIS, seccional Cúcuta.
Comité Provisional.
Presidente                             Luis Eduardo Lobo Carvajalino
Vicepresidente                      Milton romero
Secretario                              Julio Cesar Quintero
Tesorero                                Jaime Carreño
Revisor Fiscal                         Gerardo Raynaud
Vocales                                  Pedro Muñoz, Alberto Albarracín, Maria Cristina                                                              Laguado
A la sesión inaugural asistirá el señor rector de la Universidad Ingeniero Carlos Guerra.
GERARDO RAYNAUD D. Coordinador
Seccional Cúcuta.”
La reunión se desarrolló en el restaurante Chez Esteban el 8 de julio de 1972 a las 11 de la mañana con la asistencia de las directivas de Universidad encabezados por el señor rector.
A partir de ese día las reuniones de egresados fueron momentos de un alegre compartir de experiencias y de vivencias sin necesidad de recurrir a cuotas o donaciones ya que las erogaciones ocasionadas por los consumos de esas reuniones eran asumidas por las empresas o sus gerentes. Se turnaban los encuentros entre los clubes de Bavaria o de Centrales Eléctricas o en su defecto en el Club de Cazadores donde todos aportábamos la respectiva cuota al final de la velada.



¿POR QUÉ SE FUERON LOS ALEMANES?



1. Aunque el país no ha sido atractivo para las migraciones colectivas como ha sucedido con otras regiones de América; se han presentado varias en Colombia, desde que los conquistadores españoles recorrieron la geografía continental. Además de la necesaria colonización española, recordemos que durante el reinado de Carlos V, en el siglo XVI, el imperio español abarcaba buena parte de Europa y ya finalizando esa centuria, su hijo Felipe II supo llevar al apogeo el Siglo de Oro español, extendiendo la soberanía hispánica desde Portugal hasta la frontera de la Rusia de los Zares; por esta razón, es conocida la aventura de ciertos conquistadores alemanes que visitaron estos contornos y que por motivos circunstanciales perecieron en la andanza como sucedió con Ambrosio Alfinger, conocido de marras por la región nordeste del país, toda vez que resultó asaeteado por los feroces aborígenes locales, quienes no aguantaron sus pesados modales y requerimientos en demanda de condiciones insostenibles de trabajo y recursos. Es de común ocurrencia entre los campesinos de esta región, los ojos claros y el cabello rubio, que se dice desciende de estos audaces exploradores.
Volviendo al tema que nos incumbe, a mediados del siglo XIX se genera, en la Alemania del príncipe Otto von Bismarck, un gran despliegue económico al producirse la consolidación del imperio alemán, lo que induce a la nación a buscar las materias primas necesarias para abastecer su aparato productivo. A mediados de ese período, un grupo relativamente numeroso de jóvenes decide emigrar y establecerse en América, no solamente en busca de fortuna, sino de un plan de vida que le permita escapar de las inclemencias y las incertidumbres que se cernían sobre la población del viejo mundo, agobiado por las guerras y las rencillas entre las distintas naciones, producto del régimen feudal reinante durante siglos. Hacia 1850 ya se tenían avanzadas las relaciones comerciales entre las dos regiones, pues casas comerciales alemanas se habían instalado en América, específicamente en Venezuela como cabeza de lanza para vender sus mercancías manufacturadas y a la vez, intercambiarlas por los bienes primarios que ofrecía el nuevo mundo. No es necesario adivinar la causa por la cual se escogió la ciudad de Maracaibo como la sede americana de las casas de comercio alemanas, pues además de ser el mayor puerto continental después de Cartagena de Indias, era el camino más corto, tanto para penetrar a tierra firme como para trasladarse al viejo continente. Así pues, comenzó la inmigración alemana a la Nueva Granada, confirmación hecha, por demás, en el magnífico texto de Horacio Rodríguez Plata, historiador santandereano, conocedor del tema y explicado con lujo de detalles en su libro “La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX”. Los alemanes se irrigaron por la región conocida hoy como el Gran Santander, primero en Cúcuta y luego a Bucaramanga. Algunas otras poblaciones fueron atendidas, digamos que con menos entusiasmo, como San Cristóbal, en Venezuela y la villa de El Socorro en Santander. En Cúcuta, fueron especialmente dinámicos en las compras de cacao y café, así como en la venta de sus productos para la industria y el hogar. Alrededor del parque Santander se ubicaron las casas de comercio, que eran establecimientos de venta, tanto al detal como al mayoreo y baste decir que cada día crecían económica y socialmente, al punto que de las cinco casas de dos pisos que había el día del terremoto, tres eran de propiedad de alemanes y una, la Botica Alemana, quedó en pie después de las sacudidas que fueron del orden de los nueve grados, en la escala de Mercali.
Sin embargo, después de tantos años transcurridos no quedan vestigios del paso de estos notables comerciantes, salvo algunas esporádicas menciones que no tienen relación con la actividad que ejercieron sino con el altruismo que manifestaron, como es el caso del Asilo Andresen que fue más una decisión de su viuda que de él en particular, sin quitarle los méritos que lo rodearon.
Siempre creí que la partida de los germánicos se había producido a comienzos del siglo XX, particularmente por la declaratoria de guerra en su contra por parte de Colombia, a raíz de la Primera Guerra Mundial, pero no, el problema se remonta muchos años antes y la historia es mucho más apasionante que el desarrollo de las atrocidades que se presentaron durante esa denominada “Gran Guerra”.
Para ambientar el tema, comencemos por anotar que los migrantes alemanes no tenían características comunes sino que se habían conformado grupos con intereses similares, los cuales se fueron identificando y consolidando a medida que lograban sus propósitos. Por esta razón, las comunidades locales habían identificado las diferencias entre los grupos que se ubicaban en una ciudad con respecto a las demás. Se supo, posteriormente claro está, que los más notables y los de mayor prestancia estaban residenciados en Maracaibo y sólo de manera esporádica viajaban a las sucursales de las ciudades del interior, como Cúcuta o Bucaramanga a realizar operaciones o controles para mantener la vigilancia de sus transacciones. Hay que considerar, que de todas formas, las condiciones de viaje eran completamente diferentes a las que estaban acostumbrados en Europa y no era atractivo y además de peligroso, cualquier incursión por fuera de los límites de las ciudades. En Cúcuta, el grupo de ciudadanos alemanes, en su mayoría eran de los países conquistados por el imperio, como Dinamarca por ejemplo, además que eran pocos en número, pues la mayoría estaba más interesada en regiones de mayores desarrollos y de mayor potencial, por lo cual, gran parte de estos europeos prefirió establecerse en Bucaramanga. Allí se pudieron identificar dos grupos de alemanes, uno con una clara tendencia a las actividades mercantiles, a quienes los locales llamaron “el comercio” y otro, más académico, con inclinación científica que se dedicó a promover la investigación y a encontrar alternativas de solución a problemas que para ellos eran desconocidos y que constituía un estímulo a sus capacidades innovadoras y creadoras.
Explicadas brevemente las diferencias, veremos cómo ellas influyeron definitivamente en la partida de nuestros personajes y en el desvanecimiento de logros tan importantes en la consolidación de la región.
2. Habíamos reseñado anteriormente, el beneficio que el comercio de fines del siglo XIX, entre la nueva Colombia y el viejo mundo, había producido para el desarrollo de la incipiente comunidad que apenas comenzaba a formarse, a pesar de las luchas intestinas que, por lo general, se presentan en los países que recién comienzan a consolidarse democráticamente. También decíamos que Colombia no había sido un país atractivo para la inmigración ni la había patrocinado, como sí lo hicieron algunos países de América desde el Canadá hasta la Patagonia.  Sin embargo, alcanzaron a presentarse algunas “oleadas” y entre éstas, la primera, después de la necesaria hispánica, fue la alemana de mediados del siglo 19, específicamente en el año 1851. La iniciativa del Canciller alemán von Bismarck, de irrigar por el nuevo mundo, jóvenes germanos en busca de los recursos primarios para abastecer su industria, fue recibida con gran entusiasmo por cientos de ellos quienes, algunos con apoyo financiero y otros sin él, se aventuraron por las inhóspitas tierras del norte del subcontinente, iniciando su aventura, unos desde la ciudad de Maracaibo hacia el sur, siguiendo la ruta que en años anteriores habían realizado sus paisanos Alfinger y Federman y otros, desde Cartagena y siguiendo las aguas del río Grande de la Magdalena, se adentraron hasta las inexploradas tierras de lo que hoy es el Magdalena Medio Santandereano. El hecho es que algunos se establecieron en las tierras santandereanas y un gran número de ellos en Bucaramanga. Digo, un gran número, pues cuando llegan a un pueblo pequeño, alrededor de cincuenta extranjeros, alemanes, jóvenes, bien presentados y solteros, sociológicamente hablando se presenta una alteración de las costumbres, tanto en los negocios como en la política y qué decir del entorno social y la vida galante, todo dependiendo del grado de integración que logren y como tal lo hicieron, a diferencia de otros lugares donde se instalaron como el caso de la Colonia Tovar en Venezuela donde por el contrario, se aislaron del medio, manteniendo sus costumbres y se encerraron de forma que sus hábitos y tradiciones permanecieron impermeables a las del entorno que la rodeaba.
Es interesante conocer el desarrollo de comunidad alemana en Bucaramanga, pues la evolución que allí se presentó, se diferenció de las de otras ciudades y regiones. Pareciera que hubiera sido al revés y que fueron los hábitos y costumbres locales las que permearon a los alemanes, pues aprendieron todas las artimañas, picardías, supercherías y trampas, muy probablemente adquiridos durante la larga ocupación hispánica y que se fue acentuando una vez se logró consolidar la independencia.
La colonia alemana de Bucaramanga estaba claramente diferenciada en dos grupos, bastante disímiles, pues mientras que unos se dedicaron a cultivar las ciencias, las artes y en general, la cultura y su divulgación, el otro grupo se inclinó por el comercio que había sido el verdadero objeto de su presencia en esas tierras. De hecho, el pueblo los conocía e identificaba como “El comercio” al referirse a ese grupo en particular y lo hacían con desprecio, pues los culpaban del monopolio de la riqueza junto a sus socios locales.  Claro que esta animosidad se acrecentó con la aparición de las sociedades de artesanos, que comenzaron a formarse alrededor de la década de 1860 y en las cuales se predicaban las teorías socialistas políticas y económicas, además combatían las tesis del libre cambio y solicitaban al gobierno de turno el regreso al proteccionismo y la implantación de políticas nacionalistas que generaran igualdad social.  Era, en realidad, el producto del surgimiento del movimiento de las clases trabajadoras motivadas por las nuevas teorías esbozadas por el Manifiesto que habían escrito Marx y Engels ante el florecimiento de lo que se llamó la “Revolución Industrial”.
En 1864 se conformó la Sociedad de Artesanos, así a secas, pero que sus adversarios denominaban “Culebra Pico de Oro”, peyorativamente, que buscaba el mejoramiento de las condiciones económicas de sus afiliados pero que adicionalmente perseguía privilegios y ventajas políticas, pero además y con cierto resentimiento social y un poco de preservación de las antiguas costumbres, atribuía a los alemanes y a sus asociados el deterioro de las relaciones, dado el grado de hostilidad y antagonismo que se generaba entre los dos grupos. Para 1879 la situación se había tornado insostenible y explosiva, toda vez que el enfrentamiento no era ya entre las clases educadas y las menos educadas sino entre pobres y ricos o mejor dicho, entre las clases económicamente fuertes y las económicamente débiles.
Contradictores de los alemanes los tildaban, entre otras cosas, de obscenos por cuanto, decían, las paredes estaban llenas de láminas que presentaban “lúbricas escenas que ni la imaginación más atrevida alcanza a imaginar, para mantener latente a todas horas la pasión de la lujuria que los domina”; tales cuadros, se supo más tarde y que tanto ofendían el pudor, eran reproducciones de desnudos de la pintura clásica que no podían aceptar gentes acostumbradas a adornar sus casas con vitelas religiosas o románticos cuadros de escenas de caza. En otros hechos que consideraban lesivos para las buenas costumbres era la costumbre de ofrecer licores, una práctica muy europea, cuando se trataba de iniciar una conversación referente a un negocio pues se consideraba que era una forma de influir en las gentes, es decir de comprarlos o comprometerlos.
Mencionados estos antecedentes y conocedores de las intervenciones que los extranjeros hacían en la política parroquial, quienes no se privaban de ello, haciéndolo abiertamente para adquirir ventajas e influencias en los círculos de poder, se presenta un hecho que aunque fortuito y aislado repercutirá algunos días más tarde, en los hechos que serían conocidos como los “sucesos del 7 y 8 de septiembre”. En agosto de 1879, el coronel Pedro Rodríguez, jefe departamental de la Provincia de Soto tuvo un altercado con el ciudadano alemán Albert Fritsch por una deuda que el político no quería reconocer y quería que se le condonara dada su condición de gobernante. Después de una acalorada discusión se fueron a las manos y aunque no pasó a mayores, si se produjo un ambiente enrarecido que duró hasta el día de los sucesos arriba mencionados. Parece que la deuda no se pagó y este hecho mantuvo la situación tirante hasta el 7 de septiembre, día de elecciones de Presidente de la Unión y de Cabildantes. A continuación se narran los detalles del trágico acontecimiento que generó gran preocupación entre las autoridades nacionales, por las serias implicaciones que se suscitaron en las relaciones con el Imperio Alemán.
3. Los seguidores de la Sociedad de Artesanos conocida como Culebra Pico de Oro culpaban a los alemanes de la relajación de las costumbres que se habían popularizado entre la juventud, especialmente el incremento de la embriaguez, particularmente entre aquellos que laboraban en las casas de comercio de su propiedad; sin embargo, estas actitudes no eran más que excusas por lo que se consideraban como las inapropiadas prácticas que causaban desasosiego en una sociedad pacatamente patriarcal y vocacionalmente católica. Estas situaciones caldearon un ambiente de violencia cuyo detonante se produjo el día de elecciones del 7 de septiembre de 1879. Ese domingo se efectuaban los comicios que elegirían al Presidente de la Unión, cuya importancia era mínima entre los habitantes de la ciudad, pues todo el interés se centraba en la elección de los Cabildantes, equivalentes a los concejales de hoy y quienes detentaban el poder local en materia de autoridad y economía. Como era de esperarse cada uno de los bandos tenían sus candidatos, los democráticos apoyados por la Sociedad de Artesanos y los de El Comercio; ambos concurrieron con todos sus efectivos y la jornada fue extremadamente agitada pero al final ganaron los democráticos. A pesar de la victoria, éstos alegaron que habían logrado imponerse aún en contra de “las buenas cantidades de dinero para comprar las conciencias de los electores y no poco aguardiente para entusiasmar a sus partidarios en la lucha”, según narraciones de los cronistas de la época. Pasado el debate y mientras festejaban ruidosamente, se produce un incidente frente a la iglesia de San Laureano en el cual resulta asesinado el señor Obdulio Estévez, uno de los candidatos del bando de los democráticos, padre de familia ejemplar, querido por el pueblo y la sociedad bumanguesa, general de las Guerras Civiles y afiliado al partido conservador. Aunque no hubo testigos presenciales, varios fueron considerados sospechosos debido a ciertos antecedentes según los cuales habrían sido amenazados por Estévez. Para abreviar la historia, al día siguiente, a las cuatro de la tarde, durante los oficios religiosos se producen unos hechos de sangre dentro de la misma iglesia, sucesos que desencadenan una serie de amotinamientos en toda la cuidad. Fue una verdadera lucha sin cuartel la que emprendieron los dos bandos en la que resultaron muertos y heridos varios de los más ilustres personajes de la política y la economía. Las calles aledañas a la iglesia eran un campo de batalla mientras que en el resto de la ciudad las señoras clamaban por sus esposos y sus hijos, las gentes corrían en diferentes direcciones sin que se les pudiera detener para que dieran razón de lo ocurrido. Entre tanto, el Alcalde Pedro Collazos, avisado por sus amigos, enviaba un grupo de policías a detener el motín, mientras que un grupo de enfurecidos “democráticos” atacaba la residencia de Albert Fritsch, quien según nuestro relato anterior, había tenido un altercado con el Jefe Departamental Pedro Rodríguez por una deuda y quien no se encontraba en la ciudad, pues había sido invitado de honor, como padrino a la boda de un familiar en la vecina Tona. El asalto a la casa del alemán pudo ser controlado con la ayuda de unos amigos quienes lo apoyaron pero no sucedió lo mismo con los asaltos y saqueos que la turba enfurecida realizó en las casas de algunos otros alemanes y varios de los socios de El Comercio y las de algunos almacenes entre ellos, los de Koppel & Schrader,  así como el del respetable señor Lengerke, quien era considerado el fundador de la actividad comercial alemana en Bucaramanga y que milagrosamente resultó ileso del ataque. Sin embargo, en desarrollo de estos acontecimientos, dos ciudadanos alemanes resultaron muertos, Cristian Goelkel y Hermann Hederich, el primero, comerciante de alta credibilidad, quien fue asesinado defendiendo sus propiedades y el señor Hederich que en ese momento ocupaba el puesto de Director del Banco de Santander. Tanto el banco como el consulado alemán, según las crónicas de la época, no fueron atacados, pero es difícil de creer, por cuanto el escudo del Imperio resultó abollado, según dicen, por algunos pedruscos que se desviaron en el fragor de la protesta.
El representante alemán, embajador del momento, redactó una acalorada protesta al gobierno del Estado Soberano de Santander, así como al Gobierno de la Unión, por la aleve agresión que sufrieron los súbditos del Imperio y los símbolos de esa nación. Afortunadamente, la situación se calmó y la representación del Imperio aceptó las disculpas del gobierno. Localmente, se tomaron medidas estrictas, primero respecto de las autoridades locales que fueron incapaces de mantener el orden y quienes fueron destituidos de sus cargos, el alcalde Collazos y el Jefe Departamental Pedro Rodríguez, así como, los responsables de las acciones delictivas a quienes apresaron y posteriormente condenaron.

La breve reseña de los sucesos del 7 y 8 de septiembre de 1879 nos ilustra sobre el primero de los motivos que llevaron a la deserción de los alemanes del país. Los hechos narrados, aunque sucedieron de manera aislada en Bucaramanga repercutieron en todas las ciudades del país e incluso en Venezuela. Los cronistas hacen el siguiente relato sobre las consecuencias de lo sucedido: “…la ciudad se vio entregada a un movimiento fatal de retroceso, los negocios se paralizaron, las empresas de todo género decayeron considerablemente y las familias que contaban con facilidades pensaron en domiciliarse en otros lugares y algunas así lo hicieron. El Banco de Santander acordó llevar a cabo su liquidación y lo propio hicieron algunas casa de comercio importantes; los alquileres de las habitaciones y tiendas bajaron hasta más de la mitad del precio que tenían antes, los trabajadores no encontraban nada en qué ocuparse y todo quedó entregado a la inacción.” Las nuevas inmigraciones que se estaban planificando quedaron definitivamente suspendidas y termino citando a Horacio Rodríguez Plata, “Valedera queda pues, la tesis de que los sucesos de Bucaramanga, más que de orden político lo fueron de carácter social y económico, de pugna de clases, toda vez que en ellos no se disputaron intereses de liberales o de conservadores, sino la preeminencia de grupos económicos, dentro de un ambiente cargado de lucha social.”  Con el pasar de los años y el desarrollo de los eventos que se fueron presentando en el viejo mundo con la ambición expansionista del Imperio en mención, paulatinamente fue desapareciendo la presencia germana en nuestro medio.