Durante el
primer cuarto del siglo pasado comenzó el auge de la educación privada en
Colombia, especialmente en las llamadas hoy, ciudades intermedias. El estímulo
a la educación se dio gracias a las políticas gubernamentales impulsadas con
visión futurista por el general Francisco de Paula Santander, quien durante su
gestión, como mandatario nacional realizó un amplio despliegue al masificar el
acceso a la educación, un siglo antes, mediante la creación de instituciones
educativas de nivel elemental y de bachillerato, como se denominaban
anteriormente los programas de educación que se impartían a la niñez y la
juventud.
Pues bien,
habida consideración de la importancia que para la vida republicana y el
porvenir del país representaban los futuros ciudadanos que se formaban en los
colegios y escuelas de la nación, el gobierno nacional instauró en 1924, la
Fiesta del Estudiante.
Esta
festividad se había establecido para que los estudiantes, en particular los de
bachillerato, tuvieran la oportunidad de realizar las actividades
extracurriculares que enriquecieran su acervo y a la vez, sirviera de solaz
esparcimiento en épocas previas a la terminación del respectivo periodo
lectivo, por esa razón la fiesta en mención fue programada durante el mes de
septiembre de cada año.
En el Norte de
Santander, dicha fiesta tuvo un buen recibo por parte de las autoridades
académicas, quienes brindaron todo su apoyo para la realización del magno
evento, particularmente por dos razones; la primera, porque se trataba de
incentivar la mayor participación de personas en las escuelas y colegios, toda
vez que la tasa de analfabetismo en el país sobrepasaba el 50% y ello
representaba grandes problemas para su desarrollo. La segunda razón, era que no
había muchos estudiantes, razón por la cual los gastos del erario no
presentaban mayores dificultades.
Así pues, la
primera Fiesta del Estudiante se realizó de acuerdo con lo programado y resultó
bastante animada con la presencia de 57, entre estudiantes del Colegio
Provincial de San José y de la Escuela Normal Nacional de Institutores de
Pamplona, que hicieran a la capital del Departamento. En 1924, septiembre por
más señas, los traslados entre las dos ciudades eran toda una aventura. Cuando
se iba de paseo, como era este el caso, se cumplía por etapas, como quien dice
por entre las tiendas, que dicho sea de paso, eran una constante a lo largo de
la carretera que serpenteaba por entre las breñas de la Cordillera Oriental,
necesarias para abastecer de provisiones a los escasos viajeros que se aventuraban
a tales desplazamientos. La programación desarrollada por los estudiantes
pamploneses se centró en algunas actividades deportivas y culturales que se
escenificaron en las pocas instalaciones que para el efecto existían en la
ciudad. Se tiene noticia de un encuentro futbolero en la cancha donde hoy está
el Parque Nacional, sin más detalles. El retorno a Pamplona se hizo en el
ferrocarril del sur hasta la estación La Esmeralda en el kilómetro 21 y de ahí
hasta la ciudad mitrada en uno de los pocos vehículos que hacían el trayecto y
que había sido contratado previamente por la alcaldía de Pamplona para
recuperar sus estudiantes.
El entusiasmo
que produjo esta conmemoración hizo que se proyectara, desde ese mismo momento,
el evento que sería desplegado el año siguiente y que sería la visita de los
estudiantes cucuteños, en reciprocidad a sus colegas de Pamplona.
Para la
segunda Fiesta del Estudiante se había acumulado la experiencia de la primera y
por ese motivo, otras actividades de mayor relevancia fueron establecidas para
beneficio de los festejados. Durante una semana completa se realizaron los
festejos, del 21 al 25 de septiembre en la ciudad de Pamplona; sin embargo y
debido a las dificultades que presentaba realizar un viaje de esas características
nuestros aventurados estudiantes, todos del colegio Sagrado Corazón de Jesús,
emprendieron la partida el día 18 de septiembre, en una primera etapa hasta
Chinácota donde fueron recibidos como héroes por don Antonio Marcucci Colector
de Hacienda, quien les obsequió frutas y los acomodó en las instalaciones del
Colegio San Luis Gonzaga, pues al día siguiente continuarían hasta Pamplona. Es
conveniente anotar que el grupo de estudiantes iba acompañado del rector del
colegio, don León García-Herreros y cinco profesores quienes se encargaban de
velar por el buen comportamiento de sus pupilos.
En las
cercanías de Pamplona, en el sitio denominado Corral de Piedra, una comisión de
20 jinetes recibió a los estudiantes para acompañarlos hasta la entrada del pueblo,
donde una comitiva de automóviles que conducían, el gobernador, general Rafael
Valencia, el prefecto de la provincia, general Pedro Eduardo Díaz, el Alcalde
José Ángel Contreras y los sacerdotes Jesús Jaimes y José Rafael Faría, así
como los representantes de las autoridades militares los esperaban para darles
la bienvenida.
Definitivamente,
era todo un lujo y un privilegio especial ostentar la condición de estudiante y
en particular, la de futuro bachiller. Todas las manifestaciones que le
brindaban, no sólo las autoridades sino el público en general, a un grupo de
personas que por el hecho de tener una distinción que en ese momento era propia
de una élite, no dejan de asombrarnos hoy; afortunadamente esa época fue
sorteada con éxito y hoy gozamos de los beneficios que nos brinda el acceso a
una educación gratuita y obligatoria para todos, aunque surjan algunas dudas al
respecto. En la próxima entrega les contaré las peripecias desarrolladas por
nuestro grupo de jóvenes bachilleres del año 1925 en la fría ciudad mitrada.
Acompañados de
tan ilustre comitiva a su llegada a Pamplona, los estudiantes cucuteños fueron
alojados en la instalaciones del Colegio Provincial San José, regentado por los
Hermanos Cristianos, en lo que podríamos vaticinar sería el anticipo que se
esperaba de la participación de esta comunidad en la ciudad de Cúcuta y
particularmente en la dirección del mismo colegio cuyos estudiantes estaban de
visita con ocasión de la segunda Fiesta de Estudiante; festejo instaurado el
año anterior por el Gobierno Nacional para incentivar la asistencia de la niñez
y la juventud a los colegios y escuelas. Recordemos que eran 57 los estudiantes
del Colegio Sagrado Corazón, los estaban de viaje a la fría Pamplona y que ese
colegio cucuteño era una institución de carácter privado patrocinado y a la
vez, subsidiado por el sector oficial, que por esa época tenía una asignación
presupuestal que le permitía contribuir a los gastos que demandara la
educación, cuando ésta era prestada por instituciones privadas.
A la entrada
del colegio Provincial, los cansados estudiantes fueron recibidos con discurso
incluido por parte del padre Faría al que respondió el rector León
García-Herreros y cuando creían que la bienvenida había terminado, apareció la
Banda Municipal para ofrecerles una retreta justo frente al edificio principal
del colegio, de manera que tuvieron que soportar con estoicismo juvenil las
notas que con gran entusiasmo les brindaba la orquesta dirigida por el maestro
Celestino Villamizar, ilustre director de la organización musical. Imagínense
ustedes al grupo de nuestros muchachos calentanos, con saco y corbata, tal vez
prestados para muchos de ellos, en el gélido atardecer pamplonés, después de
largas horas de viaje en un vehículo modelo de los años 20, posiblemente un
modelo T de Ford, acondicionado como autobús, por la destapada carretera a
Pamplona; afortunadamente el programa terminó con la retreta y con la
acomodación en sus respectivos alojamientos para finalizar con una frugal cena
que compartieron con sus colegas del colegio anfitrión. No hubo salidas ni
“voladas”, en parte por el cansancio producido más por las manifestaciones de
bienvenida, a la que no estaban acostumbrados que por las circunstancias
propias del viaje.
El día
siguiente no fue menos intenso. Después de la santa misa, que por entonces era
de obligatoria asistencia diaria en los colegios de la congregación de los
Hermanos Cristianos, incluidos feriados y dominicales a los que había que
asistir con el uniforme de gala, la Alcaldía había organizado un desfile con
carrozas alegóricas a las bellas Artes y otras actividades, cada una de ellas
presidida por su musa respectiva. Así pues, la primera, encabezada por la bella
Hortensia Camargo representaba la “Juventud espigando los campos de la Ciencia
al amparo de la religión católica”, le seguían las carrozas alegóricas a las
Bellas Artes así: la imaginación creadora presidida por la musa Margarita
Gallardo, la música por la hermosa Victoria Leal, la poesía cuya musa estuvo
representada por la agraciada Teodolinda Bueno, la pintura representada por la
guapa Rosa Bautista y cerrando el cortejo, la musa de la escultura la no menos
atractiva Josefina Torrado. El desfile se realizó desde el Provincial siguiendo
la Calle Real hasta el Palacio Episcopal donde fueron recibidos por Monseñor
Afanador y Cadena y a quien le ofrecieron la adhesión de la juventud
estudiantil en alocución que le ofreciera el joven Pedro Antonio Prada a nombre
de sus compañeros y en general, de todos los estudiantes. Ya entrada la noche,
los estudiantes fueron trasladados a su lugar de residencia bajo la estricta
vigilancia del personal de profesores que los acompañaban.
El miércoles
22 de septiembre se programó una jornada deportiva en las horas de la mañana.
Se organizaron unos partidos de fútbol y básquetbol y finalizando la mañana
realizaron una becerrada, durante la cual los más arriesgados mostraron sus
dotes con el capote aunque varios recibieron más revolcones que aplausos.
Antes del
almuerzo, se presentó una comisión del Concejo Municipal para saludar a los
excursionistas y entregarles el Libro de Oro de la ciudad, en el cual se
mostraba el registro fotográfico de los principales monumentos y los edificios
más importantes. La entrega del documento fue formalizada por el presidente del
Cabildo Francisco Lamus Lamus y respondida por los agasajados en la persona del
profesor Luis Eduardo Romero. En las horas de la tarde visitaron el Museo
Diocesano y fue el padre Rochereaux el encargado de explicar el significado de
cada una de las especies allí exhibidas. Seguidamente continuaron su periplo de
conocimiento de las actividades industriales locales visitando la Fábrica de
Hilados y Tejidos y la Cervecería Parra. A las cuatro de la tarde, sus
compañeros del Colegio Militar San Tarcisio ofrecieron una Revista Militar en
la plaza principal del pueblo.
Se despidieron
el día 23, pues tenían programado entrar de visita a Bochalema en donde el
alcalde Carlos Julio Cote se había comprometido a recibirlos y brindarles la
alimentación, así mismo, consiguió alojarlos en casas particulares donde
tuvieron la oportunidad de intercambiar vivencias con los residentes. Al día
siguiente, el viernes 25 ya de regreso, cerca de Los Vados, en el puente Caldas, uno de los automotores se volcó y en
el accidente resultó muerto el estudiante Juan Maldonado Romero y heridos otros
cuatro sin mayores consecuencias, salvo que este acontecimiento enterró
definitivamente la realización de excursiones y por ende, la celebración que
tan exitosamente se había adelantado en el pasado. En los años siguientes, la
Fiesta del Estudiante fue languideciendo al punto de desaparecer por completo
de la agenda tanto oficial como de los colegios. Sólo con la modernización de
la educación y la presión de la Comunidad de los Hermanos Cristianos se logró
la oficialización del Día del Estudiante, el 15 de mayo, fecha en el santoral
de la celebración de San Juan Bautista de la Salle, patrono de la Congregación.
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