En el transcurrir de las
actividades de una empresa, se van presentando situaciones que con el correr de
los tiempos se tornan anecdóticas y son recordadas, a veces en serio y otras en
broma. Variadas fueron y las recuerdo con especial cariño, algunas de ellas
sucedidas en la Corporación Financiera del Oriente, en los comienzos de sus
operaciones cuando las gestiones no estaban sistematizadas y por lo tanto, la
dependencia de los computadores no era tan esclavizante como lo es hoy en día,
sino que muchas, por no decir que casi todas, eran aún manuales. Decía, en la
crónica correspondiente, que el tesorero
y encargado de la cartera y por ello de las cobranzas, era un caballero, que no
lo era tanto, llamado César Ramírez. Era un Contador Público Autorizado, de esos
que habían obtenido licencia a punta de experiencia o más bien en la
universidad de la vida. Tenía una particular manera de ser, pues era, como
dicen ahora los psicólogos, maníaco-depresivo, lo que lo tornaba, la mayor
parte del tiempo, irascible al límite de la grosería. En alguna oportunidad, se
le hizo un estudio para financiarle su primera máquina, verdaderamente
industrial, a un empresario que apenas
comenzaba sembrando sus primeros pinitos en el sector editorial y que hoy es
una empresa reconocida en ese medio, quien con su visión futurista decidió
bautizar con el nombre de Nueva Granada. El joven empresario, estaba en una
etapa de la vida, que había terminado su aventura en el ciclismo competitivo,
había competido en varias Vueltas a Colombia y tal vez, pues no recuerdo a
ciencia cierta, en algunas Vueltas al Táchira y estaba dispuesto a “colgar la
bicicleta” y dedicarse al oficio que había aprendido. Tenía un pequeño taller,
si así puede llamarse, a una tarjetera manual que tenía instalada en la sala de
su casa, en la calle del camellón del cementerio, para más señas, en el puro
frente del restaurante de la “Turra Petra”.
Habíamos sido compañeros de
andanzas y de equipo, en mis años mozos, razón por la cual, lo conocía y sabía
de sus capacidades, así que no fue difícil establecer un planteamiento
financiero que le permitiera crecer en el ramo y con una buena financiación se
logró que la Corporación le aprobara un crédito, en esa época por una suma
cercana a los veinte mil pesos para la adquisición de una imprenta Chandler,
alemana, de segunda mano pero en buenas condiciones, la que sería, como lo fue
en la realidad, el despegue de una gran empresa como lo es en la actualidad.
Hasta aquí, no parece que haya anécdota alguna, salvo la de presenciar el
nacimiento de una empresa que hoy debe estar cumpliendo más de cuarenta años.
Lo anecdótico tiene que ver con el proceso de perfeccionamiento de la operación
crediticia y su posterior remate. Como se podrán imaginar los lectores, los
veinte mil pesos de la época, constituía una suma importante, así que nuestro
empresario debía ofrecer una garantía que le permitiera a la entidad financiera
tener la seguridad sobre la devolución de su dinero, así que planteó la
alternativa que su progenitora, que era una persona con recursos, le sirviera
de codeudora, lo cual fue aceptado sin mayores reparos. Cumplidos los trámites
de rigor, el día de la entrega del cheque, el empresario fue con su codeudora a
recibirlo de manos de don César Ramírez quien de manera lacónica le dijo que
esperaba que fuera responsable en el pago de sus obligaciones y que esperaba
“no tener que cobrarle a su madre” en caso de incumplimiento.
Les aseguro, que Omar
Peñaranda Salamanca, como se llamaba el empresario, se sintió tan ofendido que
casi se produce un altercado. Afortunadamente, los ánimos lograron calmarse y
lo que hoy conocemos, es historia.
Claro que esa no fue la
única “metida de pata” del sujeto en mención. Era famosa su forma de cobrar, a
quienes se demoraban. Llamaba por teléfono al cliente y sin ningún recato le
decía, “oiga gran..*#&%*/”&#, ¿cuándo es que va venir a pagar? ¿Ud.
Cree que esto es una entidad de beneficencia?
Para quienes lo conocían,
alguna cosa le respondían, pero los nuevos, por lo general se quejaban ante el
presidente, el ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien le acolitaba sus
acciones, no sé, bajo qué argumentos, pues él era todo un señor; el hecho es
que la estrategia funcionaba y los morosos venían a ponerse al día más temprano
que tarde.
Para cerrar esta crónica,
una anécdota más de la Corporación Financiera del Oriente. Cuando comenzó a
promocionarse la constitución de la Fábrica de Juguetes NACORAL, de la cual
escribí una crónica a comienzos de este año, varias personas me pidieron
consejo para la compra de las acciones de esta compañía y yo las desanimaba.
Aunque esta posición puede interpretarse como desleal, pues era funcionario de
la Corporación, la razón de mi posición, siempre fue clara y así se lo
manifesté al ingeniero Pérez Escalante, toda vez que el socio español, promotor
de la iniciativa, José María Del Moral, había tenido una actuaciones que no
fueron claras, en otras ciudades del país donde había participado de proyectos
similares y todos con resultados negativos. Aún con insinuaciones de
funcionarios de la Oficina Matriz del SENA en Bogotá, quienes dudaban de la
idoneidad del hispano, fue posible convencer al presidente de la compañía para
que revaluara su posición con respecto a este señor.
La respuesta, que siempre me
causó extrañeza, fue que lo que le interesaba a la institución, era la
experiencia que la persona en mención tenía para el desarrollo de la empresa;
que las demás operaciones podrían controlarse. Finalmente el proyecto fracasó y
algunas de las personas a quienes les recomendé no se metieran en esa
inversión, aún me lo agradecen.
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