domingo, 29 de mayo de 2016

CURAS INSIGNES: DEMETRIO MENDOZA


Desde el mismo momento del primer viaje de Colón, en parte para demostrar que el planeta no era plano sino redondo, los tripulantes de las carabelas que emprendían las dichosas aventuras, iban acompañados de Dios, personificado por sus representantes en la tierra, los frailes, curas o sacerdotes cuya meritoria labor consistía en darles esperanzas a los marineros y evangelizar a los impíos indígenas que se encontraran por el camino.
En todos los países que hoy configuran la América Latina, la Iglesia Católica ejerció una asfixiante autoridad sobre todos los estamentos del poder, fuera éste civil o militar. Durante años o más bien siglos, los representantes de la Iglesia eran el verdadero poder y quienes, en últimas, tomaban las decisiones y ejercían sus atribuciones de manera intransigente, aún después de eliminada la famosa Inquisición, tribunal que tenía todas las atribuciones para ejercer la mas despiadada justicia si no se ajustaba a los cánones y los procederes establecidos por la Santa Madre Iglesia, de los cuales los párrocos eran sus supremos ejecutores.
Superado el ciclo colonialista de la madre patria y adentrado el siglo XX, el rezago de las pretensiones clericales continuó imponiéndose, aprovechando la ignorancia popular y las necesidades de detentar un poder que venía en decadencia paulatina y que no se resignaban perder. En las ciudades colombianas, en todas ellas, el párroco era durante la primera etapa de la llamada República, quien mandaba, muy por encima de las autoridades civiles locales, quienes debían someterse a sus designios, so pena de verse rendido al escarnio público, mediante homilías mordaces y cáusticas lanzadas desde los púlpitos, cuando consideraban que actos o actitudes contrarias a las enseñanzas católicas se producían o eran patrocinados por los mandatarios.
En la ciudad fueron famosos dos curas que dominaron el panorama local y regional durante más de la mitad del siglo XX y quienes merecen especial consideración habida cuenta de su vasta influencia en el devenir de nuestra capital y cuya memoria aún conservamos presente, pues a pesar de sus intransigencias, estamos seguros lo hacían pretendiendo el bienestar y la prosperidad colectiva, así sus acciones, fueran muchas veces consideradas intolerantes y sectarias.
El primero de ellos es el sacerdote eudista José Demetrio de Jesús Mendoza Rueda, a quien cito con todos sus nombres, pues sus merecimientos fueron muchos a pesar de su recia personalidad y de, una que otra acción, que no podemos catalogar propiamente como ‘cristiana’. Nacido en el ‘Pueblo de Cúcuta’, llamado así, el conocido hoy como barrio San Luis, en aquel entonces corregimiento, el 3 de enero de 1872 y bautizado en la parroquia del lugar doce días después, hijo legítimo, había que decirlo así, de Rafael y Clemencia. Fungieron como padrinos Facundo Pineda e Isabel Rueda, su tía; impartió el sacramento, el párroco de entonces Cruz Alejandro Sierra. Puede decirse que era de familia de la clase media, dueños de una estancia o finca que les producía lo suficiente para el sostenimiento de las necesarias obligaciones sociales y le permitía un modesto vivir.
Huérfano a temprana edad, quedó al cuidado de un hermano medio de quien aprendió el oficio de alfarero, mientras estudiaba en la escuela primaria y fue precisamente allí, donde encontró su vocación, gracias a los buenos oficios de su maestra Margarita Granados quien, además de prepararlo, le consiguió el apoyo necesario para que el Vicario Capitular de la diócesis de Pamplona, monseñor Antonio María Colmenares lo acogiese en su casa y lograra el patrocinio de su tío Francisco Mendoza y de Juan Antonio Carvajal para que fuera aceptado en el Seminario Mayor de esa ciudad, regentado por la comunidad de los Padres Eudistas. A la edad de 21 años recibió la consagración como “cura de almas”, el día de la Virgen, 8 de diciembre de 1894.
A Cúcuta llegó como Vicario de la Parroquia de San José, el 5 de noviembre de 1905 y su principal acción fue la de reconstruir el templo que permanecía en estado deplorable desde el día del terremoto ocurrido treinta años atrás.
Hombre corpulento debido en gran parte al trabajo físico que ejerció durante sus años jóvenes en el agro, fue uno de los atributos que más le ayudó en la dura tarea de imponer su respeto y autoridad. Los cronistas de la época argumentaban que añoraba no haber vivido en el tiempo del fraile Savonarola, Prior del Convento de San Marcos  en la Florencia medieval, “para imponer su ley y convertirse, como en efecto lo consiguió, en el jefe de la Iglesia y de la Administración Municipal, cuyos funcionarios nombraba y removía a voluntad y les imponía sus normas de conducta en todos los órdenes, ya fuesen personales, familiares o de cualquier otra índole”.
De la misma manera se decía, que “de haber vivido  en tiempos de Isabel la Católica, tal vez hubiera sido o su confesor o por lo menos, secretario de Fray Domingo de Torquemada y el más estricto y eficiente asesor de este impávido, desalmado y memorable personaje”. Pero así como lo elogiaban por sus capacidades físicas o intelectuales, también ponían en duda ciertos saberes, cuando se comentaba, que “en honor a la verdad, no era un hombre de conocimientos enciclopédicos” y que “su biblioteca debía ser muy raquítica”.
En lo personal era un fiel o más exactamente, un fanático cumplidor de sus juramentos, de sus votos y de su palabra. Por consiguiente, “nada de ‘Curindios’ que es como llaman en el Huila a los hijos de cura e india. Era inconmovible en su fe y en sus convicciones políticas, así como de temperamento genéticamente intransigente.
Muchos enemigos se ganó por no querer bautizar infantes que no fuesen fruto de matrimonio católico o por no pertenecer al partido político que capitaneaba este ministro de Dios,  razón por la cual, muchos colombianos nacidos de este lado de la frontera debieron ser bautizados como venezolanos en Ureña, San Antonio o San Cristóbal. Pero fuera de estos ‘minúsculos detalles’ es necesario reconocerle que ejercía severa vigilancia sobre su grey y que no escatimaba esfuerzos ni miramientos contra los pecadores, incluidos sus propios copartidarios, como  José Rafael Unda, el general Agustín Berti y otros políticos de las brigadas azules, quienes competían en lides donjuanescas y pretendían ejercer el ‘derecho de ‘pernada’ en los dominios de su parroquia.

Veníamos diciendo que el padre Demetrio Mendoza no ahorraba ‘baculazos’ cuando, a su juicio, debían serle administrados a quienes infringían la ley de Dios o quebrantaban los postulados partidistas de las toldas azules. Eran reconocidos como los hombres más poderosos de la ciudad, el padre Mendoza, don José Agustín Berti y don Nicolás Colmenares, por lo tanto, cada cual trataba de mantener una posición que los hiciera acreedores de ese reconocimiento y a pesar de sostener una pugna constante, sus relaciones siempre se mantuvieron dentro de las más cordiales armonías.
Don Agustín quien era un hombre afable y de indiscutible simpatía, inteligente, sutil y de una sagacidad profunda, cualidades que le permitían esquivar o por lo menos lidiar las andanadas que muchas veces, le propinaba el padre Mendoza en sus homilías de los domingos. Era don Agustín, senador vitalicio, cuando esa figura aún existía en el ordenamiento político del país y lo más importante, era el presidente de la compañía del Ferrocarril de Cúcuta, una de las empresas más importantes del país, la tercera ferrovía del país, que había entrado en funcionamiento el 30 de junio de 1888, después de los ferrocarriles de Panamá y de Antioquia. Además, propietario de El Casino Berti, establecimiento de rancho y víveres, no casa de juego como lo creen algunos, lugar donde se vendían “los mejores manjares del mundo”, como los quesos holandeses, los dulces abrillantados de España, turrones italianos, chocolates suizos, vinos franceses y los famosos dulces de platico de ‘donde los Berti’.
En el teatro Guzmán Berti, también de su propiedad, se dice que mandó grabar, en el pórtico del escenario aquella memorable frase latina, que todos quienes asistimos algunas veces recordamos y que, al parecer fue una réplica al padre Mendoza, por las constantes amonestaciones contra la exhibición de algunas películas, decía la frase, ‘Canendo et Ridendo Corrigo Mores’, que traducida significa ‘Cantando y Riendo corrijo las Costumbres’.
Quiero aclarar que como era de norma en ese entonces, el teatro tenía su Junta de Censura, con principales y suplentes y como es de suponer, el padre Mendoza era miembro principal en compañía de Jorge Ferrero, Rodolfo Faccini, José Rafael Unda, Elías M. Soto y Andrés B. Fernández. No figuraba, ni siquiera entre los suplentes, don Nicolás Colmenares por la sencilla razón de su filiación política, era liberal.
Para ilustración de mis lectores, transcribiré algunos fallos de esta Junta; “Pueden exhibirse las siguientes películas:… Peces diminutos en el mar, Perico el Travieso,… En cuanto a la película, Un drama en el fondo del mar, puede exhibirse, siempre y cuando se supriman las escenas en que hay besos de novios.”
Como los roces entre estos dos personajes eran frecuentes, los fieles asistentes a las misas dominicales estaban siempre atentos a los sucesos de la semana y cuando se presentaban situaciones de discordia entre ambos, era sermón seguro, así que ese domingo la asistencia se multiplicaba, sólo para escucharle la lengua al cura.
En una oportunidad y producto de una discordia, el padre Mendoza comenzó su homilía haciendo alusión a la parábola del sembrador escrita en el evangelio de San Mateo. Cuando menciona que las semillas cayeron entre espinas y éstas las ahogaron, miraba directamente a don Agustín. Más adelante continuó diciendo, “alguien que me escucha” y miraba a don Agustín, “es terreno enmalezado y lleno de espinas que pretende, simultáneamente servir a Dios y dar satisfacción a sus pasiones.” Acabado el sermón y la misa, fue don Agustín a la sacristía y le dijo al religioso: “Padre, estoy verdaderamente conmovido por el sermón tan maravilloso. ¡Qué elocuencia, padre! Goza, su reverencia de ese don que hizo tan irresistible la palabra de otros iluminados y que repercute y conquista la inteligencia y el corazón de quienes la oyeron. Déjeme felicitarlo con toda sinceridad.” No sabemos cómo asimiló el sacerdote estas palabras, sólo se sabe que los ánimos se calmaron, por lo menos durante un tiempo, hasta que  algún otro suceso se presentara.
La importancia del padre Mendoza podría llenar páginas enteras, sin embargo no es mi intención extenderme en sus ejecutorias, todas meritorias, entre ellas algunas que ya mencionamos en crónicas anteriores, como lo fue su participación en la presencia de la comunidad de los Hermanos Cristianos, en la ciudad y su gran contribución a la creación del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús. Durante toda su gestión al frente de la Parroquia de San José, se protagonizaron hechos, algunos de ellos escandalosos como el ocurrido el 22 de julio de 1923, cuando los jefes del Partido Liberal solicitaron al gobernador Víctor Julio Cote, el permiso para efectuar un Bazar Liberal en el Parque Colón, con el fin de recaudar fondos para las campañas políticas que se estaban programando. El permiso fue concedido por el mandatario, pero el padre Mendoza, consideró inconveniente la actividad y de inmediato organizó una manifestación en el atrio de la iglesia, con tanta gente que se llenó el Parque Santander. El tumulto se dirigió a las instalaciones de la gobernación, dos cuadras más arriba, a exigir la suspensión de dicho acto. Las directivas liberales, conformadas por los generales Emilio López P. y Leandro Cuberos Niño decidieron abstenerse de realizar el bazar y así resolver el problema, tanto al padre Mendoza como al gobernador.
Otro de los actos bochornosos que causó consternación, no solamente entre la población sino a las autoridades mismas, se suscitó el primero de enero de 1924 cuando anunció ante las autoridades civiles y militares y los fieles que llenaban la iglesia para asistir al Te Deum, que éste no se cantaría y que sería remplazado por un Miserere, debido a los constantes y reiterados ‘ataques de la prensa liberal a la religión y sus representantes.’ A regañadientes, unos y otros, permanecieron en el templo y entonaron la función litúrgica del Salmo 50, en la práctica, pidiendo perdón por los desafueros que el padre Mendoza consideraba, ofendían a la Religión y a la Iglesia. 
A partir de este momento, comienza la decadencia del levita, por cuanto el malestar generado comenzó a generalizarse entre las gentes de las distintas condiciones y sus actuaciones futuras terminarían condenándolo al ostracismo, como efectivamente sucedió y que comentaremos en la próxima entrega.
Veníamos relatando las actividades que eran desarrolladas en la ciudad por distintas personalidades que, a su vez, mantenían una relación, directa o indirecta, entre sí y que, de cierta manera, pasaban por la mirada inquisidora de la Iglesia, o mejor, del padre Demetrio Mendoza, quien al fin, decía la última palabra. El ocaso, decíamos en la anterior crónica, había comenzado el primer día del año 1924, por la impertinente y unilateral decisión del sacerdote de modificar  el programa, al remplazar la oración del Te Deum, que es una plegaria de agradecimiento, por el Miserere, una invocación de compasión, que usualmente se acostumbra a rezarle a los difuntos.
En la ciudad y el país, se venían gestando movimientos políticos y sociales que copaban buena parte del tiempo de los ciudadanos, en especial el de aquellos más acomodados, quienes buscaban mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, bien fuera mediante la creación de instituciones que orientaran estas acciones o a través de la divulgación de las mismas, de manera que la opinión pública conociera lo que estaba haciéndose en su beneficio. Ya desde el comienzo de su ejercicio como párroco, el padre Mendoza había creado instituciones como la Gota de Leche, que servía en la alimentación de los niños de las escuelas católicas de la ciudad, con el apoyo y colaboración del comercio, quienes lo patrocinaron durante varios años, hasta que el gobierno departamental decidió aprobarle un auxilio oficial con ocasión del homenaje que se le tributó por la celebración de sus bodas de plata sacerdotales en el mes de septiembre de 1919, mediante Ordenanza 55 de 1927, es decir, ocho años después; la Confederación Obrera de San José, organizada para el cuidado y la defensa de la religión y en la cual se dictaban cursos de capacitación y orientación a los jóvenes, en materias relacionadas con la fe. Esta última, fue la respuesta que lanzó la Iglesia para contrarrestar el avance que en este sentido había iniciado la Sociedad Gremios Unidos, al presentar programas de educación para jóvenes que no eran aceptados en las instituciones católicas por las condiciones que en ese momento se consideraban contrarias a las creencias religiosas del catolicismo.
Para la divulgación de las actividades de la parroquia, el 8 de diciembre de 1914, el padre Mendoza había organizado un periódico semanario que llamó El Granito de Arena, al parecer, porque no le gustaba la forma cómo los periódicos de la época informaban, especialmente las actividades desarrolladas por él o por la Iglesia en general. Tal vez, lo que más incidió en esta decisión, correspondió a la noticia de la inauguración que se hiciera de la estatua de la heroína Mercedes Ábrego, en el parque que lleva su nombre, el 13 de marzo de 1913 y que se develó el busto con una fervorosa y patriótica oración que fue muy aplaudida por los asistentes y comentada muy favorablemente por los periódicos de la ciudad, en especial por Sagitario, que era el más leído y que muy a su pesar, no gustó al sacerdote. Mientras tanto, otros diarios y semanarios fueron apareciendo, como La Tarde, Comentarios, Sarcasmos, de carácter humorístico salpicado de críticas mordaces a los gobernantes locales y regionales, Bandera Liberal, que solamente duró tres años, pues Sixto Epiménides Sarmiento, su fundador, tuvo que clausurarlo por las presiones del gobierno conservador pero que no se dejó amedrentar y al día siguiente reapareció con el nombre de La Mañana y que vino a constituirse en la causa del desplome de nuestro personaje, el padre Demetrio Mendoza.
La pelea interna en el partido de gobierno auspiciada por Laureano Gómez en contra del presidente Marco Fidel Suárez, tuvo una amplia repercusión en el periódico de don Sixto y que al parecer no le gustaba al padre Mendoza, razón por la cual, La Mañana venía siendo particularmente agredida, desde el púlpito, en los sermones dominicales y desde las columnas de El Granito de Arena.
La Mañana había bautizado, desde hacía algunos días,  al padre Mendoza como ‘el Amo de la Parroquia’ y este calificativo no le gustaba en lo más mínimo al sacerdote y para colmo de males, en su edición del 25 de marzo de 1925, decidió publicar una caricatura, que fue la gota que rebozó la copa, pues el padre Mendoza resolvió tomar las vías de hecho para resolver, de una vez por todas, la desagradable situación.
Después de una agitada deliberación interna y de una extensa consulta con los libros sagrados, encontró el camino de la liberación de su espíritu en la epístola de San Pablo a los Efesios, Capítulo 6, v. 10, 13 y organizó la que llamó la Expedición Punitiva.
La incursión fue planeada de manera milimétrica por los componentes de su Confederación Obrera de San José, quienes eran sus ‘soldados’ en el resguardo de la religión y que defenderían a su director espiritual a quien los impíos habían convertido en ‘rey de burlas’. Reunidos en su sede de la calle 10  entre avenidas 4 y 5, estaban a unos doscientos metros de la imprenta de La Mañana, ubicada en la calle 10 entre las avenidas 6 y 7. La reunión, en la cual se planificaba la ofensiva, fue fijada para el día 27 de marzo, de manera que al amanecer del día siguiente todo estaría consumado. Fueron 16 los hombres que tomaron parte del operativo, todos vestidos con atuendos similares a los utilizados por la Policía. Dos de ellos se ubicaron en cada una de las esquinas opuestas para evitar el paso de gentes no autorizadas, por el lugar y los otros doce, provistos con sus ‘herramientas de trabajo’ se dedicarían a destrozar las máquinas y demás implementos de su labor diaria. La tarea estaría concluida cuando todos los desperdicios estuvieran en la calle, en una extensión suficiente para demorar varias horas en reunirlos, según lo habían establecido en su programación y que obedecía a lo escrito en el Libro de Los Reyes Cap.15: “Sin perdonar nada, sin codiciar nada y sin apropiarse de nada”. De esta operación resultaron afectados, además de don Sixto E. Sarmiento, propietario del periódico, los usuarios del Ferrocarril y Tranvía, toda vez que por la calle diez frente al rotativo, estaban los rieles que permitían su desplazamiento. La parálisis del tren duró varias horas y con la ayuda de los empleados de la compañía del Ferrocarril se pudo despejar la vía y colaborar en la organización de los chibaletes y los tipos de la imprenta de La Mañana. A mediados del año siguiente, el padre Mendoza fue trasladado a Chinácota, después a Lebrija, a Málaga, Floridablanca y finalmente a Bucaramanga donde terminó su ejercicio sacerdotal, en 1943 cuando había cumplido 71 años. Debido a su precario estado de salud, los médicos le recomendaron un clima más benigno, por lo cual, el obispo Afanador y Cadena lo trasladó a Cúcuta, donde murió a los 81 años de edad, el 28 de mayo de 1953.
El párroco de la iglesia de San José, Daniel Jordán, ordenó la inhumación del combativo sacerdote en esa iglesia, en cuya lápida, de color gris pálido, sólo se lee su nombre Demetrio Mendoza. Apóstol de Cúcuta.


LA CARICATURA DE LA DISCORDIA

La presente crónica fue extractada del libro escrito por el doctor Alirio Sánchez Mendoza, ‘El Amo de la parroquia’. La caricatura, eje central del escrito, publicada en el diario La Mañana, en 1925, también fue extraída del citado documento.
El padre Mendoza, como veníamos diciendo, era de carácter fuerte y de posiciones intransigentes, pues tenía la convicción propia de los representantes de Dios en la tierra, en los tiempos en que éstos eran los amos y señores de todo aquello que deambulara por el ancho y amplio mundo conocido de entonces. Baste recordar que, hasta no hace mucho, la Iglesia o mejor el levita, había establecido que en el templo no debían mezclarse, tal vez por inconveniente, hombres y mujeres, pues a los ojos de Dios o mas bien de los hombres, constituía tentación, como aún hoy subsiste en algunas religiones extremistas del mundo.
En la iglesia de San José, hoy elevada a la categoría de catedral, como en todos los templos importantes del cristianismo, su distribución física había sido construida sobre la base de tres naves, cada una con su correspondiente puerta y su altar mayor emplazado hacia el oriente. Es la constante en todas las catedrales de la edad media, que se dice basaron su construcción en el conocimiento que los maestros constructores del templo de Salomón, aplicaron y que posteriormente originó, en las postrimería de la edad media, la aparición  de la francmasonería.
Así pues, era la norma que en la iglesia de San José, en los tiempos del padre Demetrio Mendoza, los hombres se situaban en la nave norte y las mujeres del lado sur, muy seguramente para seguir los antiguos consejos de algún jerarca que había establecido coloquialmente aquel dicho que rezaba ‘entre santa y santo, pared de calicanto’. Las señoras y señoritas debían llevar la cabeza cubierta con una mantilla y vestidas con trajes de mangas largas hasta la muñeca y falda hasta el pie o a media pierna, a lo sumo. En las procesiones, iguales recomendaciones debían observarse pues cada uno de los géneros debían ir por la acera correspondiente, separados por el ancho de la calle y por los altos dignatarios del Clero, del Gobierno, de los colegios  y del ejército que eran quienes cerraban el desfile.
La figura del padre Mendoza, se antojaba imponente a la vista de sus feligreses. Dicen sus biógrafos que el sacerdote tenía una estatura aproximada de un metro con setenta y cinco centímetros y debía pesar unos ciento diez kilos. Por su vida muelle y sus gustos exquisitos por las finas y delicadas viandas, había ido adquiriendo una cintura exuberante y voluminosa que era aumentada por el ancho cinturón pastoral y la sotana negra distintiva de los sacerdotes de la época, ajustada al cuello, cuidadosamente almidonado y que hacía resaltar su voluminosa papada y su abultado cogote. Así había ido descuidando su silueta que en sus años jóvenes era atlética y robusta, debido a la práctica de las labores que ejercía desde antes de su ingreso al seminario, donde olvidó que el cuidado constante del cuerpo y no solamente de su alma, era sinónimo de salud y de larga existencia, algo que lamentaría en el ocaso de su vida. 
Y fue, precisamente por esa razón, que apareció la caricatura que originó la principal desavenencia con sus contradictores, pues, a pesar de tratarse de una viñeta sin mayores críticas, la que pudiéramos decir que representaba la figura del prelado mostrando sus facciones más destacadas, no fue así interpretada por él y que en últimas, generó el pleito que originó la que sería, tal vez, la más grave de sus ofensas.
En las crónicas ‘Dos Curas Insignes’ se ilustran detalladamente los acontecimientos sucedidos a raíz de la publicación de la mencionada ilustración, la cual aparece al final de este escrito, así que sólo mencionaré el suceso muy brevemente, para quienes no tuvieron la oportunidad de leer los comentarios citados; el 25 de marzo de 1925, el diario La Mañana publicó la caricatura del padre Mendoza, lo que despertó la santa ira del prelado, así que organizó una ‘expedición punitiva’ contra el periódico y con la ayuda de los colaboradores de su Confederación Obrera de San José, destruyó los enseres de la imprenta, esparciéndolos por la calle, lo que originó además, la parálisis del transporte férreo y de tranvía, el cual sólo pudo restablecerse horas más tarde, cuando entre trabajadores de ambas empresas lograron recoger el producto del desorden.

La caricatura, que no tenía ningún objetivo específico, salvo la de ilustrar el artículo que don Sixto E. Sarmiento había escrito sobre el padre Mendoza, en el que lo califica de ‘amo de la parroquia’ fue dibujada por don Francisco Lacruz de quien se afirma era un agudo, hábil, discreto y ocasional dibujante al que eventualmente le publicaban sus bosquejos, por solicitud del director mismo. Para evitar suspicacias y salvar entuertos firmaba sus dibujos con el seudónimo de Lacroix, traducción al francés de su apellido, que dicho sea de paso, no le quedaba difícil a la poca audiencia del periódico suponer de quién se trataba.

Nota del autor:
La fuente de esta crónica es el libro del médico Alirio Sánchez Mendoza: DEMETRIO MENDOZA, EL AMO DE LA PARROQUIA.



martes, 1 de septiembre de 2015

FIESTAS CONJUNTAS COLOMBO VENEZOLANAS

Fiestas conjuntas colombo venezolanas
NOTA DEL AUTOR:
Aprovechando la actual coyuntura, originada por el cierre de la frontera, situación inédita, aún en las peores circunstancias dictatoriales del pasado, recordaré a mis lectores, algunos sucesos de cuando las relaciones con nuestros vecinos eran cordiales.

Antes de que se asentara la democracia plena en los dos países del norte de Suramérica, las expresiones de amistad y colaboración entre ambas eran frecuentes y las reuniones que se programaban revestían el mayor esplendor y se desarrollaban dentro de los términos de aprecio más sinceros. La siguiente crónica, es uno de los ejemplos más claros de este ambiente de convivencia y confraternidad que se vivía por esos tiempos no tan lejanos.
Un ejemplo más claro no puede exponerse que el sucedido el día de la celebración del aniversario de la Batalla de Boyacá en Cúcuta en el año 56. El lugar, los cuarteles del Batallón Santander en el sitio denominado El Resumen, que era un inmensa hacienda al sur de la ciudad, parte de la cual se cedió a la Nación para instalar allí las tropas del Ejército Nacional. Dicen las noticias que la celebración de ese día resultó “imponente y espléndida” y a ella asistieron, el gobernador del departamento Gonzalo Rivera Laguado en compañía de todos los secretario del despacho, toda la oficialidad del Batallón No. 15 Santander al mando del Teniente Coronel José de Jesús Guzmán Aldana, el comandante de las Fuerzas de Policía (que era como se llamaba a la Policía Nacional entonces) capitán Luis A. Godoy con todos sus oficiales, el Contralor Departamental Enrique Arámbula Durán, el alcalde (en esos momentos era Alcalde Mayor) Isidoro Duplat y sus secretarios, el Cónsul General de Venezuela Nicolás Cárdenas Ruiz y numerosos y distinguidos invitados así como los alumnos de los planteles educativos de la ciudad con sus estandartes y bandas marciales y el personal de tropas del ejército y la policía. Estos eran los representantes por Colombia al celebérrimo acto, mientras que por el gobierno y las autoridades de Venezuela asistieron, el gobernador del Estado Táchira Antonio Pérez Vivas, los comandantes y principales oficiales de la Fuerzas Armadas de Venezuela, acantonados en las poblaciones fronterizas de San Cristóbal y San Antonio, así como el Jefe de la Sección Política del Táchira Luis Andrés Rugeles acompañado del Cónsul de Colombia en San Cristóbal el señor Rodríguez Garavito. También asistieron los directores de los principales diarios del Estado Táchira, como también los corresponsales de la prensa  caraqueña.
En estas festividades patrias, el batallón Santander aprovechó la ocasión para dar al servicio la magnífica “Plaza de Armas” que recién se había construido gracias al empeño y al entusiasmo puesto por su comandante el coronel Guzmán Aldana, que en este día en particular ofrecía un bellísimo aspecto con todos los planteles y las tropas convenientemente colocados y en perfecta formación. Como era de esperarse en un evento de esta categoría y bajo la coordinación de la milicia, el programa se cumplió con estricta puntualidad y exactitud. El programa comenzó con la izada del pabellón nacional, con los respectivos honores a la bandera, luego se procedió a la celebración de la Santa Misa. Acto seguido se cumplió la ceremonia de inauguración del busto del Libertador Simón Bolívar, obsequiado por la Fuerzas Armadas de Venezuela, encabezadas por su comandante en jefe Marcos Pérez Jiménez, ya ascendido a general. La estatua cuyo bronce fue descubierto por el cónsul general de Venezuela en la ciudad Nicolás Cárdenas Ruiz, pronunció un sentido discurso en el que destacó, en nobles palabras de confraternidad colombo venezolanas, “la exaltación de la obra que vienen cumpliendo los presidentes Pérez Jiménez y Rojas Pinilla y de justiciero reconocimiento de la inmensa tarea cumplida por Bolívar y Santander”. Al terminar su discurso hizo la entrega formal del monumento al comandante del batallón quien delegó en el mayor Álvaro Paredes, segundo comandante, la tarea de agradecer al pueblo de Venezuela, a sus fuerzas armadas y a su gobierno, el valioso obsequio que acababan de hacerle a su patria y que aquel gesto “sería en todas horas un símbolo estimulante de unidad, comprensión y de fraternales esfuerzos por la permanente solidaridad y grandeza de las dos naciones hermanas y de todos los pueblos de América que Bolívar libertó y estructuró como países soberanos.” El discurso del mayor Paredes se constituyó en una hermosa lección de historia patria para los asistentes, toda vez que se extendió sobre la obra cumplida por los héroes de la gran jornada emancipadora, obra que había que cuidar y defender como patrimonio sagrado, habida consideración de su culminación redentora que significaron los triunfos en las batallas de Carabobo, Boyacá, Junín, Pichincha y Ayacucho.
A continuación, se realizaron los actos protocolarios militares como fueron, en primer lugar, el desacuartelamiento del contingente que había terminado sus labores castrenses, a los cuales el comandante les recordó a los nuevos reservistas, “su vinculación permanente a los cuarteles y con sus jefes en servicio de la patria” y estimularlos a continuar por el sendero del bien, a capacitarse para contribuir con sus esfuerzos al mejoramiento de su país.
Igualmente, durante este acto, se realizó la ceremonia de ascenso al grado de Cabos, de los soldados que habían decidido continuar la carrera militar de suboficiales, a quienes el mismo comandante felicitó “porque han sabido rendir un esfuerzo superior en las prácticas militares y en el cumplimiento del deber.” Inmediatamente después se procedió a la entrega de los diplomas correspondientes y a la colocación de las insignias a los nuevos militares ascendidos por parte de los gobernadores del Norte de Santander y del Estado Táchira, Rivera Laguado y Pérez Vivas respectivamente y de los altos mandos militares de ambos países.

Terminados los actos magistrales en la Plaza de Armas, todos los asistentes fueron gentilmente atendidos en el salón de recepciones del Batallón No. 15 Santander, donde sirvieron copa de champaña y un bufé de alimentos ligeros. De estos episodios conjuntos, donde se exteriorizaban los acontecimientos que habían sido realizados colectivamente entre los dos países, sólo queda el recuerdo y uno que otro monumento con sus frases grabadas en el frío mármol y olvidadas por las generaciones actuales.

sábado, 23 de mayo de 2015

LAS LINEAS AÉREAS EL DORADO

1. Puede ser que nos suene extraño o tal vez desconocida la sola mención del título de esta crónica, pero algo sucedió a mediados de la segunda mitad del siglo pasado, por cuenta de esta aerolínea, puesto que algunos de los protagonistas que estuvieron vinculados a ella, tenían nexos con la ciudad o la región y en un momento determinado, se levantó una “polvareda” en torno a unas negociaciones, descubiertas muchos años después y que involucraron a personajes que tuvieron vínculos con actividades delictivas relacionadas con el narcotráfico.
Para ambientar esta singular narración empezaré por indicar que la aerolínea en mención nunca operó, que se trató de un emprendimiento más bien romántico de un personaje de mucha trayectoria y conocimiento del negocio del trasporte aéreo, con unas aspiraciones más que optimistas de organizarle a la aerolínea insignia de Colombia una competencia que además de satisfacción, le produjera réditos económicos a él y a sus compañeros de aventura.
El organizador y principal interesado en promocionar la nueva compañía era el capitán Guillermo Bernal Rubio, de quien más adelante haremos un breve relato de su vida y obra, la cual estuvo muy ligada a estos contornos. Pues bien, aprovechando el nombramiento de nuestro paisano Jorge Barco como director del Departamento Administrativo de la Aeronáutica Civil, el Capi, como le decían cariñosamente sus amigos, solicitó en audiencia, la adjudicación de la ruta Cúcuta-Miami para su nueva aerolínea. Para ello contó con la ayuda y asesoría del abogado Jaime Pérez López a quien le pagó sus honorarios con aportes de la sociedad recién creada. Parece que la relación establecida con Jaime Pérez fue meramente coincidencial, toda vez que, según nos lo contó el mismísimo abogado, se encontraron un día en el aeropuerto Eldorado y allí mismo le pidió lo acompañara a la Aeronáutica, aprovechando la amistad mutua que existía con el director de esa institución; esta situación le sirvió para continuar su labor de asesor ya que acompañó al Capi a gestionar la compra de las aeronaves que irían a prestar el servicio que le había sido autorizado.
Viajaron a los Estados Unidos a negociar con Braniff International, empresa que acababa de cerrarse, la compra de una aeronave que cumpliera con las expectativas y les permitiera operar tranquilamente, sin embargo, el City Bank no les otorgó el crédito para la adquisición del avión y tuvieron que solicitarle a la Aeronáutica una prórroga, pues llegado el caso, se les cancelaría la licencia de operación, lo cual ocurrió efectivamente pero posteriormente lograron rehabilitarla y les dieron una nueva oportunidad para la consecución de su equipo de trasporte aéreo. Esta vez se fueron a Londres, con Oliver Lara, en donde entraron en contacto con la British Air para adquirir un avión de las características del B727, lo cual tampoco concretaron, esta vez por falta de garantías económicas.
En estas condiciones Aerolíneas El Dorado Ltda. ya había invertido una buena cantidad de dinero en estudios de factibilidad, evaluación de equipos de vuelo e incluso en planos que fueron aprobados por la Aerocivil para construir los hangares en el aeropuerto Camilo Daza e instalar allí los equipos de mantenimiento de aviones tipo jet.
Por otro lado y desempeñándose en el campo de la relaciones públicas y jurídicas, el Capi había solicitado la colaboración de su viejo amigo y compañero de andanzas, el abogado bogotano Gustavo de Greiff, quien desde el momento de la constitución de la empresa ofició como presidente y las reuniones, que no fueron pocas, se realizaban en su oficina de la carrera quinta número 35-11. Allí discutían los pormenores de la que sería la competencia de Avianca durante los próximos años y se ilusionaban con los argumentos y las historias del Capi Bernal. Así estuvieron alimentando sus sueños hasta que en julio de 1975 se constituyó la sociedad Aerolíneas El Dorado Ltda. en la ciudad de Bogotá, mediante escritura pública 721 de la notaria 21 inscrita en el registro notarial el día 21 de junio de 1980. De acuerdo con las fechas que acabamos de mencionar, puede observarse que transcurrió un lapso de cinco años aproximadamente sin que se desarrollaran las actividades propias de su objeto social, que en resumidas cuentas, decía la escritura, consistía en “la explotación del negocio de la aviación en todas sus manifestaciones, como trasporte aéreo de pasajeros, aeroexpresos, carga, servicios especiales…” y todas las demás propias de la actividad y que por lo general, se escribe en las escrituras de constitución de cuanta sociedad se crea, para que no quede nada por fuera, que no pueda ser realizado dentro de su normal desenvolvimiento comercial. Cinco años después se produce la primera operación de la sociedad, se cambia de nombre por el de Líneas Aéreas El Dorado Ltda. y traslada su domicilio que inicialmente había establecido en Cali a la ciudad de Cúcuta.
Pasado este tiempo y en vista de las dificultades que se les presentaba para sacar adelante una empresa aérea decidieron buscarle comprador, muy a pesar de la oposición de su principal gestor, pero se les había agotado el presupuesto y lo principal, la paciencia.
El capitán Bernal conocedor como pocos de los secretos del negocio, se propuso establecer contactos con empresarios que tuvieran el interés de continuar con su proyecto sin desvincularlo y les propuso a sus socios abogados, comprarles sus cuotas partes, que aunque sin recursos, ya tenía a quién vendérselas.
Y aquí es, precisamente, donde comienza a enredarse la situación, tanto para los socios como para los funcionarios que intervinieron en las negociaciones que se produjeron a partir del año 80, fecha en que se realizaron las transacciones que enredaron a todos los que en ellas intervinieron.
Afortunada o desafortunadamente al único que no se le presentaron contratiempos ni inconvenientes, pues no aparece mencionado y en los pocos casos en que lo está, es el Capi Bernal y todo porque no logró ver consolidado su proyecto, ya que después de vender su participación mayoritaria con todo el dolor de su alma, falleció en el año 1986.
2. Continuando con nuestra crónica anterior, decíamos que se armó un tremendo escándalo a mediados del año 1995 cuando el entramado de la negociación de Las Líneas Aéreas El Dorado Ltda. salió a la luz pública en publicación que hiciera el periodista inglés Simon Strong de su libro Whitewash y difundido por el diario El Espectador a finales del mes de agosto. Por esa época, Gustavo de Greiff quien había sido el primer Fiscal General de la Nación y se desempeñaba como embajador de Colombia ante el gobierno mexicano, fue citado en un extenso informe especial como socio de Gilberto Rodríguez Orejuela en la mencionada aerolínea. Se argumentaba que el problema no se derivaba de la existencia misma de la sociedad, pues como es usual en estos casos, se desconocían las verdaderas actividades de los involucrados, sino que De Greiff guardó silencio al posesionarse del cargo, sin advertir sobre las relaciones comerciales que supuestamente había mantenido en el pasado. Baste lo anterior para recordar que Las Líneas Aéreas El Dorado Ltda. se habían constituido en 1975 y los socios originales habían sido su gestor y promotor, el Capi Guillermo Bernal, el abogado cucuteño Jaime Pérez López, asesor en materia de gestión ante la Aeronáutica Civil y el también abogado Gustavo De Greiff Restrepo quien se encargaba de la administración siendo su presidente desde el inicio hasta la enajenación de las cuotas partes en 1980, con un capital inicial de veinte millones de pesos del cual, la mayoría le correspondía al capitán Bernal Rubio.
Toda la algarabía surgió al constatarse la relación entre el ex fiscal y parte del clan de los Rodríguez Orejuela, pues de acuerdo con el acta XIV suscrita el 1 de agosto de 1980 y previa convocatoria del presidente de la sociedad (que era De Greiff) se reunió la totalidad de los socios, es decir, Bernal, Pérez y De Greiff, con Gilberto Rodríguez Orejuela, su esposa Mariela Mondragón de Rodríguez, su hijo Jaime Rodríguez Mondragón y el capitán Felipe Silva Barrero para realizar un intercambio  de acciones, las cuales fueron adquiridas por un nuevo socio, el periodista Alberto Giraldo y consignado posteriormente en la escritura pública 2609 del 30 de septiembre de 1980, corrida en la notaría 21 de Bogotá.
Por supuesto que De Greiff y Jaime Pérez negaron de inmediato cualquier relación con los mencionados, afirmando no conocerlos y no haberse reunido con ellos nunca. La confirmación de lo anterior se basa en la explicación dada por Jaime Pérez en el sentido que para la firma de una escritura, no era necesario que todos los participantes estuviesen presentes simultáneamente, decía que en la notarías “se corre la escritura y cada uno de los signatarios va yendo cuando tiene tiempo y va firmando. Rara vez asisten todos los comparecientes, más cuando tenían distintos domicilios.”
Sin entrar en consideraciones sobre la veracidad o no de estas afirmaciones, según consta en los archivos de la Superintendencia de Sociedades, entidad que autorizó las operaciones, éstas fueron aprobadas de la siguiente manera; en primera instancia, en resolución de 1980, la venta de las 12.500 cuotas partes pertenecientes a Gustavo De Greiff Restrepo y la cantidad de 4.000 cuotas partes de propiedad de Jaime Pérez López al señor Guillermo Bernal Rubio, según constancia presentada en acta suscrita el 9 de mayo de 1980, el mismo día que la Junta de Socios aprobó la cesión de la totalidad de las cuotas del Capi Bernal a los proponentes Rodríguez Orejuela y al capitán Silva Barrero y que días más tarde serían endosadas al periodista Giraldo. Por esa época, ya la sociedad se hallaba domiciliada en Cúcuta, puesto que los socios originales habían radicado la escritura pública 668 del abril 10 de 1980, de la notaría 21 de Bogotá, en la que dejaba constancia que la dirección comercial era la Av. 7E No. 3-45 del barrio Quinta Oriental y el número telefónico, para cualquier comunicación era el 44245. En razón a su nuevo domicilio, el trámite de aprobación del ingreso de los nuevos socios correspondió hacerlo al jefe de la seccional de la Supersociedades en Cúcuta, Alberto González Dávila.
Es necesario aclarar que para la fecha de los hechos, Gilberto Rodríguez Orejuela era un empresario caleño dueño de varios laboratorios de medicina humana y de la entonces incipiente cadena de droguerías La Rebaja. Estaba igualmente, incursionando en el sector financiero, en el cual estaba realizando fuertes inversiones a través de sus diversas empresas, logrando obtener el dominio del Banco de los Trabajadores, institución que con muchos esfuerzos y sacrificios había logrado consolidarse con los aportes del sector sindical colombiano y de una que otra contribución del movimiento sindical de Norteamérica, especialmente de los Estados Unidos. Su incursión en el mundo de las finanzas lo llevó a ser uno de los mayores inversionistas de la Corporación Financiera de Boyacá y el mayor accionista del Banco de los Trabajadores, el cual fue adquiriendo cuando las necesidades de recursos fueron apremiando, en el preludio de la que sería la primera y mayor crisis financiera del siglo veinte en Colombia. Logró llegar a la presidencia del banco, posición desde la cual pudo consolidar, mediante el otorgamiento de créditos y garantías, buena parte de las empresas fachadas que fueron tejiéndose para cubrir gran parte de las operaciones de narcóticos que se realizaban y que su principal destino eran los Estados Unidos.
Para librarse de las sospechas, todos aquellos que tuvieron alguna clase de relación, en especial las comerciales, exhibían las resoluciones que expedían los organismos encargados de la vigilancia y la ética profesional, en las cuales se certificaba la solvencia moral de las personas; por ejemplo, el Departamento Administrativo de la Aeronáutica Civil en el informe 2049 del 16 de diciembre de 1981 cita al Consejo Nacional de Estupefacientes y a la Resolución 6675-CRS de 1982 de la Quinta Brigada en la que se hace constar que el representante legal de Líneas Aéreas El Dorado Ltda. el señor Gilberto Rodríguez Orejuela “es un hombre que está libre de toda mancha, libre de toda culpa y que por esa razón se le concede a la aerolínea en mención el permiso de operación de manera definitiva, por el periodo de tres años adicionales.” Lo extraño del caso es que se afirma que ya desde el año 1979, la Interpol  estaba investigando las actividades delictivas de los integrantes del denominado cartel de Cali, sin que ninguna otra institución del Estado haya objetado ni vetado sus acciones que a la postres resultaron ser punibles, indignas y vergonzosas.



Los eventos sociales del 58 en Cúcuta

1. Amanecía el 58 con graves disturbios en Caracas. Tambaleaba el gobierno del coronel Marcos Pérez Jiménez y para evitarlo se decretaba el Estado de Sitio y hubo toque de queda a partir de las cinco de la tarde, en los días previos al 23 de enero. Las fuerzas armadas respaldaban al gobierno, como es su deber, pero la revuelta civil no cesaba en la capital, al punto que se produjeron actos violentos como el incendio de autobuses de servicio público y el saqueo y la destrucción de almacenes, además de 42 muertos y un sinnúmero de personas heridas. En el Estado Táchira, en los dos días siguientes al 23 de enero se produjeron más de quinientos muertos y alrededor de mil heridos. Al producirse la renuncia y posterior huida del país del gobernante de marras, asumió la presidencia provisional el contralmirante Wolfang Larrazábal en representación de la Junta Militar, en una transición similar a la que se había producido en Colombia el año anterior.
Mientras tanto, en Cúcuta y en el país, se preparaban las primeras elecciones del régimen del Frente Nacional. Pero no por los motivos anteriormente expuestos, se dejaban de lado los festejos y las celebraciones a la que veníamos acostumbrados. Era costumbre arraigada la conmemoración de los aniversarios, sobre todo de los más jóvenes, de los niños especialmente y por esta razón, las fiestas de cumpleaños con piñata incluida eran motivo de jolgorio y excusa de los mayores para echarse sus “palos”.
Las familias numerosas contaban con mayores argumentos para estas celebraciones, pues no pasaba mucho tiempo entre una y otra. Don Numa P. Guerrero reconocido químico farmaceuta, propietario por entonces de la Droguería Americana que estaba ubicada en la calle once, en el edificio de la Curia, hasta que vino un obispo progresista y lo desalojó a él y a todos los demás inquilinos para construir un moderno centro comercial, crónica que espero ampliar en un futuro; era a la sazón, gerente de las Empresas Públicas Municipales. Pero, era a la vez, el ejemplo a seguir en materia de festejos infantiles, pues durante los primeros meses del año organizaba a sus retoños las más renombradas recepciones para los pequeñines; comenzaba la primera con Gladys, le seguía, algunas semanas más tarde Leonor y para que no sólo fueran las niñas, el motivo de regocijo, interrumpía la secuencia Edgar, a quien sus fiestas debían tener, por lo menos, invitados de género diferente y me supongo que los regalos dejaban de ser muñecas, bolsos y juguetes propios de las niñas para convertirse en carritos y balones propio de machos y piernipeludos que debían ser quienes eran invitados a departir el ponqué de cumpleaños y la copita de gaseosa que se repartía en esas reuniones. Cerraba las celebraciones del primer semestre el cumpleaños de Olga, pues algo debían dejar para los últimos meses del año.
Por las mismas calendas y en los primeros meses del año, don Sergio Sanclemente y doña Josefina Cárdenas agasajaban a su más consentida hija, Blanca Victoria, con una reunión social infantil en la que se congregaron amigos y familiares en la casa paterna.
Así como las fiestas infantiles se destacaban, de igual manera las empresas acordaban con sus empleados, funcionarios y asociados, participar de las festividades que les traían un nuevo año o nuevos periodos al frente de ellas; el Hotel Tonchalá, por ejemplo, celebró en febrero de este año, el primer año oficial de funcionamiento, ya que fue inaugurado el día 23 del mismo mes del año anterior, a pesar que venía funcionando desde el 12 de octubre del 56. Don Mario Stratta, gerente del establecimiento organizó una fiesta a la que fueron invitados todos los empleados, a manera de agradecimiento, por los excelentes servicios que prestaron durante el año que terminaba.
Antes de pasar a eventos sociales diferentes, quiero reseñar que durante el mes de abril hubo una tremenda fiesta de cumpleaños infantil, pues dicen quienes asistieron, que los anfitriones botaron la casa por la ventana en la celebración del cumpleaños, tal como fue reseñado en las crónicas de época, del “pequeño e inteligente” José Eustorgio Colmenares Ossa.
Pero no eran solamente los cumpleaños, famosos por sus reuniones sociales, atrás no se quedaban los nacimientos, bautizos, matrimonios, graduaciones, el regreso a clase y hasta defunciones, operaciones y actos luctuosos, los que ameritaban reunión, en las que se departía con alegría o con tristeza, según el caso. Incluso me atrevo a reseñar la reunión de despedida que le hicieron sus padres don Aquilino Jáuregui y doña Teotista Flórez y sus hermanas, a la ilustre señorita Araceli Jáuregui Flórez con motivo de la toma de sus votos últimos en el Convento de las monjas Clarisas de Pamplona y quien de ahora en adelante sería la reverenda hermana Sor María Francisca de la Sagrada Familia.
Una nota de los primeros días del año relataba el retorno a clases en la ciudad de Pamplona del joven estudiante Jorge Enrique Mora Rangel. Sus padres se congratulaban y le deseaban al viajero el mejor de sus éxitos en sus estudios y parece que no se equivocaron, pues como sabemos, años más tarde, alcanzó el más alto grado que puede lograrse en la carrera militar.
Y para terminar este recorrido por los eventos sociales del 58, me permitiré relatar el suceso más comentado en los círculos femeninos, en los primeros meses del año, que produjo el advenimiento de una preciosa criatura en el hogar de don Jorge Muñoz y su esposa Amelia Ayala. Fue bautizada, días después con el nombre Mercedes Amelia y llevada en brazos de sus padrinos, el alcalde de Cúcuta Asiz Colmenares Abrajim y Margarita Ayala de Sánchez Chacón. Se dice que la celebración, de los adultos claro está, se prolongó hasta altas horas de la noche.
2. El optimismo reinaba entre la población de la ciudad, pero particularmente entre los hinchas del Cúcuta Deportivo. Aunque ya había pasado la época de El Dorado en el fútbol colombiano y el equipo local no alcanzaba destacarse, a pesar de las contrataciones extranjeras que se hacían, particularmente con jugadores uruguayos, el equipo no salía de las posiciones de mitad de tabla.  Sin embargo, en este año comenzaba a vislumbrarse una posibilidad distinta, el equipo estuvo en una gira internacional por Centroamérica y según informaban las agencias noticiosas internacionales, había ganado en todas sus presentaciones. Era pues el preludio de una actuación que llevaría al equipo a liderar el campeonato local incluso a ser campeón, según lo argumentaban sus dirigentes. Desafortunadamente, no hubo tal, pues iniciado en rentado el equipo mantuvo un desempeño similar al de los años anteriores, lo que hacía que su fanaticada apenas lo acompañara al entonces destartalado estadio General Santander. Tuvo la afición que esperar seis años más para que el Cúcuta Deportivo lograra una hazaña, ser apenas subcampeón, luego de todas las dificultades que se presentaban en esa época, a los equipos chicos para lograr las posiciones de privilegio en el complejo mundo del balompié profesional.
Mientras los familiares de don Alfredo Cabrera Serrano elevaban sus oraciones en espera de su pronto restablecimiento, después de una delicada intervención quirúrgica que le fuera practicada en la Clínica Marly de Bogotá, regresaba a la ciudad el joven médico Jorge Cristo Sahium luego de cursar, en el Hospital Militar de la capital, una especialización en ortopedia. Según recuerdo estableció su primer consultorio en la calle diez entre avenidas séptima y octava en frente del teatro Astral y además puedo dar fe de sus conocimientos en el ramo toda vez que cuando tuve la ocasión de acudir en procura de su ayuda para solucionar un inconveniente presentado en mis tiempos de ciclista de competencia, estuvo acertado con su diagnóstico y tratamiento.
Siguiendo con los eventos que se presentaban en el campo de la medicina, este año se registró un acontecimiento importante pues volvía a la ciudad después de terminar su estudios de especialización en Cardiología que realizó durante año y medio, en el Instituto de Cardiología de México, uno de los más modernos y aventajados de su género en América el médico Julio Coronel Becerra. Sus familiares y amigos le auguraban una larga y exitosa carrera y muchos años de prosperidad.
Otro profesional de la salud que se graduaba entonces, pero en el campo de la odontología y que se constituyó en el orgullo de sus padres Pedro Emilio y Amelia fue el joven Joaquín Amado Gutiérrez a quien le hicieron una gran recepción el día de su llegada a la ciudad de sus afectos.
En otro aspecto menos formal y habiendo terminado el que sería algunos años más tarde, el famoso Carnaval de Barranquilla Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y al que asistía el “Jet Set” de la época, regresaba de cumplir con la invitación que había recibido de la directivas de la organización, la bella Amparo Canal Sandoval. Se decía que era tal la estimación que las gentes de la Costa Atlántica le tenía, que durante todas las carnestolendas no pararon de aplaudirla y vitorearla por donde quiera que se presentaba.
Por los lados del corazón, se registró, primero el compromiso y luego el matrimonio del caballero Enrique Hernández Cárdenas con la señorita Gladys Eugenia Durán Reyes. Durante la ceremonia de compromiso que se realizó en casa del padre de la novia, Enrique le entregó la argolla mediante la cual la pedía en matrimonio y ella gustosa aceptaba. Posteriormente, el 12 de abril recibieron el sacramento del matrimonio en la iglesia de San Antonio. Recordamos a Enrique Hernández como el hombre del corbatín, como locutor y como funcionario público, pero especialmente por haber sido el presentador oficial de los sorteos de la Lotería de Cúcuta durante sus años venturosos.
Por esos mismos días y en circunstancias similares se casaba Francisco “Pacho” Morelli , el hijo de Cayetano y Clara Lázaro con la bella y espiritual Maria Teresa Espinel Espinosa. Algunos años más tarde nos encontramos a Pacho en la gerencia del Banco Nacional cuando la oficina quedaba en un local extraído de la casa de las señoritas Vélez en la avenida quinta arriba de la calle doce y mucho antes del descalabro producido por la gran crisis financiera de los años ochenta, cuando el banco de propiedad del grupo Colombia sucumbió como las demás empresas del mismo conglomerado, arrastrando entre otros a sociedades como el naciente Centro Comercial Cenit en esta ciudad.
El nacimiento de las esperadas criaturas, era para los padres de entonces, motivo de orgullo y felicidad, por esta razón, registramos con beneplácito los nacimientos en los hogares de Ernesto Vargas Lara y doña Betty Cuberos de Vargas la llegada de Luis Ernesto a quien sus amigos llaman cariñosamente Kilo. También reseñamos la llegada de un hermanito para las niñas Maria Isabel y Maria de Lourdes, hijas de don Julio Reyes y Mercelena Copello y quien hoy es el mandamás de RCN radio. Otro Reyes llegaba al hogar de Leonardo y Laurita Vega, hoy un destacado optometrista.
En el ámbito social se desarrollaba la Asamblea del Club del Comercio y se nombraba su Junta Directiva cuya presidencia recayó en el nombre del doctor Augusto Duplat y la vicepresidencia de Luciano Jaramillo Cabrales, entonces representante de una prestigiosa empresa de Seguros. Era secretario tesorero de la institución don Luis Francisco Faccini y quien en definitiva llevaba las riendas del club. Hacían parte de la junta igualmente, Manuel Antonio Ruan, Rafael Canal Sorzano y Alberto Camilo Suárez, como suplente ejercían los comerciantes Alipio Mantilla, Antonio Gómez Plata y Hernán Botero de los Ríos.
Finalmente, todos en la ciudad manifestaron su tristeza cuando se enteraron de la noticia del traslado de padre Miller, salesiano, que había acometido la construcción, no sólo del colegio sino de la bella capilla de María Auxiliadora en el barrio Popular. La comunidad, en reconocimiento de su gestión, le había designado en un alto cargo en su sede principal en Europa, por ello la sociedad cucuteña le organizó un multitudinario homenaje en demostración de simpatía y de agradecimiento por la labor desarrollada.


¿Por qué se fueron los alemanes?

1. Aunque el país no ha sido atractivo para las migraciones colectivas como ha sucedido con otras regiones de América; se han presentado varias en Colombia, desde que los conquistadores españoles recorrieron la geografía continental. Además de la necesaria colonización española, recordemos que durante el reinado de Carlos V, en el siglo XVI, el imperio español abarcaba buena parte de Europa y ya finalizando esa centuria, su hijo Felipe II supo llevar al apogeo el Siglo de Oro español, extendiendo la soberanía hispánica desde Portugal hasta la frontera de la Rusia de los Zares; por esta razón, es conocida la aventura de ciertos conquistadores alemanes que visitaron estos contornos y que por motivos circunstanciales perecieron en la andanza como sucedió con Ambrosio Alfinger, conocido de marras por la región nordeste del país, toda vez que resultó asaeteado por los feroces aborígenes locales, quienes no aguantaron sus pesados modales y requerimientos en demanda de condiciones insostenibles de trabajo y recursos. Es de común ocurrencia entre los campesinos de esta región, los ojos claros y el cabello rubio, que se dice desciende de estos audaces exploradores.
Volviendo al tema que nos incumbe, a mediados del siglo XIX se genera, en la Alemania del príncipe Otto von Bismarck, un gran despliegue económico al producirse la consolidación del imperio alemán, lo que induce a la nación a buscar las materias primas necesarias para abastecer su aparato productivo. A mediados de ese período, un grupo relativamente numeroso de jóvenes decide emigrar y establecerse en América, no solamente en busca de fortuna, sino de un plan de vida que le permita escapar de las inclemencias y las incertidumbres que se cernían sobre la población del viejo mundo, agobiado por las guerras y las rencillas entre las distintas naciones, producto del régimen feudal reinante durante siglos. Hacia 1850 ya se tenían avanzadas las relaciones comerciales entre las dos regiones, pues casas comerciales alemanas se habían instalado en América, específicamente en Venezuela como cabeza de lanza para vender sus mercancías manufacturadas y a la vez, intercambiarlas por los bienes primarios que ofrecía el nuevo mundo. No es necesario adivinar la causa por la cual se escogió la ciudad de Maracaibo como la sede americana de las casas de comercio alemanas, pues además de ser el mayor puerto continental después de Cartagena de Indias, era el camino más corto, tanto para penetrar a tierra firme como para trasladarse al viejo continente. Así pues, comenzó la inmigración alemana a la Nueva Granada, confirmación hecha, por demás, en el magnífico texto de Horacio Rodríguez Plata, historiador santandereano, conocedor del tema y explicado con lujo de detalles en su libro “La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX”. Los alemanes se irrigaron por la región conocida hoy como el Gran Santander, primero en Cúcuta y luego a Bucaramanga. Algunas otras poblaciones fueron atendidas, digamos que con menos entusiasmo, como San Cristóbal, en Venezuela y la villa de El Socorro en Santander. En Cúcuta, fueron especialmente dinámicos en las compras de cacao y café, así como en la venta de sus productos para la industria y el hogar. Alrededor del parque Santander se ubicaron las casas de comercio, que eran establecimientos de venta, tanto al detal como al mayoreo y baste decir que cada día crecían económica y socialmente, al punto que de las cinco casas de dos pisos que había el día del terremoto, tres eran de propiedad de alemanes y una, la Botica Alemana, quedó en pie después de las sacudidas que fueron del orden de los nueve grados, en la escala de Mercali.
Sin embargo, después de tantos años transcurridos no quedan vestigios del paso de estos notables comerciantes, salvo algunas esporádicas menciones que no tienen relación con la actividad que ejercieron sino con el altruismo que manifestaron, como es el caso del Asilo Andresen que fue más una decisión de su viuda que de él en particular, sin quitarle los méritos que lo rodearon.
Siempre creí que la partida de los germánicos se había producido a comienzos del siglo XX, particularmente por la declaratoria de guerra en su contra por parte de Colombia, a raíz de la Primera Guerra Mundial, pero no, el problema se remonta muchos años antes y la historia es mucho más apasionante que el desarrollo de las atrocidades que se presentaron durante esa denominada “Gran Guerra”.
Para ambientar el tema, comencemos por anotar que los migrantes alemanes no tenían características comunes sino que se habían conformado grupos con intereses similares, los cuales se fueron identificando y consolidando a medida que lograban sus propósitos. Por esta razón, las comunidades locales habían identificado las diferencias entre los grupos que se ubicaban en una ciudad con respecto a las demás. Se supo, posteriormente claro está, que los más notables y los de mayor prestancia estaban residenciados en Maracaibo y sólo de manera esporádica viajaban a las sucursales de las ciudades del interior, como Cúcuta o Bucaramanga a realizar operaciones o controles para mantener la vigilancia de sus transacciones. Hay que considerar, que de todas formas, las condiciones de viaje eran completamente diferentes a las que estaban acostumbrados en Europa y no era atractivo y además de peligroso, cualquier incursión por fuera de los límites de las ciudades. En Cúcuta, el grupo de ciudadanos alemanes, en su mayoría eran de los países conquistados por el imperio, como Dinamarca por ejemplo, además que eran pocos en número, pues la mayoría estaba más interesada en regiones de mayores desarrollos y de mayor potencial, por lo cual, gran parte de estos europeos prefirió establecerse en Bucaramanga. Allí se pudieron identificar dos grupos de alemanes, uno con una clara tendencia a las actividades mercantiles, a quienes los locales llamaron “el comercio” y otro, más académico, con inclinación científica que se dedicó a promover la investigación y a encontrar alternativas de solución a problemas que para ellos eran desconocidos y que constituía un estímulo a sus capacidades innovadoras y creadoras.
Explicadas brevemente las diferencias, veremos cómo ellas influyeron definitivamente en la partida de nuestros personajes y en el desvanecimiento de logros tan importantes en la consolidación de la región.

2. Habíamos reseñado anteriormente, el beneficio que el comercio de fines del siglo XIX, entre la nueva Colombia y el viejo mundo, había producido para el desarrollo de la incipiente comunidad que apenas comenzaba a formarse, a pesar de las luchas intestinas que, por lo general, se presentan en los países que recién comienzan a consolidarse democráticamente. También decíamos que Colombia no había sido un país atractivo para la inmigración ni la había patrocinado, como sí lo hicieron algunos países de América desde el Canadá hasta la Patagonia.  Sin embargo, alcanzaron a presentarse algunas “oleadas” y entre éstas, la primera, después de la necesaria hispánica, fue la alemana de mediados del siglo 19, específicamente en el año 1851. La iniciativa del Canciller alemán von Bismarck, de irrigar por el nuevo mundo, jóvenes germanos en busca de los recursos primarios para abastecer su industria, fue recibida con gran entusiasmo por cientos de ellos quienes, algunos con apoyo financiero y otros sin él, se aventuraron por las inhóspitas tierras del norte del subcontinente, iniciando su aventura, unos desde la ciudad de Maracaibo hacia el sur, siguiendo la ruta que en años anteriores habían realizado sus paisanos Alfinger y Federman y otros, desde Cartagena y siguiendo las aguas del río Grande de la Magdalena, se adentraron hasta las inexploradas tierras de lo que hoy es el Magdalena Medio Santandereano. El hecho es que algunos se establecieron en las tierras santandereanas y un gran número de ellos en Bucaramanga. Digo, un gran número, pues cuando llegan a un pueblo pequeño, alrededor de cincuenta extranjeros, alemanes, jóvenes, bien presentados y solteros, sociológicamente hablando se presenta una alteración de las costumbres, tanto en los negocios como en la política y qué decir del entorno social y la vida galante, todo dependiendo del grado de integración que logren y como tal lo hicieron, a diferencia de otros lugares donde se instalaron como el caso de la Colonia Tovar en Venezuela donde por el contrario, se aislaron del medio, manteniendo sus costumbres y se encerraron de forma que sus hábitos y tradiciones permanecieron impermeables a las del entorno que la rodeaba.
Es interesante conocer el desarrollo de comunidad alemana en Bucaramanga, pues la evolución que allí se presentó, se diferenció de las de otras ciudades y regiones. Pareciera que hubiera sido al revés y que fueron los hábitos y costumbres locales las que permearon a los alemanes, pues aprendieron todas las artimañas, picardías, supercherías y trampas, muy probablemente adquiridos durante la larga ocupación hispánica y que se fue acentuando una vez se logró consolidar la independencia.
La colonia alemana de Bucaramanga estaba claramente diferenciada en dos grupos, bastante disímiles, pues mientras que unos se dedicaron a cultivar las ciencias, las artes y en general, la cultura y su divulgación, el otro grupo se inclinó por el comercio que había sido el verdadero objeto de su presencia en esas tierras. De hecho, el pueblo los conocía e identificaba como “El comercio” al referirse a ese grupo en particular y lo hacían con desprecio, pues los culpaban del monopolio de la riqueza junto a sus socios locales.  Claro que esta animosidad se acrecentó con la aparición de las sociedades de artesanos, que comenzaron a formarse alrededor de la década de 1860 y en las cuales se predicaban las teorías socialistas políticas y económicas, además combatían las tesis del libre cambio y solicitaban al gobierno de turno el regreso al proteccionismo y la implantación de políticas nacionalistas que generaran igualdad social.  Era, en realidad, el producto del surgimiento del movimiento de las clases trabajadoras motivadas por las nuevas teorías esbozadas por el Manifiesto que habían escrito Marx y Engels ante el florecimiento de lo que se llamó la “Revolución Industrial”.
En 1864 se conformó la Sociedad de Artesanos, así a secas, pero que sus adversarios denominaban “Culebra Pico de Oro”, peyorativamente, que buscaba el mejoramiento de las condiciones económicas de sus afiliados pero que adicionalmente perseguía privilegios y ventajas políticas, pero además y con cierto resentimiento social y un poco de preservación de las antiguas costumbres, atribuía a los alemanes y a sus asociados el deterioro de las relaciones, dado el grado de hostilidad y antagonismo que se generaba entre los dos grupos. Para 1879 la situación se había tornado insostenible y explosiva, toda vez que el enfrentamiento no era ya entre las clases educadas y las menos educadas sino entre pobres y ricos o mejor dicho, entre las clases económicamente fuertes y las económicamente débiles.
Contradictores de los alemanes los tildaban, entre otras cosas, de obscenos por cuanto, decían, las paredes estaban llenas de láminas que presentaban “lúbricas escenas que ni la imaginación más atrevida alcanza a imaginar, para mantener latente a todas horas la pasión de la lujuria que los domina”; tales cuadros, se supo más tarde y que tanto ofendían el pudor, eran reproducciones de desnudos de la pintura clásica que no podían aceptar gentes acostumbradas a adornar sus casas con vitelas religiosas o románticos cuadros de escenas de caza. En otros hechos que consideraban lesivos para las buenas costumbres era la costumbre de ofrecer licores, una práctica muy europea, cuando se trataba de iniciar una conversación referente a un negocio pues se consideraba que era una forma de influir en las gentes, es decir de comprarlos o comprometerlos.
Mencionados estos antecedentes y conocedores de las intervenciones que los extranjeros hacían en la política parroquial, quienes no se privaban de ello, haciéndolo abiertamente para adquirir ventajas e influencias en los círculos de poder, se presenta un hecho que aunque fortuito y aislado repercutirá algunos días más tarde, en los hechos que serían conocidos como los “sucesos del 7 y 8 de septiembre”. En agosto de 1879, el coronel Pedro Rodríguez, jefe departamental de la Provincia de Soto tuvo un altercado con el ciudadano alemán Albert Fritsch por una deuda que el político no quería reconocer y quería que se le condonara dada su condición de gobernante. Después de una acalorada discusión se fueron a las manos y aunque no pasó a mayores, si se produjo un ambiente enrarecido que duró hasta el día de los sucesos arriba mencionados. Parece que la deuda no se pagó y este hecho mantuvo la situación tirante hasta el 7 de septiembre, día de elecciones de Presidente de la Unión y de Cabildantes. A continuación se narran los detalles del trágico acontecimiento que generó gran preocupación entre las autoridades nacionales, por las serias implicaciones que se suscitaron en las relaciones con el Imperio Alemán.

3. Los seguidores de la Sociedad de Artesanos conocida como Culebra Pico de Oro culpaban a los alemanes de la relajación de las costumbres que se habían popularizado entre la juventud, especialmente el incremento de la embriaguez, particularmente entre aquellos que laboraban en las casas de comercio de su propiedad; sin embargo, estas actitudes no eran más que excusas por lo que se consideraban como las inapropiadas prácticas que causaban desasosiego en una sociedad pacatamente patriarcal y vocacionalmente católica. Estas situaciones caldearon un ambiente de violencia cuyo detonante se produjo el día de elecciones del 7 de septiembre de 1879. Ese domingo se efectuaban los comicios que elegirían al Presidente de la Unión, cuya importancia era mínima entre los habitantes de la ciudad, pues todo el interés se centraba en la elección de los Cabildantes, equivalentes a los concejales de hoy y quienes detentaban el poder local en materia de autoridad y economía. Como era de esperarse cada uno de los bandos tenían sus candidatos, los democráticos apoyados por la Sociedad de Artesanos y los de El Comercio; ambos concurrieron con todos sus efectivos y la jornada fue extremadamente agitada pero al final ganaron los democráticos. A pesar de la victoria, éstos alegaron que habían logrado imponerse aún en contra de “las buenas cantidades de dinero para comprar las conciencias de los electores y no poco aguardiente para entusiasmar a sus partidarios en la lucha”, según narraciones de los cronistas de la época. Pasado el debate y mientras festejaban ruidosamente, se produce un incidente frente a la iglesia de San Laureano en el cual resulta asesinado el señor Obdulio Estévez, uno de los candidatos del bando de los democráticos, padre de familia ejemplar, querido por el pueblo y la sociedad bumanguesa, general de las Guerras Civiles y afiliado al partido conservador. Aunque no hubo testigos presenciales, varios fueron considerados sospechosos debido a ciertos antecedentes según los cuales habrían sido amenazados por Estévez. Para abreviar la historia, al día siguiente, a las cuatro de la tarde, durante los oficios religiosos se producen unos hechos de sangre dentro de la misma iglesia, sucesos que desencadenan una serie de amotinamientos en toda la cuidad. Fue una verdadera lucha sin cuartel la que emprendieron los dos bandos en la que resultaron muertos y heridos varios de los más ilustres personajes de la política y la economía. Las calles aledañas a la iglesia eran un campo de batalla mientras que en el resto de la ciudad las señoras clamaban por sus esposos y sus hijos, las gentes corrían en diferentes direcciones sin que se les pudiera detener para que dieran razón de lo ocurrido. Entre tanto, el Alcalde Pedro Collazos, avisado por sus amigos, enviaba un grupo de policías a detener el motín, mientras que un grupo de enfurecidos “democráticos” atacaba la residencia de Albert Fritsch, quien según nuestro relato anterior, había tenido un altercado con el Jefe Departamental Pedro Rodríguez por una deuda y quien no se encontraba en la ciudad, pues había sido invitado de honor, como padrino a la boda de un familiar en la vecina Tona. El asalto a la casa del alemán pudo ser controlado con la ayuda de unos amigos quienes lo apoyaron pero no sucedió lo mismo con los asaltos y saqueos que la turba enfurecida realizó en las casas de algunos otros alemanes y varios de los socios de El Comercio y las de algunos almacenes entre ellos, los de Koppel & Schrader,  así como el del respetable señor Lengerke, quien era considerado el fundador de la actividad comercial alemana en Bucaramanga y que milagrosamente resultó ileso del ataque. Sin embargo, en desarrollo de estos acontecimientos, dos ciudadanos alemanes resultaron muertos, Cristian Goelkel y Hermann Hederich, el primero, comerciante de alta credibilidad, quien fue asesinado defendiendo sus propiedades y el señor Hederich que en ese momento ocupaba el puesto de Director del Banco de Santander. Tanto el banco como el consulado alemán, según las crónicas de la época, no fueron atacados, pero es difícil de creer, por cuanto el escudo del Imperio resultó abollado, según dicen, por algunos pedruscos que se desviaron en el fragor de la protesta.
El representante alemán, embajador del momento, redactó una acalorada protesta al gobierno del Estado Soberano de Santander, así como al Gobierno de la Unión, por la aleve agresión que sufrieron los súbditos del Imperio y los símbolos de esa nación. Afortunadamente, la situación se calmó y la representación del Imperio aceptó las disculpas del gobierno. Localmente, se tomaron medidas estrictas, primero respecto de las autoridades locales que fueron incapaces de mantener el orden y quienes fueron destituidos de sus cargos, el alcalde Collazos y el Jefe Departamental Pedro Rodríguez, así como, los responsables de las acciones delictivas a quienes apresaron y posteriormente condenaron.
La breve reseña de los sucesos del 7 y 8 de septiembre de 1879 nos ilustra sobre el primero de los motivos que llevaron a la deserción de los alemanes del país. Los hechos narrados, aunque sucedieron de manera aislada en Bucaramanga repercutieron en todas las ciudades del país e incluso en Venezuela. Los cronistas hacen el siguiente relato sobre las consecuencias de lo sucedido: “…la ciudad se vio entregada a un movimiento fatal de retroceso, los negocios se paralizaron, las empresas de todo género decayeron considerablemente y las familias que contaban con facilidades pensaron en domiciliarse en otros lugares y algunas así lo hicieron. El Banco de Santander acordó llevar a cabo su liquidación y lo propio hicieron algunas casa de comercio importantes; los alquileres de las habitaciones y tiendas bajaron hasta más de la mitad del precio que tenían antes, los trabajadores no encontraban nada en qué ocuparse y todo quedó entregado a la inacción.” Las nuevas inmigraciones que se estaban planificando quedaron definitivamente suspendidas y termino citando a Horacio Rodríguez Plata, “Valedera queda pues, la tesis de que los sucesos de Bucaramanga, más que de orden político lo fueron de carácter social y económico, de pugna de clases, toda vez que en ellos no se disputaron intereses de liberales o de conservadores, sino la preeminencia de grupos económicos, dentro de un ambiente cargado de lucha social.”  Con el pasar de los años y el desarrollo de los eventos que se fueron presentando en el viejo mundo con la ambición expansionista del Imperio en mención, paulatinamente fue desapareciendo la presencia germana en nuestro medio.



Cúcuta basquetera

Conocí al hermano Arturo Monier a mediados del decenio de los cincuenta cuando recién llegamos a esta ciudad. Ocasionalmente venía a Cúcuta de visita al colegio de su congregación, la de los Hermanos de la Escuelas Cristianas, el Sagrado Corazón de Jesús, pues era profesor de matemáticas en el Provincial de la Ciudad de Pamplona. Había llegado a Colombia de su natal Francia en los primeros años del siglo pasado, primero al Instituto Técnico La Salle de la ciudad de Bogotá, ubicado en el centro de la capital por la carrera tercera cercano a la Plaza de Bolívar, epicentro político de la nación y luego trasladado al Provincial por orden de sus superiores jerárquicos. Creo que estuvo un tiempo corto en el Instituto Técnico Dámaso Zapata de la ciudad de Bucaramanga, pues en esos años era difícil conseguir profesores, sobre todo en el campo de su especialidad. En alguna oportunidad cuando visitaba nuestra casa, recuerdo que nos contaba cómo había puesto en marcha su proyecto deportivo en los colegios regentados por religiosos en la capital de la república; de cómo había organizado los primeros partidos, inicialmente entre equipos de los cursos del Instituto La Salle y luego con equipos que se fueron formando en los demás colegios. Lo que no tengo claro ni recuerdo que lo haya comentado, fue cómo nació su afición y cómo conoció del juego, puesto que éste venía de los Estados Unidos y había sido inventado para suplir las necesidades deportivas de la población durante los meses de invierno que no tenía otra opción distinta del jockey –sobre hielo por supuesto- ya que por razones de clima, no podía practicarse su deporte favorito, el béisbol. Por alguna razón que desconocemos y armado con un balón número siete, unos reglamentos traducidos, posiblemente del francés, empezó a difundir entre los estudiantes de los colegios de los Hermanos Cristianos del departamento, el deporte que ha sido el orgullo de los nortesantandereanos desde los inicios de su práctica en Colombia. Se tiene como fecha de comienzo de sus actividades, algún mes del año 30 del siglo veinte, posiblemente iniciando año, si tenemos en cuenta que por esas fechas empiezan los años escolares en esta región. Ya para 1931 el deporte de la cesta se había arraigado en la región, especialmente entre los más jóvenes, puesto que la estrategia del hermano Arturo había sido popularizarlo en los cursos inferiores debido a la facilidad que se tenía para practicarlo, pues no requería de grandes espacios ni de accesorios difíciles de conseguir como sucedía con otros deportes, ni de trasladarse a los lugares donde hubiera canchas para practicarlo como era el caso del fútbol, por entonces tal como hoy, era el deporte más popular y más practicado por los jóvenes, particularmente los de los cursos más avanzados. Tal vez ese haya sido el factor de éxito, pues en los años venideros se pudo comprobar que el conocimiento y la práctica temprana formaron jugadores de gran valía y estupendo desempeño como pudo demostrarse con los llamados a conformar las selecciones nacionales de los jugadores locales.
El Colegio Sagrado Corazón fue el primero en promocionar este deporte en la ciudad y poco a poco las demás instituciones educativas, incluidas las femeninas, se fueron familiarizando con el juego hasta el punto de conformar equipos que se enfrentaban entre sí, en torneos organizados de manera eventual para medir sus fuerzas y capacidades y constatar en avance que se había adquirido a punta constancia, de práctica y de entrenamiento. Pasados los primeros años y ya con la experiencia adquirida, no sólo en la ciudad sino en todo el país, se propuso la realización de un campeonato nacional que sería el Primer Campeonato Nacional de Baloncesto y que se efectuaría en Cúcuta como efectivamente sucedió en 1937. Al llamado acudieron equipos representativos de Bogotá, de Bucaramanga y de Boyacá además del representativo local integrado por jugadores estudiantes de los colegios Sagrado Corazón y Provincial. Al respecto y para constancia histórica es preciso aclarar que el equipo que representaba al Colegio Sagrado Corazón se llamaba La Salle, pues he constatado que algunos cronistas se confunden al afirmar que correspondía a jugadores del colegio La Salle de hoy; en esa fecha aún no existía el colegio La Salle de propiedad de la misma congregación y que fue creado para prestar un servicio a la población de escasos recursos que entonces no tenía acceso a la educación oficial que ofrecía el Sagrado Corazón.
Volvamos ahora la mirada al Primer Nacional de Baloncesto escenificado en la cancha principal del Sagrado Corazón. La cancha principal era la asignada al curso superior, el sexto de bachillerato de entonces y así mismo se habían distribuido las demás canchas, las mejores, las que tenían los mejores aditamentos les correspondía a los cursos superiores, los demás se repartían las que quedaban; aún así, se disfrutaba por igual el deporte que sólo se practicaba durante los recesos de los recreos y los fines de semana o durante las jornadas deportivas.
La cancha donde se jugó el torneo era de tierra, los aros con soportes metálicos, volados a 1.20 metros sobre la línea de la cancha clavados sobre un tablero de madera, era el escenario. Los partidos eran transmitidos por radio, por los locutores Alejandro Sánchez y Luis María Díaz Mateus a quienes les habían acondicionado una cabina de transmisión en lo alto de un árbol de mango, a la que había que subirse con escalera, la que quitaban tan pronto como comenzaba el partido, para evitar el asedio de intrusos durante la narración. El campeonato duró ocho días y la final se jugó entre el representativo de Bogotá, equipo que se llamaba Hispania y el del Norte de Santander que era La Salle. Desafortunadamente, la final fue suspendida por el árbitro José Giordanelli, un costeño experimentado en el tema y que había realizado cursos en los Estados Unidos, debido a la falta de garantías que se avizoraba, pues el público se había tornado irascible ante las equivocaciones del juez, quien faltando diez minutos para terminar el partido dio por terminado el encuentro. Los aficionados no se aguantaron las ganas de castigar al usurpador del título, puesto que el equipo norteño se perfilaba como el campeón y comenzaron a perseguirlo por la cancha y después de atraparlo lo echaron a la piscina que estaba a escasos metros. Con la ayuda del poco personal de vigilancia, el pobre árbitro logró salir de la alberca y aún así, los desadaptados lo persiguieron hasta el hotel Internacional, donde se hospedaba, una cuadra más abajo del Sagrado Corazón, por la avenida cuarta. Aunque no tuvieron la intención de lincharlo, sí le hicieron pasar el susto de su vida y así de mojado como quedó lo único que lo afectó fue el golpe que le dieron a su orgullo.