sábado, 23 de mayo de 2015

Un viaje al pasado de Cúcuta

1. Hoy quiero abordar con ustedes nuestra capsula del tiempo y hacer un recorrido histórico por nuestra ciudad, contemplando lugares, eventos, personajes, actividades y demás quehaceres que fueron propios del transcurrir de nuestra muy noble, leal y valerosa villa. Existe, sin embargo, un compromiso para emprender el viaje por nuestra historia reciente, algo parecido al precio de un tiquete, consistente en remitirme anécdotas que se puedan recrear y reproducir a través de estas crónicas en beneficio y para deleite de todos los lectores.

Nuestra cápsula comienza su periplo recordando personajes que fueron e hicieron historia, bien por sus ejecutorias o por sus actos y ocupaciones que de alguna forma contribuyeron al desarrollo y progreso de la ciudad. Médicos, abogados, ingenieros, odontólogos, bacteriólogos y demás profesionales que alguna vez fueron y que hoy son un recuerdo o una imagen en el olvido o la memoria. Arranca nuestra cápsula retrocediendo a los años cincuenta del siglo veinte; los controles nos muestran el año 1958. Vemos por nuestra ventanilla al combativo Jacinto Rómulo Villamizar Betancourt, abogado e ilustre jurista, Representante a la Cámara  durante varios períodos en representación del partido conservador, desde nuestra cápsula del tiempo, por los alrededores de la avenida cuarta con calle diez, alcanzamos a divisar el número de su oficina identificada con el 9-86 y su placa a la entrada con su nombre y el número de su teléfono, 39-85. En este momento se encuentra hablando en la entrada con unos clientes o por lo menos con unas personas que suponemos son sus amistades, pues lo vemos eufórico y algo sudoroso, debido en parte por sus movimientos exaltados pero también por su atuendo, un traje completo de color gris oscuro y escondido por el saco, en la pretina su infaltable revolver. No era para menos, pues era conocido como “Jacinto Remington” en alusión a sus continuas intervenciones, revolver en mano, cuando la situación se le tornaba insoportable y contraria a sus conveniencias, en su desempeño tanto en la política como en su profesión. Por ese mismo año, avanza nuestra capsula, gira por la calle novena hasta la avenida quinta y se tropieza con otro copartidario, abogado también. Se trata del conocido Gustavo Sánchez Chacón, político de amplia trayectoria, conocido por sus amistades como “cachetón” y quien incursiona en el periodismo radial, más como una fórmula para sus propósitos políticos que como vocación. A pesar de su proximidad partidista, ambos se miran con recelo, se saludan y despiden de manera cordial sin dar muestras de las disputas internas que mantienen por la supremacía en su feudo electoral local. En ese momento estaba asociado profesionalmente con el abogado Enrique Flórez F. con quien manejaba buena parte de sus negocios jurídicos.

Avanzamos por la calle novena hacia la avenida sexta y de pronto, nuestra cápsula se detiene en el número 6-22. Vemos el consultorio del doctor Mario Díaz Rueda, médico otorrino, así abreviado, acaba de regresar a la ciudad y se apresta a colaborar, además de la medicina como dirigente deportivo, toda vez que su trayectoria como deportista ha sido tanto o más exitosa que su actual profesión. Lo vemos dando sus aportes e intercambiando experiencias con los participantes de la pasada Vuelta al Norte, competidores y dirigentes, para proyectar el evento a nivel nacional, tal como fue la propuesta original al programar el evento que fue célebre y que se buscaba colocar al pedalismo regional a los niveles de los ciclistas antioqueños que eran los referentes nacionales del momento. Un botón rojo se enciende en nuestra cápsula y la pantalla nos muestra una pregunta para serle planteada al médico; se trata de saber el parentesco con la candidata a la pasada versión de señorita Norte, Gladys Díaz Rueda. El computador de nuestra nave asocia los apellidos y la coincidencia genera el interrogante que esperamos origina una respuesta por parte de alguno de nuestros lectores. Un dato adicional para orientarlos; Gladys trabajaba en la sección de ahorros del Banco Cafetero, en ese momento localizado en el edificio San José, en la esquina de la calle 11 con avenida sexta.

En un instante, nuestra cápsula se devuelve por la calle novena, cruza por la avenida cuarta y se ubica justo al lado del gabinete de Jacinto Rómulo, exactamente en el número 9-80 donde se encuentra el consultorio del odontólogo Eustorgio Colmenares. Miramos por nuestra ventanilla y lo vemos bastante ocupado con las manos en la boca de un paciente con el cual intercambia algunas palabras y mientras realiza el procedimiento, le comenta su proyecto inmediato, una aventura periodística que pronto verá la luz. Nada que ver con las intenciones de sus colegas, Arnaldo Sandoval, Antonio José Ochoa, Abimael Pinzón Castilla y Luis Alfonso Moreno dedicados por entero a su profesión y sus pacientes.

Como tanto médicos como odontólogos, remitían sus pacientes a la Droguería Zulima, nuestra cápsula se enrumba hasta allí, a escasas tres cuadras, alcanzamos a ver a Francisco Pérez a quien todos llaman cariñosa mente “Pacho”. Lo observamos, despachando sus fórmulas médicas, casi todas escritas en los talonarios que obsequiaba a sus amigos profesionales de la salud y que se leía al final, el nombre y la dirección de la droguería con la advertencia que mencionaba “el correcto despacho de sus fórmulas”.

De paso por la calle novena, alcanzamos a detenernos brevemente en el edificio de la Lotería de Cúcuta. Se identificaba con el número 5-61 pero sus instalaciones estaban al interior y ocupaban buena parte de las oficinas del segundo piso. A la entrada, de un lado se encontraba el salón de te Flamingo y del otro, el selladero del 5 y 6 el juego más popular de la época. La lotería tenía un premio mayor de $40.000, con billetes de cuatro cifras y en este año se había asociado con la Lotería de Santander para ofrecer el Extra de los Santanderes, que era un sorteo extraordinario que ofrecía  un fabuloso premio de un millón de pesos ($1.000.000) al premio mayor y tres premios secos de $200.000, $50.000 y $20.000 y por si fuera poco había un premio de consolación, para quienes no ganaban nada, de un automóvil Ford modelo 57.

2. Continuamos en la cápsula del tiempo para darnos un vueltón por el pasado reciente. Al ingresar, observo que el dial de los años marca 1956 como invitándonos a recrear nuestros sentidos en ese año en particular; sin embargo, una alerta aparece en la pantalla del computador de bordo; nos advierte que nos preparemos para afrontar situaciones inesperadas. No se a qué podrá referirse y de todas maneras cierro la portezuela y enciendo motores con rumbo al año 1956.
La nave marca, en este momento el 15 de enero de ese año, son las 4:30 de la madrugada y el termómetro indica que la temperatura es de 12° grados centígrados, no lo puedo creer pero los registros posteriores muestran, efectivamente que la temperatura más baja registrada en Cúcuta fue esa, ese día y a esa hora. Ahora entiendo la advertencia de la máquina. Sobrevolamos el centro por los lados del parque Colón y bajamos por la calle diez; nos dirigimos hacia la clínica de la Fundación Barco; en frente alcanzamos a divisar la planta embotelladora de Coca Cola y frente a las dos una cancha de fútbol, que llamábamos la cancha Coca Cola, donde queda hoy el Palacio de Justicia. No estaban jugando fútbol, pues una gran carpa cubría la totalidad del terreno polvoriento en el que se jugaba el deporte de la número 5, era la carpa del Royal Dumbar Circus que acababa de llegar de San Cristóbal, en su gira por Suramérica y que había comenzado en Caracas en diciembre del año anterior. El responsable de la visita a la ciudad era la empresa ALVELASCO. Ofrecía múltiples números en los cuales artistas, trapecistas, equilibristas, saltistas, magos y payasos eran las estrellas. Los acompañaban una colección de fieras y animales amaestrados, pero los que hacían las delicias del público era el espectáculo del elefante y el mico. En la puerta del circo se leía un aviso que informaba el precio de la entrada: $0.50 para los adultos y gratis para los niños menores de 10 años. Para los venezolanos que quisieran entrar, el aviso decía que la entrada costaba 3 “lochas”, unos 37 céntimos de bolívar, pues en enero del 56, la cotización de la moneda venezolana era de $1.38.
Una aclaración para quienes no están familiarizados con las antiguas monedas venezolanas. En esa época existían, las puyas, la locha, el medio, el real y el fuerte que eran las denominaciones de 5, 12.5, 25 y 50 céntimos que eran las fracciones de bolívar que circulaban normalmente, el fuerte era la moneda de 5 bolívares. Aunque circulaban, igualmente, las monedas de uno y dos bolívares, no se les tenía un apelativo especial. Estas monedas eran de plata ley .900 y duraron en el mercado hasta mediados de los años sesenta cuando el gobierno venezolano cayó en cuenta que éstas estaban desapareciendo pues, los joyeros especialmente, las estaban fundiendo para elaborar joyas en ese material, siendo más económico que adquirirlo directamente en las minas.
Nuevamente en nuestra cápsula, tomamos por la calle que hoy conocemos como la Grancolombia hacia el centro de la ciudad; pasamos el Club de Cazadores, ahí vecino de la Clínica Barco, en la esquina hay un cruce de dos vías destapadas y un poco más arriba, a la derecha alcanzamos a divisar un aviso que dice Quinta Ascensión, un famoso restaurante, antes de llegar a un edificio en construcción que dentro de poco será el Hotel Tonchalá. Frente a esa construcción en curso, una vieja casona con rejas y una indicación en el frente, arriba de la puerta principal que reza “Reformatorio de Menores Rudesindo Soto”. Un poco más adelante alcanzamos a observar una especie de trocha que se dirige al sur, a nuestra izquierda y que años más tarde será uno de los íconos más reconocidos de nuestra ciudad, la Avenida Cero, la que en un tiempo fue bautizada con el nombre de uno de los más caracterizados prohombres conservadores de la época, Gilberto Alzate Avendaño. Habían puesto una placa en la esquina con la calle diez de la cual no tengo noticias y no puedo asegurar que todavía mantenga el mismo nombre. Seguimos avanzando por la calle diez hacia el occidente, hasta la esquina de la avenida primera. Observamos que el tránsito por las calles y avenidas es de doble vía. En todas las vías podía transitarse en los dos sentidos y la norma establecía que la prioridad la tenía quien viajara por las avenidas. Esto implicaba que quien manejara por las calles, obligatoriamente debía parar o ceder el paso a quien venía por la avenida. No habían muchos vehículos y quienes querían presumir, compraban carros último modelo en San Cristóbal, a pesar de la oferta, aunque limitada que se tenía en la ciudad. En esa esquina, precisamente estaba la concesionaria de la Chevrolet, CUMOTORS que era la contracción de las palabras Cúcuta Motors. También vendían automóviles y camionetas de las marcas Dodge, Desoto y Fargo, los repuestos MOPAR y las llantas de Icollantas.  Era la competencia de TOROVEGA que a su vez ofrecía los vehículos FORD y que simultáneamente mantenía la misma actividad en la ciudad venezolana de San Cristóbal, lo cual les permitía amplias facilidades a los propietarios de los vehículos de la marca comprados en esa ciudad, para efectos de mantenimiento y reparaciones en general. Compitiendo con ambos, Domingo Pérez, por intermedio de su firma Domingo Pérez H. y Cía Ltda. había obtenido la representación de la marca Studebaker, automóviles que duraron relativamente poco tiempo en el mercado, pues la empresa quebró a principios de los sesenta. Los mayores compradores de vehículos de estas concesionarias, eran definitivamente, las empresas de taxis, pues los particulares seguían comprando sus vehículos de placa venezolana por razones de costo y de impuestos, ya que la tradición impuesta por el “modus vivendi” se mantenía vigente así se hubiera extinguido en la década de los cuarenta.
Seguimos avanzando por la calle diez hasta la esquina siguiente, la segunda. En una de las esquinas estaba la tienda El Circo, donde hoy está el Edificio Ovni. Decidimos apearnos de nuestra nave y entrar para recordar los artículos que estaban a la venta entonces. Se ofrecían cigarrillos nacionales de la Compañía Colombiana de Tabacos S.A. Un cartel anunciaba así:                                         Cigarrillos                     Cajetilla de 20
                   Aroma                            $0.45
                   Pielroja y Nacional           $0.35
                   Número 1                        $0.30
                   Río de Oro y Golf             $0.25
Como puede verse, había para todos los gustos y todos los bolsillos. Los cigarrillos eran de tabaco negro y venían sin filtro, mejor dicho, para fumadores experimentados y sin prejuicios. Además de los tradicionales dulces de platico, cortados y arrastrados veíamos otros productos que les contaré en la siguiente crónica.
3. Estábamos en la tienda El Circo; era el año 1956 y degustábamos algunos de los dulces de platico, en particular el de apio, que parece es el de mayor demanda en ese momento. En las vitrinas alcanzamos a apreciar un surtido bastante notable de café molido, entre los cuales vemos el café Motilón y el infaltable café Galavís. Igualmente, no faltaban los productos novedosos de la Empresa Licorera del Norte de Santander que estaba situada a escasas dos cuadras del lugar, por la calle once. Desde el año anterior había incursionado en una nueva línea de productos, las denominadas lociones finas y allí estaban exhibidas y a disposición de los clientes; se trataba de las colonias Agua de Alhucema y Bay-Rum y las lociones Lavander´s King para caballeros y para las damas estaban el Embrujo Tropical y Tentación, las que se disputaban la preferencia del bello sexo, con las más renombradas fragancias importadas de Europa y que se conseguían donde Tito abbo, almacén que mencionaremos más adelante.
La prensa local es exhibida en un gancho, un ejemplar de la fecha del Diario de la Frontera muestra las noticias del día; nos llama la atención una que dice que a partir del mes de enero, el cálculo del costo de vida o inflación, el que ahora llamamos IPC, le fue encomendado a la Contraloría General de la República y que será calculado en todos los departamentos del país. Aquí también es necesario hacer unas precisiones, puesto que en ese año la división política del país incluía Intendencias y Comisarías, las cuales no serán sujeto del cálculo en mención.
Algunos avisos publicitarios, en primera página, de la Embotelladora KIST decía que sus productos, manzana y naranja, se venderían a $0.15. En páginas interiores,  el almacén de don Tito Abbo, avisaba a sus clientes que había recibido tinta Parker negra a la módica suma de $0.90 el frasco y que la última variedad de sombreros STETSON acababa de llegar.
Se anunciaba la “Medicina Milagrosa” Capitana Salas Nieto, de venta “en todas partes” decía el aviso. Carlos Luis Peralta, entonces presidente de la Junta Directiva de FENALCO, ofrecía en sus amplias instalaciones de la avenida sexta entre calles doce y trece, el más extenso surtido de bombillos, alambre y accesorios eléctricos, rollos fotográficos y las afamadas bicicletas Raleigh, inglesas, además de llantas y repuestos para las mismas. Por igual, vendía teteros Evenflo, Alka Seltzer y papelería en general, mejor dicho, de todo como cualquier almacén tipo supermercado de hoy.  Don Hernán Botero de la Calle era el Distribuidor de FINCA S.A. alimentos concentrados para animales y posteriormente distribuidor exclusivo para la ciudad de los productos de calzado CROYDON.
Llamaban la atención ciertos avisos que hoy han perdido vigencia, por ejemplo, Eustorgio Perozo publicó el siguiente: “Burro perdido en el barrio Carora, marcado en la nuca y el cuadril izquierdo con el número 5”. O este otro de Gabriel Moreno Vega, en primera página: ”Toda  clase de negocios lícitos” para ello se debía llamar al teléfono 34-79 o dirigirse a su oficina de la avenida 5 No. 13-03.
La actividad bursátil no se quedaba atrás. León Colmenares y Enrique Lara Hernández lideraban esa actividad del mercado de valores. El primero había conseguido la representación de la agencia comisionista de la Bolsa de Bogotá Mangner y Villar y ofrecía realizar todas las operaciones de la Bolsa de la capital. Por su lado, Enrique Lara representaba la firma Títulos Fiduciarios S.A. en su almacén de la avenida 6 No.9-40, donde se proponía la venta de acciones a crédito, operación que hoy no se hace. Se ofrecían paquetes de acciones de $1.000 con el pago de una cuota inicial de $25 y cómodas cuotas periódicas a definir con el cliente. Muchas de esas transacciones fueron consultadas telefónicamente en el 2711 y concretadas posteriormente, mediante la firma de los documentos pertinentes.
Eugenio Sandoval Ferrero anunciaba sus servicios de asesoría en la presentación de las declaraciones de renta dada su experiencia en el ramo, adquirida como Auditor que había sido de la Administración de Impuestos Nacionales y como ex funcionario del Banco Central Hipotecario. Había que llamarlo al teléfono 42-08 o concertar una cita en su oficina de la avenida 0B No.20-52.
Las principales agencias de viaje en asocio con AVIANCA comenzaban a ofrecer las excursiones a San Andrés, que aún no era Puerto Libre. Todo el programa costaba $700 y el cupo era limitado a 25 personas pues el viaje se hacía en los novedosos DC3. La duración de la excursión era de 11 días con escala en Cartagena donde se visitaban los sitios turísticos de la ciudad como el Cerro de la Popa, el Castillo de San Felipe, la ciudad amurallada y otros lugares de interés.
En un rápido repaso de las noticias políticas locales se leía que había sido nombrado el ingeniero Cayetano Morelli Lázaro, Jefe de la Oficina del Plan Regulador. Revisando nuestra bitácora, supimos que estuvo en el cargo durante dos años. A Eligio Álvarez Niño lo nombraron Secretario de Gobierno Departamental, mientras que Léntulo Ruiz, nombrado Contralor Municipal, corría ya el mes de abril.
En ese mismo mes, Isidoro Duplat fungía como Alcalde de la ciudad y por esas mismas calendas renunciaba al cargo de Personero municipal don Guillermo Eslava, quien había sido nombrado quince días antes. Argumentaba problemas personales, razón por la cual, le fue aceptada sin mayores objeciones. En su reemplazo se nombró al recién graduado abogado Alberto Luna Pérez, con quien años más tarde tuve el honor de establecer una relación de compadrazgo.
La Lotería de Cúcuta anunciaba que sus sorteos se seguirían realizando en la glorieta del Parque Santander los días martes y que el premio mayor para ese año sería de $40.000.
En las páginas sociales leíamos que se había graduado de arquitecto, en la Universidad Nacional de Medellín el joven Luis Enrique Cuadros y que la delegación cucuteña de FENALCO había logrado obtener la sede del XIII congreso nacional de comerciantes para el año siguiente y que aspiraban realizarlo entre el 4 y el 9 de mayo. Los acontecimientos ocurridos por esa fecha y de todos conocidos, hicieron que dicho congreso se aplazara, como efectivamente sucedió, para el día 30 del mes de mayo de 1957.



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