martes, 1 de septiembre de 2015

FIESTAS CONJUNTAS COLOMBO VENEZOLANAS

Fiestas conjuntas colombo venezolanas
NOTA DEL AUTOR:
Aprovechando la actual coyuntura, originada por el cierre de la frontera, situación inédita, aún en las peores circunstancias dictatoriales del pasado, recordaré a mis lectores, algunos sucesos de cuando las relaciones con nuestros vecinos eran cordiales.

Antes de que se asentara la democracia plena en los dos países del norte de Suramérica, las expresiones de amistad y colaboración entre ambas eran frecuentes y las reuniones que se programaban revestían el mayor esplendor y se desarrollaban dentro de los términos de aprecio más sinceros. La siguiente crónica, es uno de los ejemplos más claros de este ambiente de convivencia y confraternidad que se vivía por esos tiempos no tan lejanos.
Un ejemplo más claro no puede exponerse que el sucedido el día de la celebración del aniversario de la Batalla de Boyacá en Cúcuta en el año 56. El lugar, los cuarteles del Batallón Santander en el sitio denominado El Resumen, que era un inmensa hacienda al sur de la ciudad, parte de la cual se cedió a la Nación para instalar allí las tropas del Ejército Nacional. Dicen las noticias que la celebración de ese día resultó “imponente y espléndida” y a ella asistieron, el gobernador del departamento Gonzalo Rivera Laguado en compañía de todos los secretario del despacho, toda la oficialidad del Batallón No. 15 Santander al mando del Teniente Coronel José de Jesús Guzmán Aldana, el comandante de las Fuerzas de Policía (que era como se llamaba a la Policía Nacional entonces) capitán Luis A. Godoy con todos sus oficiales, el Contralor Departamental Enrique Arámbula Durán, el alcalde (en esos momentos era Alcalde Mayor) Isidoro Duplat y sus secretarios, el Cónsul General de Venezuela Nicolás Cárdenas Ruiz y numerosos y distinguidos invitados así como los alumnos de los planteles educativos de la ciudad con sus estandartes y bandas marciales y el personal de tropas del ejército y la policía. Estos eran los representantes por Colombia al celebérrimo acto, mientras que por el gobierno y las autoridades de Venezuela asistieron, el gobernador del Estado Táchira Antonio Pérez Vivas, los comandantes y principales oficiales de la Fuerzas Armadas de Venezuela, acantonados en las poblaciones fronterizas de San Cristóbal y San Antonio, así como el Jefe de la Sección Política del Táchira Luis Andrés Rugeles acompañado del Cónsul de Colombia en San Cristóbal el señor Rodríguez Garavito. También asistieron los directores de los principales diarios del Estado Táchira, como también los corresponsales de la prensa  caraqueña.
En estas festividades patrias, el batallón Santander aprovechó la ocasión para dar al servicio la magnífica “Plaza de Armas” que recién se había construido gracias al empeño y al entusiasmo puesto por su comandante el coronel Guzmán Aldana, que en este día en particular ofrecía un bellísimo aspecto con todos los planteles y las tropas convenientemente colocados y en perfecta formación. Como era de esperarse en un evento de esta categoría y bajo la coordinación de la milicia, el programa se cumplió con estricta puntualidad y exactitud. El programa comenzó con la izada del pabellón nacional, con los respectivos honores a la bandera, luego se procedió a la celebración de la Santa Misa. Acto seguido se cumplió la ceremonia de inauguración del busto del Libertador Simón Bolívar, obsequiado por la Fuerzas Armadas de Venezuela, encabezadas por su comandante en jefe Marcos Pérez Jiménez, ya ascendido a general. La estatua cuyo bronce fue descubierto por el cónsul general de Venezuela en la ciudad Nicolás Cárdenas Ruiz, pronunció un sentido discurso en el que destacó, en nobles palabras de confraternidad colombo venezolanas, “la exaltación de la obra que vienen cumpliendo los presidentes Pérez Jiménez y Rojas Pinilla y de justiciero reconocimiento de la inmensa tarea cumplida por Bolívar y Santander”. Al terminar su discurso hizo la entrega formal del monumento al comandante del batallón quien delegó en el mayor Álvaro Paredes, segundo comandante, la tarea de agradecer al pueblo de Venezuela, a sus fuerzas armadas y a su gobierno, el valioso obsequio que acababan de hacerle a su patria y que aquel gesto “sería en todas horas un símbolo estimulante de unidad, comprensión y de fraternales esfuerzos por la permanente solidaridad y grandeza de las dos naciones hermanas y de todos los pueblos de América que Bolívar libertó y estructuró como países soberanos.” El discurso del mayor Paredes se constituyó en una hermosa lección de historia patria para los asistentes, toda vez que se extendió sobre la obra cumplida por los héroes de la gran jornada emancipadora, obra que había que cuidar y defender como patrimonio sagrado, habida consideración de su culminación redentora que significaron los triunfos en las batallas de Carabobo, Boyacá, Junín, Pichincha y Ayacucho.
A continuación, se realizaron los actos protocolarios militares como fueron, en primer lugar, el desacuartelamiento del contingente que había terminado sus labores castrenses, a los cuales el comandante les recordó a los nuevos reservistas, “su vinculación permanente a los cuarteles y con sus jefes en servicio de la patria” y estimularlos a continuar por el sendero del bien, a capacitarse para contribuir con sus esfuerzos al mejoramiento de su país.
Igualmente, durante este acto, se realizó la ceremonia de ascenso al grado de Cabos, de los soldados que habían decidido continuar la carrera militar de suboficiales, a quienes el mismo comandante felicitó “porque han sabido rendir un esfuerzo superior en las prácticas militares y en el cumplimiento del deber.” Inmediatamente después se procedió a la entrega de los diplomas correspondientes y a la colocación de las insignias a los nuevos militares ascendidos por parte de los gobernadores del Norte de Santander y del Estado Táchira, Rivera Laguado y Pérez Vivas respectivamente y de los altos mandos militares de ambos países.

Terminados los actos magistrales en la Plaza de Armas, todos los asistentes fueron gentilmente atendidos en el salón de recepciones del Batallón No. 15 Santander, donde sirvieron copa de champaña y un bufé de alimentos ligeros. De estos episodios conjuntos, donde se exteriorizaban los acontecimientos que habían sido realizados colectivamente entre los dos países, sólo queda el recuerdo y uno que otro monumento con sus frases grabadas en el frío mármol y olvidadas por las generaciones actuales.

sábado, 23 de mayo de 2015

LAS LINEAS AÉREAS EL DORADO

1. Puede ser que nos suene extraño o tal vez desconocida la sola mención del título de esta crónica, pero algo sucedió a mediados de la segunda mitad del siglo pasado, por cuenta de esta aerolínea, puesto que algunos de los protagonistas que estuvieron vinculados a ella, tenían nexos con la ciudad o la región y en un momento determinado, se levantó una “polvareda” en torno a unas negociaciones, descubiertas muchos años después y que involucraron a personajes que tuvieron vínculos con actividades delictivas relacionadas con el narcotráfico.
Para ambientar esta singular narración empezaré por indicar que la aerolínea en mención nunca operó, que se trató de un emprendimiento más bien romántico de un personaje de mucha trayectoria y conocimiento del negocio del trasporte aéreo, con unas aspiraciones más que optimistas de organizarle a la aerolínea insignia de Colombia una competencia que además de satisfacción, le produjera réditos económicos a él y a sus compañeros de aventura.
El organizador y principal interesado en promocionar la nueva compañía era el capitán Guillermo Bernal Rubio, de quien más adelante haremos un breve relato de su vida y obra, la cual estuvo muy ligada a estos contornos. Pues bien, aprovechando el nombramiento de nuestro paisano Jorge Barco como director del Departamento Administrativo de la Aeronáutica Civil, el Capi, como le decían cariñosamente sus amigos, solicitó en audiencia, la adjudicación de la ruta Cúcuta-Miami para su nueva aerolínea. Para ello contó con la ayuda y asesoría del abogado Jaime Pérez López a quien le pagó sus honorarios con aportes de la sociedad recién creada. Parece que la relación establecida con Jaime Pérez fue meramente coincidencial, toda vez que, según nos lo contó el mismísimo abogado, se encontraron un día en el aeropuerto Eldorado y allí mismo le pidió lo acompañara a la Aeronáutica, aprovechando la amistad mutua que existía con el director de esa institución; esta situación le sirvió para continuar su labor de asesor ya que acompañó al Capi a gestionar la compra de las aeronaves que irían a prestar el servicio que le había sido autorizado.
Viajaron a los Estados Unidos a negociar con Braniff International, empresa que acababa de cerrarse, la compra de una aeronave que cumpliera con las expectativas y les permitiera operar tranquilamente, sin embargo, el City Bank no les otorgó el crédito para la adquisición del avión y tuvieron que solicitarle a la Aeronáutica una prórroga, pues llegado el caso, se les cancelaría la licencia de operación, lo cual ocurrió efectivamente pero posteriormente lograron rehabilitarla y les dieron una nueva oportunidad para la consecución de su equipo de trasporte aéreo. Esta vez se fueron a Londres, con Oliver Lara, en donde entraron en contacto con la British Air para adquirir un avión de las características del B727, lo cual tampoco concretaron, esta vez por falta de garantías económicas.
En estas condiciones Aerolíneas El Dorado Ltda. ya había invertido una buena cantidad de dinero en estudios de factibilidad, evaluación de equipos de vuelo e incluso en planos que fueron aprobados por la Aerocivil para construir los hangares en el aeropuerto Camilo Daza e instalar allí los equipos de mantenimiento de aviones tipo jet.
Por otro lado y desempeñándose en el campo de la relaciones públicas y jurídicas, el Capi había solicitado la colaboración de su viejo amigo y compañero de andanzas, el abogado bogotano Gustavo de Greiff, quien desde el momento de la constitución de la empresa ofició como presidente y las reuniones, que no fueron pocas, se realizaban en su oficina de la carrera quinta número 35-11. Allí discutían los pormenores de la que sería la competencia de Avianca durante los próximos años y se ilusionaban con los argumentos y las historias del Capi Bernal. Así estuvieron alimentando sus sueños hasta que en julio de 1975 se constituyó la sociedad Aerolíneas El Dorado Ltda. en la ciudad de Bogotá, mediante escritura pública 721 de la notaria 21 inscrita en el registro notarial el día 21 de junio de 1980. De acuerdo con las fechas que acabamos de mencionar, puede observarse que transcurrió un lapso de cinco años aproximadamente sin que se desarrollaran las actividades propias de su objeto social, que en resumidas cuentas, decía la escritura, consistía en “la explotación del negocio de la aviación en todas sus manifestaciones, como trasporte aéreo de pasajeros, aeroexpresos, carga, servicios especiales…” y todas las demás propias de la actividad y que por lo general, se escribe en las escrituras de constitución de cuanta sociedad se crea, para que no quede nada por fuera, que no pueda ser realizado dentro de su normal desenvolvimiento comercial. Cinco años después se produce la primera operación de la sociedad, se cambia de nombre por el de Líneas Aéreas El Dorado Ltda. y traslada su domicilio que inicialmente había establecido en Cali a la ciudad de Cúcuta.
Pasado este tiempo y en vista de las dificultades que se les presentaba para sacar adelante una empresa aérea decidieron buscarle comprador, muy a pesar de la oposición de su principal gestor, pero se les había agotado el presupuesto y lo principal, la paciencia.
El capitán Bernal conocedor como pocos de los secretos del negocio, se propuso establecer contactos con empresarios que tuvieran el interés de continuar con su proyecto sin desvincularlo y les propuso a sus socios abogados, comprarles sus cuotas partes, que aunque sin recursos, ya tenía a quién vendérselas.
Y aquí es, precisamente, donde comienza a enredarse la situación, tanto para los socios como para los funcionarios que intervinieron en las negociaciones que se produjeron a partir del año 80, fecha en que se realizaron las transacciones que enredaron a todos los que en ellas intervinieron.
Afortunada o desafortunadamente al único que no se le presentaron contratiempos ni inconvenientes, pues no aparece mencionado y en los pocos casos en que lo está, es el Capi Bernal y todo porque no logró ver consolidado su proyecto, ya que después de vender su participación mayoritaria con todo el dolor de su alma, falleció en el año 1986.
2. Continuando con nuestra crónica anterior, decíamos que se armó un tremendo escándalo a mediados del año 1995 cuando el entramado de la negociación de Las Líneas Aéreas El Dorado Ltda. salió a la luz pública en publicación que hiciera el periodista inglés Simon Strong de su libro Whitewash y difundido por el diario El Espectador a finales del mes de agosto. Por esa época, Gustavo de Greiff quien había sido el primer Fiscal General de la Nación y se desempeñaba como embajador de Colombia ante el gobierno mexicano, fue citado en un extenso informe especial como socio de Gilberto Rodríguez Orejuela en la mencionada aerolínea. Se argumentaba que el problema no se derivaba de la existencia misma de la sociedad, pues como es usual en estos casos, se desconocían las verdaderas actividades de los involucrados, sino que De Greiff guardó silencio al posesionarse del cargo, sin advertir sobre las relaciones comerciales que supuestamente había mantenido en el pasado. Baste lo anterior para recordar que Las Líneas Aéreas El Dorado Ltda. se habían constituido en 1975 y los socios originales habían sido su gestor y promotor, el Capi Guillermo Bernal, el abogado cucuteño Jaime Pérez López, asesor en materia de gestión ante la Aeronáutica Civil y el también abogado Gustavo De Greiff Restrepo quien se encargaba de la administración siendo su presidente desde el inicio hasta la enajenación de las cuotas partes en 1980, con un capital inicial de veinte millones de pesos del cual, la mayoría le correspondía al capitán Bernal Rubio.
Toda la algarabía surgió al constatarse la relación entre el ex fiscal y parte del clan de los Rodríguez Orejuela, pues de acuerdo con el acta XIV suscrita el 1 de agosto de 1980 y previa convocatoria del presidente de la sociedad (que era De Greiff) se reunió la totalidad de los socios, es decir, Bernal, Pérez y De Greiff, con Gilberto Rodríguez Orejuela, su esposa Mariela Mondragón de Rodríguez, su hijo Jaime Rodríguez Mondragón y el capitán Felipe Silva Barrero para realizar un intercambio  de acciones, las cuales fueron adquiridas por un nuevo socio, el periodista Alberto Giraldo y consignado posteriormente en la escritura pública 2609 del 30 de septiembre de 1980, corrida en la notaría 21 de Bogotá.
Por supuesto que De Greiff y Jaime Pérez negaron de inmediato cualquier relación con los mencionados, afirmando no conocerlos y no haberse reunido con ellos nunca. La confirmación de lo anterior se basa en la explicación dada por Jaime Pérez en el sentido que para la firma de una escritura, no era necesario que todos los participantes estuviesen presentes simultáneamente, decía que en la notarías “se corre la escritura y cada uno de los signatarios va yendo cuando tiene tiempo y va firmando. Rara vez asisten todos los comparecientes, más cuando tenían distintos domicilios.”
Sin entrar en consideraciones sobre la veracidad o no de estas afirmaciones, según consta en los archivos de la Superintendencia de Sociedades, entidad que autorizó las operaciones, éstas fueron aprobadas de la siguiente manera; en primera instancia, en resolución de 1980, la venta de las 12.500 cuotas partes pertenecientes a Gustavo De Greiff Restrepo y la cantidad de 4.000 cuotas partes de propiedad de Jaime Pérez López al señor Guillermo Bernal Rubio, según constancia presentada en acta suscrita el 9 de mayo de 1980, el mismo día que la Junta de Socios aprobó la cesión de la totalidad de las cuotas del Capi Bernal a los proponentes Rodríguez Orejuela y al capitán Silva Barrero y que días más tarde serían endosadas al periodista Giraldo. Por esa época, ya la sociedad se hallaba domiciliada en Cúcuta, puesto que los socios originales habían radicado la escritura pública 668 del abril 10 de 1980, de la notaría 21 de Bogotá, en la que dejaba constancia que la dirección comercial era la Av. 7E No. 3-45 del barrio Quinta Oriental y el número telefónico, para cualquier comunicación era el 44245. En razón a su nuevo domicilio, el trámite de aprobación del ingreso de los nuevos socios correspondió hacerlo al jefe de la seccional de la Supersociedades en Cúcuta, Alberto González Dávila.
Es necesario aclarar que para la fecha de los hechos, Gilberto Rodríguez Orejuela era un empresario caleño dueño de varios laboratorios de medicina humana y de la entonces incipiente cadena de droguerías La Rebaja. Estaba igualmente, incursionando en el sector financiero, en el cual estaba realizando fuertes inversiones a través de sus diversas empresas, logrando obtener el dominio del Banco de los Trabajadores, institución que con muchos esfuerzos y sacrificios había logrado consolidarse con los aportes del sector sindical colombiano y de una que otra contribución del movimiento sindical de Norteamérica, especialmente de los Estados Unidos. Su incursión en el mundo de las finanzas lo llevó a ser uno de los mayores inversionistas de la Corporación Financiera de Boyacá y el mayor accionista del Banco de los Trabajadores, el cual fue adquiriendo cuando las necesidades de recursos fueron apremiando, en el preludio de la que sería la primera y mayor crisis financiera del siglo veinte en Colombia. Logró llegar a la presidencia del banco, posición desde la cual pudo consolidar, mediante el otorgamiento de créditos y garantías, buena parte de las empresas fachadas que fueron tejiéndose para cubrir gran parte de las operaciones de narcóticos que se realizaban y que su principal destino eran los Estados Unidos.
Para librarse de las sospechas, todos aquellos que tuvieron alguna clase de relación, en especial las comerciales, exhibían las resoluciones que expedían los organismos encargados de la vigilancia y la ética profesional, en las cuales se certificaba la solvencia moral de las personas; por ejemplo, el Departamento Administrativo de la Aeronáutica Civil en el informe 2049 del 16 de diciembre de 1981 cita al Consejo Nacional de Estupefacientes y a la Resolución 6675-CRS de 1982 de la Quinta Brigada en la que se hace constar que el representante legal de Líneas Aéreas El Dorado Ltda. el señor Gilberto Rodríguez Orejuela “es un hombre que está libre de toda mancha, libre de toda culpa y que por esa razón se le concede a la aerolínea en mención el permiso de operación de manera definitiva, por el periodo de tres años adicionales.” Lo extraño del caso es que se afirma que ya desde el año 1979, la Interpol  estaba investigando las actividades delictivas de los integrantes del denominado cartel de Cali, sin que ninguna otra institución del Estado haya objetado ni vetado sus acciones que a la postres resultaron ser punibles, indignas y vergonzosas.



Los eventos sociales del 58 en Cúcuta

1. Amanecía el 58 con graves disturbios en Caracas. Tambaleaba el gobierno del coronel Marcos Pérez Jiménez y para evitarlo se decretaba el Estado de Sitio y hubo toque de queda a partir de las cinco de la tarde, en los días previos al 23 de enero. Las fuerzas armadas respaldaban al gobierno, como es su deber, pero la revuelta civil no cesaba en la capital, al punto que se produjeron actos violentos como el incendio de autobuses de servicio público y el saqueo y la destrucción de almacenes, además de 42 muertos y un sinnúmero de personas heridas. En el Estado Táchira, en los dos días siguientes al 23 de enero se produjeron más de quinientos muertos y alrededor de mil heridos. Al producirse la renuncia y posterior huida del país del gobernante de marras, asumió la presidencia provisional el contralmirante Wolfang Larrazábal en representación de la Junta Militar, en una transición similar a la que se había producido en Colombia el año anterior.
Mientras tanto, en Cúcuta y en el país, se preparaban las primeras elecciones del régimen del Frente Nacional. Pero no por los motivos anteriormente expuestos, se dejaban de lado los festejos y las celebraciones a la que veníamos acostumbrados. Era costumbre arraigada la conmemoración de los aniversarios, sobre todo de los más jóvenes, de los niños especialmente y por esta razón, las fiestas de cumpleaños con piñata incluida eran motivo de jolgorio y excusa de los mayores para echarse sus “palos”.
Las familias numerosas contaban con mayores argumentos para estas celebraciones, pues no pasaba mucho tiempo entre una y otra. Don Numa P. Guerrero reconocido químico farmaceuta, propietario por entonces de la Droguería Americana que estaba ubicada en la calle once, en el edificio de la Curia, hasta que vino un obispo progresista y lo desalojó a él y a todos los demás inquilinos para construir un moderno centro comercial, crónica que espero ampliar en un futuro; era a la sazón, gerente de las Empresas Públicas Municipales. Pero, era a la vez, el ejemplo a seguir en materia de festejos infantiles, pues durante los primeros meses del año organizaba a sus retoños las más renombradas recepciones para los pequeñines; comenzaba la primera con Gladys, le seguía, algunas semanas más tarde Leonor y para que no sólo fueran las niñas, el motivo de regocijo, interrumpía la secuencia Edgar, a quien sus fiestas debían tener, por lo menos, invitados de género diferente y me supongo que los regalos dejaban de ser muñecas, bolsos y juguetes propios de las niñas para convertirse en carritos y balones propio de machos y piernipeludos que debían ser quienes eran invitados a departir el ponqué de cumpleaños y la copita de gaseosa que se repartía en esas reuniones. Cerraba las celebraciones del primer semestre el cumpleaños de Olga, pues algo debían dejar para los últimos meses del año.
Por las mismas calendas y en los primeros meses del año, don Sergio Sanclemente y doña Josefina Cárdenas agasajaban a su más consentida hija, Blanca Victoria, con una reunión social infantil en la que se congregaron amigos y familiares en la casa paterna.
Así como las fiestas infantiles se destacaban, de igual manera las empresas acordaban con sus empleados, funcionarios y asociados, participar de las festividades que les traían un nuevo año o nuevos periodos al frente de ellas; el Hotel Tonchalá, por ejemplo, celebró en febrero de este año, el primer año oficial de funcionamiento, ya que fue inaugurado el día 23 del mismo mes del año anterior, a pesar que venía funcionando desde el 12 de octubre del 56. Don Mario Stratta, gerente del establecimiento organizó una fiesta a la que fueron invitados todos los empleados, a manera de agradecimiento, por los excelentes servicios que prestaron durante el año que terminaba.
Antes de pasar a eventos sociales diferentes, quiero reseñar que durante el mes de abril hubo una tremenda fiesta de cumpleaños infantil, pues dicen quienes asistieron, que los anfitriones botaron la casa por la ventana en la celebración del cumpleaños, tal como fue reseñado en las crónicas de época, del “pequeño e inteligente” José Eustorgio Colmenares Ossa.
Pero no eran solamente los cumpleaños, famosos por sus reuniones sociales, atrás no se quedaban los nacimientos, bautizos, matrimonios, graduaciones, el regreso a clase y hasta defunciones, operaciones y actos luctuosos, los que ameritaban reunión, en las que se departía con alegría o con tristeza, según el caso. Incluso me atrevo a reseñar la reunión de despedida que le hicieron sus padres don Aquilino Jáuregui y doña Teotista Flórez y sus hermanas, a la ilustre señorita Araceli Jáuregui Flórez con motivo de la toma de sus votos últimos en el Convento de las monjas Clarisas de Pamplona y quien de ahora en adelante sería la reverenda hermana Sor María Francisca de la Sagrada Familia.
Una nota de los primeros días del año relataba el retorno a clases en la ciudad de Pamplona del joven estudiante Jorge Enrique Mora Rangel. Sus padres se congratulaban y le deseaban al viajero el mejor de sus éxitos en sus estudios y parece que no se equivocaron, pues como sabemos, años más tarde, alcanzó el más alto grado que puede lograrse en la carrera militar.
Y para terminar este recorrido por los eventos sociales del 58, me permitiré relatar el suceso más comentado en los círculos femeninos, en los primeros meses del año, que produjo el advenimiento de una preciosa criatura en el hogar de don Jorge Muñoz y su esposa Amelia Ayala. Fue bautizada, días después con el nombre Mercedes Amelia y llevada en brazos de sus padrinos, el alcalde de Cúcuta Asiz Colmenares Abrajim y Margarita Ayala de Sánchez Chacón. Se dice que la celebración, de los adultos claro está, se prolongó hasta altas horas de la noche.
2. El optimismo reinaba entre la población de la ciudad, pero particularmente entre los hinchas del Cúcuta Deportivo. Aunque ya había pasado la época de El Dorado en el fútbol colombiano y el equipo local no alcanzaba destacarse, a pesar de las contrataciones extranjeras que se hacían, particularmente con jugadores uruguayos, el equipo no salía de las posiciones de mitad de tabla.  Sin embargo, en este año comenzaba a vislumbrarse una posibilidad distinta, el equipo estuvo en una gira internacional por Centroamérica y según informaban las agencias noticiosas internacionales, había ganado en todas sus presentaciones. Era pues el preludio de una actuación que llevaría al equipo a liderar el campeonato local incluso a ser campeón, según lo argumentaban sus dirigentes. Desafortunadamente, no hubo tal, pues iniciado en rentado el equipo mantuvo un desempeño similar al de los años anteriores, lo que hacía que su fanaticada apenas lo acompañara al entonces destartalado estadio General Santander. Tuvo la afición que esperar seis años más para que el Cúcuta Deportivo lograra una hazaña, ser apenas subcampeón, luego de todas las dificultades que se presentaban en esa época, a los equipos chicos para lograr las posiciones de privilegio en el complejo mundo del balompié profesional.
Mientras los familiares de don Alfredo Cabrera Serrano elevaban sus oraciones en espera de su pronto restablecimiento, después de una delicada intervención quirúrgica que le fuera practicada en la Clínica Marly de Bogotá, regresaba a la ciudad el joven médico Jorge Cristo Sahium luego de cursar, en el Hospital Militar de la capital, una especialización en ortopedia. Según recuerdo estableció su primer consultorio en la calle diez entre avenidas séptima y octava en frente del teatro Astral y además puedo dar fe de sus conocimientos en el ramo toda vez que cuando tuve la ocasión de acudir en procura de su ayuda para solucionar un inconveniente presentado en mis tiempos de ciclista de competencia, estuvo acertado con su diagnóstico y tratamiento.
Siguiendo con los eventos que se presentaban en el campo de la medicina, este año se registró un acontecimiento importante pues volvía a la ciudad después de terminar su estudios de especialización en Cardiología que realizó durante año y medio, en el Instituto de Cardiología de México, uno de los más modernos y aventajados de su género en América el médico Julio Coronel Becerra. Sus familiares y amigos le auguraban una larga y exitosa carrera y muchos años de prosperidad.
Otro profesional de la salud que se graduaba entonces, pero en el campo de la odontología y que se constituyó en el orgullo de sus padres Pedro Emilio y Amelia fue el joven Joaquín Amado Gutiérrez a quien le hicieron una gran recepción el día de su llegada a la ciudad de sus afectos.
En otro aspecto menos formal y habiendo terminado el que sería algunos años más tarde, el famoso Carnaval de Barranquilla Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y al que asistía el “Jet Set” de la época, regresaba de cumplir con la invitación que había recibido de la directivas de la organización, la bella Amparo Canal Sandoval. Se decía que era tal la estimación que las gentes de la Costa Atlántica le tenía, que durante todas las carnestolendas no pararon de aplaudirla y vitorearla por donde quiera que se presentaba.
Por los lados del corazón, se registró, primero el compromiso y luego el matrimonio del caballero Enrique Hernández Cárdenas con la señorita Gladys Eugenia Durán Reyes. Durante la ceremonia de compromiso que se realizó en casa del padre de la novia, Enrique le entregó la argolla mediante la cual la pedía en matrimonio y ella gustosa aceptaba. Posteriormente, el 12 de abril recibieron el sacramento del matrimonio en la iglesia de San Antonio. Recordamos a Enrique Hernández como el hombre del corbatín, como locutor y como funcionario público, pero especialmente por haber sido el presentador oficial de los sorteos de la Lotería de Cúcuta durante sus años venturosos.
Por esos mismos días y en circunstancias similares se casaba Francisco “Pacho” Morelli , el hijo de Cayetano y Clara Lázaro con la bella y espiritual Maria Teresa Espinel Espinosa. Algunos años más tarde nos encontramos a Pacho en la gerencia del Banco Nacional cuando la oficina quedaba en un local extraído de la casa de las señoritas Vélez en la avenida quinta arriba de la calle doce y mucho antes del descalabro producido por la gran crisis financiera de los años ochenta, cuando el banco de propiedad del grupo Colombia sucumbió como las demás empresas del mismo conglomerado, arrastrando entre otros a sociedades como el naciente Centro Comercial Cenit en esta ciudad.
El nacimiento de las esperadas criaturas, era para los padres de entonces, motivo de orgullo y felicidad, por esta razón, registramos con beneplácito los nacimientos en los hogares de Ernesto Vargas Lara y doña Betty Cuberos de Vargas la llegada de Luis Ernesto a quien sus amigos llaman cariñosamente Kilo. También reseñamos la llegada de un hermanito para las niñas Maria Isabel y Maria de Lourdes, hijas de don Julio Reyes y Mercelena Copello y quien hoy es el mandamás de RCN radio. Otro Reyes llegaba al hogar de Leonardo y Laurita Vega, hoy un destacado optometrista.
En el ámbito social se desarrollaba la Asamblea del Club del Comercio y se nombraba su Junta Directiva cuya presidencia recayó en el nombre del doctor Augusto Duplat y la vicepresidencia de Luciano Jaramillo Cabrales, entonces representante de una prestigiosa empresa de Seguros. Era secretario tesorero de la institución don Luis Francisco Faccini y quien en definitiva llevaba las riendas del club. Hacían parte de la junta igualmente, Manuel Antonio Ruan, Rafael Canal Sorzano y Alberto Camilo Suárez, como suplente ejercían los comerciantes Alipio Mantilla, Antonio Gómez Plata y Hernán Botero de los Ríos.
Finalmente, todos en la ciudad manifestaron su tristeza cuando se enteraron de la noticia del traslado de padre Miller, salesiano, que había acometido la construcción, no sólo del colegio sino de la bella capilla de María Auxiliadora en el barrio Popular. La comunidad, en reconocimiento de su gestión, le había designado en un alto cargo en su sede principal en Europa, por ello la sociedad cucuteña le organizó un multitudinario homenaje en demostración de simpatía y de agradecimiento por la labor desarrollada.


¿Por qué se fueron los alemanes?

1. Aunque el país no ha sido atractivo para las migraciones colectivas como ha sucedido con otras regiones de América; se han presentado varias en Colombia, desde que los conquistadores españoles recorrieron la geografía continental. Además de la necesaria colonización española, recordemos que durante el reinado de Carlos V, en el siglo XVI, el imperio español abarcaba buena parte de Europa y ya finalizando esa centuria, su hijo Felipe II supo llevar al apogeo el Siglo de Oro español, extendiendo la soberanía hispánica desde Portugal hasta la frontera de la Rusia de los Zares; por esta razón, es conocida la aventura de ciertos conquistadores alemanes que visitaron estos contornos y que por motivos circunstanciales perecieron en la andanza como sucedió con Ambrosio Alfinger, conocido de marras por la región nordeste del país, toda vez que resultó asaeteado por los feroces aborígenes locales, quienes no aguantaron sus pesados modales y requerimientos en demanda de condiciones insostenibles de trabajo y recursos. Es de común ocurrencia entre los campesinos de esta región, los ojos claros y el cabello rubio, que se dice desciende de estos audaces exploradores.
Volviendo al tema que nos incumbe, a mediados del siglo XIX se genera, en la Alemania del príncipe Otto von Bismarck, un gran despliegue económico al producirse la consolidación del imperio alemán, lo que induce a la nación a buscar las materias primas necesarias para abastecer su aparato productivo. A mediados de ese período, un grupo relativamente numeroso de jóvenes decide emigrar y establecerse en América, no solamente en busca de fortuna, sino de un plan de vida que le permita escapar de las inclemencias y las incertidumbres que se cernían sobre la población del viejo mundo, agobiado por las guerras y las rencillas entre las distintas naciones, producto del régimen feudal reinante durante siglos. Hacia 1850 ya se tenían avanzadas las relaciones comerciales entre las dos regiones, pues casas comerciales alemanas se habían instalado en América, específicamente en Venezuela como cabeza de lanza para vender sus mercancías manufacturadas y a la vez, intercambiarlas por los bienes primarios que ofrecía el nuevo mundo. No es necesario adivinar la causa por la cual se escogió la ciudad de Maracaibo como la sede americana de las casas de comercio alemanas, pues además de ser el mayor puerto continental después de Cartagena de Indias, era el camino más corto, tanto para penetrar a tierra firme como para trasladarse al viejo continente. Así pues, comenzó la inmigración alemana a la Nueva Granada, confirmación hecha, por demás, en el magnífico texto de Horacio Rodríguez Plata, historiador santandereano, conocedor del tema y explicado con lujo de detalles en su libro “La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX”. Los alemanes se irrigaron por la región conocida hoy como el Gran Santander, primero en Cúcuta y luego a Bucaramanga. Algunas otras poblaciones fueron atendidas, digamos que con menos entusiasmo, como San Cristóbal, en Venezuela y la villa de El Socorro en Santander. En Cúcuta, fueron especialmente dinámicos en las compras de cacao y café, así como en la venta de sus productos para la industria y el hogar. Alrededor del parque Santander se ubicaron las casas de comercio, que eran establecimientos de venta, tanto al detal como al mayoreo y baste decir que cada día crecían económica y socialmente, al punto que de las cinco casas de dos pisos que había el día del terremoto, tres eran de propiedad de alemanes y una, la Botica Alemana, quedó en pie después de las sacudidas que fueron del orden de los nueve grados, en la escala de Mercali.
Sin embargo, después de tantos años transcurridos no quedan vestigios del paso de estos notables comerciantes, salvo algunas esporádicas menciones que no tienen relación con la actividad que ejercieron sino con el altruismo que manifestaron, como es el caso del Asilo Andresen que fue más una decisión de su viuda que de él en particular, sin quitarle los méritos que lo rodearon.
Siempre creí que la partida de los germánicos se había producido a comienzos del siglo XX, particularmente por la declaratoria de guerra en su contra por parte de Colombia, a raíz de la Primera Guerra Mundial, pero no, el problema se remonta muchos años antes y la historia es mucho más apasionante que el desarrollo de las atrocidades que se presentaron durante esa denominada “Gran Guerra”.
Para ambientar el tema, comencemos por anotar que los migrantes alemanes no tenían características comunes sino que se habían conformado grupos con intereses similares, los cuales se fueron identificando y consolidando a medida que lograban sus propósitos. Por esta razón, las comunidades locales habían identificado las diferencias entre los grupos que se ubicaban en una ciudad con respecto a las demás. Se supo, posteriormente claro está, que los más notables y los de mayor prestancia estaban residenciados en Maracaibo y sólo de manera esporádica viajaban a las sucursales de las ciudades del interior, como Cúcuta o Bucaramanga a realizar operaciones o controles para mantener la vigilancia de sus transacciones. Hay que considerar, que de todas formas, las condiciones de viaje eran completamente diferentes a las que estaban acostumbrados en Europa y no era atractivo y además de peligroso, cualquier incursión por fuera de los límites de las ciudades. En Cúcuta, el grupo de ciudadanos alemanes, en su mayoría eran de los países conquistados por el imperio, como Dinamarca por ejemplo, además que eran pocos en número, pues la mayoría estaba más interesada en regiones de mayores desarrollos y de mayor potencial, por lo cual, gran parte de estos europeos prefirió establecerse en Bucaramanga. Allí se pudieron identificar dos grupos de alemanes, uno con una clara tendencia a las actividades mercantiles, a quienes los locales llamaron “el comercio” y otro, más académico, con inclinación científica que se dedicó a promover la investigación y a encontrar alternativas de solución a problemas que para ellos eran desconocidos y que constituía un estímulo a sus capacidades innovadoras y creadoras.
Explicadas brevemente las diferencias, veremos cómo ellas influyeron definitivamente en la partida de nuestros personajes y en el desvanecimiento de logros tan importantes en la consolidación de la región.

2. Habíamos reseñado anteriormente, el beneficio que el comercio de fines del siglo XIX, entre la nueva Colombia y el viejo mundo, había producido para el desarrollo de la incipiente comunidad que apenas comenzaba a formarse, a pesar de las luchas intestinas que, por lo general, se presentan en los países que recién comienzan a consolidarse democráticamente. También decíamos que Colombia no había sido un país atractivo para la inmigración ni la había patrocinado, como sí lo hicieron algunos países de América desde el Canadá hasta la Patagonia.  Sin embargo, alcanzaron a presentarse algunas “oleadas” y entre éstas, la primera, después de la necesaria hispánica, fue la alemana de mediados del siglo 19, específicamente en el año 1851. La iniciativa del Canciller alemán von Bismarck, de irrigar por el nuevo mundo, jóvenes germanos en busca de los recursos primarios para abastecer su industria, fue recibida con gran entusiasmo por cientos de ellos quienes, algunos con apoyo financiero y otros sin él, se aventuraron por las inhóspitas tierras del norte del subcontinente, iniciando su aventura, unos desde la ciudad de Maracaibo hacia el sur, siguiendo la ruta que en años anteriores habían realizado sus paisanos Alfinger y Federman y otros, desde Cartagena y siguiendo las aguas del río Grande de la Magdalena, se adentraron hasta las inexploradas tierras de lo que hoy es el Magdalena Medio Santandereano. El hecho es que algunos se establecieron en las tierras santandereanas y un gran número de ellos en Bucaramanga. Digo, un gran número, pues cuando llegan a un pueblo pequeño, alrededor de cincuenta extranjeros, alemanes, jóvenes, bien presentados y solteros, sociológicamente hablando se presenta una alteración de las costumbres, tanto en los negocios como en la política y qué decir del entorno social y la vida galante, todo dependiendo del grado de integración que logren y como tal lo hicieron, a diferencia de otros lugares donde se instalaron como el caso de la Colonia Tovar en Venezuela donde por el contrario, se aislaron del medio, manteniendo sus costumbres y se encerraron de forma que sus hábitos y tradiciones permanecieron impermeables a las del entorno que la rodeaba.
Es interesante conocer el desarrollo de comunidad alemana en Bucaramanga, pues la evolución que allí se presentó, se diferenció de las de otras ciudades y regiones. Pareciera que hubiera sido al revés y que fueron los hábitos y costumbres locales las que permearon a los alemanes, pues aprendieron todas las artimañas, picardías, supercherías y trampas, muy probablemente adquiridos durante la larga ocupación hispánica y que se fue acentuando una vez se logró consolidar la independencia.
La colonia alemana de Bucaramanga estaba claramente diferenciada en dos grupos, bastante disímiles, pues mientras que unos se dedicaron a cultivar las ciencias, las artes y en general, la cultura y su divulgación, el otro grupo se inclinó por el comercio que había sido el verdadero objeto de su presencia en esas tierras. De hecho, el pueblo los conocía e identificaba como “El comercio” al referirse a ese grupo en particular y lo hacían con desprecio, pues los culpaban del monopolio de la riqueza junto a sus socios locales.  Claro que esta animosidad se acrecentó con la aparición de las sociedades de artesanos, que comenzaron a formarse alrededor de la década de 1860 y en las cuales se predicaban las teorías socialistas políticas y económicas, además combatían las tesis del libre cambio y solicitaban al gobierno de turno el regreso al proteccionismo y la implantación de políticas nacionalistas que generaran igualdad social.  Era, en realidad, el producto del surgimiento del movimiento de las clases trabajadoras motivadas por las nuevas teorías esbozadas por el Manifiesto que habían escrito Marx y Engels ante el florecimiento de lo que se llamó la “Revolución Industrial”.
En 1864 se conformó la Sociedad de Artesanos, así a secas, pero que sus adversarios denominaban “Culebra Pico de Oro”, peyorativamente, que buscaba el mejoramiento de las condiciones económicas de sus afiliados pero que adicionalmente perseguía privilegios y ventajas políticas, pero además y con cierto resentimiento social y un poco de preservación de las antiguas costumbres, atribuía a los alemanes y a sus asociados el deterioro de las relaciones, dado el grado de hostilidad y antagonismo que se generaba entre los dos grupos. Para 1879 la situación se había tornado insostenible y explosiva, toda vez que el enfrentamiento no era ya entre las clases educadas y las menos educadas sino entre pobres y ricos o mejor dicho, entre las clases económicamente fuertes y las económicamente débiles.
Contradictores de los alemanes los tildaban, entre otras cosas, de obscenos por cuanto, decían, las paredes estaban llenas de láminas que presentaban “lúbricas escenas que ni la imaginación más atrevida alcanza a imaginar, para mantener latente a todas horas la pasión de la lujuria que los domina”; tales cuadros, se supo más tarde y que tanto ofendían el pudor, eran reproducciones de desnudos de la pintura clásica que no podían aceptar gentes acostumbradas a adornar sus casas con vitelas religiosas o románticos cuadros de escenas de caza. En otros hechos que consideraban lesivos para las buenas costumbres era la costumbre de ofrecer licores, una práctica muy europea, cuando se trataba de iniciar una conversación referente a un negocio pues se consideraba que era una forma de influir en las gentes, es decir de comprarlos o comprometerlos.
Mencionados estos antecedentes y conocedores de las intervenciones que los extranjeros hacían en la política parroquial, quienes no se privaban de ello, haciéndolo abiertamente para adquirir ventajas e influencias en los círculos de poder, se presenta un hecho que aunque fortuito y aislado repercutirá algunos días más tarde, en los hechos que serían conocidos como los “sucesos del 7 y 8 de septiembre”. En agosto de 1879, el coronel Pedro Rodríguez, jefe departamental de la Provincia de Soto tuvo un altercado con el ciudadano alemán Albert Fritsch por una deuda que el político no quería reconocer y quería que se le condonara dada su condición de gobernante. Después de una acalorada discusión se fueron a las manos y aunque no pasó a mayores, si se produjo un ambiente enrarecido que duró hasta el día de los sucesos arriba mencionados. Parece que la deuda no se pagó y este hecho mantuvo la situación tirante hasta el 7 de septiembre, día de elecciones de Presidente de la Unión y de Cabildantes. A continuación se narran los detalles del trágico acontecimiento que generó gran preocupación entre las autoridades nacionales, por las serias implicaciones que se suscitaron en las relaciones con el Imperio Alemán.

3. Los seguidores de la Sociedad de Artesanos conocida como Culebra Pico de Oro culpaban a los alemanes de la relajación de las costumbres que se habían popularizado entre la juventud, especialmente el incremento de la embriaguez, particularmente entre aquellos que laboraban en las casas de comercio de su propiedad; sin embargo, estas actitudes no eran más que excusas por lo que se consideraban como las inapropiadas prácticas que causaban desasosiego en una sociedad pacatamente patriarcal y vocacionalmente católica. Estas situaciones caldearon un ambiente de violencia cuyo detonante se produjo el día de elecciones del 7 de septiembre de 1879. Ese domingo se efectuaban los comicios que elegirían al Presidente de la Unión, cuya importancia era mínima entre los habitantes de la ciudad, pues todo el interés se centraba en la elección de los Cabildantes, equivalentes a los concejales de hoy y quienes detentaban el poder local en materia de autoridad y economía. Como era de esperarse cada uno de los bandos tenían sus candidatos, los democráticos apoyados por la Sociedad de Artesanos y los de El Comercio; ambos concurrieron con todos sus efectivos y la jornada fue extremadamente agitada pero al final ganaron los democráticos. A pesar de la victoria, éstos alegaron que habían logrado imponerse aún en contra de “las buenas cantidades de dinero para comprar las conciencias de los electores y no poco aguardiente para entusiasmar a sus partidarios en la lucha”, según narraciones de los cronistas de la época. Pasado el debate y mientras festejaban ruidosamente, se produce un incidente frente a la iglesia de San Laureano en el cual resulta asesinado el señor Obdulio Estévez, uno de los candidatos del bando de los democráticos, padre de familia ejemplar, querido por el pueblo y la sociedad bumanguesa, general de las Guerras Civiles y afiliado al partido conservador. Aunque no hubo testigos presenciales, varios fueron considerados sospechosos debido a ciertos antecedentes según los cuales habrían sido amenazados por Estévez. Para abreviar la historia, al día siguiente, a las cuatro de la tarde, durante los oficios religiosos se producen unos hechos de sangre dentro de la misma iglesia, sucesos que desencadenan una serie de amotinamientos en toda la cuidad. Fue una verdadera lucha sin cuartel la que emprendieron los dos bandos en la que resultaron muertos y heridos varios de los más ilustres personajes de la política y la economía. Las calles aledañas a la iglesia eran un campo de batalla mientras que en el resto de la ciudad las señoras clamaban por sus esposos y sus hijos, las gentes corrían en diferentes direcciones sin que se les pudiera detener para que dieran razón de lo ocurrido. Entre tanto, el Alcalde Pedro Collazos, avisado por sus amigos, enviaba un grupo de policías a detener el motín, mientras que un grupo de enfurecidos “democráticos” atacaba la residencia de Albert Fritsch, quien según nuestro relato anterior, había tenido un altercado con el Jefe Departamental Pedro Rodríguez por una deuda y quien no se encontraba en la ciudad, pues había sido invitado de honor, como padrino a la boda de un familiar en la vecina Tona. El asalto a la casa del alemán pudo ser controlado con la ayuda de unos amigos quienes lo apoyaron pero no sucedió lo mismo con los asaltos y saqueos que la turba enfurecida realizó en las casas de algunos otros alemanes y varios de los socios de El Comercio y las de algunos almacenes entre ellos, los de Koppel & Schrader,  así como el del respetable señor Lengerke, quien era considerado el fundador de la actividad comercial alemana en Bucaramanga y que milagrosamente resultó ileso del ataque. Sin embargo, en desarrollo de estos acontecimientos, dos ciudadanos alemanes resultaron muertos, Cristian Goelkel y Hermann Hederich, el primero, comerciante de alta credibilidad, quien fue asesinado defendiendo sus propiedades y el señor Hederich que en ese momento ocupaba el puesto de Director del Banco de Santander. Tanto el banco como el consulado alemán, según las crónicas de la época, no fueron atacados, pero es difícil de creer, por cuanto el escudo del Imperio resultó abollado, según dicen, por algunos pedruscos que se desviaron en el fragor de la protesta.
El representante alemán, embajador del momento, redactó una acalorada protesta al gobierno del Estado Soberano de Santander, así como al Gobierno de la Unión, por la aleve agresión que sufrieron los súbditos del Imperio y los símbolos de esa nación. Afortunadamente, la situación se calmó y la representación del Imperio aceptó las disculpas del gobierno. Localmente, se tomaron medidas estrictas, primero respecto de las autoridades locales que fueron incapaces de mantener el orden y quienes fueron destituidos de sus cargos, el alcalde Collazos y el Jefe Departamental Pedro Rodríguez, así como, los responsables de las acciones delictivas a quienes apresaron y posteriormente condenaron.
La breve reseña de los sucesos del 7 y 8 de septiembre de 1879 nos ilustra sobre el primero de los motivos que llevaron a la deserción de los alemanes del país. Los hechos narrados, aunque sucedieron de manera aislada en Bucaramanga repercutieron en todas las ciudades del país e incluso en Venezuela. Los cronistas hacen el siguiente relato sobre las consecuencias de lo sucedido: “…la ciudad se vio entregada a un movimiento fatal de retroceso, los negocios se paralizaron, las empresas de todo género decayeron considerablemente y las familias que contaban con facilidades pensaron en domiciliarse en otros lugares y algunas así lo hicieron. El Banco de Santander acordó llevar a cabo su liquidación y lo propio hicieron algunas casa de comercio importantes; los alquileres de las habitaciones y tiendas bajaron hasta más de la mitad del precio que tenían antes, los trabajadores no encontraban nada en qué ocuparse y todo quedó entregado a la inacción.” Las nuevas inmigraciones que se estaban planificando quedaron definitivamente suspendidas y termino citando a Horacio Rodríguez Plata, “Valedera queda pues, la tesis de que los sucesos de Bucaramanga, más que de orden político lo fueron de carácter social y económico, de pugna de clases, toda vez que en ellos no se disputaron intereses de liberales o de conservadores, sino la preeminencia de grupos económicos, dentro de un ambiente cargado de lucha social.”  Con el pasar de los años y el desarrollo de los eventos que se fueron presentando en el viejo mundo con la ambición expansionista del Imperio en mención, paulatinamente fue desapareciendo la presencia germana en nuestro medio.



Cúcuta basquetera

Conocí al hermano Arturo Monier a mediados del decenio de los cincuenta cuando recién llegamos a esta ciudad. Ocasionalmente venía a Cúcuta de visita al colegio de su congregación, la de los Hermanos de la Escuelas Cristianas, el Sagrado Corazón de Jesús, pues era profesor de matemáticas en el Provincial de la Ciudad de Pamplona. Había llegado a Colombia de su natal Francia en los primeros años del siglo pasado, primero al Instituto Técnico La Salle de la ciudad de Bogotá, ubicado en el centro de la capital por la carrera tercera cercano a la Plaza de Bolívar, epicentro político de la nación y luego trasladado al Provincial por orden de sus superiores jerárquicos. Creo que estuvo un tiempo corto en el Instituto Técnico Dámaso Zapata de la ciudad de Bucaramanga, pues en esos años era difícil conseguir profesores, sobre todo en el campo de su especialidad. En alguna oportunidad cuando visitaba nuestra casa, recuerdo que nos contaba cómo había puesto en marcha su proyecto deportivo en los colegios regentados por religiosos en la capital de la república; de cómo había organizado los primeros partidos, inicialmente entre equipos de los cursos del Instituto La Salle y luego con equipos que se fueron formando en los demás colegios. Lo que no tengo claro ni recuerdo que lo haya comentado, fue cómo nació su afición y cómo conoció del juego, puesto que éste venía de los Estados Unidos y había sido inventado para suplir las necesidades deportivas de la población durante los meses de invierno que no tenía otra opción distinta del jockey –sobre hielo por supuesto- ya que por razones de clima, no podía practicarse su deporte favorito, el béisbol. Por alguna razón que desconocemos y armado con un balón número siete, unos reglamentos traducidos, posiblemente del francés, empezó a difundir entre los estudiantes de los colegios de los Hermanos Cristianos del departamento, el deporte que ha sido el orgullo de los nortesantandereanos desde los inicios de su práctica en Colombia. Se tiene como fecha de comienzo de sus actividades, algún mes del año 30 del siglo veinte, posiblemente iniciando año, si tenemos en cuenta que por esas fechas empiezan los años escolares en esta región. Ya para 1931 el deporte de la cesta se había arraigado en la región, especialmente entre los más jóvenes, puesto que la estrategia del hermano Arturo había sido popularizarlo en los cursos inferiores debido a la facilidad que se tenía para practicarlo, pues no requería de grandes espacios ni de accesorios difíciles de conseguir como sucedía con otros deportes, ni de trasladarse a los lugares donde hubiera canchas para practicarlo como era el caso del fútbol, por entonces tal como hoy, era el deporte más popular y más practicado por los jóvenes, particularmente los de los cursos más avanzados. Tal vez ese haya sido el factor de éxito, pues en los años venideros se pudo comprobar que el conocimiento y la práctica temprana formaron jugadores de gran valía y estupendo desempeño como pudo demostrarse con los llamados a conformar las selecciones nacionales de los jugadores locales.
El Colegio Sagrado Corazón fue el primero en promocionar este deporte en la ciudad y poco a poco las demás instituciones educativas, incluidas las femeninas, se fueron familiarizando con el juego hasta el punto de conformar equipos que se enfrentaban entre sí, en torneos organizados de manera eventual para medir sus fuerzas y capacidades y constatar en avance que se había adquirido a punta constancia, de práctica y de entrenamiento. Pasados los primeros años y ya con la experiencia adquirida, no sólo en la ciudad sino en todo el país, se propuso la realización de un campeonato nacional que sería el Primer Campeonato Nacional de Baloncesto y que se efectuaría en Cúcuta como efectivamente sucedió en 1937. Al llamado acudieron equipos representativos de Bogotá, de Bucaramanga y de Boyacá además del representativo local integrado por jugadores estudiantes de los colegios Sagrado Corazón y Provincial. Al respecto y para constancia histórica es preciso aclarar que el equipo que representaba al Colegio Sagrado Corazón se llamaba La Salle, pues he constatado que algunos cronistas se confunden al afirmar que correspondía a jugadores del colegio La Salle de hoy; en esa fecha aún no existía el colegio La Salle de propiedad de la misma congregación y que fue creado para prestar un servicio a la población de escasos recursos que entonces no tenía acceso a la educación oficial que ofrecía el Sagrado Corazón.
Volvamos ahora la mirada al Primer Nacional de Baloncesto escenificado en la cancha principal del Sagrado Corazón. La cancha principal era la asignada al curso superior, el sexto de bachillerato de entonces y así mismo se habían distribuido las demás canchas, las mejores, las que tenían los mejores aditamentos les correspondía a los cursos superiores, los demás se repartían las que quedaban; aún así, se disfrutaba por igual el deporte que sólo se practicaba durante los recesos de los recreos y los fines de semana o durante las jornadas deportivas.
La cancha donde se jugó el torneo era de tierra, los aros con soportes metálicos, volados a 1.20 metros sobre la línea de la cancha clavados sobre un tablero de madera, era el escenario. Los partidos eran transmitidos por radio, por los locutores Alejandro Sánchez y Luis María Díaz Mateus a quienes les habían acondicionado una cabina de transmisión en lo alto de un árbol de mango, a la que había que subirse con escalera, la que quitaban tan pronto como comenzaba el partido, para evitar el asedio de intrusos durante la narración. El campeonato duró ocho días y la final se jugó entre el representativo de Bogotá, equipo que se llamaba Hispania y el del Norte de Santander que era La Salle. Desafortunadamente, la final fue suspendida por el árbitro José Giordanelli, un costeño experimentado en el tema y que había realizado cursos en los Estados Unidos, debido a la falta de garantías que se avizoraba, pues el público se había tornado irascible ante las equivocaciones del juez, quien faltando diez minutos para terminar el partido dio por terminado el encuentro. Los aficionados no se aguantaron las ganas de castigar al usurpador del título, puesto que el equipo norteño se perfilaba como el campeón y comenzaron a perseguirlo por la cancha y después de atraparlo lo echaron a la piscina que estaba a escasos metros. Con la ayuda del poco personal de vigilancia, el pobre árbitro logró salir de la alberca y aún así, los desadaptados lo persiguieron hasta el hotel Internacional, donde se hospedaba, una cuadra más abajo del Sagrado Corazón, por la avenida cuarta. Aunque no tuvieron la intención de lincharlo, sí le hicieron pasar el susto de su vida y así de mojado como quedó lo único que lo afectó fue el golpe que le dieron a su orgullo.


Un viaje al pasado de Cúcuta

1. Hoy quiero abordar con ustedes nuestra capsula del tiempo y hacer un recorrido histórico por nuestra ciudad, contemplando lugares, eventos, personajes, actividades y demás quehaceres que fueron propios del transcurrir de nuestra muy noble, leal y valerosa villa. Existe, sin embargo, un compromiso para emprender el viaje por nuestra historia reciente, algo parecido al precio de un tiquete, consistente en remitirme anécdotas que se puedan recrear y reproducir a través de estas crónicas en beneficio y para deleite de todos los lectores.

Nuestra cápsula comienza su periplo recordando personajes que fueron e hicieron historia, bien por sus ejecutorias o por sus actos y ocupaciones que de alguna forma contribuyeron al desarrollo y progreso de la ciudad. Médicos, abogados, ingenieros, odontólogos, bacteriólogos y demás profesionales que alguna vez fueron y que hoy son un recuerdo o una imagen en el olvido o la memoria. Arranca nuestra cápsula retrocediendo a los años cincuenta del siglo veinte; los controles nos muestran el año 1958. Vemos por nuestra ventanilla al combativo Jacinto Rómulo Villamizar Betancourt, abogado e ilustre jurista, Representante a la Cámara  durante varios períodos en representación del partido conservador, desde nuestra cápsula del tiempo, por los alrededores de la avenida cuarta con calle diez, alcanzamos a divisar el número de su oficina identificada con el 9-86 y su placa a la entrada con su nombre y el número de su teléfono, 39-85. En este momento se encuentra hablando en la entrada con unos clientes o por lo menos con unas personas que suponemos son sus amistades, pues lo vemos eufórico y algo sudoroso, debido en parte por sus movimientos exaltados pero también por su atuendo, un traje completo de color gris oscuro y escondido por el saco, en la pretina su infaltable revolver. No era para menos, pues era conocido como “Jacinto Remington” en alusión a sus continuas intervenciones, revolver en mano, cuando la situación se le tornaba insoportable y contraria a sus conveniencias, en su desempeño tanto en la política como en su profesión. Por ese mismo año, avanza nuestra capsula, gira por la calle novena hasta la avenida quinta y se tropieza con otro copartidario, abogado también. Se trata del conocido Gustavo Sánchez Chacón, político de amplia trayectoria, conocido por sus amistades como “cachetón” y quien incursiona en el periodismo radial, más como una fórmula para sus propósitos políticos que como vocación. A pesar de su proximidad partidista, ambos se miran con recelo, se saludan y despiden de manera cordial sin dar muestras de las disputas internas que mantienen por la supremacía en su feudo electoral local. En ese momento estaba asociado profesionalmente con el abogado Enrique Flórez F. con quien manejaba buena parte de sus negocios jurídicos.

Avanzamos por la calle novena hacia la avenida sexta y de pronto, nuestra cápsula se detiene en el número 6-22. Vemos el consultorio del doctor Mario Díaz Rueda, médico otorrino, así abreviado, acaba de regresar a la ciudad y se apresta a colaborar, además de la medicina como dirigente deportivo, toda vez que su trayectoria como deportista ha sido tanto o más exitosa que su actual profesión. Lo vemos dando sus aportes e intercambiando experiencias con los participantes de la pasada Vuelta al Norte, competidores y dirigentes, para proyectar el evento a nivel nacional, tal como fue la propuesta original al programar el evento que fue célebre y que se buscaba colocar al pedalismo regional a los niveles de los ciclistas antioqueños que eran los referentes nacionales del momento. Un botón rojo se enciende en nuestra cápsula y la pantalla nos muestra una pregunta para serle planteada al médico; se trata de saber el parentesco con la candidata a la pasada versión de señorita Norte, Gladys Díaz Rueda. El computador de nuestra nave asocia los apellidos y la coincidencia genera el interrogante que esperamos origina una respuesta por parte de alguno de nuestros lectores. Un dato adicional para orientarlos; Gladys trabajaba en la sección de ahorros del Banco Cafetero, en ese momento localizado en el edificio San José, en la esquina de la calle 11 con avenida sexta.

En un instante, nuestra cápsula se devuelve por la calle novena, cruza por la avenida cuarta y se ubica justo al lado del gabinete de Jacinto Rómulo, exactamente en el número 9-80 donde se encuentra el consultorio del odontólogo Eustorgio Colmenares. Miramos por nuestra ventanilla y lo vemos bastante ocupado con las manos en la boca de un paciente con el cual intercambia algunas palabras y mientras realiza el procedimiento, le comenta su proyecto inmediato, una aventura periodística que pronto verá la luz. Nada que ver con las intenciones de sus colegas, Arnaldo Sandoval, Antonio José Ochoa, Abimael Pinzón Castilla y Luis Alfonso Moreno dedicados por entero a su profesión y sus pacientes.

Como tanto médicos como odontólogos, remitían sus pacientes a la Droguería Zulima, nuestra cápsula se enrumba hasta allí, a escasas tres cuadras, alcanzamos a ver a Francisco Pérez a quien todos llaman cariñosa mente “Pacho”. Lo observamos, despachando sus fórmulas médicas, casi todas escritas en los talonarios que obsequiaba a sus amigos profesionales de la salud y que se leía al final, el nombre y la dirección de la droguería con la advertencia que mencionaba “el correcto despacho de sus fórmulas”.

De paso por la calle novena, alcanzamos a detenernos brevemente en el edificio de la Lotería de Cúcuta. Se identificaba con el número 5-61 pero sus instalaciones estaban al interior y ocupaban buena parte de las oficinas del segundo piso. A la entrada, de un lado se encontraba el salón de te Flamingo y del otro, el selladero del 5 y 6 el juego más popular de la época. La lotería tenía un premio mayor de $40.000, con billetes de cuatro cifras y en este año se había asociado con la Lotería de Santander para ofrecer el Extra de los Santanderes, que era un sorteo extraordinario que ofrecía  un fabuloso premio de un millón de pesos ($1.000.000) al premio mayor y tres premios secos de $200.000, $50.000 y $20.000 y por si fuera poco había un premio de consolación, para quienes no ganaban nada, de un automóvil Ford modelo 57.

2. Continuamos en la cápsula del tiempo para darnos un vueltón por el pasado reciente. Al ingresar, observo que el dial de los años marca 1956 como invitándonos a recrear nuestros sentidos en ese año en particular; sin embargo, una alerta aparece en la pantalla del computador de bordo; nos advierte que nos preparemos para afrontar situaciones inesperadas. No se a qué podrá referirse y de todas maneras cierro la portezuela y enciendo motores con rumbo al año 1956.
La nave marca, en este momento el 15 de enero de ese año, son las 4:30 de la madrugada y el termómetro indica que la temperatura es de 12° grados centígrados, no lo puedo creer pero los registros posteriores muestran, efectivamente que la temperatura más baja registrada en Cúcuta fue esa, ese día y a esa hora. Ahora entiendo la advertencia de la máquina. Sobrevolamos el centro por los lados del parque Colón y bajamos por la calle diez; nos dirigimos hacia la clínica de la Fundación Barco; en frente alcanzamos a divisar la planta embotelladora de Coca Cola y frente a las dos una cancha de fútbol, que llamábamos la cancha Coca Cola, donde queda hoy el Palacio de Justicia. No estaban jugando fútbol, pues una gran carpa cubría la totalidad del terreno polvoriento en el que se jugaba el deporte de la número 5, era la carpa del Royal Dumbar Circus que acababa de llegar de San Cristóbal, en su gira por Suramérica y que había comenzado en Caracas en diciembre del año anterior. El responsable de la visita a la ciudad era la empresa ALVELASCO. Ofrecía múltiples números en los cuales artistas, trapecistas, equilibristas, saltistas, magos y payasos eran las estrellas. Los acompañaban una colección de fieras y animales amaestrados, pero los que hacían las delicias del público era el espectáculo del elefante y el mico. En la puerta del circo se leía un aviso que informaba el precio de la entrada: $0.50 para los adultos y gratis para los niños menores de 10 años. Para los venezolanos que quisieran entrar, el aviso decía que la entrada costaba 3 “lochas”, unos 37 céntimos de bolívar, pues en enero del 56, la cotización de la moneda venezolana era de $1.38.
Una aclaración para quienes no están familiarizados con las antiguas monedas venezolanas. En esa época existían, las puyas, la locha, el medio, el real y el fuerte que eran las denominaciones de 5, 12.5, 25 y 50 céntimos que eran las fracciones de bolívar que circulaban normalmente, el fuerte era la moneda de 5 bolívares. Aunque circulaban, igualmente, las monedas de uno y dos bolívares, no se les tenía un apelativo especial. Estas monedas eran de plata ley .900 y duraron en el mercado hasta mediados de los años sesenta cuando el gobierno venezolano cayó en cuenta que éstas estaban desapareciendo pues, los joyeros especialmente, las estaban fundiendo para elaborar joyas en ese material, siendo más económico que adquirirlo directamente en las minas.
Nuevamente en nuestra cápsula, tomamos por la calle que hoy conocemos como la Grancolombia hacia el centro de la ciudad; pasamos el Club de Cazadores, ahí vecino de la Clínica Barco, en la esquina hay un cruce de dos vías destapadas y un poco más arriba, a la derecha alcanzamos a divisar un aviso que dice Quinta Ascensión, un famoso restaurante, antes de llegar a un edificio en construcción que dentro de poco será el Hotel Tonchalá. Frente a esa construcción en curso, una vieja casona con rejas y una indicación en el frente, arriba de la puerta principal que reza “Reformatorio de Menores Rudesindo Soto”. Un poco más adelante alcanzamos a observar una especie de trocha que se dirige al sur, a nuestra izquierda y que años más tarde será uno de los íconos más reconocidos de nuestra ciudad, la Avenida Cero, la que en un tiempo fue bautizada con el nombre de uno de los más caracterizados prohombres conservadores de la época, Gilberto Alzate Avendaño. Habían puesto una placa en la esquina con la calle diez de la cual no tengo noticias y no puedo asegurar que todavía mantenga el mismo nombre. Seguimos avanzando por la calle diez hacia el occidente, hasta la esquina de la avenida primera. Observamos que el tránsito por las calles y avenidas es de doble vía. En todas las vías podía transitarse en los dos sentidos y la norma establecía que la prioridad la tenía quien viajara por las avenidas. Esto implicaba que quien manejara por las calles, obligatoriamente debía parar o ceder el paso a quien venía por la avenida. No habían muchos vehículos y quienes querían presumir, compraban carros último modelo en San Cristóbal, a pesar de la oferta, aunque limitada que se tenía en la ciudad. En esa esquina, precisamente estaba la concesionaria de la Chevrolet, CUMOTORS que era la contracción de las palabras Cúcuta Motors. También vendían automóviles y camionetas de las marcas Dodge, Desoto y Fargo, los repuestos MOPAR y las llantas de Icollantas.  Era la competencia de TOROVEGA que a su vez ofrecía los vehículos FORD y que simultáneamente mantenía la misma actividad en la ciudad venezolana de San Cristóbal, lo cual les permitía amplias facilidades a los propietarios de los vehículos de la marca comprados en esa ciudad, para efectos de mantenimiento y reparaciones en general. Compitiendo con ambos, Domingo Pérez, por intermedio de su firma Domingo Pérez H. y Cía Ltda. había obtenido la representación de la marca Studebaker, automóviles que duraron relativamente poco tiempo en el mercado, pues la empresa quebró a principios de los sesenta. Los mayores compradores de vehículos de estas concesionarias, eran definitivamente, las empresas de taxis, pues los particulares seguían comprando sus vehículos de placa venezolana por razones de costo y de impuestos, ya que la tradición impuesta por el “modus vivendi” se mantenía vigente así se hubiera extinguido en la década de los cuarenta.
Seguimos avanzando por la calle diez hasta la esquina siguiente, la segunda. En una de las esquinas estaba la tienda El Circo, donde hoy está el Edificio Ovni. Decidimos apearnos de nuestra nave y entrar para recordar los artículos que estaban a la venta entonces. Se ofrecían cigarrillos nacionales de la Compañía Colombiana de Tabacos S.A. Un cartel anunciaba así:                                         Cigarrillos                     Cajetilla de 20
                   Aroma                            $0.45
                   Pielroja y Nacional           $0.35
                   Número 1                        $0.30
                   Río de Oro y Golf             $0.25
Como puede verse, había para todos los gustos y todos los bolsillos. Los cigarrillos eran de tabaco negro y venían sin filtro, mejor dicho, para fumadores experimentados y sin prejuicios. Además de los tradicionales dulces de platico, cortados y arrastrados veíamos otros productos que les contaré en la siguiente crónica.
3. Estábamos en la tienda El Circo; era el año 1956 y degustábamos algunos de los dulces de platico, en particular el de apio, que parece es el de mayor demanda en ese momento. En las vitrinas alcanzamos a apreciar un surtido bastante notable de café molido, entre los cuales vemos el café Motilón y el infaltable café Galavís. Igualmente, no faltaban los productos novedosos de la Empresa Licorera del Norte de Santander que estaba situada a escasas dos cuadras del lugar, por la calle once. Desde el año anterior había incursionado en una nueva línea de productos, las denominadas lociones finas y allí estaban exhibidas y a disposición de los clientes; se trataba de las colonias Agua de Alhucema y Bay-Rum y las lociones Lavander´s King para caballeros y para las damas estaban el Embrujo Tropical y Tentación, las que se disputaban la preferencia del bello sexo, con las más renombradas fragancias importadas de Europa y que se conseguían donde Tito abbo, almacén que mencionaremos más adelante.
La prensa local es exhibida en un gancho, un ejemplar de la fecha del Diario de la Frontera muestra las noticias del día; nos llama la atención una que dice que a partir del mes de enero, el cálculo del costo de vida o inflación, el que ahora llamamos IPC, le fue encomendado a la Contraloría General de la República y que será calculado en todos los departamentos del país. Aquí también es necesario hacer unas precisiones, puesto que en ese año la división política del país incluía Intendencias y Comisarías, las cuales no serán sujeto del cálculo en mención.
Algunos avisos publicitarios, en primera página, de la Embotelladora KIST decía que sus productos, manzana y naranja, se venderían a $0.15. En páginas interiores,  el almacén de don Tito Abbo, avisaba a sus clientes que había recibido tinta Parker negra a la módica suma de $0.90 el frasco y que la última variedad de sombreros STETSON acababa de llegar.
Se anunciaba la “Medicina Milagrosa” Capitana Salas Nieto, de venta “en todas partes” decía el aviso. Carlos Luis Peralta, entonces presidente de la Junta Directiva de FENALCO, ofrecía en sus amplias instalaciones de la avenida sexta entre calles doce y trece, el más extenso surtido de bombillos, alambre y accesorios eléctricos, rollos fotográficos y las afamadas bicicletas Raleigh, inglesas, además de llantas y repuestos para las mismas. Por igual, vendía teteros Evenflo, Alka Seltzer y papelería en general, mejor dicho, de todo como cualquier almacén tipo supermercado de hoy.  Don Hernán Botero de la Calle era el Distribuidor de FINCA S.A. alimentos concentrados para animales y posteriormente distribuidor exclusivo para la ciudad de los productos de calzado CROYDON.
Llamaban la atención ciertos avisos que hoy han perdido vigencia, por ejemplo, Eustorgio Perozo publicó el siguiente: “Burro perdido en el barrio Carora, marcado en la nuca y el cuadril izquierdo con el número 5”. O este otro de Gabriel Moreno Vega, en primera página: ”Toda  clase de negocios lícitos” para ello se debía llamar al teléfono 34-79 o dirigirse a su oficina de la avenida 5 No. 13-03.
La actividad bursátil no se quedaba atrás. León Colmenares y Enrique Lara Hernández lideraban esa actividad del mercado de valores. El primero había conseguido la representación de la agencia comisionista de la Bolsa de Bogotá Mangner y Villar y ofrecía realizar todas las operaciones de la Bolsa de la capital. Por su lado, Enrique Lara representaba la firma Títulos Fiduciarios S.A. en su almacén de la avenida 6 No.9-40, donde se proponía la venta de acciones a crédito, operación que hoy no se hace. Se ofrecían paquetes de acciones de $1.000 con el pago de una cuota inicial de $25 y cómodas cuotas periódicas a definir con el cliente. Muchas de esas transacciones fueron consultadas telefónicamente en el 2711 y concretadas posteriormente, mediante la firma de los documentos pertinentes.
Eugenio Sandoval Ferrero anunciaba sus servicios de asesoría en la presentación de las declaraciones de renta dada su experiencia en el ramo, adquirida como Auditor que había sido de la Administración de Impuestos Nacionales y como ex funcionario del Banco Central Hipotecario. Había que llamarlo al teléfono 42-08 o concertar una cita en su oficina de la avenida 0B No.20-52.
Las principales agencias de viaje en asocio con AVIANCA comenzaban a ofrecer las excursiones a San Andrés, que aún no era Puerto Libre. Todo el programa costaba $700 y el cupo era limitado a 25 personas pues el viaje se hacía en los novedosos DC3. La duración de la excursión era de 11 días con escala en Cartagena donde se visitaban los sitios turísticos de la ciudad como el Cerro de la Popa, el Castillo de San Felipe, la ciudad amurallada y otros lugares de interés.
En un rápido repaso de las noticias políticas locales se leía que había sido nombrado el ingeniero Cayetano Morelli Lázaro, Jefe de la Oficina del Plan Regulador. Revisando nuestra bitácora, supimos que estuvo en el cargo durante dos años. A Eligio Álvarez Niño lo nombraron Secretario de Gobierno Departamental, mientras que Léntulo Ruiz, nombrado Contralor Municipal, corría ya el mes de abril.
En ese mismo mes, Isidoro Duplat fungía como Alcalde de la ciudad y por esas mismas calendas renunciaba al cargo de Personero municipal don Guillermo Eslava, quien había sido nombrado quince días antes. Argumentaba problemas personales, razón por la cual, le fue aceptada sin mayores objeciones. En su reemplazo se nombró al recién graduado abogado Alberto Luna Pérez, con quien años más tarde tuve el honor de establecer una relación de compadrazgo.
La Lotería de Cúcuta anunciaba que sus sorteos se seguirían realizando en la glorieta del Parque Santander los días martes y que el premio mayor para ese año sería de $40.000.
En las páginas sociales leíamos que se había graduado de arquitecto, en la Universidad Nacional de Medellín el joven Luis Enrique Cuadros y que la delegación cucuteña de FENALCO había logrado obtener la sede del XIII congreso nacional de comerciantes para el año siguiente y que aspiraban realizarlo entre el 4 y el 9 de mayo. Los acontecimientos ocurridos por esa fecha y de todos conocidos, hicieron que dicho congreso se aplazara, como efectivamente sucedió, para el día 30 del mes de mayo de 1957.



La huelga del arroz

El monopolio que ejercía “La Compañía”, como se le llamaba confianzudamente a la Colombian Petroleum Company, sobre todas las actividades, resultado de la economía de enclave que se había generado en torno a la explotación petrolera, más por las condiciones de aislamiento de la ubicación de los pozos, que por las características propias de las operaciones; resultaba asfixiante para muchos, pues el control afectaba prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana.
Aunque “La Compañía” cuidaba de todos sus trabajadores y les garantizaba un nivel de vida superior al de sus mortales vecinos y conciudadanos, algunas prácticas resultaban contrarias a las costumbres o por lo menos, a lo que muchas personas consideraban eran de uso común y frecuente entre ellos. En todos los aspectos materiales, “La Compañía” había categorizado a sus trabajadores en tres grupos claramente diferenciados, obreros, técnicos y directivos. Cuando decíamos en una crónica pasada que se había propiciado la construcción de barrios enteros en la ciudad, para el alojamiento y disfrute de los trabajadores de la empresa petrolera y mencionamos a los barrios Colsag y Colpet, también era necesario mencionar que bajo el concepto de esta agrupación se había definido el lugar que cada uno debía ocupar dentro de la estructura habitacional de sus hogares. Así pues, puede verse aún hoy en día, que el Colsag, por ejemplo, tiene dos zonas claramente diferenciadas, tanto por ubicación como por la calidad y el diseño de las viviendas. Las casas situadas, digamos que más cercanas al centro de la ciudad, eran más grandes y espaciosas, de mejor diseño y con servicios acordes a la importancia de sus habitantes, pues eran las entregadas a los directivos. Más al oriente, es decir, más cerca del río, estaban las viviendas de los técnicos, más sobrias y pequeñas pero igualmente cómodas. Al principio, muchos de los técnicos eran extranjeros, principalmente norteamericanos, pero a medida que fue pasando el tiempo, mediante el entrenamiento y la capacitación que fueron adquiriendo los locales, sus labores se fueron transfiriendo al personal colombiano y éstos fueron reemplazándolos. Por otra parte, el barrio Colpet era el sitio escogido para albergar a los obreros; las casas eran cómodas y lo suficientemente amplias para alojar, no sólo a los operarios sino a toda su familia, que por lo general era numerosa.
En los campamentos, los alojamientos y demás instalaciones tenían la misma “estratificación”, los había para cada uno de los tres grupos; las habitaciones, los baños y comedores tenían cada una sus características y condiciones de uso y ¡ay! de quien se atreviera a saltarse la norma. Aún hoy, en muchas empresas e instituciones esto sucede, hay lugares como comedores, baños y el general instalaciones para obreros y para directivos, para soldados, para suboficiales y para oficiales, para estudiantes y para profesores y así otros muchos etcéteras.
Era tan estricto el control que “La Compañía” ejercía, que incluso la alimentación era intervenida; para los obreros, la ración consistía casi invariablemente de carne y papa, mientras que los otros dos grupos tenían opciones más diversas, eso sí, todas de excelente calidad y en porciones generosas. Los obreros, que por lo general, eran de extracción humilde y campesina consideraron que el arroz era indispensable en su dieta diaria, que les hacía falta y que en definitiva, una comida sin arroz no era comida; por esta razón, reclamaron. La protesta fue más por la discriminación que por la comida, pues en los otros campamentos, la de los técnicos y de los directivos no solo les daban arroz sino que les variaban el menú. Algo parecido recuerdo, sucedió con unos empleados de Ecopetrol en Barranca cuando protestaron, hace unos años porque no les dieron, en el desayuno… melocotones!!!  Pero siguiendo con la crónica, este hecho desencadenó la primera huelga de la región. Apenas comenzaba a conformarse el movimiento sindical en Colombia que había hecho su aparición en las huelgas de las bananeras en el Magdalena y logrado algunos triunfos en Barranca, cuando en el año 1933 los obreros de la Texas Petroleum Company reivindicaron algunos derechos que la compañía extranjera no quería reconocerles.
Ante el hecho de fuerza que los trabajadores presentaron, “La Compañía” reaccionó militarizando las instalaciones de los campamentos de Petrolea y suprimiendo la comida, ante lo cual, los trabajadores recurrieron a los colonos de la zona para abastecerse de los alimentos, hecho que fortaleció el movimiento puesto que “La Compañía” presumía que los trabajadores cederían sus pretensiones cuando se vieran sin el sustento necesario para resistir. Los colonos colaboraron con los obreros pues tenían serios resentimientos contra la petrolera debido a las notorias diferencias por cuanto se aprovechaban de la presencia de los trabajadores para obtener recursos con la venta de sus productos, lo que no gustaba a “La Compañía” por la pérdida de poder que esto le generaba. Esta acción produjo como resultado, a instancias de los trabajadores petroleros, la conformación de la primera organización campesina del país, en 1934.
Aunque la “huelga del arroz” duró poco tiempo, sirvió de marco para el comienzo de los conflictos entre los trabajadores y la empresa petrolera que benefició y contribuyó significativamente a la formación del mercado local y al desarrollo de las áreas rurales de la comarca. Constituido ya el sindicato de trabajadores petroleros o sindicato de la Colpet, como fue conocido, éste se dedicó a presionar por una equitativa distribución de los excedentes en la economía local y nacional, en lugar de transferirlos al exterior como hubiera sucedido a no ser por la coacción ejercida. Hoy se reconoce que buena parte del desarrollo económico de la región se originó en la defensa que de los intereses nacionales se realizó, tanto por parte de “La Compañía” como de sus trabajadores. Mientras esto sucedía, Tibú se erigía sobre las ruinas de los bohíos más importantes de los motilones, que habían sido destruidos para instalar en su lugar el campamento de la Colpet y el centro de operaciones de la construcción del oleoducto Tibú Coveñas y a su alrededor, no sin oposición, aún violenta de “La Compañía”, se fueron instalando colonos y comerciantes que permitió minar el monopolio que ejercía sobre el abastecimiento. Tibú fue inicialmente, una tienda donde, además de mercancías, se vendían, desobedeciendo órdenes expresas de “La Compañía”, licores y música; posteriormente, como es lo usual en estos casos, aparecieron las mujeres y a su alrededor se fue formando el pueblo.