1. Hoy quiero abordar con ustedes
nuestra capsula del tiempo y hacer un recorrido histórico por nuestra ciudad,
contemplando lugares, eventos, personajes, actividades y demás quehaceres que
fueron propios del transcurrir de nuestra muy noble, leal y valerosa villa.
Existe, sin embargo, un compromiso para emprender el viaje por nuestra historia
reciente, algo parecido al precio de un tiquete, consistente en remitirme
anécdotas que se puedan recrear y reproducir a través de estas crónicas en
beneficio y para deleite de todos los lectores.
Nuestra cápsula comienza su
periplo recordando personajes que fueron e hicieron historia, bien por sus
ejecutorias o por sus actos y ocupaciones que de alguna forma contribuyeron al
desarrollo y progreso de la ciudad. Médicos, abogados, ingenieros, odontólogos,
bacteriólogos y demás profesionales que alguna vez fueron y que hoy son un
recuerdo o una imagen en el olvido o la memoria. Arranca nuestra cápsula
retrocediendo a los años cincuenta del siglo veinte; los controles nos muestran
el año 1958. Vemos por nuestra ventanilla al combativo Jacinto Rómulo
Villamizar Betancourt, abogado e ilustre jurista, Representante a la Cámara durante varios períodos en representación del partido conservador, desde
nuestra cápsula del tiempo, por los alrededores de la avenida cuarta con calle
diez, alcanzamos a divisar el número de su oficina identificada con el 9-86 y
su placa a la entrada con su nombre y el número de su teléfono, 39-85. En este
momento se encuentra hablando en la entrada con unos clientes o por lo menos
con unas personas que suponemos son sus amistades, pues lo vemos eufórico y
algo sudoroso, debido en parte por sus movimientos exaltados pero también por
su atuendo, un traje completo de color gris oscuro y escondido por el saco, en
la pretina su infaltable revolver. No era para menos, pues era conocido como
“Jacinto Remington” en alusión a sus continuas intervenciones, revolver en
mano, cuando la situación se le tornaba insoportable y contraria a sus
conveniencias, en su desempeño tanto en la política como en su profesión. Por
ese mismo año, avanza nuestra capsula, gira por la calle novena hasta la
avenida quinta y se tropieza con otro copartidario, abogado también. Se trata
del conocido Gustavo Sánchez Chacón, político de amplia trayectoria, conocido
por sus amistades como “cachetón” y quien incursiona en el periodismo radial,
más como una fórmula para sus propósitos políticos que como vocación. A pesar
de su proximidad partidista, ambos se miran con recelo, se saludan y despiden
de manera cordial sin dar muestras de las disputas internas que mantienen por
la supremacía en su feudo electoral local. En ese momento estaba asociado
profesionalmente con el abogado Enrique Flórez F. con quien manejaba buena
parte de sus negocios jurídicos.
Avanzamos por la calle novena
hacia la avenida sexta y de pronto, nuestra cápsula se detiene en el número
6-22. Vemos el consultorio del doctor Mario Díaz Rueda, médico otorrino, así abreviado,
acaba de regresar a la ciudad y se apresta a colaborar, además de la medicina
como dirigente deportivo, toda vez que su trayectoria como deportista ha sido
tanto o más exitosa que su actual profesión. Lo vemos dando sus aportes e
intercambiando experiencias con los participantes de la pasada Vuelta al Norte,
competidores y dirigentes, para proyectar el evento a nivel nacional, tal como
fue la propuesta original al programar el evento que fue célebre y que se
buscaba colocar al pedalismo regional a los niveles de los ciclistas
antioqueños que eran los referentes nacionales del momento. Un botón rojo se
enciende en nuestra cápsula y la pantalla nos muestra una pregunta para serle
planteada al médico; se trata de saber el parentesco con la candidata a la
pasada versión de señorita Norte, Gladys Díaz Rueda. El computador de nuestra
nave asocia los apellidos y la coincidencia genera el interrogante que
esperamos origina una respuesta por parte de alguno de nuestros lectores. Un
dato adicional para orientarlos; Gladys trabajaba en la sección de ahorros del
Banco Cafetero, en ese momento localizado en el edificio San José, en la
esquina de la calle 11 con avenida sexta.
En un instante, nuestra cápsula se
devuelve por la calle novena, cruza por la avenida cuarta y se ubica justo al lado del gabinete de Jacinto
Rómulo, exactamente en el número 9-80 donde se encuentra el consultorio del
odontólogo Eustorgio Colmenares. Miramos por nuestra ventanilla y lo vemos
bastante ocupado con las manos en la boca de un paciente con el cual
intercambia algunas palabras y mientras realiza el procedimiento, le comenta su
proyecto inmediato, una aventura periodística que pronto verá la luz. Nada que
ver con las intenciones de sus colegas, Arnaldo Sandoval, Antonio José Ochoa,
Abimael Pinzón Castilla y Luis Alfonso Moreno dedicados por entero a su
profesión y sus pacientes.
Como tanto médicos como
odontólogos, remitían sus pacientes a la Droguería Zulima,
nuestra cápsula se enrumba hasta allí, a escasas tres cuadras, alcanzamos a ver
a Francisco Pérez a quien todos llaman cariñosa mente “Pacho”. Lo observamos,
despachando sus fórmulas médicas, casi todas escritas en los talonarios que
obsequiaba a sus amigos profesionales de la salud y que se leía al final, el
nombre y la dirección de la droguería con la advertencia que mencionaba “el
correcto despacho de sus fórmulas”.
De paso por la calle novena,
alcanzamos a detenernos brevemente en el edificio de la Lotería de Cúcuta. Se
identificaba con el número 5-61 pero sus instalaciones estaban al interior y
ocupaban buena parte de las oficinas del segundo piso. A la entrada, de un lado
se encontraba el salón de te Flamingo y del otro, el selladero del 5 y 6 el
juego más popular de la época. La lotería tenía un premio mayor de $40.000, con
billetes de cuatro cifras y en este año se había asociado con la Lotería de Santander para
ofrecer el Extra de los Santanderes, que era un sorteo extraordinario que
ofrecía un fabuloso premio de un millón
de pesos ($1.000.000) al premio mayor y tres premios secos de $200.000, $50.000
y $20.000 y por si fuera poco había un premio de consolación, para quienes no
ganaban nada, de un automóvil Ford modelo 57.
2. Continuamos en la cápsula del tiempo para darnos un vueltón por el pasado reciente. Al
ingresar, observo que el dial de los años marca 1956 como invitándonos a
recrear nuestros sentidos en ese año en particular; sin embargo, una alerta
aparece en la pantalla del computador de bordo; nos advierte que nos preparemos
para afrontar situaciones inesperadas. No se a qué podrá referirse y de todas
maneras cierro la portezuela y enciendo motores con rumbo al año 1956.
La nave marca, en este momento el
15 de enero de ese año, son las 4:30 de la madrugada y el termómetro indica que
la temperatura es de 12° grados centígrados, no lo puedo creer pero los
registros posteriores muestran, efectivamente que la temperatura más baja
registrada en Cúcuta fue esa, ese día y a esa hora. Ahora entiendo la
advertencia de la máquina. Sobrevolamos el centro por los lados del parque
Colón y bajamos por la calle diez; nos dirigimos hacia la clínica de la
Fundación Barco; en frente alcanzamos a divisar la planta embotelladora de Coca
Cola y frente a las dos una cancha de fútbol, que llamábamos la cancha Coca
Cola, donde queda hoy el Palacio de Justicia. No estaban jugando fútbol, pues
una gran carpa cubría la totalidad del terreno polvoriento en el que se jugaba
el deporte de la número 5, era la carpa del Royal Dumbar Circus que acababa de
llegar de San Cristóbal, en su gira por Suramérica y que había comenzado en
Caracas en diciembre del año anterior. El responsable de la visita a la ciudad
era la empresa ALVELASCO. Ofrecía múltiples números en los cuales artistas,
trapecistas, equilibristas, saltistas, magos y payasos eran las estrellas. Los
acompañaban una colección de fieras y animales amaestrados, pero los que hacían
las delicias del público era el espectáculo del elefante y el mico. En la
puerta del circo se leía un aviso que informaba el precio de la entrada: $0.50
para los adultos y gratis para los niños menores de 10 años. Para los
venezolanos que quisieran entrar, el aviso decía que la entrada costaba 3
“lochas”, unos 37 céntimos de bolívar, pues en enero del 56, la cotización de
la moneda venezolana era de $1.38.
Una aclaración para quienes no
están familiarizados con las antiguas monedas venezolanas. En esa época
existían, las puyas, la locha, el medio, el real y el fuerte que eran las
denominaciones de 5, 12.5, 25 y 50 céntimos que eran las fracciones de bolívar
que circulaban normalmente, el fuerte era la moneda de 5 bolívares. Aunque
circulaban, igualmente, las monedas de uno y dos bolívares, no se les tenía un
apelativo especial. Estas monedas eran de plata ley .900 y duraron en el
mercado hasta mediados de los años sesenta cuando el gobierno venezolano cayó
en cuenta que éstas estaban desapareciendo pues, los joyeros especialmente, las
estaban fundiendo para elaborar joyas en ese material, siendo más económico que
adquirirlo directamente en las minas.
Nuevamente en nuestra cápsula,
tomamos por la calle que hoy conocemos como la Grancolombia hacia el centro de
la ciudad; pasamos el Club de Cazadores, ahí vecino de la Clínica Barco, en la
esquina hay un cruce de dos vías destapadas y un poco más arriba, a la derecha
alcanzamos a divisar un aviso que dice Quinta Ascensión, un famoso restaurante,
antes de llegar a un edificio en construcción que dentro de poco será el Hotel
Tonchalá. Frente a esa construcción en curso, una vieja casona con rejas y una
indicación en el frente, arriba de la puerta principal que reza “Reformatorio
de Menores Rudesindo Soto”. Un poco más adelante alcanzamos a observar una
especie de trocha que se dirige al sur, a nuestra izquierda y que años más
tarde será uno de los íconos más reconocidos de nuestra ciudad, la Avenida
Cero, la que en un tiempo fue bautizada con el nombre de uno de los más
caracterizados prohombres conservadores de la época, Gilberto Alzate Avendaño.
Habían puesto una placa en la esquina con la calle diez de la cual no tengo
noticias y no puedo asegurar que todavía mantenga el mismo nombre. Seguimos
avanzando por la calle diez hacia el occidente, hasta la esquina de la avenida
primera. Observamos que el tránsito por las calles y avenidas es de doble vía.
En todas las vías podía transitarse en los dos sentidos y la norma establecía
que la prioridad la tenía quien viajara por las avenidas. Esto implicaba que
quien manejara por las calles, obligatoriamente debía parar o ceder el paso a
quien venía por la avenida. No habían muchos vehículos y quienes querían
presumir, compraban carros último modelo en San Cristóbal, a pesar de la
oferta, aunque limitada que se tenía en la ciudad. En esa esquina, precisamente
estaba la concesionaria de la Chevrolet, CUMOTORS que era la contracción de las
palabras Cúcuta Motors. También vendían automóviles y camionetas de las marcas
Dodge, Desoto y Fargo, los repuestos MOPAR y las llantas de Icollantas. Era la competencia de TOROVEGA que a su vez
ofrecía los vehículos FORD y que simultáneamente mantenía la misma actividad en
la ciudad venezolana de San Cristóbal, lo cual les permitía amplias facilidades
a los propietarios de los vehículos de la marca comprados en esa ciudad, para
efectos de mantenimiento y reparaciones en general. Compitiendo con ambos,
Domingo Pérez, por intermedio de su firma Domingo Pérez H. y Cía Ltda. había
obtenido la representación de la marca Studebaker, automóviles que duraron
relativamente poco tiempo en el mercado, pues la empresa quebró a principios de
los sesenta. Los mayores compradores de vehículos de estas concesionarias, eran
definitivamente, las empresas de taxis, pues los particulares seguían comprando
sus vehículos de placa venezolana por razones de costo y de impuestos, ya que
la tradición impuesta por el “modus vivendi” se mantenía vigente así se hubiera
extinguido en la década de los cuarenta.
Seguimos avanzando por la calle
diez hasta la esquina siguiente, la segunda. En una de las esquinas estaba la
tienda El Circo, donde hoy está el Edificio Ovni. Decidimos apearnos de nuestra
nave y entrar para recordar los artículos que estaban a la venta entonces. Se
ofrecían cigarrillos nacionales de la Compañía Colombiana de Tabacos S.A. Un
cartel anunciaba así: Cigarrillos
Cajetilla de 20
Aroma $0.45
Pielroja
y Nacional $0.35
Número
1 $0.30
Río
de Oro y Golf $0.25
Como puede verse, había para
todos los gustos y todos los bolsillos. Los cigarrillos eran de tabaco negro y
venían sin filtro, mejor dicho, para fumadores experimentados y sin prejuicios.
Además de los tradicionales dulces de platico, cortados y arrastrados veíamos
otros productos que les contaré en la siguiente crónica.
3. Estábamos en la tienda El Circo; era el año 1956 y degustábamos algunos de los dulces
de platico, en particular el de apio, que parece es el de mayor demanda en ese
momento. En las vitrinas alcanzamos a apreciar un surtido bastante notable de
café molido, entre los cuales vemos el café Motilón y el infaltable café
Galavís. Igualmente, no faltaban los productos novedosos de la Empresa Licorera del Norte de
Santander que estaba situada a escasas dos cuadras del lugar, por la calle
once. Desde el año anterior había incursionado en una nueva línea de productos,
las denominadas lociones finas y allí estaban exhibidas y a disposición de los
clientes; se trataba de las colonias Agua de Alhucema y Bay-Rum y las lociones
Lavander´s King para caballeros y para las damas estaban el Embrujo Tropical y
Tentación, las que se disputaban la preferencia del bello sexo, con las más
renombradas fragancias importadas de Europa y que se conseguían donde Tito
abbo, almacén que mencionaremos más adelante.
La prensa local es exhibida en un
gancho, un ejemplar de la fecha del Diario de la Frontera muestra las
noticias del día; nos llama la atención una que dice que a partir del mes de
enero, el cálculo del costo de vida o inflación, el que ahora llamamos IPC, le
fue encomendado a la Contraloría General
de la República
y que será calculado en todos los departamentos del país. Aquí también es
necesario hacer unas precisiones, puesto que en ese año la división política
del país incluía Intendencias y Comisarías, las cuales no serán sujeto del
cálculo en mención.
Algunos avisos publicitarios, en
primera página, de la Embotelladora KIST
decía que sus productos, manzana y naranja, se venderían a $0.15. En páginas
interiores, el almacén de don Tito Abbo,
avisaba a sus clientes que había recibido tinta Parker negra a la módica suma
de $0.90 el frasco y que la última variedad de sombreros STETSON acababa de
llegar.
Se anunciaba la “Medicina
Milagrosa” Capitana Salas Nieto, de venta “en todas partes” decía el aviso.
Carlos Luis Peralta, entonces presidente de la Junta Directiva de FENALCO,
ofrecía en sus amplias instalaciones de la avenida sexta entre calles doce y
trece, el más extenso surtido de bombillos, alambre y accesorios eléctricos,
rollos fotográficos y las afamadas bicicletas Raleigh, inglesas, además de
llantas y repuestos para las mismas. Por igual, vendía teteros Evenflo, Alka
Seltzer y papelería en general, mejor dicho, de todo como cualquier almacén
tipo supermercado de hoy. Don Hernán
Botero de la Calle
era el Distribuidor de FINCA S.A. alimentos concentrados para animales y
posteriormente distribuidor exclusivo para la ciudad de los productos de
calzado CROYDON.
Llamaban la atención ciertos
avisos que hoy han perdido vigencia, por ejemplo, Eustorgio Perozo publicó el
siguiente: “Burro perdido en el barrio Carora, marcado en la nuca y el cuadril
izquierdo con el número 5”.
O este otro de Gabriel Moreno Vega, en primera página: ”Toda clase de negocios lícitos” para ello se debía
llamar al teléfono 34-79 o dirigirse a su oficina de la avenida 5 No. 13-03.
La actividad bursátil no se
quedaba atrás. León Colmenares y Enrique Lara Hernández lideraban esa actividad
del mercado de valores. El primero había conseguido la representación de la
agencia comisionista de la Bolsa
de Bogotá Mangner y Villar y ofrecía realizar todas las operaciones de la Bolsa de la capital. Por su
lado, Enrique Lara representaba la firma Títulos Fiduciarios S.A. en su almacén
de la avenida 6 No.9-40, donde se proponía la venta de acciones a crédito,
operación que hoy no se hace. Se ofrecían paquetes de acciones de $1.000 con el
pago de una cuota inicial de $25 y cómodas cuotas periódicas a definir con el
cliente. Muchas de esas transacciones fueron consultadas telefónicamente en el
2711 y concretadas posteriormente, mediante la firma de los documentos
pertinentes.
Eugenio Sandoval Ferrero
anunciaba sus servicios de asesoría en la presentación de las declaraciones de
renta dada su experiencia en el ramo, adquirida como Auditor que había sido de la Administración de
Impuestos Nacionales y como ex funcionario del Banco Central Hipotecario. Había
que llamarlo al teléfono 42-08 o concertar una cita en su oficina de la avenida
0B No.20-52.
Las principales agencias de viaje
en asocio con AVIANCA comenzaban a ofrecer las excursiones a San Andrés, que
aún no era Puerto Libre. Todo el programa costaba $700 y el cupo era limitado a
25 personas pues el viaje se hacía en los novedosos DC3. La duración de la excursión
era de 11 días con escala en Cartagena donde se visitaban los sitios turísticos
de la ciudad como el Cerro de la
Popa, el Castillo de San Felipe, la ciudad amurallada y otros
lugares de interés.
En un rápido repaso de las
noticias políticas locales se leía que había sido nombrado el ingeniero
Cayetano Morelli Lázaro, Jefe de la
Oficina del Plan Regulador. Revisando nuestra bitácora,
supimos que estuvo en el cargo durante dos años. A Eligio Álvarez Niño lo
nombraron Secretario de Gobierno Departamental, mientras que Léntulo Ruiz,
nombrado Contralor Municipal, corría ya el mes de abril.
En ese mismo mes, Isidoro Duplat
fungía como Alcalde de la ciudad y por esas mismas calendas renunciaba al cargo
de Personero municipal don Guillermo Eslava, quien había sido nombrado quince
días antes. Argumentaba problemas personales, razón por la cual, le fue
aceptada sin mayores objeciones. En su reemplazo se nombró al recién graduado
abogado Alberto Luna Pérez, con quien años más tarde tuve el honor de establecer
una relación de compadrazgo.
La Lotería de Cúcuta
anunciaba que sus sorteos se seguirían realizando en la glorieta del Parque
Santander los días martes y que el premio mayor para ese año sería de $40.000.
En las páginas sociales leíamos
que se había graduado de arquitecto, en la Universidad Nacional
de Medellín el joven Luis Enrique Cuadros y que la delegación cucuteña de
FENALCO había logrado obtener la sede del XIII congreso nacional de
comerciantes para el año siguiente y que aspiraban realizarlo entre el 4 y el 9
de mayo. Los acontecimientos ocurridos por esa fecha y de todos conocidos,
hicieron que dicho congreso se aplazara, como efectivamente sucedió, para el
día 30 del mes de mayo de 1957.