sábado, 6 de septiembre de 2014

EL HOTEL SAN JORGE

En una crónica anterior había mencionado que a finales de la década de los años cuarenta el hotel El Lago, céntrico establecimiento que estuvo localizado donde queda hoy el edificio Agrobancario, fue uno de los alojamientos más frecuentados por nacionales y extranjeros por varias razones, su ubicación frente al parque central y la atención peculiar de sus propietarios franceses Aimé y Marcelle Girard. Comenzando los años cincuenta Marcelle sufrió de tétanos luego de una cortadura mal cuidada y murió; Aimé a quien los cucuteños llamaban cariñosamente “Don M”, tal como se pronuncia en francés, no pudo resistir la pena y vendió el hotel que posteriormente desapareció. A los propietarios del local, de apellido Ontiveros con Pastor a la cabeza, vieron la oportunidad de multiplicar sus ingresos y decidieron fraccionar la construcción de manera que dispondrían de varios locales que fueron dados en arriendo, tal como sucedió hasta su venta al entonces Banco Cafetero, quien con mucho acierto se propuso la construcción de un moderno edificio, con pasaje incluido, toda vez que el terreno atravesaba toda la manzana y colindaba con la calle novena. Esta obra fue impulsada por el grupo de la Federación Nacional de Cafeteros y su principal gestor fue el Ingeniero Gabriel Pérez Escalante, durante muchos años gerente del Banco Cafetero y posteriormente promotor de la Corporación Financiera del Oriente S.A. a quien le correspondió gerenciar durante la difícil etapa de su génesis.
Las construcciones hoteleras de la época que nos atañe se caracterizaban por ser adaptaciones de las grandes casonas que antaño se construían como casa de habitación y que como lo habíamos anotado anteriormente, tenían un gran solar o jardín interior alrededor del cual se habían dispuesto las habitaciones y los demás servicios que prestaba el hotel.  Así era el hotel Internacional y el Hotel Central que eran los más representativos. Como ya comenzaba a preverse la prosperidad que Venezuela despertaba, dado los descubrimientos de grandes reservas petroleras, las inversiones en este campo no se hicieron esperar.
Don Jorge Saieh comenzó la construcción del Hotel San Jorge en 1953 con la colaboración de su hijo Salvador, quien dirigió las obras y al año siguiente lo dio al servicio. La edificación en la esquina de la calle doce con avenida séptima y todavía en funcionamiento –pero con otra denominación social- constaba de tres pisos con su terraza, un auténtico monumento en esos días, 60 habitaciones con todos los servicios que en ese momento se brindaba, teléfono y radio en todas las habitaciones, cada una con su servicio de baño, un verdadero lujo. En el primer piso y honrando su condición de ciudad mercantil, que por esa época llamaban “La Perla del Norte” se construyeron locales comerciales que fueron dados en arriendo y que el más conocido y renombrado fue la Ferretería El Gallo de Oro de propiedad de la misma familia Saieh.
La administración fue entregada a la sociedad Hotelera Díaz Granados Hnos. Ltda. – Hotel San Jorge quienes condujeron el establecimiento durante varios años y que posteriormente y luego de algunas desavenencias con los propietarios devolvieron, con pleito incluido, la gerencia a don Salvador Saieh.
En sus manos se hizo famoso el grill Azteca del hotel San Jorge situado en el tercer piso. Las presentaciones de artistas nacionales y extranjeros eran frecuentes.  Se cuenta que entre los más destacados estuvieron Las Hermanitas Pérez y Carlos Julio Ramírez. A mediados de los años sesenta incursionaron, sin éxito, en el ambiente de las discotecas, que comenzaban a hacer su aparición, con “el Hipopótamo Rosa”.  Durante los primeros años y en las bonanzas de las postrimerías de los cincuenta fue tal el auge del hotel, que algunos huéspedes aceptaban dormir en los pasillos cuando no había cupo en las habitaciones.
En 1957 cuando se abrió el Hotel Tonchalá la oferta hotelera se diversificó y aunque no se afectó en el momento la demanda de los servicios del Hotel San Jorge, con el tiempo y con la apertura de nuevos y más modernos hospedajes, sumados a la ubicación del hotel y a la falta de innovación sí se presentaron mermas significativas que redujeron sensiblemente las finanzas de la organización. A finales de los años noventa quisieron transformar el segundo piso en un centro comercial, para lo cual remodelaron completamente ese piso convirtiendo las habitaciones en locales comerciales. La idea tampoco funcionó, más por las dificultades de acceso que tenían esos locales que por la actividad que ofrecía. Finalmente y después de reacondicionar el segundo piso  a su estado original, se vendió el edificio, en el 2005 a unos inversionistas locales, que mantienen hoy en día, el servicio hotelero, tal como fue la idea inicial de quienes lo construyeron hace ya 55 años.


ALGUNOS SITIOS DE ESPARCIMIENTO

En la segunda mitad de los años cincuenta del siglo veinte, el cucuteño y los visitantes, nacionales o extranjeros, tenían varias opciones para recrearse, bien fuera para comer o para bailar. Recordemos que la ciudad era pequeña, por lo tanto, las sanas diversiones se encontraban relativamente retiradas del centro. Era costumbre en el mundo conocido, combinar en una velada la comida con el baile en un mismo sitio, por esa razón fueron instituyéndose los llamados grilles restaurantes que eran unos establecimientos que disponían de tarimas para la presentación de espectáculos artísticos con su respectiva pista de baile pero su principal ocupación era el restaurante, valga decir que las funciones artísticas eran el complemento a la comida y por lo general, sólo se realizaban ocasionalmente los fines de semana o por temporadas.
 Voy a mencionar algunos de los más conocidos y frecuentados en los años mencionados, de los cuales unos aún existen hoy en día pero con fines y propósitos diferentes; son cuestiones de la evolución.
 Empezaré con la Piscina Moreno; ubicada en el mismo sitio en que hoy se encuentra, era una piscina de agua corriente, valga decir que tomaba sus aguas del río Pamplonita mediante una represa hecha con piedras y maderos que desviaban el agua hacia la piscina. Claro que cada vez que el río abundaba la represa era “barrida” y la piscina se quedaba sin servicio hasta que se restableciera la “toma”. Recordemos que desde su fundación Cúcuta se alimentaba con el agua del río Pamplonita mediante estas “tomas” de las cuales quedan algunos vestigios tapados por el modernismo del asfalto y el concreto pero que pueden verse en la biblioteca pública Julio Pérez Ferrero que con acierto dejaron a la vista uno de los últimos asomos de estas obras. Pero sigamos, la piscina Moreno ofrecía espectáculos populares con cantantes y bailarines de la época que venían a Cúcuta bien en tránsito a Venezuela o desde allí al interior del país. Era el más popular, conocido y frecuentado de los grilles pues tenía un agregado que los demás no tenían, la piscina, que era un lujo así fuera de agua del río.
Pasando el puente Elías M. Soto, ubicado en el Servicio Panamericano se instaló el Restaurante Boite El Patio. El término “boite” utilizado en este caso, significa que el negocio estaba más enfocado a la venta y consumo de bebidas alcohólicas con sus consiguientes espectáculos que a la comida. Sin embargo, anunciaban su servicio dándoles igual importancia; el chef José M. Guzmán y tenían un barman internacional, el conocido Luis Montero.
También estaba el Bar Restaurante San Juan que anunciaban como el “sitio ideal para su recreación espiritual”.
En todos, claro está se reservaban el derecho de admisión y eran de “ambiente familiar”.
No puedo terminar mi narración de la oferta gastronómica de las postrimerías de los años cincuenta sin referirme a uno muy especial, que aunque su duración fue efímera constituyó un referente recordado por la generación que tuvimos oportunidad de conocerlo y disfrutar de su servicio, se trata del Restaurante El Vagón. Liquidada la sociedad del Ferrocarril de Cúcuta comenzó el remate de sus activos y uno de los vagones fue comprado e instalado a un costado del colegio La Salle en la esquina de lo que hoy es la diagonal Santander con la avenida Cero que no existía cuando se instaló allí. El vagón se acondicionó semejante a los “vagones-restaurantes” de los trenes actuales y se ofrecían platos típicos regionales. El restaurante tomó auge cuando se inauguró la diagonal Santander el 23 de febrero de 1957 pero fue decayendo posteriormente debido a las dificultades que le generaba el acceso a los servicios públicos de ese entonces.
Otra cuota a la diversión aportaban los hoteles. Antes de 1957, año en que se inauguró el Hotel Tonchalá, había unos pocos hoteles, casi todos existentes todavía, algunos con otro nombre pero vigentes como hoteles aunque no de la categoría de esa época.

Desde comienzos de la década de los cuarenta el más representativo fue el hotel Internacional. Allí se hospedaban los grandes personajes de la política, la economía, la farándula; los artista, toreros, futbolistas y en fin lo más representativo de los visitantes. Ubicado donde se encuentra hoy, en la esquina de la calle 14 con avenida cuarta fue durante mucho tiempo el epicentro alrededor del cual giró la actividad turística de la ciudad. También ofrecía los servicios de bar y restaurante para sus huéspedes pero no tenía el acostumbrado grill, de moda en todos los hoteles importantes del país y del mundo. Con esta debilidad era de esperarse que la competencia brindara atenciones diferentes y esto no tardó en llegar pues años más tarde, iniciando los años cincuenta fue construido un moderno hotel con todos servicios y las dependencias dignas de los más exigentes visitantes y del cual hablaremos en una próxima crónica; el Hotel San Jorge.

domingo, 31 de agosto de 2014

ALGUNAS ANÉCDOTAS DE LA CORPORACIÓN FINANCIERA DEL ORIENTE S.A.


En el transcurrir de las actividades de una empresa, se van presentando situaciones que con el correr de los tiempos se tornan anecdóticas y son recordadas, a veces en serio y otras en broma. Variadas fueron y las recuerdo con especial cariño, algunas de ellas sucedidas en la Corporación Financiera del Oriente, en los comienzos de sus operaciones cuando las gestiones no estaban sistematizadas y por lo tanto, la dependencia de los computadores no era tan esclavizante como lo es hoy en día, sino que muchas, por no decir que casi todas, eran aún manuales. Decía, en la crónica correspondiente,  que el tesorero y encargado de la cartera y por ello de las cobranzas, era un caballero, que no lo era tanto, llamado César Ramírez. Era un Contador Público Autorizado, de esos que habían obtenido licencia a punta de experiencia o más bien en la universidad de la vida. Tenía una particular manera de ser, pues era, como dicen ahora los psicólogos, maníaco-depresivo, lo que lo tornaba, la mayor parte del tiempo, irascible al límite de la grosería. En alguna oportunidad, se le hizo un estudio para financiarle su primera máquina, verdaderamente industrial,  a un empresario que apenas comenzaba sembrando sus primeros pinitos en el sector editorial y que hoy es una empresa reconocida en ese medio, quien con su visión futurista decidió bautizar con el nombre de Nueva Granada. El joven empresario, estaba en una etapa de la vida, que había terminado su aventura en el ciclismo competitivo, había competido en varias Vueltas a Colombia y tal vez, pues no recuerdo a ciencia cierta, en algunas Vueltas al Táchira y estaba dispuesto a “colgar la bicicleta” y dedicarse al oficio que había aprendido. Tenía un pequeño taller, si así puede llamarse, a una tarjetera manual que tenía instalada en la sala de su casa, en la calle del camellón del cementerio, para más señas, en el puro frente del restaurante de la “Turra Petra”.
Habíamos sido compañeros de andanzas y de equipo, en mis años mozos, razón por la cual, lo conocía y sabía de sus capacidades, así que no fue difícil establecer un planteamiento financiero que le permitiera crecer en el ramo y con una buena financiación se logró que la Corporación le aprobara un crédito, en esa época por una suma cercana a los veinte mil pesos para la adquisición de una imprenta Chandler, alemana, de segunda mano pero en buenas condiciones, la que sería, como lo fue en la realidad, el despegue de una gran empresa como lo es en la actualidad. Hasta aquí, no parece que haya anécdota alguna, salvo la de presenciar el nacimiento de una empresa que hoy debe estar cumpliendo más de cuarenta años. Lo anecdótico tiene que ver con el proceso de perfeccionamiento de la operación crediticia y su posterior remate. Como se podrán imaginar los lectores, los veinte mil pesos de la época, constituía una suma importante, así que nuestro empresario debía ofrecer una garantía que le permitiera a la entidad financiera tener la seguridad sobre la devolución de su dinero, así que planteó la alternativa que su progenitora, que era una persona con recursos, le sirviera de codeudora, lo cual fue aceptado sin mayores reparos. Cumplidos los trámites de rigor, el día de la entrega del cheque, el empresario fue con su codeudora a recibirlo de manos de don César Ramírez quien de manera lacónica le dijo que esperaba que fuera responsable en el pago de sus obligaciones y que esperaba “no tener que cobrarle a su madre” en caso de incumplimiento.
Les aseguro, que Omar Peñaranda Salamanca, como se llamaba el empresario, se sintió tan ofendido que casi se produce un altercado. Afortunadamente, los ánimos lograron calmarse y lo que hoy conocemos, es historia.
Claro que esa no fue la única “metida de pata” del sujeto en mención. Era famosa su forma de cobrar, a quienes se demoraban. Llamaba por teléfono al cliente y sin ningún recato le decía, “oiga gran..*#&%*/”&#, ¿cuándo es que va venir a pagar? ¿Ud. Cree que esto es una entidad de beneficencia?
Para quienes lo conocían, alguna cosa le respondían, pero los nuevos, por lo general se quejaban ante el presidente, el ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien le acolitaba sus acciones, no sé, bajo qué argumentos, pues él era todo un señor; el hecho es que la estrategia funcionaba y los morosos venían a ponerse al día más temprano que tarde.
Para cerrar esta crónica, una anécdota más de la Corporación Financiera del Oriente. Cuando comenzó a promocionarse la constitución de la Fábrica de Juguetes NACORAL, de la cual escribí una crónica a comienzos de este año, varias personas me pidieron consejo para la compra de las acciones de esta compañía y yo las desanimaba. Aunque esta posición puede interpretarse como desleal, pues era funcionario de la Corporación, la razón de mi posición, siempre fue clara y así se lo manifesté al ingeniero Pérez Escalante, toda vez que el socio español, promotor de la iniciativa, José María Del Moral, había tenido una actuaciones que no fueron claras, en otras ciudades del país donde había participado de proyectos similares y todos con resultados negativos. Aún con insinuaciones de funcionarios de la Oficina Matriz del SENA en Bogotá, quienes dudaban de la idoneidad del hispano, fue posible convencer al presidente de la compañía para que revaluara su posición con respecto a este señor.

La respuesta, que siempre me causó extrañeza, fue que lo que le interesaba a la institución, era la experiencia que la persona en mención tenía para el desarrollo de la empresa; que las demás operaciones podrían controlarse. Finalmente el proyecto fracasó y algunas de las personas a quienes les recomendé no se metieran en esa inversión, aún me lo agradecen.

LA CORPORACIÓN FINANCIERA DEL ORIENTE S.A.

1. Soy un ávido lector del magnífico documento publicado por el diario La Opinión, “Huellas, Hechos y Anécdotas Nortesantandereanas”. En días pasados leí el fascículo 21 “La actividad Bancaria en Cúcuta” en el cual se presenta un detallado relato de esta actividad en la ciudad, durante los últimos años, digamos que desde que se inició la banca moderna en el país, fecha que podemos ubicar, con toda seguridad  en el 1923 con la contratación del profesor Walter Kemmerer, quien lideró la conocida Misión que lleva su nombre y que produjo la modernización de la Banca en Colombia. La narración muestra el desarrollo sucinto que tuvieron las oficinas bancarias en la ciudad, sin muchos detalles pero ajustado a las circunstancias que rodearon los acontecimientos, sin embargo, un olvido imperdonable es omitir a la única entidad bancaria con sede en Cúcuta y que propició el progreso regional durante años y que por razones que más adelante explicaremos, tuvo que trasladarse a la capital para poder subsistir en el complejo mundo de las finanzas de hoy. Se trata de la Corporación Financiera del Oriente S.A.
La Corporación en mención, es lo que se llama un banco de segundo piso, pues las corporaciones financieras podían, para la época en que funcionaba en los altos del edificio del Banco del Comercio, en la calle once entre avenidas cuarta y quinta, realizar las mismas operaciones que los bancos comerciales, salvo mantener cuentas corrientes y de ahorros y expedir tarjetas de crédito, de resto podía efectuar las mismas de los bancos comerciales.
Pero veamos cómo nacieron estas entidades bancarias en Colombia y por qué se abrió en ciudad la Corfioriente como era llamada telegráficamente.
Aparecieron por primera vez en Colombia en 1959 como un esfuerzo combinado entre la ANDI (Asociación Nacional  de Comerciantes y la Asobancaria (Asociación Bancaria de Colombia) para que se reglamentara el ejercicio de establecimientos crediticios que pudieran canalizar recursos internos y externos para la financiación de las necesidades de capital de largo plazo de las empresas del sector industrial y que además contribuyeran a la promoción, creación, transformación y organización de empresas, preferiblemente del sector productivo, especialmente en los subsectores manufacturero, agropecuario y minero, posteriormente ampliado a las empresas relacionadas con los sectores de la construcción, transporte, turismo y comercializadoras de productos agropecuarios.
Con este esquema, puede decirse que las Corporaciones Financieras se confunden con los “bancos de inversión” al llenar el vacío dejado por los bancos comerciales cuya financiación, en principio se reduce al corto plazo. Hoy en día, estos conceptos han evolucionado hacia la “banca universal”, razón por la cual, las corporaciones financieras han prácticamente desaparecido del panorama financiero nacional.
Las normas legales que estatuyeron las corporaciones financieras fueron, el decreto 336 del 5 de diciembre de 1957 que autorizó la creación de las corporaciones financieras y definió su objeto social; posteriormente, en abril de 1958, el decreto 605 reglamentó su funcionamiento y fijó una serie de limitaciones a las facultades para otorgar créditos y finalmente fue el decreto-ley 2369 de 1960 el que definió estatutariamente lo referente a estos establecimientos de crédito. Un detalle interesante de la reglamentación era que le otorgaba las funciones de “underwriting”, es decir, de la colocación mediante comisión, por su cuenta y riesgo, de la totalidad o de una parte de la emisión de obligaciones emitidas por terceros, servicio que no podían prestar los bancos y que, sin embargo, nunca utilizaron a excepción de la Financiera del Valle que realizó algunas, muy pocas operaciones en este sentido.
Ahora bien, la Corporación Financiera del Oriente S.A. fue una de las instituciones promovida por la Federación de Cafeteros de Colombia atendiendo a un programa de expansión de las actividades complementarias que beneficiaran tanto al gremio como a las regiones cafeteras. Simultáneamente, la misma Federación hizo lo propio al promover la creación de la Corporación Financiera de Occidente S.A. con las atribuciones similares a la de Oriente pero en un territorio diferente.
Para el inicio de la promoción, la Federación se apoyó en el personal del Banco Cafetero, del cual era su accionista mayoritario,  con su gerente a la cabeza, por entonces el ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien convenció a los inversionistas locales de realizar los aportes necesarios para constituir una sociedad financiera con sede en la ciudad de Cúcuta, con capital regional y la conformación de una Junta Directiva con personalidades de la ciudad. A comienzos de 1970 se emprendió la tarea y durante el primer semestre se logró atraer un número significativo de inversionistas que pusieron el capital necesario para dar inicio a las operaciones de la Corporación y el día 5 de agosto de 1970, en la notaría segunda del circuito de Cúcuta se firmó, por parte  de los accionistas fundadores, la escritura 1.622.
Además de la Federación de Cafeteros y algunas de las empresas de ese conglomerado, como accionistas mayoritarios, figuran algunos de los más notables empresas de la ciudad, entre ellos, Centrales Eléctricas del Norte de Santander y la Empresa Licorera del Norte de Santander, instituciones que aportaron cada una un millón de pesos, equivalentes a la suscripción de 10.000 acciones respectivamente.
El capital inicial, autorizado por la entonces Superintendencia Bancaria, fue de cien millones de pesos repartido en acciones de valor nominal de cien pesos. El capital suscrito a la fecha del inicio de sus operaciones fue de $10.269.100. Firmaron la escritura de constitución y fundación 119 personas, 35 jurídicas y el resto inversionistas privados de la región y unos pocos del interior del país, convencidos de la bondad y lo atractivo que prometía el proyecto, en el corto y mediano plazo. Los detalles de los aportes y las operaciones más significativas serán narradas en las próximas entregas.
2. Fue el diez de julio de 1970 cuando el doctor Jaime Pérez López, entonces gerente provisional como lo exigían las normas, quien convocó en asocio con el gobernador Argelino Durán Quintero en su despacho, la asamblea preliminar que daría aprobación a los Estatutos de la Corporación Financiera del Oriente S.A.
En esa época, los bancos comerciales y demás instituciones del sector financiero podían realizar inversiones en otras entidades del mismo sector, así que estos fueron los más interesados, prueba de ello, asistieron a representar a sus entidades, los gerentes de los bancos Cafetero, Ganadero, la Caja Agraria, de la Sabana, Comercial Antioqueño, de Colombia, Industrial Colombiano, así como de las principales compañías de Seguros como Suramericana, Bolívar, Colombia, Colseguros y Agrícola de Seguros. Las empresas más representativas del sector privado de la ciudad como FONOS, ROSCO, NORGAS, la Caja de Compensación Familiar de FENALCO, la Embotelladora KIST Ltda.
Quien lideró desde el comienzo, fue la Federación Nacional de Cafeteros que en esta oportunidad estuvo representada por el doctor Miguel García-Herreros quien tuvo el respaldo financiero del departamento a través de las empresas Centrales Eléctricas del Norte de Santander y la Empresa Licorera las cuales hicieron aportes similares mediante la suscripción de diez mil acciones que representaban un millón de pesos.
Igualmente hubo un número significativo de personas naturales que creyeron en el negocio e hicieron aportes que representaron algo más del cincuenta por ciento de la inversión inicial que fue de $10.269.100.
Con estos recursos, la empresa comenzó a trabajar en la colocación de créditos y a promover algunas otras empresas que serían, según su Junta Directiva, la redención de los difíciles momentos que se presentaban esporádicamente en esta zona de frontera.
Una vez firmada la escritura 1.622 el 5 de agosto de 1970 y posesionada la nueva Junta Directiva, se procedió al nombramiento del presidente en propiedad que recayó en el nombre del ingeniero Gabriel Pérez Escalante, quien había sido hasta hace pocos días gerente del Banco Cafetero. La Junta estuvo presidida por el doctor Efraín Vásquez, quien se desempeñada como gerente del Banco Comercial Antioqueño. Las oficinas se instalaron en el segundo piso del edificio del Banco del Comercio por entonces dirigido por el doctor Guillermo Eliseo Suárez quien prestó toda su colaboración para que la Corporación pudiera funcionar adecuadamente, en la calle 11 No. 4-25.
Recuerdo los primeros empleados y digo recuerdo, porque tuve el honor de pertenecer a ella, como funcionario técnico a cargo de la evaluación de los proyectos de crédito para los pequeños empresarios y dicho sea de paso, cargo que fue mi primer empleo. Estaban Arnoldo Chirinos Maldonado como director del departamento técnico económico, César Ramírez como Tesorero y encargado de la cartera y las cobranzas; había un gringo de apellido Jennings, David si mal no recuerdo era su nombre de pila, que estuvo un tiempo asesorando al presidente en los aspectos organizacionales. Era el director administrativo don Fabio Rodríguez Peñaranda que se había retirado de la subgerencia del Banco del Comercio para colaborar con el nuevo proyecto. Se había contratado un ingeniero industrial bumangués como jefe de análisis financiero, Alirio Martínez Cuadros, quien estuvo manejando la evaluación de los distintos proyectos que se presentaban a consideración de la Corporación hasta que fue trasladado a operar las primeras actividades del proyecto insignia que tuvo la entidad y que fue uno de sus primeros y de pronto, más trascendentales dolores de cabeza, la fábrica de juguetes Nacoral, de la cual hice una interesante crónica en la que se detallan los pormenores de ese fracasado intento de industrializar la ciudad y la región.
Acompañaban a los ejecutivos un interesante grupo de secretarias y asistentes, entre las cuales estaban, Cecilia Cadavid quien era la secretaria de la presidencia y que resultó, después de varios años de noviazgo, casada con su compañero de trabajo, el economista Arnoldo Chirinos. Bertha Colmenares que creo era la más sufrida, toda vez que debía aguantarse las poco elegantes actividades emprendidas por el tesorero quien no brillaba propiamente por su diplomacia. Elena era la secretaria del departamento técnico y los infaltables empleados insustituibles señora de servicios generales, Elvira Pérez y el mensajero dicharachero, Enrique Cruz, hoy representante técnico de la multinacional Siemmens.
No éramos más ni tampoco fueron necesarios otros empleados durante el tiempo que duró la fase inicial de posicionamiento en el mercado. En ese tiempo, las corporaciones financieras tenían cubrimiento nacional, así que la mayor cantidad de negocios se realizaban en las grandes ciudades del país. En Cúcuta sólo se manejaban pequeños negocios, que resultaban poco rentables, razón por la cual, una de las primeras aproximaciones que hizo la Corporación fue buscar una alianza que le permitiera optimizar sus rendimientos  en los terrenos de la promoción y financiación de la pequeña industria. Vale la pena mencionar que por entonces, no se hablaba de la microempresa, término que fue introducido en el argot financiero por alguna entidad promotora en el Perú, en el decenio de los años ochenta y que por el éxito que manifestó en ese país se fue replicando en los demás de la América Latina. Desde el año 1973 se comenzó a entablar conversaciones con la Corporación encargada de la promoción y el financiamiento de la pequeña empresa que era la Corporación Financiera Popular, institución perteneciente al grupo del Banco Popular que en ese momento era un banco oficial y estaba adscrito al Ministerio de Desarrollo Económico.



















LA FIESTA DEL ESTUDIANTE


Durante el primer cuarto del siglo pasado comenzó el auge de la educación privada en Colombia, especialmente en las llamadas hoy, ciudades intermedias. El estímulo a la educación se dio gracias a las políticas gubernamentales impulsadas con visión futurista por el general Francisco de Paula Santander, quien durante su gestión, como mandatario nacional realizó un amplio despliegue al masificar el acceso a la educación, un siglo antes, mediante la creación de instituciones educativas de nivel elemental y de bachillerato, como se denominaban anteriormente los programas de educación que se impartían a la niñez y la juventud.
Pues bien, habida consideración de la importancia que para la vida republicana y el porvenir del país representaban los futuros ciudadanos que se formaban en los colegios y escuelas de la nación, el gobierno nacional instauró en 1924, la Fiesta del Estudiante.
Esta festividad se había establecido para que los estudiantes, en particular los de bachillerato, tuvieran la oportunidad de realizar las actividades extracurriculares que enriquecieran su acervo y a la vez, sirviera de solaz esparcimiento en épocas previas a la terminación del respectivo periodo lectivo, por esa razón la fiesta en mención fue programada durante el mes de septiembre de cada año.
En el Norte de Santander, dicha fiesta tuvo un buen recibo por parte de las autoridades académicas, quienes brindaron todo su apoyo para la realización del magno evento, particularmente por dos razones; la primera, porque se trataba de incentivar la mayor participación de personas en las escuelas y colegios, toda vez que la tasa de analfabetismo en el país sobrepasaba el 50% y ello representaba grandes problemas para su desarrollo. La segunda razón, era que no había muchos estudiantes, razón por la cual los gastos del erario no presentaban mayores dificultades.
Así pues, la primera Fiesta del Estudiante se realizó de acuerdo con lo programado y resultó bastante animada con la presencia de 57, entre estudiantes del Colegio Provincial de San José y de la Escuela Normal Nacional de Institutores de Pamplona, que hicieran a la capital del Departamento. En 1924, septiembre por más señas, los traslados entre las dos ciudades eran toda una aventura. Cuando se iba de paseo, como era este el caso, se cumplía por etapas, como quien dice por entre las tiendas, que dicho sea de paso, eran una constante a lo largo de la carretera que serpenteaba por entre las breñas de la Cordillera Oriental, necesarias para abastecer de provisiones a los escasos viajeros que se aventuraban a tales desplazamientos. La programación desarrollada por los estudiantes pamploneses se centró en algunas actividades deportivas y culturales que se escenificaron en las pocas instalaciones que para el efecto existían en la ciudad. Se tiene noticia de un encuentro futbolero en la cancha donde hoy está el Parque Nacional, sin más detalles. El retorno a Pamplona se hizo en el ferrocarril del sur hasta la estación La Esmeralda en el kilómetro 21 y de ahí hasta la ciudad mitrada en uno de los pocos vehículos que hacían el trayecto y que había sido contratado previamente por la alcaldía de Pamplona para recuperar sus estudiantes.
El entusiasmo que produjo esta conmemoración hizo que se proyectara, desde ese mismo momento, el evento que sería desplegado el año siguiente y que sería la visita de los estudiantes cucuteños, en reciprocidad a sus colegas de Pamplona.
Para la segunda Fiesta del Estudiante se había acumulado la experiencia de la primera y por ese motivo, otras actividades de mayor relevancia fueron establecidas para beneficio de los festejados. Durante una semana completa se realizaron los festejos, del 21 al 25 de septiembre en la ciudad de Pamplona; sin embargo y debido a las dificultades que presentaba realizar un viaje de esas características nuestros aventurados estudiantes, todos del colegio Sagrado Corazón de Jesús, emprendieron la partida el día 18 de septiembre, en una primera etapa hasta Chinácota donde fueron recibidos como héroes por don Antonio Marcucci Colector de Hacienda, quien les obsequió frutas y los acomodó en las instalaciones del Colegio San Luis Gonzaga, pues al día siguiente continuarían hasta Pamplona. Es conveniente anotar que el grupo de estudiantes iba acompañado del rector del colegio, don León García-Herreros y cinco profesores quienes se encargaban de velar por el buen comportamiento de sus pupilos.
En las cercanías de Pamplona, en el sitio denominado Corral de Piedra, una comisión de 20 jinetes recibió a los estudiantes para acompañarlos hasta la entrada del pueblo, donde una comitiva de automóviles que conducían, el gobernador, general Rafael Valencia, el prefecto de la provincia, general Pedro Eduardo Díaz, el Alcalde José Ángel Contreras y los sacerdotes Jesús Jaimes y José Rafael Faría, así como los representantes de las autoridades militares los esperaban para darles la bienvenida.
Definitivamente, era todo un lujo y un privilegio especial ostentar la condición de estudiante y en particular, la de futuro bachiller. Todas las manifestaciones que le brindaban, no sólo las autoridades sino el público en general, a un grupo de personas que por el hecho de tener una distinción que en ese momento era propia de una élite, no dejan de asombrarnos hoy; afortunadamente esa época fue sorteada con éxito y hoy gozamos de los beneficios que nos brinda el acceso a una educación gratuita y obligatoria para todos, aunque surjan algunas dudas al respecto. En la próxima entrega les contaré las peripecias desarrolladas por nuestro grupo de jóvenes bachilleres del año 1925 en la fría ciudad mitrada.
Acompañados de tan ilustre comitiva a su llegada a Pamplona, los estudiantes cucuteños fueron alojados en la instalaciones del Colegio Provincial San José, regentado por los Hermanos Cristianos, en lo que podríamos vaticinar sería el anticipo que se esperaba de la participación de esta comunidad en la ciudad de Cúcuta y particularmente en la dirección del mismo colegio cuyos estudiantes estaban de visita con ocasión de la segunda Fiesta de Estudiante; festejo instaurado el año anterior por el Gobierno Nacional para incentivar la asistencia de la niñez y la juventud a los colegios y escuelas. Recordemos que eran 57 los estudiantes del Colegio Sagrado Corazón, los estaban de viaje a la fría Pamplona y que ese colegio cucuteño era una institución de carácter privado patrocinado y a la vez, subsidiado por el sector oficial, que por esa época tenía una asignación presupuestal que le permitía contribuir a los gastos que demandara la educación, cuando ésta era prestada por instituciones privadas.
A la entrada del colegio Provincial, los cansados estudiantes fueron recibidos con discurso incluido por parte del padre Faría al que respondió el rector León García-Herreros y cuando creían que la bienvenida había terminado, apareció la Banda Municipal para ofrecerles una retreta justo frente al edificio principal del colegio, de manera que tuvieron que soportar con estoicismo juvenil las notas que con gran entusiasmo les brindaba la orquesta dirigida por el maestro Celestino Villamizar, ilustre director de la organización musical. Imagínense ustedes al grupo de nuestros muchachos calentanos, con saco y corbata, tal vez prestados para muchos de ellos, en el gélido atardecer pamplonés, después de largas horas de viaje en un vehículo modelo de los años 20, posiblemente un modelo T de Ford, acondicionado como autobús, por la destapada carretera a Pamplona; afortunadamente el programa terminó con la retreta y con la acomodación en sus respectivos alojamientos para finalizar con una frugal cena que compartieron con sus colegas del colegio anfitrión. No hubo salidas ni “voladas”, en parte por el cansancio producido más por las manifestaciones de bienvenida, a la que no estaban acostumbrados que por las circunstancias propias del viaje.
El día siguiente no fue menos intenso. Después de la santa misa, que por entonces era de obligatoria asistencia diaria en los colegios de la congregación de los Hermanos Cristianos, incluidos feriados y dominicales a los que había que asistir con el uniforme de gala, la Alcaldía había organizado un desfile con carrozas alegóricas a las bellas Artes y otras actividades, cada una de ellas presidida por su musa respectiva. Así pues, la primera, encabezada por la bella Hortensia Camargo representaba la “Juventud espigando los campos de la Ciencia al amparo de la religión católica”, le seguían las carrozas alegóricas a las Bellas Artes así: la imaginación creadora presidida por la musa Margarita Gallardo, la música por la hermosa Victoria Leal, la poesía cuya musa estuvo representada por la agraciada Teodolinda Bueno, la pintura representada por la guapa Rosa Bautista y cerrando el cortejo, la musa de la escultura la no menos atractiva Josefina Torrado. El desfile se realizó desde el Provincial siguiendo la Calle Real hasta el Palacio Episcopal donde fueron recibidos por Monseñor Afanador y Cadena y a quien le ofrecieron la adhesión de la juventud estudiantil en alocución que le ofreciera el joven Pedro Antonio Prada a nombre de sus compañeros y en general, de todos los estudiantes. Ya entrada la noche, los estudiantes fueron trasladados a su lugar de residencia bajo la estricta vigilancia del personal de profesores que los acompañaban.
El miércoles 22 de septiembre se programó una jornada deportiva en las horas de la mañana. Se organizaron unos partidos de fútbol y básquetbol y finalizando la mañana realizaron una becerrada, durante la cual los más arriesgados mostraron sus dotes con el capote aunque varios recibieron más revolcones que aplausos.
Antes del almuerzo, se presentó una comisión del Concejo Municipal para saludar a los excursionistas y entregarles el Libro de Oro de la ciudad, en el cual se mostraba el registro fotográfico de los principales monumentos y los edificios más importantes. La entrega del documento fue formalizada por el presidente del Cabildo Francisco Lamus Lamus y respondida por los agasajados en la persona del profesor Luis Eduardo Romero. En las horas de la tarde visitaron el Museo Diocesano y fue el padre Rochereaux el encargado de explicar el significado de cada una de las especies allí exhibidas. Seguidamente continuaron su periplo de conocimiento de las actividades industriales locales visitando la Fábrica de Hilados y Tejidos y la Cervecería Parra. A las cuatro de la tarde, sus compañeros del Colegio Militar San Tarcisio ofrecieron una Revista Militar en la plaza principal del pueblo.

Se despidieron el día 23, pues tenían programado entrar de visita a Bochalema en donde el alcalde Carlos Julio Cote se había comprometido a recibirlos y brindarles la alimentación, así mismo, consiguió alojarlos en casas particulares donde tuvieron la oportunidad de intercambiar vivencias con los residentes. Al día siguiente, el viernes 25 ya de regreso, cerca de Los Vados, en el puente  Caldas, uno de los automotores se volcó y en el accidente resultó muerto el estudiante Juan Maldonado Romero y heridos otros cuatro sin mayores consecuencias, salvo que este acontecimiento enterró definitivamente la realización de excursiones y por ende, la celebración que tan exitosamente se había adelantado en el pasado. En los años siguientes, la Fiesta del Estudiante fue languideciendo al punto de desaparecer por completo de la agenda tanto oficial como de los colegios. Sólo con la modernización de la educación y la presión de la Comunidad de los Hermanos Cristianos se logró la oficialización del Día del Estudiante, el 15 de mayo, fecha en el santoral de la celebración de San Juan Bautista de la Salle, patrono de la Congregación.

domingo, 24 de agosto de 2014

LA CREACIÓN DE ASEDUIS EN CUCUTA

Corría el año 1972 y ya se presagiaba el incipiente desarrollo de las actividades económicas de la ciudad. Los escasos profesionales universitarios ya comenzaban a posicionarse de los principales puestos directivos que ofrecían las pocas empresas que por esa época brindaban oportunidades de progreso. Empresas como Centrales Eléctricas, Bavaria, Chevron, La Concesión Barco de Ecopetrol en Tibú, Cementos del Norte, la recién creada Corporación Financiera del Oriente y la Universidad Francisco de Paula Santander fueron las primeras usufructuarias de los servicios personales de los egresados de la Universidad Industrial de Santander tan apetecidos en esos momentos por su formación principalmente en el área de las ingenierías. Por ese mismo año se dio la apertura del Seguro Social y los médicos de la primera promoción de egresados de la facultad de medicina fueron quienes se ocuparon de darle el comienzo a las actividades médicas de la institución.
Como egresado de esa universidad, recién terminada la carrera y de regreso a mi ciudad de origen me preocupó la poca cohesión que existía entre sus egresados quienes constituían un selecto grupo de profesionales, muchos de ellos en puestos de dirección pero sin el mínimo interés en relacionar su formación con la institución de la cual obtuvieron sus conocimientos y aunque lo hacían sin ninguna mala intención les faltaba el incentivo que generara esa unión. La Universidad Industrial de Santander siempre promovió la unión de sus estudiantes tanto en el aspecto interno mediante la organización de sus “colonias” como en el externo, una vez terminado sus estudios y obtenido su respectivo diploma, a través de su bien organizada Asociación de Egresados de la UIS “ASEDUIS”, ejemplo de sociedad estructurada para beneficio de sus egresados y en general de la población estudiantil deseosa de superación. Quienes allí estudiamos recordamos la poderosa ASUNORTE, “asociación de universitarios del Norte de Santander”, la segunda en cantidad de asociados después de la anfitriona Santander. Los recuerdos nos transportan a “La Perla” aquella casucha que se encontraba en los predios que el gobierno cedió para la construcción del campus, al norte de Bucaramanga, allí donde empezaba la carrera 27 aún hoy la arteria más importante de la ciudad. La Perla es la sede de la Asociación de egresados y se encuentra en el estado original en que fue construida hace más de 70 años y es, sin lugar a dudas, el punto de encuentro de todos quienes en un momento de nuestras vidas compartimos los momentos alegres y amargos de nuestra estancia en los recintos de la universidad.

Desde finales del 71 comencé a realizar los contactos tendientes a la conformación de la asociación en nuestra ciudad y al detectar que la mayoría de los egresados ocupaban puestos de mando en las grandes empresas comprendí que sería relativamente fácil proponer una reunión preliminar en la cual se les daría a conocer las ventajas de agrupar los profesionales y darle vía libre a la conformación de la asociación. Recuerdo los nombres de Alberto Estrada Vega gerente de Centrales Eléctricas, Victor Hernández gerente de Bavaria, el ingeniero Bolívar, se me escapa su nombre, gerente de la Chevron, Jaime Carreño gerente de Publicar, Milton Romero subgerente del SENA, entre otros así como los principales ejecutivos de las mismas empresas también egresados de la UIS. Ante esta perspectiva citamos a una reunión preliminar en el Club de Cazadores el 21 de junio de 1972 (coincidencialmente hoy hace 38 años) para decidir la fecha oficial de iniciación de la Asociación de Egresados de la UIS ASEDUIS Cúcuta para el 8 de Julio de ese año.
La circular que se les remitió a los cerca de 20 egresados que por esa época estaban en la ciudad decía lo siguiente:
“nosotros, quienes suscribimos esta circular, egresados de la Universidad Industrial de Santander UIS, residentes en la ciudad de Cúcuta, hemos constituido un comité provisional con miras a promover y organizar la Asociación de Egresados de la UIS, ASEDUIS, seccional Cúcuta.
Comité Provisional.
Presidente                             Luis Eduardo Lobo Carvajalino
Vicepresidente                      Milton romero
Secretario                              Julio Cesar Quintero
Tesorero                                Jaime Carreño
Revisor Fiscal                         Gerardo Raynaud
Vocales                                  Pedro Muñoz, Alberto Albarracín, Maria Cristina                                                              Laguado
A la sesión inaugural asistirá el señor rector de la Universidad Ingeniero Carlos Guerra.
GERARDO RAYNAUD D. Coordinador
Seccional Cúcuta.”
La reunión se desarrolló en el restaurante Chez Esteban el 8 de julio de 1972 a las 11 de la mañana con la asistencia de las directivas de Universidad encabezados por el señor rector.
A partir de ese día las reuniones de egresados fueron momentos de un alegre compartir de experiencias y de vivencias sin necesidad de recurrir a cuotas o donaciones ya que las erogaciones ocasionadas por los consumos de esas reuniones eran asumidas por las empresas o sus gerentes. Se turnaban los encuentros entre los clubes de Bavaria o de Centrales Eléctricas o en su defecto en el Club de Cazadores donde todos aportábamos la respectiva cuota al final de la velada.



¿POR QUÉ SE FUERON LOS ALEMANES?



1. Aunque el país no ha sido atractivo para las migraciones colectivas como ha sucedido con otras regiones de América; se han presentado varias en Colombia, desde que los conquistadores españoles recorrieron la geografía continental. Además de la necesaria colonización española, recordemos que durante el reinado de Carlos V, en el siglo XVI, el imperio español abarcaba buena parte de Europa y ya finalizando esa centuria, su hijo Felipe II supo llevar al apogeo el Siglo de Oro español, extendiendo la soberanía hispánica desde Portugal hasta la frontera de la Rusia de los Zares; por esta razón, es conocida la aventura de ciertos conquistadores alemanes que visitaron estos contornos y que por motivos circunstanciales perecieron en la andanza como sucedió con Ambrosio Alfinger, conocido de marras por la región nordeste del país, toda vez que resultó asaeteado por los feroces aborígenes locales, quienes no aguantaron sus pesados modales y requerimientos en demanda de condiciones insostenibles de trabajo y recursos. Es de común ocurrencia entre los campesinos de esta región, los ojos claros y el cabello rubio, que se dice desciende de estos audaces exploradores.
Volviendo al tema que nos incumbe, a mediados del siglo XIX se genera, en la Alemania del príncipe Otto von Bismarck, un gran despliegue económico al producirse la consolidación del imperio alemán, lo que induce a la nación a buscar las materias primas necesarias para abastecer su aparato productivo. A mediados de ese período, un grupo relativamente numeroso de jóvenes decide emigrar y establecerse en América, no solamente en busca de fortuna, sino de un plan de vida que le permita escapar de las inclemencias y las incertidumbres que se cernían sobre la población del viejo mundo, agobiado por las guerras y las rencillas entre las distintas naciones, producto del régimen feudal reinante durante siglos. Hacia 1850 ya se tenían avanzadas las relaciones comerciales entre las dos regiones, pues casas comerciales alemanas se habían instalado en América, específicamente en Venezuela como cabeza de lanza para vender sus mercancías manufacturadas y a la vez, intercambiarlas por los bienes primarios que ofrecía el nuevo mundo. No es necesario adivinar la causa por la cual se escogió la ciudad de Maracaibo como la sede americana de las casas de comercio alemanas, pues además de ser el mayor puerto continental después de Cartagena de Indias, era el camino más corto, tanto para penetrar a tierra firme como para trasladarse al viejo continente. Así pues, comenzó la inmigración alemana a la Nueva Granada, confirmación hecha, por demás, en el magnífico texto de Horacio Rodríguez Plata, historiador santandereano, conocedor del tema y explicado con lujo de detalles en su libro “La inmigración alemana al Estado Soberano de Santander en el Siglo XIX”. Los alemanes se irrigaron por la región conocida hoy como el Gran Santander, primero en Cúcuta y luego a Bucaramanga. Algunas otras poblaciones fueron atendidas, digamos que con menos entusiasmo, como San Cristóbal, en Venezuela y la villa de El Socorro en Santander. En Cúcuta, fueron especialmente dinámicos en las compras de cacao y café, así como en la venta de sus productos para la industria y el hogar. Alrededor del parque Santander se ubicaron las casas de comercio, que eran establecimientos de venta, tanto al detal como al mayoreo y baste decir que cada día crecían económica y socialmente, al punto que de las cinco casas de dos pisos que había el día del terremoto, tres eran de propiedad de alemanes y una, la Botica Alemana, quedó en pie después de las sacudidas que fueron del orden de los nueve grados, en la escala de Mercali.
Sin embargo, después de tantos años transcurridos no quedan vestigios del paso de estos notables comerciantes, salvo algunas esporádicas menciones que no tienen relación con la actividad que ejercieron sino con el altruismo que manifestaron, como es el caso del Asilo Andresen que fue más una decisión de su viuda que de él en particular, sin quitarle los méritos que lo rodearon.
Siempre creí que la partida de los germánicos se había producido a comienzos del siglo XX, particularmente por la declaratoria de guerra en su contra por parte de Colombia, a raíz de la Primera Guerra Mundial, pero no, el problema se remonta muchos años antes y la historia es mucho más apasionante que el desarrollo de las atrocidades que se presentaron durante esa denominada “Gran Guerra”.
Para ambientar el tema, comencemos por anotar que los migrantes alemanes no tenían características comunes sino que se habían conformado grupos con intereses similares, los cuales se fueron identificando y consolidando a medida que lograban sus propósitos. Por esta razón, las comunidades locales habían identificado las diferencias entre los grupos que se ubicaban en una ciudad con respecto a las demás. Se supo, posteriormente claro está, que los más notables y los de mayor prestancia estaban residenciados en Maracaibo y sólo de manera esporádica viajaban a las sucursales de las ciudades del interior, como Cúcuta o Bucaramanga a realizar operaciones o controles para mantener la vigilancia de sus transacciones. Hay que considerar, que de todas formas, las condiciones de viaje eran completamente diferentes a las que estaban acostumbrados en Europa y no era atractivo y además de peligroso, cualquier incursión por fuera de los límites de las ciudades. En Cúcuta, el grupo de ciudadanos alemanes, en su mayoría eran de los países conquistados por el imperio, como Dinamarca por ejemplo, además que eran pocos en número, pues la mayoría estaba más interesada en regiones de mayores desarrollos y de mayor potencial, por lo cual, gran parte de estos europeos prefirió establecerse en Bucaramanga. Allí se pudieron identificar dos grupos de alemanes, uno con una clara tendencia a las actividades mercantiles, a quienes los locales llamaron “el comercio” y otro, más académico, con inclinación científica que se dedicó a promover la investigación y a encontrar alternativas de solución a problemas que para ellos eran desconocidos y que constituía un estímulo a sus capacidades innovadoras y creadoras.
Explicadas brevemente las diferencias, veremos cómo ellas influyeron definitivamente en la partida de nuestros personajes y en el desvanecimiento de logros tan importantes en la consolidación de la región.
2. Habíamos reseñado anteriormente, el beneficio que el comercio de fines del siglo XIX, entre la nueva Colombia y el viejo mundo, había producido para el desarrollo de la incipiente comunidad que apenas comenzaba a formarse, a pesar de las luchas intestinas que, por lo general, se presentan en los países que recién comienzan a consolidarse democráticamente. También decíamos que Colombia no había sido un país atractivo para la inmigración ni la había patrocinado, como sí lo hicieron algunos países de América desde el Canadá hasta la Patagonia.  Sin embargo, alcanzaron a presentarse algunas “oleadas” y entre éstas, la primera, después de la necesaria hispánica, fue la alemana de mediados del siglo 19, específicamente en el año 1851. La iniciativa del Canciller alemán von Bismarck, de irrigar por el nuevo mundo, jóvenes germanos en busca de los recursos primarios para abastecer su industria, fue recibida con gran entusiasmo por cientos de ellos quienes, algunos con apoyo financiero y otros sin él, se aventuraron por las inhóspitas tierras del norte del subcontinente, iniciando su aventura, unos desde la ciudad de Maracaibo hacia el sur, siguiendo la ruta que en años anteriores habían realizado sus paisanos Alfinger y Federman y otros, desde Cartagena y siguiendo las aguas del río Grande de la Magdalena, se adentraron hasta las inexploradas tierras de lo que hoy es el Magdalena Medio Santandereano. El hecho es que algunos se establecieron en las tierras santandereanas y un gran número de ellos en Bucaramanga. Digo, un gran número, pues cuando llegan a un pueblo pequeño, alrededor de cincuenta extranjeros, alemanes, jóvenes, bien presentados y solteros, sociológicamente hablando se presenta una alteración de las costumbres, tanto en los negocios como en la política y qué decir del entorno social y la vida galante, todo dependiendo del grado de integración que logren y como tal lo hicieron, a diferencia de otros lugares donde se instalaron como el caso de la Colonia Tovar en Venezuela donde por el contrario, se aislaron del medio, manteniendo sus costumbres y se encerraron de forma que sus hábitos y tradiciones permanecieron impermeables a las del entorno que la rodeaba.
Es interesante conocer el desarrollo de comunidad alemana en Bucaramanga, pues la evolución que allí se presentó, se diferenció de las de otras ciudades y regiones. Pareciera que hubiera sido al revés y que fueron los hábitos y costumbres locales las que permearon a los alemanes, pues aprendieron todas las artimañas, picardías, supercherías y trampas, muy probablemente adquiridos durante la larga ocupación hispánica y que se fue acentuando una vez se logró consolidar la independencia.
La colonia alemana de Bucaramanga estaba claramente diferenciada en dos grupos, bastante disímiles, pues mientras que unos se dedicaron a cultivar las ciencias, las artes y en general, la cultura y su divulgación, el otro grupo se inclinó por el comercio que había sido el verdadero objeto de su presencia en esas tierras. De hecho, el pueblo los conocía e identificaba como “El comercio” al referirse a ese grupo en particular y lo hacían con desprecio, pues los culpaban del monopolio de la riqueza junto a sus socios locales.  Claro que esta animosidad se acrecentó con la aparición de las sociedades de artesanos, que comenzaron a formarse alrededor de la década de 1860 y en las cuales se predicaban las teorías socialistas políticas y económicas, además combatían las tesis del libre cambio y solicitaban al gobierno de turno el regreso al proteccionismo y la implantación de políticas nacionalistas que generaran igualdad social.  Era, en realidad, el producto del surgimiento del movimiento de las clases trabajadoras motivadas por las nuevas teorías esbozadas por el Manifiesto que habían escrito Marx y Engels ante el florecimiento de lo que se llamó la “Revolución Industrial”.
En 1864 se conformó la Sociedad de Artesanos, así a secas, pero que sus adversarios denominaban “Culebra Pico de Oro”, peyorativamente, que buscaba el mejoramiento de las condiciones económicas de sus afiliados pero que adicionalmente perseguía privilegios y ventajas políticas, pero además y con cierto resentimiento social y un poco de preservación de las antiguas costumbres, atribuía a los alemanes y a sus asociados el deterioro de las relaciones, dado el grado de hostilidad y antagonismo que se generaba entre los dos grupos. Para 1879 la situación se había tornado insostenible y explosiva, toda vez que el enfrentamiento no era ya entre las clases educadas y las menos educadas sino entre pobres y ricos o mejor dicho, entre las clases económicamente fuertes y las económicamente débiles.
Contradictores de los alemanes los tildaban, entre otras cosas, de obscenos por cuanto, decían, las paredes estaban llenas de láminas que presentaban “lúbricas escenas que ni la imaginación más atrevida alcanza a imaginar, para mantener latente a todas horas la pasión de la lujuria que los domina”; tales cuadros, se supo más tarde y que tanto ofendían el pudor, eran reproducciones de desnudos de la pintura clásica que no podían aceptar gentes acostumbradas a adornar sus casas con vitelas religiosas o románticos cuadros de escenas de caza. En otros hechos que consideraban lesivos para las buenas costumbres era la costumbre de ofrecer licores, una práctica muy europea, cuando se trataba de iniciar una conversación referente a un negocio pues se consideraba que era una forma de influir en las gentes, es decir de comprarlos o comprometerlos.
Mencionados estos antecedentes y conocedores de las intervenciones que los extranjeros hacían en la política parroquial, quienes no se privaban de ello, haciéndolo abiertamente para adquirir ventajas e influencias en los círculos de poder, se presenta un hecho que aunque fortuito y aislado repercutirá algunos días más tarde, en los hechos que serían conocidos como los “sucesos del 7 y 8 de septiembre”. En agosto de 1879, el coronel Pedro Rodríguez, jefe departamental de la Provincia de Soto tuvo un altercado con el ciudadano alemán Albert Fritsch por una deuda que el político no quería reconocer y quería que se le condonara dada su condición de gobernante. Después de una acalorada discusión se fueron a las manos y aunque no pasó a mayores, si se produjo un ambiente enrarecido que duró hasta el día de los sucesos arriba mencionados. Parece que la deuda no se pagó y este hecho mantuvo la situación tirante hasta el 7 de septiembre, día de elecciones de Presidente de la Unión y de Cabildantes. A continuación se narran los detalles del trágico acontecimiento que generó gran preocupación entre las autoridades nacionales, por las serias implicaciones que se suscitaron en las relaciones con el Imperio Alemán.
3. Los seguidores de la Sociedad de Artesanos conocida como Culebra Pico de Oro culpaban a los alemanes de la relajación de las costumbres que se habían popularizado entre la juventud, especialmente el incremento de la embriaguez, particularmente entre aquellos que laboraban en las casas de comercio de su propiedad; sin embargo, estas actitudes no eran más que excusas por lo que se consideraban como las inapropiadas prácticas que causaban desasosiego en una sociedad pacatamente patriarcal y vocacionalmente católica. Estas situaciones caldearon un ambiente de violencia cuyo detonante se produjo el día de elecciones del 7 de septiembre de 1879. Ese domingo se efectuaban los comicios que elegirían al Presidente de la Unión, cuya importancia era mínima entre los habitantes de la ciudad, pues todo el interés se centraba en la elección de los Cabildantes, equivalentes a los concejales de hoy y quienes detentaban el poder local en materia de autoridad y economía. Como era de esperarse cada uno de los bandos tenían sus candidatos, los democráticos apoyados por la Sociedad de Artesanos y los de El Comercio; ambos concurrieron con todos sus efectivos y la jornada fue extremadamente agitada pero al final ganaron los democráticos. A pesar de la victoria, éstos alegaron que habían logrado imponerse aún en contra de “las buenas cantidades de dinero para comprar las conciencias de los electores y no poco aguardiente para entusiasmar a sus partidarios en la lucha”, según narraciones de los cronistas de la época. Pasado el debate y mientras festejaban ruidosamente, se produce un incidente frente a la iglesia de San Laureano en el cual resulta asesinado el señor Obdulio Estévez, uno de los candidatos del bando de los democráticos, padre de familia ejemplar, querido por el pueblo y la sociedad bumanguesa, general de las Guerras Civiles y afiliado al partido conservador. Aunque no hubo testigos presenciales, varios fueron considerados sospechosos debido a ciertos antecedentes según los cuales habrían sido amenazados por Estévez. Para abreviar la historia, al día siguiente, a las cuatro de la tarde, durante los oficios religiosos se producen unos hechos de sangre dentro de la misma iglesia, sucesos que desencadenan una serie de amotinamientos en toda la cuidad. Fue una verdadera lucha sin cuartel la que emprendieron los dos bandos en la que resultaron muertos y heridos varios de los más ilustres personajes de la política y la economía. Las calles aledañas a la iglesia eran un campo de batalla mientras que en el resto de la ciudad las señoras clamaban por sus esposos y sus hijos, las gentes corrían en diferentes direcciones sin que se les pudiera detener para que dieran razón de lo ocurrido. Entre tanto, el Alcalde Pedro Collazos, avisado por sus amigos, enviaba un grupo de policías a detener el motín, mientras que un grupo de enfurecidos “democráticos” atacaba la residencia de Albert Fritsch, quien según nuestro relato anterior, había tenido un altercado con el Jefe Departamental Pedro Rodríguez por una deuda y quien no se encontraba en la ciudad, pues había sido invitado de honor, como padrino a la boda de un familiar en la vecina Tona. El asalto a la casa del alemán pudo ser controlado con la ayuda de unos amigos quienes lo apoyaron pero no sucedió lo mismo con los asaltos y saqueos que la turba enfurecida realizó en las casas de algunos otros alemanes y varios de los socios de El Comercio y las de algunos almacenes entre ellos, los de Koppel & Schrader,  así como el del respetable señor Lengerke, quien era considerado el fundador de la actividad comercial alemana en Bucaramanga y que milagrosamente resultó ileso del ataque. Sin embargo, en desarrollo de estos acontecimientos, dos ciudadanos alemanes resultaron muertos, Cristian Goelkel y Hermann Hederich, el primero, comerciante de alta credibilidad, quien fue asesinado defendiendo sus propiedades y el señor Hederich que en ese momento ocupaba el puesto de Director del Banco de Santander. Tanto el banco como el consulado alemán, según las crónicas de la época, no fueron atacados, pero es difícil de creer, por cuanto el escudo del Imperio resultó abollado, según dicen, por algunos pedruscos que se desviaron en el fragor de la protesta.
El representante alemán, embajador del momento, redactó una acalorada protesta al gobierno del Estado Soberano de Santander, así como al Gobierno de la Unión, por la aleve agresión que sufrieron los súbditos del Imperio y los símbolos de esa nación. Afortunadamente, la situación se calmó y la representación del Imperio aceptó las disculpas del gobierno. Localmente, se tomaron medidas estrictas, primero respecto de las autoridades locales que fueron incapaces de mantener el orden y quienes fueron destituidos de sus cargos, el alcalde Collazos y el Jefe Departamental Pedro Rodríguez, así como, los responsables de las acciones delictivas a quienes apresaron y posteriormente condenaron.

La breve reseña de los sucesos del 7 y 8 de septiembre de 1879 nos ilustra sobre el primero de los motivos que llevaron a la deserción de los alemanes del país. Los hechos narrados, aunque sucedieron de manera aislada en Bucaramanga repercutieron en todas las ciudades del país e incluso en Venezuela. Los cronistas hacen el siguiente relato sobre las consecuencias de lo sucedido: “…la ciudad se vio entregada a un movimiento fatal de retroceso, los negocios se paralizaron, las empresas de todo género decayeron considerablemente y las familias que contaban con facilidades pensaron en domiciliarse en otros lugares y algunas así lo hicieron. El Banco de Santander acordó llevar a cabo su liquidación y lo propio hicieron algunas casa de comercio importantes; los alquileres de las habitaciones y tiendas bajaron hasta más de la mitad del precio que tenían antes, los trabajadores no encontraban nada en qué ocuparse y todo quedó entregado a la inacción.” Las nuevas inmigraciones que se estaban planificando quedaron definitivamente suspendidas y termino citando a Horacio Rodríguez Plata, “Valedera queda pues, la tesis de que los sucesos de Bucaramanga, más que de orden político lo fueron de carácter social y económico, de pugna de clases, toda vez que en ellos no se disputaron intereses de liberales o de conservadores, sino la preeminencia de grupos económicos, dentro de un ambiente cargado de lucha social.”  Con el pasar de los años y el desarrollo de los eventos que se fueron presentando en el viejo mundo con la ambición expansionista del Imperio en mención, paulatinamente fue desapareciendo la presencia germana en nuestro medio.

lunes, 28 de julio de 2014

LOS REPRESENTANTES DE LA PHILLIPS EN CÚCUTA

LOS REPRESENTANTES DE LA PHILLIPS EN CÚCUTA

Para empezar debemos situarnos en los años de mitad del siglo pasado; la familia Mantilla Arenas y específicamente los hermanos Mantilla, Luis Ernesto, Alipio y Jairo además de Elsa, se habían afincado en la ciudad fundando unas empresas comerciales de reconocido prestigio, en buena parte porque fueron ellos quienes trajeron la representación de los afamados productos holandeses electrónicos de marca Phillips; inicialmente los radios y radiolas pero también todo el aparataje necesario para proveer los servicios técnicos que requerían dichos artefactos; posteriormente cuando se inició la transmisión de las señales de televisión ofrecieron los televisores. Es necesario recordar que la televisión que se veía en la ciudad comenzó con los canales de Radio Caracas Televisión y Venevisión que se captaban con las antenas aéreas, hoy prácticamente desaparecidas.

Casa Lema y Cía. Ltda. y Mantilla y Cía. Ltda. y eran sus almacenes, ambos ubicados sobre la calle 10 uno en la esquina de la avenida quinta y el otro dos cuadras más arriba en la esquina de la séptima. Para asegurar el buen servicio y otorgar las garantías de sus productos habían traído directamente de Holanda un técnico de la Phillips que aseguraba la confiabilidad y la seriedad no sólo de los artefactos sino de la empresa en general.

El señor Jos Leconte era el técnico extranjero, de nacionalidad holandesa quien no dudó en venirse de las frías tierras de los tulipanes a la cálida Cúcuta con toda su familia, esposa y cuatro hijos y a fe que quedó prendado de esta tierra como muchos otros foráneos que hicieron de ella su terruño y se quedaron para siempre. Hoy, su descendencia se ha radicado en diferentes ciudades del país y se han casado con nacionales extendiendo su prole y beneficiando de alguna forma nuestra economía.

La prosperidad del negocio hizo que se extendieran a las ciudades fronterizas de uno y otro lado de manera que sendos almacenes se abrieron tanto en la ciudad de San Cristóbal como en Bucaramanga. La industria radiofónica y los componentes que la integraban estaba en pleno auge y las perspectivas presagiaban un brillante futuro dada la escasa competencia y las posibilidades de adquirir algunos de esos productos que la industria japonesa apenas comenzaba a fabricar.

En San Antonio del Táchira se habían instalado varias familias japonesas de las que emigraron terminada la segunda guerra mundial y que por miles se establecieron en países como Perú y Brasil en Suramérica y en regiones como el Valle del Cauca en Colombia. A Venezuela hubo poca migración oriental ya que en esos años predominaba la población venida de Europa y que para los portugueses, italianos y españoles constituía el “sueño americano”. De hecho en el censo realizado a mediados de los años cincuenta durante el gobierno de Pérez Jiménez, la mitad de la población estaba conformada por extranjeros en su mayoría de la nacionalidades antes mencionadas.

Como decíamos respecto del avance de la radiofonía y la electrónica en general, por estos años se conoció de un invento que revolucionó estos dos conceptos como fue la aparición del transistor. Los viejos aparatos de radio y particularmente todos aquellos de transmisión o recepción de ondas estaban integrados por diodos o tubos catódicos de vacío, por lo tanto voluminosos y generaban grandes cantidades de calor, razones por las cuales eran complicados de manejar, de trasladar y de manipular. Con la aparición del transistor que fue inventado en los Estados Unidos pero excepcionalmente desarrollado en el Japón, todos los equipos de radio, televisión y similares fabricados en Europa y Estados Unidos comenzaron a caer en desuso y todos tuvieron que reconvertirse para poder adaptarse a la nueva tecnología. Fue cuando hicieron su aparición empresas como SONY, SANYO y demás japonesas que sacudieron los mercados, inicialmente con productos que los consumidores consideraron de calidad inferior a los manufacturados en los países industrializados pero que fueron imponiéndose a fuerza de su cultura de calidad por ellos mismos establecida y luego exportada a las demás empresas del mundo.

Pues bien, uno de los fundadores iniciales de la SONY o más bien uno de los inversionistas pioneros de la empresa fue el señor Yonekura. Si, aquel viejito japonés que se quedó en San Antonio y que extendió sus empresas por toda la ciudad fue el principal comprador de la compañía en la América Latina y que desafortunadamente por la competencia y la falta de sucesión empresarial desapareció del mercado. En su tiempo todos los equipos de la marca mencionada que entraban de contrabando por esta zona del país tenían el sello Yonekura, especialmente los radios tipo “panela” que fueron el producto de mayor difusión hasta que aparecieron las imitaciones y ese mercado se dañó.

La ventaja que se dejó tomar la compañía Phillips y sus similares como la General Electric, Telefunken y demás, por las que posteriormente se transformaron en empresas mundiales fue de tal magnitud que muchos de sus productos salieron del mercado y por ende los almacenes que los distribuía o representaba y fue eso precisamente lo que sucedió con los dos almacenes objeto de esta crónica.

Hoy la distribución, venta y servicio de la mayoría de los productos electrónicos está en manos de los grandes almacenes, llamados grandes superficies, y de cadenas especializadas en el ramo. Definitivamente la especialización se impuso.









martes, 24 de junio de 2014

CARTA ABIERTA A LOS CUCUTEÑOS DE 1954

Carta abierta a los cucuteños de 1954

Una muy interesante nota escrita en el año del título y dirigida a los habitantes de la ciudad, a manera de recuento y a la vez de crítica y de agradecimiento por la hospitalidad que le depararon durante sus años mozos, a él y su familia, uno de tantos venezolanos que tuvo que emigrar a la fuerza, lo que hoy se denomina desplazado, por cuenta de la situación política del país vecino en las épocas pretéritas de la primera mitad del siglo veinte. René del Moral, nuestro narrador de marras, relata cómo tuvieron que salir por cuenta de la invasión que Cipriano Castro encabezó contra el régimen del presidente Ignacio Andrade desde estas tierras en compañía de un grupo reducido de insurgentes, se asegura que no eran más de setenta, pero que lograron apoderarse del gobierno e iniciar las purgas que se acostumbraban entonces. Por fortuna para la familia del Moral, cuyo padre era funcionario del gobierno de turno, se hallaban afincados en el balneario de Nueva Arcadia, nombre real del caserío conocido hoy como Aguas Calientes, en la vecina población de Ureña, debido a una recomendación médica sugerida a la señora del Moral para tratar sus afecciones reumáticas, pues las aguas termales que allí emanan habían alcanzado un prestigio muy merecido, no solo en Venezuela sino en toda la frontera regional. Relata cómo llegaron los cuatro, padre, madre y su hermana a la “tierra de Santander” donde fueron acogidos en esta “ciudad hospitalaria y fecunda en caballeros conspicuos, damas de señorío y gentes en general alegres y cordialísimos.” Recuerda que su padre no tuvo dificultad en conseguir ocupación en una casa de comercio, pues era “hombre de letras y de vasta preparación” y luego de algunos años y merced a influencias pudo viajar a Caracas y ocupar un alto puesto en el gobierno de quien despectivamente llamaba “el cabito”.
Después de muchos años regresaba por estos lares, acompañado de su hijo que había estudiado medicina en Bogotá y recién recibía su diploma de la especialidad. Quería aprovechar esta oportunidad para recordar los tiempos de su exilio y para mostrarle a su vástago, los lugares por los cuales había deambulado en su juventud, de la mano de sus padres y en compañía de su hermana. Contó de su paso por el colegio de don Luis Salas Peralta donde comenzó a forjar su personalidad de joven, pero de la ciudad como tal, dice que no ha cambiado gran cosa. Habrían pasado poco menos de treinta años desde la última vez y no apreciaba mayores adelantos; para él no era más que el mismo pueblo pero más grande y con “humos de metrópoli” con una lenta prosperidad y a medio superar, pues carece de “toda característica favorable como agua, luz, aseo, mercados, tránsito organizado y cultura y sociabilidad en su pueblo, pero especialmente, carece de un hotel, factor importante y complemento indispensable para su desenvolvimiento”. Continua diciendo que veía la mediocridad, pues no se apreciaba “por ninguna parte, jardines, parqueaderos, piscinas, campos de juego y todo lo que debe tener un hotel tropical como el Nutibara de Medellín, el Tairona de Santa Marta, el Aristi de Cali o el Tequendama de Bogotá.” Sin embargo, como el proyecto del hotel de turismo estaba en desarrollo, por los días de su visita, se discutía el nombre con que lo bautizarían, toda vez que se tenían dos prospectos; el primero era el nombre de Guasimales, que a su parecer, no era de buen recibo en la población y el segundo, Tonchalá, como efectivamente fue llamado.
En aras a la verdad, lo que dio pie a don René del Moral para enviar esta carta abierta a los medios de entonces, no era hacer evocación de su vida pasada ni recordar pasajes de su niñez, sino que lo motivaba o más bien le exasperaba la idea del nombre que se le daría al nuevo hotel de turismo, en construcción por esos días y que él consideraba como el avance más significativo de la ciudad y el atractivo mayor para la promoción de turistas y visitantes, especialmente la de sus compatriotas.
Como nuestro comentarista  era partidario furibundo del nombre de Tonchalá, asumió como propia la defensa de la designación y se dispuso a exhibir sus argumentos con la mejor determinación, como si de ello dependiera su suerte o su fortuna. En reuniones con sus condiscípulos y contemporáneos expresaba que le había escuchado decir, en Caracas, a un doctor García-Herreros que se había acordado el nombre de Guasimales; en ese momento, pensó para sus adentros, ¿Guasimales? Pero eso significa tierra donde hay muchos guásimos y guásimo es un matorral que da unas pepas negras que cuando se maduran y  su corteza macerada en agua produce una baba que sirve para fijar la lechada con que se pintan las paredes. Así que decidido a defender su propuesta de nombre, aprovechó para recordar los albores de la fundación de la ciudad. Decía, que la donación de doña Juana, que se llamaba precisamente el Guasimal era un pedazo de tierra entre el Cerro El Diviso y el río Pamplonita y que no era otra cosa que recordar un sitio lleno de esos matorrales carentes de significación y por ende, sin importancia ni pertenencia. En cambio y según le manifestaron sus amigos, ‘muchas personas de alguna cultura’ eran partidarias del nombre de Tonchalá con el argumento que era más evocador, más autóctono y de mayor aceptación, pues ese era el nombre de la hacienda donde doña Juana había concebido la idea y cristalizado el propósito  de dar la tierra donde se asentaría la ciudad y además, fue allí donde el gran músico y artista del pentagrama, Elías Mauricio Soto, se inspirara para crear el himno insignia de la ciudad, las Brisas del Pamplonita, que hizo memorioso su nombre e inmortalizó la música cucuteña, bambuco cantado por los poetas y los sensitivos, quienes aseguran que Tonchalá es el riachuelo que refresca las tierras de la iniciadora de esta población y que sus ninfas saltan de roca en roca en las tardes atornasoladas por los arreboles del sol de los venados.
Y con estas poéticas palabras, nuestro ilustre visitante, en compañía de su hijo, nuevo médico, decidiría enrumbarse a su tierra, pues tenía el tiempo justo para dirigirse al aeropuerto para abordar la nave que lo llevaría de vuelta a su tierra, no sin antes, despedirse de sus amistades, quienes lo verían no por última vez, sino hasta la próxima, puesto que años más tarde, ya inaugurado el Hotel Tonchalá, tuvo el privilegio de hospedarse y dejar constancia que había sido uno de los principales defensores del nombre que ostentaba esa bella edificación, orgullo de la ciudad y sus habitantes.


martes, 3 de junio de 2014

IMPRESIONES DE "EL UNIVERSAL" SOBRE CUCUTA

Impresiones de ‘El Universal’ sobre Cúcuta 

1. Corría el año 44 del siglo pasado y Cúcuta era uno de los destinos preferidos de nuestros vecinos, que aprovechaban su viaje no sólo para hacer turismo sino para aprovisionarse de sus principales productos de consumo, que se conseguían a precios bastante cómodos para sus bolsillos. Así mismo, las peregrinaciones a los lugares santos, conocidos de antaño, eran destino predilecto para quienes veneraban el culto cristiano, especialmente durante las festividades de la Semana Santa, entronizada desde épocas coloniales en el pensamiento y los recuerdos de la gente de esta comarca y de allende las fronteras. Eran frecuentes, por lo tanto, las crónicas que sobre sus correrías eran noticiadas en las diferentes publicaciones de los lugares de origen de los satisfechos visitantes. En esta ocasión, me refiero a las interesantes notas publicadas en el más importante diario venezolano de aquel entonces, a raíz de la visita que realizara por estas tierras, uno de sus principales directivos, el señor Miguel Ángel García en compañía del periodista Ítalo Ayestarán y el diputado venezolano Vicente Acuña.
Sus comentarios y descripciones de la visita cumplida por la época de la Semana Santa del año en mención, son una muestra de la amabilidad y de la generosidad que se les brinda a los visitantes, en estas tierras en la que la hospitalidad es la característica relevante de sus pobladores. Comienza su relato en el Puente Internacional, entonces con su nombre genérico y con mención de su constructor el ingeniero Aurelio Beroes y añadiendo que dicha estructura tiene una longitud de 320 metros. Pasado el punto fronterizo se adentran en territorio colombiano y al pasar por la Villa del Rosario más que rememorar lo allí ocurrido en 1821 con ocasión de la reunión de plenipotenciarios para discutir la Constitución de ese año, recordaron que en ese encuentro “se vino a rematar en la conjuración famosa de la noche del 25 de septiembre, en la que el Libertador salvó su vida gracias a su valor y a la serenidad de Manuelita Sáenz.” Y para compensar lo negativo de la visión del lugar, evocaron también el aspecto positivo de la reunión celebrada entre los presidentes Eleazar López Contreras y Eduardo Santos quienes se reunieron para zanjar definitivamente las dificultades fronterizas entre ambos países y poner fin a una controversia centenaria, culminando con la firma de un tratado celebrado por dichos presidentes, en nombre de sus respectivos pueblos y del cual hoy nadie recuerda.
Llegados a la ciudad, fueron recibidos por el Cónsul General de Venezuela, el señor González Puccini quien coordinó los encuentros con las personalidades más resaltantes de la vida cucuteña. Por protocolo, aunque las visitas eran de carácter personal, se dirigieron a la Gobernación a saludar al mandatario local Manuel José Vargas, quien por esos días se había ausentado de la ciudad y por tal motivo fueron atendidos por el Secretario General Pedro Entrena. La charla giró en torno a las magníficas relaciones que mantenían los gobiernos seccionales de la frontera común del Táchira y Norte de Santander y del interés que mantenían ambos, de impulsar el desarrollo de sus territorios y mantener un fecundo intercambio comercial, llegando a la conclusión que “no es una frontera lo que nos separa sino una división administrativa” y con este colofón se dio por terminada la reunión. En camino al centro de la ciudad para conocer más de cerca y vivir en propiedad la intensa actividad comercial, fueron comentando que Cúcuta había servido de refugio a miles de venezolanos perseguidos por el terror que desató la tiranía; se hablaba entonces de unos 25.000 tachirenses quienes huyeron de la región mientras estuvo en el gobierno Eustoquio Gómez, muchos de los cuales se quedaron para siempre en el país.  
Durante el recorrido por la zona comercial de entonces, pudieron apreciar la gran diversidad y multitud de artículos que se surten en el comercio y que el alto cambio del bolívar les permite adquirir con excesiva comodidad; era apenas el comienzo de la expresión que se popularizó entre los compradores venezolanos a mediados del pasado siglo “ta barato, dame dos”. Los ilustres visitantes y su comitiva (cuatro personas), pudieron constatar el anterior argumento, cuando después de terminar un suculento almuerzo, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad, “rociado con whisky” sólo les costó siete pesos, unos quince bolívares y eso, con propina incluida y más satisfechos quedaron de una hermosísima camarera que dijeron tenía “ojos como luceros”. Más sorprendidos quedaron cuando entraron a los almacenes de vestuario y compararon precios con los de la capital venezolana; casi no pueden creer que un traje completo, un flux como lo llamaban, que allí costaba 250 bolívares, aquí costara 40 pesos y que un par de zapatos de calidad, los Corona 4 estrellas, solo tuvieran que pagar de 8 a 10 pesos. En la reseña que hicieran posteriormente en el diario capitalino afirmaron que alimentación era baratísima y que las habitaciones lo eran igualmente; que la gente vestía elegantemente y que los bares y restaurantes permanecían concurridos.
La ciudad tenía entonces unos sesenta mil habitantes y a los ojos de los visitantes era una urbe de aspecto moderno a pesar de que algunas calles permanecían sin pavimento y otras solo lo estaban parcialmente pues se las habían recubierto de piedras y cemento, para facilitar el tránsito de los pocos vehículos de motor que había por esa época, toda vez que el transporte “masivo” se hacía con el tranvía que estaba integrado a la Empresa del Ferrocarril de Cúcuta y que permitía el traslado, en el doble sentido,  de Sur a Norte de la capital sin mayores dificultades. Admiraron las construcciones en curso y las terminadas como eran las del Palacio Nacional, que entonces se llamaba edificio Santander, el edificio de la Alcaldía que estaba recién terminado y los funcionarios empezaban a mudarse y ocupar sus respectivas oficinas y finalmente, la gran edificación del almacén de Tito Abbo y Hno. una firma muy conocida en el país vecino ya que la casa matriz estaba ubicada en la ciudad de Maracaibo de donde provenía. Y ya para terminar esta primera parte de la crónica, admiraron con beneplácito la construcción de los barrios obreros promovidos por la petrolera local así como “la mole imponente” de un moderno hospital para la misma compañía norteamericana. Como esa edificación ha pasado desapercibida a través de los años, baste decir, que el edificio todavía existe y queda exactamente frente a la Quinta Teresa, sede del Colegio Sagrado Corazón, donde hoy funciona una institución educativa.


2. Siguiendo con el recorrido de nuestros visitantes venezolanos, por el centro comercial de la ciudad, otra sorpresa que encontraron fue la gran cantidad  de instituciones bancarias y financieras, el Banco de la República con su emblemático edificio de la esquina sureste del Parque Santander, el Banco de Colombia en la esquina opuesta, el Banco Central Hipotecario, el Banco Agrícola y Pecuario, la Caja de Crédito Popular, el Banco Comercial Antioqueño y otros cuyos nombres no relacionaron pero mencionan lo positivo que es el gran desarrollo “monetario” y comercial que estas entidades le brindan a la economía local, incluida las poblaciones del otro lado de la frontera. Un gran elogio hicieron de la personalidad de un gran cucuteño, don “Rudecindo” Soto, lo escribo tal como apareció en la publicación del diario El Universal de Caracas, sin embargo, bueno es recordar al filántropo Rudesindo Vicente Soto Serrano, hombre de grandes negocios y que hiciera su fortuna en el extranjero, particularmente en la ciudad de Nueva York y en buena medida también en Maracaibo y que su amor por el terruño y por sus semejantes le merecieron las más altas distinciones por parte de los gobiernos locales y nacional, quienes le otorgaron las reconocidas condecoraciones como la medalla cívica General Santander y la Gran Cruz de Boyacá. Y fue precisamente por sus donaciones, como el Hospital, el asilo de ancianos, el manicomio, el abandonado antituberculoso, un reformatorio para la infancia desvalida además de múltiples donaciones en metálico para la reparación y construcción de templos así como de escuelas que por la época no tenían mayores apoyos estatales. Después del reconocimiento anterior, el cual les pareció meritorio por la relación que tuviera su país en el desarrollo de esas actividades tan generosas, que era necesario que se supiera, que de una u otra forma, habían sido partícipes y colaborado aunque fuera indirectamente en esas obras de tanto esplendor para la región.
Como buenos periodistas que eran, no faltó su visita a los medios que por entonces llevaban las nuevas a los hogares lugareños y como eran periodistas de prensa escrita, fueron a los periódicos locales, olvidando por completo que existe la otra prensa, la radial y de la cual, no tuvieron la menor mención. El periódico insignia del momento era Comentarios que llevaba 22 años de duro trajín y su director propietario, don José Manuel Villalobos, se desempeñaba entonces como Cónsul General de Colombia en Ciudad Bolívar, importante población al sur de Venezuela y era su hermano Luis Alberto quien llevaba las riendas durante su ausencia; además, el jefe de redacción, Luis Hernández Gómez era conocido de los visitantes, toda vez que había ejercido el periodismo en Caracas durante largo tiempo; con ellos se reunieron y departieron largamente, discutiendo de los temas de interés para ambas partes, antes de protocolizar las visitas a los demás periódicos, entre ellos uno que nos despierta vivos intereses por la relación que pudiera tener con el actual gobernante de nuestros vecinos. Aunque circulaban varios periódicos más, fueron de su interés visitar El Trabajo y El Combate, este último dirigido por el periodista Wilfrido Maduro Pernía, que por razones que desconozco era al parecer familiar de nuestro vecino presidente y que por motivos como este le endilgan su procedencia de estos lares. Para terminar su recorrido por los medios, se reunieron en amena charla con la poetisa Ana María Vega Rangel, la reconocida Alma Luz quien era entonces la directora de la revista cultural mensual Germinal. Antes de culminar las entrevistas con los medios culturales decidieron cerrar el proceso con una visita a la nueva Biblioteca Departamental que estrenaba edificio, frente a la sede de las dependencias del gobierno nacional, en el hoy parque Nacional. Allí conferenciaron con Arturo Villamizar Berti, el director, historiógrafo, escritor y poeta, quien les comentó sobre las actividades que venía desarrollando en la institución. No mostraron mayor interés ni hicieron propuestas de colaboración ni de ayuda que permitiera el incipiente crecimiento de la nueva biblioteca pública y sin otros motivos, una vez recorrido el pequeño espacio dedicado a los pocos volúmenes que entonces residían en el lugar, se despidieron de su director, agradeciéndole el haberlos recibido y dedicado su tiempo en atenderlos y habiendo concluido que la lucha política había influido notablemente en la vida de los intelectuales y en el movimiento literario, absorbiendo su actividad de escritores y de periodistas y apartándolos o entorpeciendo su función de orientadores de la cultura regional, se despidieron entonces, para trasladarse a entrevistar al político más destacado de la época, el liberal Nicolás Colmenares uno de los líderes del partido en el poder, notablemente dividido en ese momento. En la larga charla que sostuvieron llegaron a la conclusión que las profundas divisiones del grupo político abarcaban todas las tendencias, desde la derecha hasta la extrema izquierda, estas últimas amenazando traspasar las fronteras del liberalismo para adentrarse decididamente en el comunismo. Como buen anfitrión, don Nicolás “regaba” estos diálogos con buenas dosis del mejor whisky que él mismo importaba, así que la conversación era cada vez más fluida y calurosa, lo que permitía que se tocaran temas sensibles sin mayores dificultades, de manera que del tema político pasaron al económico y en ese punto, don Nicolás no ahorró esfuerzos para comentarle a su visitante la importancia que tendría que el Gran Ferrocarril del Táchira prolongara su línea férrea hasta un lugar más cercano a Cúcuta para que todo el comercio exterior de la vasta región de Colombia limítrofe con Venezuela pudiera realizarse por el puerto de Maracaibo, tema que tuvo buen recibo, pues durante algún tiempo estuvieron publicando, en sus páginas editoriales, argumentos a favor de esta propuesta que finalmente no se dio. La última visita, antes de partir, fue para el doctor Francisco Lamus Lamus, gerente del Banco Agrícola y Pecuario, que por su reconocida trayectoria consideraron imprescindible entrevistar dado que su amplio conocimiento de la región, por haber sido Gobernador del departamento y senador durante varios periodos, además de jurisconsulto de prestigio y presidente de la Sociedad de Agricultores, era prenda de garantía para obtener valiosa información.  Como era de esperarse, los temas tratados fueron relacionados con el agro y el principal giró en torno a la cuenca del río Táchira que por esos días había mermado considerablemente su corriente, de manera que le propuso iniciar una campaña de reforestación en ambas riberas y que los países limítrofes reglamentaran rigurosamente el suministro de su caudal para el riego de las fincas ubicadas en ambos márgenes. Al despedirse le comentó que recientemente había sido comisionado por el presidente Santos (Eduardo) para saludar en nombre del Gobierno Nacional al nuevo presidente de Venezuela, el general López Contreras de visita en San Cristóbal.

Con este acto, los ilustres visitantes dieron por terminado su recorrido por estas tierras, llevándose una grata impresión al punto que publicaron varios artículos  dando a conocer los resultados de esta gira.