sábado, 31 de mayo de 2014

EL CLUB DE CAZADORES DE CUCUTA

EL CLUB DE CAZADORES


1. Describen los relatos pioneros de este centro social que la razón o el origen de esta institución radicó en la idea de tener un lugar donde compartir las maravillosas experiencias dejadas luego de largas, excitantes y agotadoras jornadas de cacería. Pues bien, hoy quiero compartirles una perspectiva complementaria a tan romántica faceta, toda vez que mis relaciones con la familia de los fundadores es de la más íntima afinidad. Digo la familia de los fundadores, puesto que quien más influyó en la creación y constitución de un colectivo que agrupara a quienes tenían como afición la cacería (además de la pesca) tenía en mente otras intenciones más mundanas que el simple interés de intercambiar vivencias, cual era el provecho económico. Quien fue el más interesado en el proyecto, no sólo practicaba el deporte de la caza sino que su negocio giraba en torno a esa ocupación. Me refiero a don Luis Alberto Contreras Hernández, comerciante de rancia raigambre entre los empresarios de comienzos del siglo veinte; se había establecido en la ciudad de Cúcuta luego de haber dejado su pueblo natal de Mutiscua. Ya organizado, se dedicó al comercio de las pieles de animales de cacería y a la proveeduría de munición, armas y demás accesorios propios de la actividad, hasta cuando las circunstancias propias de la modernidad lo excluyeron del negocio. Aún hoy, dentro de las propias limitaciones que exige este tipo de labor, su último descendiente continúa con el negocio de la venta de pólvora negra y algunos otros elementos que aún se emplean en los pocos instantes y lugares donde se ofrece la oportunidad de cazar. Esta actividad legalizada a través de los múltiples trámites que exigen las normas de hoy es una de las pocas empresas que cuenta más de 75 años en el mercado de la ciudad y la frontera.
La constitución del Club se concretó en tres asambleas, reunidas en las oficinas de Cristóbal Rodríguez en la antigua sede de la Cervecería Santander, en la calle 14 entre avenidas quinta y sexta; 25 personas nombraron una junta provisional con el anfitrión de presidente y don José Saieh como vicepresidente; Don Luis A. Contreras fue elegido vocal principal. Durante los próximos días estuvieron reuniéndose para acordar la elaboración de los estatutos, la comisión compuesta por Luis A. Contreras, Luis Eduardo Ramírez, Pedro L. Durán e Hipólito Aguilar; ese mismo día se aprobó la recolección de una cuota voluntaria entre los asistentes para sufragar los gastos de constitución y se recolectaron $173 y a las 8:50 p.m. de ese 3 de agosto de 1940 quedó oficialmente constituido el Club de Cazadores de Cúcuta. En el registro original se llamó Cazadores Sport Club; sólo en la asamblea del mes de octubre siguiente, don Rafael Moreno, el farmaceuta de la botica La Grancolombia, de la calle doce, presentó una reforma que fue aprobada por unanimidad en la que el nombre sería, Club de Cazadores a partir de ese momento.
Junto con sus cuñados y primos, igualmente aficionados al deporte de la caza, los hermanos Jaimes Hernández, Alfonso, Luis Francisco y José María (Chepe) conformaron el grupo que impulsó la consolidación del Club; de hecho, el primer baile oficial celebrado por el naciente club, el 27 de septiembre de 1940,  se llevó a cabo en los entonces lujosos salones de la casa de habitación de don Luis A. Contreras, recién inaugurada, en uno de los nuevos barrios que se abrían al sur de la ciudad, contigua a la vía del tren-tranvía y relativamente cerca de la estación Sur del Ferrocarril de Cúcuta  y que se le había asignado el nombre  de Barrio Blanco por el color característicos de las nuevas construcciones. Rezaba la tarjeta de invitación que “el Club de Cazadores invita al regio baile que se realizará en la avenida primera No. 19-26 con el objeto de recaudar fondos para financiar sus obras”. El producido líquido, dice el informe que fue presentado a la siguiente asamblea fue de $190.95.
Las reuniones venían cumpliéndose en las oficinas del presidente que a su vez era representante de la Chevrolet en la ciudad y a quien el Club le había comprado una camioneta que utilizaban los socios en sus desplazamientos de cacería y en la cual, no sólo se trasportaban las personas sino sus infaltables compañeros, los perros rastreadores.
Los canes tuvieron un lugar preponderante en las etapas iniciales del Club, eran el alma de la cacería y compañeros inseparables de los cazadores, al punto que su compañía resultaba más importante que las personas; incluso en los primeros años no se elegían reina, princesa o señora club sino mascota club, distinción que recayó en un perro gozque de fino olfato que llevaba por nombre “Nacional” y que se había destacado en las largas jornadas como el más habilidoso y eficaz detector de venados de la comarca. Baste decir que a su muerte, siendo presidente don Luis A. Contreras en 1943, el día del entierro narró a sus colegas a manera de epitafio la siguiente reflexión, registrada en las actas de la época, “fue para nosotros tristísimo tener que enterrar a la mascota del Club, perro que nos hizo pasar ratos inolvidables por su nobleza y maestría en la cacería”. Los canes constituyeron los primeros activos del Club; al principio eran seis, amaestrados en el arte del rastreo de venados y que se habían concentrado en la hacienda Pajarito al cuidado de Rafael Maldonado y que acompañaban a los rastreadores de propiedad de los socios cazadores del club.
Trasladado don Cristóbal Rodríguez a la ciudad de Barranquilla, de donde era oriundo, las asambleas dejaron de reunirse en su oficina, razón por la cual tuvieron que trasladarse a los salones de la biblioteca departamental que entonces estaba situada en la calle 10 entre avenidas 7 y 8.
Hasta entonces, el club no tenía sede propia, como dijimos, las asambleas se reunían en la Biblioteca y los eventos sociales, léase bailes, en la casa de Luis A. Contreras, sin embargo, los anteriores presidentes  se habían dado a la tarea de conseguir un lote de terreno para la construcción de la sede, sin llegar a una negociación posible.
En 1944 bajo la presidencia de Rafael Moreno y en compañía de Luis A. Contreras, sirvieron de garantes de un préstamo bancario para la compra del primer lote. Aunque en el lote en mención no se estableció la sede social sirvió para permutar otro a la Fundación Virgilio Barco, contigua a sus instalaciones, sobre la avenida Grancolombia que en ese entonces no era más que la vía a la frontera o carretera antigua a San Antonio, no existía todavía la Diagonal Santander. Solamente en la presidencia de José María Ramírez Parada se inició y concluyó la construcción física de la sede, lo que hoy es la casona y la piscina. Inaugurada la sede social, el Club de Cazadores se convirtió en el eje de las más importantes reuniones y celebraciones locales.
2. Las peripecias que se tejieron en torno a la construcción de la sede social del Club de Cazadores vale bien unas crónicas. Decíamos en una anterior, cómo había sido adquirido el primer lote de terreno en 1944 gracias a los buenos oficios y al respaldo económico de Rafael Moreno y Luis A. Contreras, quienes además de compañeros cazadores y socios eran vecinos de negocio en la calle doce, el primero con su botica La Grancolombia y el segundo con su bodega variada de productos de consumo y accesorios para la cacería. Luego de convencer a doña María Cucunubá de Cáceres lograron que les vendiera un predio que había heredado junto con sus hermanos, en el sitio denominado Rosetal que tenía por nombre “El delirio” y al que también llamaban “Bosque de Viena”. Pagaron inicialmente $2.500 de los $2.800 que habían pactado por la compra, ya que faltaba liquidar la sucesión y por tal motivo, negociaron los $300 faltantes hasta tanto se finiquitara la operación sucesoral. En ese momento, la asociación que se había conformado no tenía personería jurídica, por lo tanto, no podían correrse las escrituras a nombre de la sociedad; el problema lo solucionó el presidente Rafael Moreno al prestar su nombre para que las escrituras se pudieran suscribir y quedar con la propiedad. El lote fue traspasado a favor del Club, una vez el gobierno nacional, mediante Resolución Ejecutiva No. 100 de 1944 firmado por el presidente Alfonso López Pumarejo y su Ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo, le reconoció la personería jurídica el 30 de junio de ese año. Sin embargo, tanto la ubicación como la extensión del terreno no satisfacía las aspiraciones de los socios y por ello, le propusieron a la Fundación Virgilio Barco la permuta de un lote de mayor extensión y además, ubicado sobre la carretera a la frontera, lo cual le brindaba la posibilidad de mejor acceso a las futuras instalaciones. El lote permutado tenía un área de 6.520.20 m, el cual se escrituró a nombre del presidente Moreno y definitivamente el 18 de julio de 1945 se oficializó la transferencia de la propiedad a nombre del Club de Cazadores.
Ya propietarios de un predio lo suficientemente atractivo como para construir una sede, el entusiasmo de los socios fue creciendo al punto que en una asamblea realizada días después de la firma de las escrituras, propusieron circular un formulario de donación que tenía dos alternativas, una en dinero y otra en materiales de construcción. La respuesta fue muy particular, pues los dos grupos de socios batallaban por entregar las mayores cantidades posibles, de manera que se tuvieran los recursos necesarios para una construcción que llenara las expectativas de todos. Mientras tanto, se había levantado, donde hoy están ubicadas las instalaciones de la llamada pista tropical y la piscina, un quiosco con techo de paja de palma y a un lado, una plaza de toros de madera y sin graderías, que era el lugar de encuentro y en donde originalmente se celebraban las reuniones de cazadores, con todo y perros y en donde se mostraban las presas y trofeos que se obtenían durante las correrías; incluso allí se desollaban y arreglaban los animales cazados, principalmente venados y chigüiros y uno que otro tigrillo. Parece que el experto en estas artes era Miguel Peña Soto, quien fuera durante muchos años uno de los propietarios del Almacén del Ingeniero, uno de los íconos de la ciudad en materia comercial. Quienes lo recordamos estaba ubicado en la calle diez entre las avenidas cuarta y quinta y si mal no recuerdo, fue en ese mismo lugar donde hoy está construido el edificio de la Cámara de Comercio. Hechas estas observaciones, regresemos a nuestra cruzada por las donaciones; entre quienes donaron dinero en efectivo lo hicieron por la cuantía de $10 cada uno, claro algunos más generosos, como don Manuel Ángel quien donó $200. Quienes lo hicieron en especie, la mayoría donó de a 1.000 ladrillos y quienes más aportaron estas piezas fueron los comerciantes y fabricantes de los mismos, así como los ingenieros y constructores que aportaron alrededor de unos 20.000. Luis Ernesto Durán y Luis A. Contreras pagaron los jornales iniciales y Luis E. Drolet donó una tonelada de cemento.
Con todas estas contribuciones y finalizando el año 45 se le solicitó al socio José Faccini que presentara un presupuesto de construcción que fuera lo más económico posible y que pudieran utilizarse en su totalidad los elementos disponibles. Ya para esta fecha se había nombrado a don Federico Larsen, presidente del club y el ingeniero Faccini presentó una cotización por $60.000 suma de la cual no se disponía; sin embargo, se le contrató el cerramiento, que cotizó por la suma de $4.644. Parece que al ingeniero, la propuesta no le gustó, pues se pasó un año y la obra no se ejecutó. Pasado el tiempo y la presidencia de Larsen, el nuevo presidente, esta vez, Chepe Ramírez Parada emprendió la obra y la contrató con el socio Roberto Moreno uno de los propietarios del Tejar de Pescadero. Por fin terminado el encierro del lote quedaba lo más dispendioso y costoso, la construcción. Pero como de todo se presenta en la viña del señor, según dicen los creyentes, al Club de Cazadores se le apareció, no la Virgen, sino un arquitecto, con deseos de ayudar y con el firme convencimiento de que su contribución ayudaría, no sólo a un grupo de ansiosos amigos a tener su anhelada sede sino a proyectarse profesionalmente en su campo, me refiero al arquitecto Héctor Alarcón quien recientemente se había graduado como tal, en la primera promoción de la Universidad Nacional en la capital de la república; fue él quien diseñó, elaboró y proyectó los planos de la magnífica sede social que hoy representa una de las construcciones emblemáticas de la ciudad. Constituyó además, su plataforma de lanzamiento al mundo de la arquitectura en la ciudad y no cobró un peso por su trabajo. En retribución, el Club de Cazadores, lo nombró socio honorario mediante resolución No. 2 de 1946.
Claro que hasta aquí todo estaba en el papel; se tenía el lote debidamente encerrado y cumpliendo con las normas de la época y los planos aprobados por la municipalidad, ahora el problema era de “plata”. Alarcón había dejado los planos y un presupuesto general, así que para comenzar se debía contar con recursos suficientes para que la obra pudiera culminarse, tal como había sido proyectada.
3. Decíamos que los socios pioneros del Club habían imaginado una sede que representara con dignidad y decoro sus aspiraciones de grandes contribuciones a su ciudad y su región, pero la gran dificultad que se cernía sobre el grupo era, definitivamente, la falta de dinero, no porque colectivamente no la tuvieran, sino porque el proyecto era de unas dimensiones gigantescas para la época. Solamente había un club social debidamente acreditado, destinado para la élite de entonces y otro mucho más exclusivo reservado para los empleados y funcionarios de la compañía americana que explotaba el petróleo en la zona del Catatumbo. La población emergente que venía surgiendo a punta de esfuerzos económicos y sociales, como los comerciantes y los pocos profesionales independientes, locales y foráneos que ejercían en la ciudad y que además practicaban actividades, que entre algunas personas resultaban repulsivas, como la pesca y la caza, no tenían mayores oportunidades de reunirse para comentar las incidencias y peripecias que se sucedían en torno a su tradicional y rutinario devenir; por eso la idea de constituir una agrupación de afines quehaceres, caló de inmediato entre un grupo relativamente grande e importante de personas que se identificaron con el proyecto y se comprometieron con él, pues de paso, podrían demostrar su gran capacidad de realización de obras de envergadura, en beneficio de la comunidad a la que tanta falta le hacía un sitio donde pudieran disfrutar los días de ocio y los momentos de descanso. Conscientes de la necesidad de apelar a recursos externos, la junta directiva de 1946, según acuerdo No. 1 de ese año decide autorizar la emisión de los primeros bonos de construcción por la suma de $10.000 y al año siguiente el presidente José María Ramírez autoriza la emisión de 600 bonos más de $100 cada uno, como préstamo interno de los socios para la financiación de la construcción que originalmente le fue encomendada a la firma constructora Toscano Canal.
Claro que no todo era color de rosa, pues en desarrollo de la construcción se presentaron algunos problemas, como a menudo sucede con las oficinas públicas encargadas de la vigilancia o la coordinación de las obras complementarias, pues la Sociedad de Mejoras Públicas  se había comprometido al trazado de los andenes, su arborización y además, a pagar los costos de las bases para la colocación de la rejas  frontales que daban sobre la avenida Rosetal, que era como se llamaba en esa época, la que conocemos hoy como avenida Grancolombia. No sólo quisieron incumplir los compromisos adquiridos sino que pretendían quedarse con una franja de terreno que estaba entre la avenida mencionada y las instalaciones del club. La oportuna y diligente gestión de don Chepe Ramírez no sólo logró contener la arremetida de la entidad oficial para usurpar dicho terreno sino que hizo cumplir las obligaciones contraídas. La construcción exigía cada vez más recursos y tanto la disponibilidad de los socios como las cuentas del club fueron agotándose al punto que al proponer una nueva emisión de bonos de construcción, en el año 48 y dadas las circunstancias políticas de que se sucedieron, la decisión tuvo que aplazarse, además porque no habían podido redimirse los bonos de los años anteriores y la situación económica se había deteriorado notablemente después de los sucesos de abril de ese trágico año. Al terminarse los tres años consecutivos de la presidencia de Chepe Ramírez, el turno fue para el médico Gabriel Gómez eximio cazador quien logró terminar la construcción a punta de donativos y uno que otro préstamo con proveedores y con los bancos. Ya a mediados de 1949, la construcción de la casona que había sido diseñada por el arquitecto Héctor Alarcón estaba terminándose y aún con las modificaciones y remodelaciones que se le han hecho, la fachada guarda la misma figura que cuando fue construida. No se guarda registro de una inauguración oficial de la casona, hecho sorprendente si se tiene en cuenta que la tradición de la institución ha sido hasta hoy, divulgar sus ejecutorias y sus principales logros. Me inclino a pensar que aún faltaban muchos detalles importantes que no les permitía a los socios cantar victoria antes de tiempo, como cuando en sus largas jornadas de cacería perseguían sus presas y no descansaban hasta haber obtenido el trofeo en su total dimensión. Aunque ya tuvieran una sede que les permitía reunirse con sus familias, todavía faltaba tener otras comodidades que clubes semejantes, en otras ciudades del país, tenían y que no era para menos que uno de tanta categoría no tuviera. Por esta razón, al asumir su primera presidencia don Pedro Vicente Peña Soto impulsó la construcción de la piscina, obra que pudo realizarse al aprobar la administración, la suscripción de un préstamo por la suma de $50.000 que se dedicaron, además, para cancelar las deudas que habían quedado pendientes de la construcción de la casona y con ello se finiquitarían definitivamente las deudas por ese concepto. La construcción de la piscina, la primera con planta de tratamiento en la ciudad, se le encargó al ingeniero Jorge E. Rivera Farfán quien duró tres años en el proceso y finalmente se inauguró y se dio al servicio de los socios exclusivamente, el 31 de enero de 1954. Buena parte de las gestiones para que esto ocurriera se le debe al presidente Félix Camargo quien puso todo su empeño durante los dos años precedentes para que se pudiera gozar de este tan ansiado bien. La pujanza de los socios y del club era cada día más notable y su deseo de mejoramiento cada vez más visible, por esta razón y proponiendo mayores y más amplias oportunidades para el goce de sus instalaciones, se planteó en 1956 la compra del terreno aledaño por el sur oriente para la construcción de las canchas que permitirían la práctica de los deportes tradicionales de la ciudad, entre ellos, el baloncesto que tantas glorias se ha brindado a la institución. Ese terreno de 2.390 m le costó al club la suma de $59.750 y se le compró al Consorcio Agrícola Industrial del Norte de Santander que presidía el ilustre doctor Efraín Vásquez y quien, con el presidente de entonces, el médico Gabriel Gómez lograron un acuerdo de beneficio para ambos establecimientos. Sólo quedaba ahora lograr una mayor capacidad de aforo ya que los festejos que allí se realizaban y de los cuales les narraré en próxima crónica, no daba abasto. Era tal el atractivo y tan interesantes las citas que allí se congregaban, que con el pasar de los años, se fue constituyendo en el centro de los festejos y las reuniones sociales de la ciudad, situación que ha perdurado y que aún entrado este nuevo siglo, sigue mostrándose como el polo de la actividad social y deportiva que es.
4. Terminada la construcción de la casona que ha caracterizado al Club de Cazadores por casi sesenta años y adicionada la piscina semiolímpica donde se han escenificado los torneos más importantes del deporte acuático en la ciudad, que hoy lleva el nombre del deportista más destacado de esa disciplina y digno representante de la institución, Freddy Clavijo, otros afanes preocupaban a sus socios, deseosos de brindarle a su ciudad y su región los mejores momentos de esparcimiento que por entonces eran bien escasos. El espacio dedicado a los festejos era cada día más reducido debido al gran auge que la nueva sede fue tomando y a la acogida que le brindaba a quienes se fueron vinculando, ansiosos de participar en cuanto evento se programaba en un pueblo carente de oportunidades y menos de lugares donde pudieran desarrollarse. A medida que fue pasando el tiempo, el club contaba con mayores y más diversos servicios, razón por la cual, se determinó que era imprescindible ampliar las instalaciones necesarias para la realización de eventos, en particular aquellos que requerían de espacios para su ejecución, como era el caso de las reuniones sociales y en especial, las bailables. Para tal fin, la junta directiva autorizó, en 1958, la construcción de la llamada ‘pista tropical’. El contrato se firmó siendo presidente el doctor Asiz Colmenares Abrajim, con la firma constructora más famosa que existía en la ciudad en ese momento, Yáñez, Cuadros y Rodríguez, de propiedad de los arquitectos, Juan José Yáñez, Enrique Cuadros Corredor y Luis Raúl Rodríguez Lamus. Esta vez, la financiación no estuvo enmarcada en las urgencias del pasado, pues la cantidad de socios era suficientemente amplia para poder pagar con sus propios recursos los gastos que demandara la ampliación, por eso se autorizó la emisión de una cuota extraordinaria que estuvo al alcance de todos los socios. La construcción de la nueva pista que sería dedicada exclusivamente a la realización de eventos bailables, se llamó pista tropical, duró poco más de un año y se inauguró oficialmente en la celebración del día del cumpleaños número diecinueve del Club, el 3 de agosto de 1959. Ese día se presentaron las orquestas, Los Diablos del Ritmo y la Orquesta Costeña y a partir de entonces quedó aprobado que todos los años, durante el mes de agosto y para celebrar el aniversario de la institución, el club ofrecería a todos sus socios, una fiesta de onomástico completamente gratuita; esta decisión, fue tomada por la totalidad de los asociados en la asamblea general que entonces se realizaba durante el mes de agosto y que presidió don Luis Francisco Jaimes Hernández, uno de los fundadores.
A partir de ese día comienza el registro de los más diversos y frecuentes festejos de que se tenga noticia en la ciudad y sus alrededores. Desde las más protocolarias reuniones presidenciales con los gobernantes de ambos países que confluyen en Cúcuta hasta los tradicionales encuentros de adolescentes y damas de sociedad fueron escenificándose, tanto en el salón principal como en la pista tropical. Un solo dato para mostrar la importancia de las instalaciones fue lo acaecido durante el principal torneo internacional que se desarrolló en Cúcuta en el año 55. Se trató del Primer Campeonato Suramericano Juvenil de Baloncesto y el XVI Campeonato de Mayores. Era el primer torneo internacional de esa magnitud, que se realizaba en el país, pues lo más grande que se había cumplido hasta ahora, eran los juegos bolivarianos, en Bogotá. Fueron diez países los participantes y alrededor de 300 atletas. Pues bien, recordemos que en ese año sólo habían dos grandes hoteles, el Internacional, en la esquina de la avenida cuarta con calle catorce y el recién inaugurado San Jorge, en la doce entre avenidas sexta y séptima; entre ambos no alcanzaban a sumar cien habitaciones y eso, sin contar las reservaciones que hacían los turistas que venían a disfrutar de la fiesta deportiva, nos lleva a concluir que “no había cama para tanta gente”, así pues, la solución estuvo al alcance de la mano generosa de los administradores de dos instituciones que siempre se han colaborado mutuamente ¡quién lo creyera! la fundación Virgilio Barco y el Club de Cazadores. La clínica materno infantil de la Fundación estaba recién terminada su construcción, no había sido entregada para la fecha del torneo pero sus habitaciones, completamente dotadas sirvieron de alojamiento para la mayoría de los deportistas y para completar el servicio, se abrió una puerta entre las dos entidades para que los participantes del Campeonato utilizaran las instalaciones para el servicio de alimentación y para el desarrollo de sus prácticas y ejercicios, previos a los partidos. Las buenas relaciones entre los dos establecimientos se dio gracias a los buenos oficios de Eduardo Silva Carradini, médico, presidente de la fundación y Nicolás Colmenares, presidente del club y además presidente de la Cámara de Comercio local.

Las fiestas de cumpleaños, los bailes de bachilleres, las primeras comuniones, las elecciones de las princesas y posteriormente las de señora y niña club, las reuniones de los clubes de Leones y Rotarios, así como sus convenciones anuales, los recitales y conciertos y las presentaciones de las reinas de belleza, nacionales e internacionales, como las misses Universo, cuando venían a la ciudad, las reuniones de las ligas deportivas y la celebración de los quince años de las hijas de los socios y una tradición que ha venido extinguiéndose con el paso de los tiempos, la presentación en sociedad de las señoritas “casanderas”, pero especialmente las dos fiestas de mayor renombre y recordación, Las famosas novenas de navidad y el tradicional baile de locos que se realizaba los 28 de diciembre, día de los inocentes. Las primeras fueron afamadas por su organización y la calidad de sus atracciones, todas enteramente pagadas por los socios, quienes se repartían la totalidad de los gastos, los nueve días que duraban. Así mismo, el baile de disfraces que se conocía como el baile de locos, reunía las comparsas más disparatadas de la ciudad con el aliciente de los premios a los disfraces más creativos e innovadores. Estos dos festejos se desarrollaban en compañía de las orquestas más prestigiosas y reconocidas del momento tanto en el país como en el exterior. Todavía añoramos el esplendor con que se cumplían estos eventos, hoy echados en el baúl de nuestros recuerdos y que debido a la evolución de nuestras tradiciones y al cambio de las costumbres de una sociedad cada vez más ensimismada, olvida que la usanza de antaño se basaba más en el intercambio personal que en el uso de la tecnología para relacionarse con los demás.

EL CLUB DEL BUCHE O EL JUEVES DE ORQUIDEAS

El club del buche o jueves de orquídeas

Se trató de un grupo de amigos que tuvo su origen en el Club Cazadores; se reunían los días jueves a la hora de la cena. En realidad era una tertulia sin ningún fin específico, salvo el de intercambiar experiencias y hablar de lo cotidiano. Inicialmente conversaban de sus costumbres y sus prácticas en el arte de la cacería y planeaban sus faenas desde ese día para la caza del fin de semana.

En 1957 cuando se reinauguró el restaurante Don M en el Escobal su nuevo propietario don Esteban Raynaud integró el grupo como anfitrión proponiendo que se reunieran en su restaurante con el compromiso de ofrecerles cada semana una especialidad diferente. No fue difícil la decisión pues todos sus integrantes, además de avezados cazadores eran también excelentes comensales, de ahí su nombre.

El grupo perduró hasta mediados de los años setenta y aunque siguieron reuniéndose regularmente mientras don Esteban mantuvo sus restaurantes, el grupo fue extinguiéndose lentamente en la medida que sus integrantes fueron desapareciendo.

Fueron sus constituyentes originales los comerciantes Luis Francisco Jaimes, Rubén Eslava, Gilberto Gamboa, Miguel Hernández Eslava y Rafael Moreno este último propietario de la Droguería Grancolombia, los médicos Rafael Marcucci Castro, Luis Alberto Lizarazo Jaimes y Jorge Uribe Calderón, el director del Comité departamental de Cafeteros Alonso Roca y el visitador médico Ciro Rodríguez a quien le decían “Ciro Malo” y quien fue el primero del grupo en fallecer. El grupo siempre mantuvo su cohesión a pesar de no existir ningún reglamento, era un grupo informal, cada uno pagaba lo suyo y cada quien se iba de la misma forma como había llegado. No habían temas vedados y a pesar de las discusiones nunca hubo peleas ni siquiera roces elementales como los que se pueden generar cuando la charla se sube de tono. Ocasionalmente invitaban amigos o visitantes cuando coincidían con el día. Igualmente se unían al grupo por temporadas los médicos Pablo Emilio Ramírez Calderón y Reinaldo Omaña y comerciantes como Marino Vargas y Juan Obando.


El grupo desapareció definitivamente con la muerte de Esteban en el año 2000.

sábado, 24 de mayo de 2014

LA VISITA DE PAPILLON A CUCUTA

LA VISITA DE PAPILLON
Tal vez, para las nuevas generaciones la mención de Papillon sea desconocida, pero durante los años sesenta su historia trascendió internacionalmente más por el relato que plasmó en un libro que por los sucesos en él narrados.

Para entender esta narración voy a permitirme ambientar el contexto social que se vivía en la Europa del siglo XIX y comienzos del XX. Las principales potencias, el Imperio Británico y Francia, habían extendido sus fronteras, el primero en Asia y Oceanía y la segunda en África, pues habían perdido buena parte de sus posesiones en América debido al espíritu independentista que fue extendiéndose por todo el continente. La expansión de sus territorios y la constante migración de los pobladores entre las colonias y la metrópolis y viceversa fueron creando problemas sociales cada vez más graves que los gobiernos tuvieron que enfrentar y lo hicieron aplicando la justicia de manera implacable, como era costumbre en esa época. La Gran Bretaña, entonces, decidió enviar sus más peligrosos delincuentes a su colonia más lejana y por ello estableció el penal en Australia. De hecho, este continente fue poblado originalmente con los reclusos que allí se quedaron, generalmente porque no tenían los recursos para regresar, que fue la idea original de los gobernantes para librarse, de la manera más económica y simple de sus elementos indeseables. Francia, por su lado, a pesar de tener casi la mitad de las colonias en África, pensaba que una colonia penal en ese continente no era lo suficientemente segura y no prestaba las condiciones necesarias que requería para garantizar, tanto el castigo como la posibilidad de retorno a la patria. Para esta última opción se había creado allí la famosa Legión Extranjera que otorgaba una nueva oportunidad a quien la sobrevivía, con nueva identidad y nacionalidad. Esas fueron las razones para pensar en la remota colonia que aún mantenía en la América del Sur, que se llamó durante mucho tiempo Guayana Francesa, hoy uno de los departamentos de Ultramar, llamada simplemente Guayana junto con las demás islas regadas por todo el Océano Atlántico frente a las costas de América, desde St. Pierre et Miquelon en el norte colindante con Canadá hasta las islas de la Antillas menores como Martinica y Guadalupe. La ubicación era la adecuada y las condiciones perfectas para un reclusorio, más si se construía en una isla que ha sido el lugar común ideal para esta clase de aplicación. Recordemos aquí no más a Gorgona. Además, en tierra firme la rodeaba una selva impenetrable lo que la hacía aún más inexpugnable. Por estas razones y algunas otras innecesarias de exponer, pensar en escapes cinematográficos como las que se ven en el cine o la televisión son difíciles de imaginar, fuera que las estadísticas carcelarias no mencionan escapatorias exitosas, aunque estas tampoco son creíbles dado el interés que se tenía por mostrar la eficacia del sistema a toda costa.
Pues bien, Papillon nuestro personaje de hoy, fue uno de esos tantos individuos que fue a parar a la Isla del Diablo como se la conoció y que hacía parte de las Islas de la Salvación (Iles du Salut, su nombre en francés), no lejos de la costa de Cayena. Ese era su alias en el bajo mundo francés pues se decía que se posaba donde menos se esperaba. En 1930 fue acusado de homicidio y condenado a cadena perpetua, se dice que por unos falsos testimonios y despachado a la colonia penal de Cayena para el cumplimiento de su condena. Henri Charriere como es su nombre cristiano, estuvo en Cúcuta acompañado de su esposa venezolana Rita en febrero de 1971. Nos contó de sus peripecias y de otras anécdotas que pasaré a narrarles. Claro que quienes lo conocieron, me advirtieron que algunas de las situaciones relatadas no fueron propiamente de su autoría sino que le ocurrieron a sus amigos o compañeros pero que en su imaginación se las apropió para crearle mayor realismo a su magnífico libro.
Escribe que fueron varias las veces que intentó escapar pero no logró burlar la rígida vigilancia que impartía la guardia ni las duras condiciones del entorno agreste y malsano de la isla. Sin embargo, su primera gran escapada la realizó en 1933 cuando se declaró enfermó de una de esas raras enfermedades tropicales a la que estaban expuestos los moradores de la zona, ya fueran presos o integrantes de la gendarmería y pudo fugarse desde el hospital y luego escondido en un barco que lo dejó cerca de la desembocadura del río Maroní junto con cinco compañeros más. Desde allí consiguió que lo llevaran hasta la isla de Trinidad donde estuvo trabajando con la ayuda de algunos compatriotas quienes habían conocido de sus desventuras, pues las habían sufrido y ahora trataban de reiniciar su vida con nuevos horizontes. No tardó en partir para evitar el encuentro con la justicia que lo buscaba incesantemente y en ese trasegar furtivo logró llegar hasta la guajira colombiana. En Riohacha fue detenido por la policía que lo interrogó con la ayuda de un intérprete haitiano y lo mantuvieron hasta que el gobernador decidiera qué hacer con él. No fue largo el tiempo que estuvo retenido pues hizo amistad con unos guajiros que estaban en su misma condición bajo los cargos de contrabando y que entre todos y con el apoyo de sus hermanos wayús se evadieron sin mucha dificultad. Durante algún tiempo anduvo con ellos a quienes identificaba como “indios” y lo que más le llamaba la atención era que estaban descalzos y sus pies habían desarrollado una capa callosa tan espesa que no requerían de zapatos para desplazarse por los desérticos parajes de la península, cerca del Cabo de la Vela. En su estancia por estas tierras practicó hasta donde pudo su español aunque con dificultad, pues sus compañeros de andanzas, los guajiros, se comunicaban entre ellos en su propio dialecto. Sin embargo, dentro de su intimidad no podía ocultar su deseo de vengarse de quienes lo inculparon y le causaron las desgracias por las cual estaba pagando una deuda que no le correspondía, por esta razón habló con el jefe mayor de la tribu que lo protegía cuyo nombre era Zato y le dijo que debía partir no sin antes agradecerle las bondades que tuvo de acogerlo con hospitalidad y brindarle su amistad, situación que no era frecuente dada su condición de extranjero. Como regalo de despedida le regalaron una bolsita de tela tejida llena de perlas que por esos días obtenían de las ostras que pescaban en las costas aledañas.  Así partió nuevamente a un destino desconocido, Santa Marta.
En su primera escapatoria, dijimos, anduvo por la península de la Guajira colombiana protegidos por los wayús y aunque nadie quiso creerle, las evidencias demuestran lo contrario. Después de conocerlo personalmente no dudo que lograra convencer no sólo a los indígenas de la Guajira con quienes, además, entabló relaciones amorosas y no con una sino con dos hermosas guajiras, Lali y Zoraida, con el consentimiento del cacique Zato. Pero podía más la sed de vengarse de aquellos que lo condenaron injustamente y por ello emprendió viaje hasta donde pudiera regresar más fácilmente a su tierra y tomar venganza.
Fue así como intentó llegar a Barranquilla de la cual había leído que era una gran urbe de 150 mil habitantes, según decía el diccionario. Emprendió el viaje, primero a Santa Marta y con la ayuda de unas monjas que viajaban en un coche tirado por caballos, le dieron el aventón, no sin antes confesarlo y saber que se trataba de un fugitivo. Las monjas, una española y la otra irlandesa le ayudaron a pasar los controles que por entonces había montado la policía para recapturar a los fugitivos, pues con sus tradicionales atuendos y las bendiciones que repartían no fueron objeto de requisas. La mala suerte lo encontró en el convento pues al llegar la madre superiora no le comió el cuento de su bondad y supuesta inocencia y al día siguiente de su llegada llamó a las autoridades y fue a parar derechito a la cárcel, donde se encontraría con sus compinches, los demás evadidos que habían sido recapturados algunos días antes.
Con la ayuda del cónsul de Bélgica logró que lo trasladaran a Barranquilla de donde fue remitido nuevamente a la prisión de la Guayana Francesa, el 30 de octubre de 1934. Tuvo que acomodarse a su nueva condición una vez procesado por el delito de evasión de presos con que fue acusado junto con sus compañeros de aventura. Como no tenían abogado defensor, el juez le permitió, porque así lo contemplaban los reglamentos jurídicos de las islas, defenderse a sí mismo y a sus compañeros. El procurador (fiscal para nosotros) los acusó, además, de tentativa de homicidio, toda vez que durante su evasión habían golpeado a los guardias con la pata de hierro de la cama. Sin embargo, logró demostrar que no tuvieron intención de matar a sus guardianes sólo privarlos ya que habían recubierto el garrote con trapos para evitar hacerles un daño mayor lo cual fue aceptado por el juez quien los condenó a dos años de prisión. Una pena simbólica en comparación con la cadena perpetua que debían purgar por sus crímenes anteriores.
Su estadía en la colonia de Cayena se podría describir de manera muy simple. Las cárceles estaban ubicadas en las islas llamadas “de Salvación” que eran tres, Isla Royal, la principal y más grande, albergaba la mayor población de reclusos y los de menor peligrosidad. Aquellos que debían cumplir penas de menor duración. Tenía un gran hospital y se le permitía a los reclusos realizar algunos trabajos por los cuales recibían alguna remuneración. También trasladaban allí a los reclusos de las demás islas que observaban un buen comportamiento como premio.
La segunda isla era llamada San José, también habían construido un penal sin mayor importancia en cuanto a seguridad, pues sus habitantes eran reclusos que no permanecerían largas temporadas. La última y más pequeña era la Isla de Diablo que se caracterizaba como la más tétrica y a donde enviaban a los condenados generalmente a perpetuidad y dejados allí, prácticamente olvidados. Ahí fue a parar nuestro personaje después de su primer periplo.
Algunos años más tarde y por su buen comportamiento fue transferido a la Isla Royal, en parte para realizarle un tratamiento médico debido a que su salud estaba visiblemente deteriorada. Era tanto el temor que se evadiera que el director de la cárcel cerró un trato con Papillon consistente en que  prometiera no intentar escaparse durante los cinco meses que le faltaba para cumplir su periodo como director, pues cualquier anomalía retrasaría su partida con los consecuentes castigos que correspondían cuando se presentaba este tipo de acciones. Esto nos lleva a pensar que el castigo no solamente era para los delincuentes, también lo era para los funcionarios de la administración que debían recibir este traslado como un escarmiento más que unas vacaciones en el trópico. Para los prisioneros que cumplían su pena, había una pena accesoria que consistía en que debían quedarse por un tiempo igual en tierra firme, no podían regresar a la metrópolis mientras no cumplieran esta segunda pena llamada “doblaje”.
No le tardó mucho la buena suerte pues regresó a la Isla de Diablo y fue hasta el año 41 que pudo salir en una frágil balsa construida con la ayuda de dos compañeros, una noche sin luna y con la ayuda de la marea y las corrientes marinas que lo impulsaron hasta las selvas inexploradas de la entonces Guayana Inglesa. Nuevamente su suerte lo llevó a encontrarse en la selva un campamento que los ingleses habían construido para albergar algunos presos políticos de sus colonias, especialmente chinos con quienes hizo amistad para luego escaparse con algunos de ellos y lograr entrar a Georgetown la capital. El mundo estaba en guerra y esta circunstancia obró a favor de los refugiados a quienes la policía de la Guayana Inglesa dejó en libertad después de aconsejarles buen comportamiento. Duró un tiempo trabajando como electricista, que era su profesión, hasta obtener un dinero que le permitiera emigrar, como efectivamente lo hizo hasta las costas de Venezuela. Llegó a la isla Irapa donde fue capturado y enviado a la prisión de El Dorado en cercanías a Ciudad Bolívar. A raíz del golpe de estado contra el presidente Medina Angarita todos los funcionarios de la administración fueron removidos incluidos los de las prisiones y el nuevo director del penal, un anciano diplomático y abogado después de revisar el proceso de nuestro personaje y entablar amistad con él, no sólo lo puso en libertad sino que tramitó su documento de identidad venezolano con su verdadero nombre: Henri Charriere, su pasaporte definitivo a la libertad.


viernes, 23 de mayo de 2014

LA PRIMERA FERIA INTERNACIONAL DE LA FRONTERA- CUCUTA-1967

LA PRIMERA FERIA INTERNACIONAL DE LA FRONTERA

Desde antes de la realización del primer Congreso Nacional de Comerciantes desarrollado en Cúcuta en 1957, la seccional de FENALCO venía pensando en formalizar un evento que sirviera para promover, tanto los productos colombianos como los venezolanos. En la organización del décimo tercer Congreso del año 57 se propuso materializar un proyecto que se tenía en mente desde los inicios de la seccional, cual era la Feria Exposición Comercial e Industrial. En ese momento se solicitó la intervención de la Corporación Nacional de Ferias y Exposiciones para que prestara sus buenos oficios en materia de asistencia técnica y financiera para la ejecución del proyecto pero luego de un detenido análisis de la situación política y social que se vivía en ambos países se decide posponer indefinidamente tal propuesta. La idea, sin embargo, se mantuvo viva en el recuerdo de los comerciantes quienes no encontraban la manera de llevar a cabo ese importante acontecimiento con el argumento que no era gratuita la denominación que se le daba a la ciudad como “la vitrina más vendedora de Colombia”.

Se intentó algo parecido con el Primer Festival de la Frontera a comienzos de la década de los sesenta pero solamente se realizaron algunos festejos principalmente en los clubes sociales de la época, de los cuales se destacaron, el Comercio, en la esquina de la avenida cuarta con once que montó una caseta interna que se llamó Cúcuta por Pereira y era atendida por los propietarios de los almacenes representativos de la Perla del Otún quienes fungían de meseros y cantineros, dentro del más cordial de los ambientes; el Cazadores que no se quedó atrás pero con menos entusiasmo programó algunas actividades con las orquestas más reconocidas del momento entre las cuales se destacaba el cucuteño Manuel Alvarado y el Tennis que de igual forma se sumó a los festejos con sus acostumbrados bailes del tipo “beer party” que era lo que se acostumbrada por entonces en esa sede social. Sin embargo, el evento no pasó de ser un jolgorio más, sin los beneficios que se persiguen y con actos menos carnestoléndicos. El segundo festival fue un desastre. Se montaron unas casetas a lo largo de la avenida cero, cuando ésta no estaba aún pavimentada y había potreros, prácticamente a lado y lado, el pueblo en masa asistió a los bailes populares y las fiestas que allí se realizaban terminaban en grescas, con su correspondiente dosis de muertos y heridos, al punto que las autoridades del momento decidieron no volver a realizar dichos programas, lo cual perduró hasta los días de las actuales fiestas julianas.
A mediados de 1967, Cúcuta logró por segunda vez la sede del Congreso Nacional de Comerciantes y desde el mismo instante de su designación la Junta Directiva de FENALCO se propuso impulsar su viejo anhelo de llevar a cabo la Feria Internacional de la Frontera. La Junta en pleno, encabezada por su presidente Carlos A. Rangel y el director ejecutivo Elías Jaimes Castillo, comenzaron las aproximaciones con los gobernantes y líderes locales para conseguir el sitio adecuado para la realización de la máxima exposición industrial y comercial que mostrara las realidades del pujante empresariado colombiano y venezolano. Luego del detenido estudio de las locaciones disponibles, se acordó entre las partes, adecuar las instalaciones de un lote de terreno de propiedad del municipio, situado a la entrada de la ciudad y colindante con el puente Elías M. Soto, sobre la Diagonal Santander denominado Bosque Popular. La ejecución de las obras fueron realizadas de manera igualmente conjunta entre el municipio de Cúcuta, la Gobernación del Norte de Santander y la seccional de FENALCO y encargadas al ingeniero Pedro Entrena. El recinto ferial diseñado, respetaba el medio ambiente dentro del cual se construía, por esa razón no se edificaron grandes construcciones sino pequeñas unidades donde se desarrollarían las actividades de exposición y muestras y un escenario donde se presentaría lo más destacado de la cultura y el desarrollo de la región fronteriza, como puede apreciarse en el plano que se anexa a esta crónica. De hecho y como sucede siempre que se hace esta clase de trabajos, en la opinión pública se abrió el debate sobre el desmantelamiento de las instalaciones, aún sin haberse realizado la feria y la propuesta más sólida parece que fue la constitución de una corporación entre el Departamento, el Municipio y FENALCO. Hoy sabemos que el recinto le fue adjudicado a la Federación, a título de comodato por cierto número de años, con el objeto que se realizaran allí eventos como los de la primera FIF y que finalmente no se dieron. También sabemos que posteriormente fue entregada a la Universidad Francisco de Paula Santander para la ampliación de sus instalaciones, que en su momento le fueron de mucha utilidad pero que a la postre le crearon más problemas que beneficios, hasta que el municipio decidió subastar esos terrenos para construir lo que vemos hoy como un gran conjunto urbanístico que adorna el ingreso a la ciudad.
La construcción del recinto ferial se realizó en tiempo récord, pues la intención de mostrar lo mejor de la región y del país fue prioridad para el alcalde Eustorgio Colmenares y el gobernador Gustavo Lozano Cárdenas. Mientras, la Junta de los Comerciantes programaba la serie de eventos que se desarrollarían y que finalmente resultó todo un éxito.
El gobierno colombiano autorizó la entrada de mercancías y artículos venezolanos por la suma de 500.000 dólares de los cuales sólo alcanzaron a traer la mitad, debido principalmente a la carencia de productos para exhibir y porque, debemos decirlo, el nuestro no era un mercado importante para los productos de ese país, además de su baja producción, su interés estaba centrado en otros productos y otros países, especialmente el norteamericano.
La feria se proyectó para realizarse durante dos semanas del 15 al 30 de junio, con espectáculos y programaciones que más adelante les contaré, pues hubo demostraciones de toda clase y eventos de la más variada índole desde académicos hasta deportivos, sin olvidar los concursos que se dieron para mostrar las cualidades del bello género pero sin competir con los reinados por todos conocidos.
El sábado 15 de junio a las 6:00 p.m. fue inaugurada formalmente la Primera Feria Internacional de la Frontera con la asistencia del Alcalde Eustorgio Colmenares, el gobernador Gustavo Lozano, el alcalde de Bogotá Virgilio Barco, el Director de Industrias de Venezuela Luis Enrique Núñez y el embajador de Colombia en Venezuela Germán Arciniegas. La tradicional bendición la impartió Monseñor Pablo Correa León, sin embargo la apertura al público sólo se hizo a partir del lunes 17. En las reuniones preliminares y con la asistencia de los interesados venezolanos, se propuso que la Feria se realizara cada dos años, alternando la sede entre Cúcuta y San Cristóbal.   En principio se aceptó la propuesta y la verdad es que dos años más tarde se programó en la capital del Estado Táchira y se realizó una exposición que no tuvo ni la acogida ni el esplendor de la realizada un par de años antes. Las dificultades que tuvo la gente, empresarios y público para desplazarse a la ciudad venezolana desmotivó e impidió la afluencia de las personas de la ciudad quienes debían tramitar un permiso fronterizo, cuando era eso lo que se pretendía abolir. En total, se cumplieron 8 ediciones entre el 68 y el 87, estas últimas en las instalaciones de la Zona Franca Industrial y Comercial de Cúcuta. Hasta ahí llegó el impulso de la feria internacional, después no se volvió a programar.
Muchas y muy interesantes eventos fueron programados durante las dos semanas que duró la feria. Había un bohío especial con los indios motilones, bajo la conducción y orientación de la comunidad religiosa de la Madre Laura y quienes realizaban demostraciones sobre su habilidad para elaborar los implementos que utilizaban para su supervivencia, arcos, flechas y cerbatanas con las que cazaban y pescaban. Al comienzo y durante los primeros días se presentaron problemas eléctricos que rápidamente fueron solucionados por los ingenieros de Centrales Eléctricas Camilo Avendaño y Alberto Rizo. Los refuerzos en seguridad fueron ampliamente controlados por un contingente solicitado por el comandante de la Policía el coronel Fabio Londoño Cárdenas compuesto por tres oficiales, cuatro suboficiales y 39 agentes enviados de la capital de la república. El único lunar que se le atribuyó a la feria y que duró mientras mantuvo abierta sus puertas fue la invasión de fritangas y ventas ambulantes que se ubicaron en el exterior del Bosque Popular y a lo largo de toda la Diagonal Santander.
El programa que más popularidad tuvo y que congregaba multitudes durante las primeras horas de la noche fue el CONCURSO 2000. Se trataba de un concurso de la cara y las piernas más bellas, claro está, entre el bello género. Durante los días 28, 29 y 30 de junio, 29 hermosas candidatas incluidas tres señoras casadas se diputaban los honores. Quienes concursaban por las piernas más bellas desfilaban encapuchadas pues se trataba de evaluar solamente las extremidades y no el resto de la humanidad. Entre las hermosas de la época se destacaron y perdonen las omisiones, Melaní Canal, Amparo Gil, Bertha Cote, las hermanas Hartmann, Marinita Rodríguez, Gloria Bernal, Susana Suárez, Zenaida Capacho, Claudia Garcia-Herreros, Martha Rincón, Maria Mercedes Pacheco, Olga Sandoval, entre otras. No les cuento detalles del certamen ni quién lo ganó para evitar recriminaciones, como las que me llegaron cuando narré lo sucedido durante la elección de la señorita Norte de Santander del año 57.
La infaltable Caseta Matecaña estuvo durante todos los días, esa sí, desde el sábado de la inauguración, con Los Melódicos, Los Corraleros de Majagual y los Teen Agers. El cantante sensación del momento era el cucuteño Totoíto Quintana quien se había vuelto famoso desde su participación en el concurso de la Orquídea de Plata Phillips, que transmitía la cadena de emisoras Caracol y fue recibido con gran algarabía cuando se  presentó el fin de semana en la tarima principal de la feria.
También se programaron actividades deportivas diversas como la Maratón de la Feria que se realizó el viernes 28 de junio y un torneo de boxeo. Varios encuentros boxeriles se pactaron entre los púgiles locales para seleccionar los representantes del Departamento al torneo Guantes de Oro que se realizaría en la ciudad de Bogotá a finales de ese año.
Talvez la prueba deportiva más esperada fue la ciclística. El circuito FIF organizado por la Liga del Norte de Santander que presidía el abogado Nicolás Bitar  Yidi  con la colaboración de FENALCO y el patrocinio de la Campaña Nacional del Deporte “Contamos Contigo”, trajo equipos de cinco departamentos de Colombia y uno del Estado Táchira con Fernando Fontes a la cabeza, reciente ganador de la Vuelta al Táchira, la más famosa de las competencias del ramo en Venezuela, El circuito de corrió en redondo por la carretera antigua a San Antonio y la Autopista internacional, en un circuito a 10 vueltas para un total de 149.6 kilómetros. Todos los corredores de “élite” colombianos estuvieron presentes en la carrera que finalmente fue ganada por Martín Emilio “Cochise” Rodríguez con el segundo lugar del santandereano Severo Hernández; los venezolanos se “fundieron” en la mitad de la carrera y sólo Fontes terminó en un honroso quinto puesto.
En lo cultural se presentaron los conjuntos sinfónicos de la Universidad Nacional de Colombia con una serie de conciertos nunca antes escuchados en la ciudad  y la Escuela de Teatro de San Cristóbal se hizo presente con una obra de teatro nuevo llamada Mágico 68.
Bosquejo inicial propuesto de las instalaciones de la Feria Industrial de la Frontera –FIF


Se calcula que la feria tuvo 270 mil visitantes y millonarios negocios hicieron los comerciantes e industriales que exhibieron sus productos, especialmente las grandes empresas colombianas, las más interesadas en promover sus artículos directamente con empresarios del vecino país. Finalmente, el domingo 30 de junio se apagaron las luces que durante quince días mantuvieron prendido el espíritu festivo de los habitantes de la frontera.

martes, 20 de mayo de 2014

CUANDO SE ESCRIBÍAN CARTAS

Cuando se escribían cartas

En tiempos pretéritos era de normal usanza que funcionarios de menor rango en los niveles territoriales, les hicieran de manera directa, cordiales peticiones a ministros e incluso a Presidentes, no sabemos si saltándose el conducto regular o simplemente por ‘mojar prensa’, el hecho es que esta costumbre, perdida o archivada hoy, era bastante promocionada y le traía a quien lo hacía, beneficios de todo tipo y además, daba pie para que se le tuviera en cuenta en el futuro, cuando de propuestas, especialmente políticas, se tratara.
En esta ocasión, el personero municipal, don Rodrigo Peñaranda Yáñez, profesional de la más rancia estirpe azul, estaba por encima del bien y del mal, toda vez, que en el pasado reciente había sido miembro del Congreso de la República, pero que preocupado por los problemas que continuamente lidiaba, en razón de su cargo, encontró que la forma más práctica de conseguir el apoyo del Gobierno Nacional era el de dirigirse directamente a quien tuviera la facultad de ayudarle a intervenir en esos asuntos domésticos de tanta trascendencia y que de paso, afectaban la vida normal de la ciudad y de sus habitantes. Por esa razón, le dirigió al doctor Gonzalo Restrepo Jaramillo, ministro de relaciones exteriores, una extensa misiva en la que pone de manifiesto las dificultades de la región debido a la vecindad, que no se diferencian en nada de la situación de hoy y que le solicita, realice las gestiones necesarias para la construcción de un puerto en el sur del Lago de Maracaibo, como salida a la difícil situación que se está viviendo por razones que más adelante les estaré narrando.

Comienza el señor Personero por rememorar los ‘lazos de amistad’ existentes desde la época de la independencia pero también pide suspender ‘el romántico desfile de los héroes de la independencia’ y entrar por los caminos de una realidad geográfica y topográfica hacia fines económicos y fiscales. La idea central planteada al Canciller no era otra cosa que la antigua inquietud que ha rondado la cabeza de los habitantes de esta frontera de utilizar la vía del Lago de Maracaibo como salida al mar en abierta competencia con la ruta de Mompós y Cartagena. Basa su petición en una antigua orden expedida por el último visitador real Domingo Camacho, en el año 1808, cuando vino a controlar el cumplimiento de la Cédula Real de Aranjuez de 1793 mediante la cual se les ordenaba al Virreinato de la Nueva Granada y a la Capitanía General de Venezuela que todos los frutos provenientes de lo que hoy constituye la frontera de los dos países utilizasen aquel Golfo como si fuesen producidos en Maracaibo. Continúa relatando que desde años ancestrales se venía utilizando esta vía en desarrollo del comercio con el interior del país, especialmente llevando las mercaderías hacia la capital de la república, pero que debido a la sequía de los ríos de los ríos comunes, Zulia y Catatumbo, fueron marchitándose los negocios arrastrando tras sí el trasporte ferroviario, el cual complementaba sus itinerarios con los ferrocarriles de Cúcuta y del Táchira, que ya por la época de esta carta, habían quedado en condiciones inservibles. Tras esta histórica introducción y señalando que la distancia de Cúcuta al extremo sur del Lago de Maracaibo es de tan solo 173 kilómetros, le pide al ministro intervenir con todos los poderes del gobierno para ejecutar la denominada Barra de Maracaibo, un instrumento aprobado en el Congreso colombiano mediante Ley 50 de 1945, mediante la cual se autoriza la compra del Ferrocarril de Cúcuta por parte del gobierno central y se exhorta al gobierno venezolano para que haga la misma operación con el del Táchira y luego que entre ambos países construyan un gran ferrocarril que termine en el extremo sur del Lago. Le aclaraba al ministro que esa ley era solamente un instrumento diplomático pero además, le mostraba los beneficios que dicha propuesta le traería a los dos países. El primero de ellos, sería la salida al mar para los territorios del oriente colombiano, una vía que sería más corta, más económica, más fácil y más segura. Adicionaba que así mismo, esta salida le daría el respiro económico que necesitan los departamentos de Boyacá y Santander como consecuencia de su lejanía del mar. Remataba que las distancias entre Bogotá y el mar se verían disminuidas en más de trescientos kilómetros y que con el proyecto se fortalecería la economía ‘como en los lejanos tiempos de la Colonia, cuando en medio de nuestra relatividad guardaba mejores proporciones de desarrollo con el resto del país que las que hoy observa’. Es interesante la apreciación que le hace a su interlocutor cuando argumenta que ‘es indispensable saber y comprender que Cúcuta representa, en toda política de entendimiento con Venezuela, inmensas posibilidades, que la buena y la mala política con Venezuela se adelanta desde Cúcuta y que no sólo por ser ella nuestra única puerta de entrada y nuestro único factor de sociabilidad con los vecinos sino por el hecho palpitante de que los hombres nacidos en la frontera con Colombia son y siguen siendo desde hace más de cuarenta años, los conductores del pueblo venezolano’ . Continúa, ahora preguntándole al Canciller, si no es una fortuna tener cerca a un vecino que tiene una sola riqueza en producción, el petróleo y advierte que la riqueza petrolífera es tal, que recibe más de un millón doscientos mil bolívares diarios por vender su crudo a razón de algo más de un bolívar el barril y que en los momentos actuales, se siente en Venezuela cierta angustia económica, desazón provocada por el agotamiento presupuestal del gobierno, a pesar del dinero que el pueblo mantiene manejado sin criterio de economía, en un país sin capacidad económica, sin cultura industrial, sin brazos para la agricultura; agrega que Venezuela necesita carne, arroz, huevos, gallinas absolutamente todo lo que producimos o podemos producir y tienen las divisas que son las que precisamente necesitamos. Remata diciendo que el venezolano recibe su dinero sin esfuerzo y lo malbarata sin dificultad, así que nosotros estamos en la capacidad de ofrecerle un mercado honesto, libre y verdaderamente abierto y este abierto mercado está en Cúcuta, la vitrina está en Cúcuta. Finaliza la carta con dos peticiones que parecieran recurrentes, vista a la luz de los días actuales, el nombramiento de un embajador conocedor de la problemática fronteriza común y la intervención de su despacho para interponer sus buenos oficios para que el puerto al sur del Lago, que está siendo discutido en el gobierno venezolano, sea una realidad, toda vez que las autoridades marabinas se están oponiendo con la tesis que ello “estrangularía su economía”. Releyendo este documento pareciera que el tiempo se hubiera estancado y que las condiciones siguen siendo las mismas del pasado relativamente reciente.

sábado, 17 de mayo de 2014

EL ACCIDENTE DE LA NIÑAS DE BOCHALEMA

EL ACCIDENTE DE LAS NIÑAS DE BOCHALEMA 

Corría el año 68 del siglo pasado y la ciudad se aprestaba a realizar grandes eventos, en buena parte por la bonanza desatada por los resultados de las economías de los dos países consecuencia de los diez primeros años de una promisoria y sólida democracia que comenzaba a dar sus primeros frutos. En Cúcuta se habían programado algunos eventos que prometían colocarla en un sitial de honor en la vida nacional; la primera Feria Internacional de la Frontera FIF, el Congreso 24 de FENALCO, el segundo que se realizaba en la ciudad y la Feria Tropical Agropecuaria, todas a mediados del año, entre junio y agosto.
Por entonces, otra característica se destacaba en la región y era la calidad de la educación y la seriedad del sistema educativo colombiano, muy apetecido por las clases pudientes del hermano país, quienes enviaban a sus hijos a formarse en las instituciones educativas colombianas pero especialmente en los colegios religiosos de ciudades y municipios nortesantandereanos como Pamplona, Bochalema, Gramalote y obviamente Cúcuta. Existían entonces los internados en la mayoría de estos colegios, condición que, dicho sea de paso, constituía una gran comodidad para las familias, pero especialmente para los padres que solían delegar todos los encargos en éstos durante los años difíciles de la niñez y la adolescencia. La rígida disciplina impartida por los religiosos de ambos sexos era garantía de una educación para la vida adulta. La facilidad de trasportes y conexiones con las ciudades venezolanas y el cambio favorable de la moneda eran los mayores incentivos.
En otro sentido, este mismo año habían ocurrido una serie de tragedias que enlutaron a la sociedad local y regional, algunas de la cuales les narraré en próximas crónicas. Desafortunadamente lo agreste de nuestra topografía no nos ha permitido contar con vías terrestres confiables y seguras, pues las escasas que contamos, aún hoy, no reúnen las condiciones que garanticen la confianza de un desplazamiento eficaz y confiable. La carretera a Pamplona ha sido, tradicionalmente, escenario de frecuentes accidentes, pero ese año en particular pareciera que la naturaleza se hubiera ensañado contra quienes por ella transitaban. En abril, un bus de la empresa Transbolívar que realizaba el viaje Cúcuta Bogotá por la vía de la carretera Central del Norte, perdió el control en el tramo denominado Peñas Blancas, cayó al abismo de más de cien metros y en total fueron 28 los muertos y una cifra similar de heridos.
El viernes 21 de junio, un grupo de niñas del internado de las Hermanas de la Presentación de Bochalema, había sido seleccionado como premio a sus buenos resultados académicos para viajar a Cúcuta a disfrutar de la Feria Internacional de la Frontera que por esos días se realizaba y las alumnas venezolanas aprovechaban el traslado para ir a San Antonio a comunicarse con sus familiares, despachar correspondencia y realizar algunas compras. En total eran 34 alumnas, dos hermanas profesoras acompañantes y el chofer del bus de propiedad de la comunidad.
El bus salió del colegio temprano en la mañana; las alegres niñas venían cantando las canciones de moda y algunos cánticos religiosos promovidos por las profesoras. El conductor Juan Bautista Angarita no esperaba encontrarse, en el sitio Carboneras, bajando a la quebrada La Honda a un vehículo detenido justo a la entrada del puente, esperando que el camión del Aserrío La Selva que venía en sentido contrario pasara, pues las medidas estrechas  de la pasarela no permitía el paso de ambos automotores. Es posible que el bus tomara impulso en la bajada a la quebrada y al aplicarle los frenos, parece que estos fallaron y el chofer no pudo controlarlo. En su vertiginosa carrera, el bus golpeó la parte trasera del automóvil y cayó a las aguas de la quebrada, quedando con la trompa sobre la enorme roca que aún hoy puede observarse al pasar por el sitio.
Las niñas que iban en los asientos delanteros quedaron aprisionadas por sus propias compañeras y fallecieron por asfixia más que por el golpe. Algunas versiones dicen que las hermanas impidieron que auxiliaran a las heridas porque se les había levantado las faldas y mostraban más de lo debido, incluso se llegó a decir que Juanito, como le decían cariñosamente al chofer, no estaba en la plenitud de sus condiciones físicas y tenía algunas limitaciones en ese sentido, pero el hecho es que en el accidente murieron 21 niñas y el chofer.
El padre Guillermo Blanco, igualmente oriundo de Bochalema, alcanzó a ver el accidente y colaboró con las víctimas impartiendo sus bendiciones y elevando las plegarias por las almas de las fallecidas. La conmoción fue general en la ciudad, no sólo por el suceso como tal sino por la calidad de las personas que resultaron afectadas.
El gobierno departamental, en cabeza del ingeniero Gustavo Lozano Cárdenas decretó dos días de duelo, el 22 y 23 de junio. En seguida haremos un detallado informe sobre las personas involucradas en el accidente y algunas anécdotas al respecto.
Era precisamente, la época de exámenes de admisión en las universidades colombianas, junio de 1968. Estudiantes de todas las regiones del país se trasladaban a las ciudades donde se realizarían dichas pruebas, toda vez que era un momento en que en el país prevalecían las universidades públicas y estas se hallaban emplazadas en las más importantes capitales. A Bucaramanga y a la Universidad Industrial de Santander se presentaban algunos estudiantes venezolanos, la mayoría, hijos de inmigrantes europeos deseosos de adquirir una sólida formación, especialmente en el campo de la ingeniería. El día 20 había llegado a nuestro hospedaje un joven de quien recuerdo le decían “trucutú” por el extraordinario parecido que tenía con el personaje de las tiras cómicas del mismo nombre y que poca difusión tuvo en el medio colombiano, a presentar durante ese fin de semana las pruebas que lo calificarían para estudiar en la famosa UIS. El 21, promediando las 10 de mañana, el joven “trucutú” recibió la que sería la llamada más aciaga de su vida. Debía partir de inmediato a Cúcuta, pues su hermana menor había sufrido un terrible accidente. El joven que era de apellido Morillo, era el hermano de Migdalia Morillo una de las infortunadas víctimas del accidente de La Honda. Días después y con ocasión de las honras fúnebres realizadas en su ciudad natal, Maracaibo, supimos que se trataba de la sobrina de una actriz y cantante que comenzaba a destacarse en el ámbito farandulero del vecino país, Lila Morillo, quien fuera posteriormente la esposa del “Puma” José Luis Rodríguez.
Ésta, como muchas otras anécdotas podría contarse alrededor de este trágico hecho que enlutó familias enteras de ambos lados de esta frontera común. De las 34 niñas que viajaban en el bus, 21 fallecieron y de ellas, 14 de nacionalidad venezolana. Entre las colombianas merece especial mención Lucía Cárdenas Rincón, una niña de 14 años, hija de Ramón Cárdenas Silva, entonces diputado de la Asamblea del Norte de Santander. El estado de conmoción fue tal, que el mismo gobernador Gustavo Lozano dirigió personalmente las acciones a través del radioteléfono de su vehículo oficial. Entre las niñas heridas figuraba una prima de mis compadres Alberto Luna y Margarita Romero. Todas las niñas heridas se recuperaron de manera satisfactoria y hoy guardan el amargo recuerdo de sus compañeras.
Como un homenaje a su memoria recordaremos sus nombres y algunos de sus datos personales.
Gloria Molina, era una niña de 16 años procedente de Punto Fijo, Venezuela, estaba cursando cuarto año de bachillerato.
Mappy Moros, una de las más pequeñas del grupo era natural de Cúcuta. Como premio a su excelente desempeño había ganado un cupo para visitar a su familia y asistir a los eventos de la Feria Internacional de la Frontera que se realizaba por esos días. Fue compañera de Nancy Ramírez Mora también de 9 años y ambas venían ilusionadas por las actividades que desarrollarían con sus profesoras y familiares ese fin de semana.
Gloria Castaño, de 15 años, cursaba su cuarto año de bachillerato. Pensaba junto con sus compañeras, Soledad Rangel y Migdalia Morillo aprovechar su estancia en la ciudad para ver a sus padres y acompañar a su amiga venezolana a San Antonio a llamar a sus padres quienes esperaban, ese día, su llamada en la ciudad de Maracaibo.
Myriam Omaira Segura, también venezolana, había compartido buena parte de su tiempo y sus estudios en Bochalema con Lucía Cárdenas Rincón de quien se había hecho amiga, pues compartían gustos comunes.
Había una niña ocañera, Ana Raad Gómez hermana de Daniel Raad Secretario de Gobierno y gobernador encargado del departamento  Igualmente, pude constatar que Yolanda Muñoz era una niña caleña que había sido internada por sus familiares y que esperaba llegar a la ciudad para llamarlos y hacer unas compras.
Belén Villamizar Buendía, Elvia Pineda y Raquel Patiño Patiño eran compañeras de curso. Las dos primeras cucuteñas y la última venezolana, cursaban quinto año de bachillerato y habían seleccionadas por sus excelentes calificaciones y su trayectoria académica.
Zolaida Patiño era la única venezolana de San Cristóbal. Sus padres la esperaban en Cúcuta ese día para llevarla a la capital tachirense y regresarla el lunes siguiente.
Alejandrina Contreras, también venezolana quien en compañía de Nancy Angarita tenían pensado gozarse la Feria durante el corto tiempo que tendrían ese viernes, pues estaba programado regresar por la noche del mismo día.
Marcela Contreras, Noelpa Molina y Nilvia Aracely Rosales eran las “grandes” del grupo. Generalmente, se aislaban para disfrutar mejor su compañía, pues las tres eran “paisanas” aunque no fueran de la misma ciudad venezolana pues una era caraqueña, otra de Punto Fijo y la última de Maracaibo.
Margarita Abreu Cardona y Rubiela Cadavid las dos últimas de mi lista, ambas de 16 años, habían sido escogidas, como la mayoría, como premio a su esfuerzo académico.
Por último, debo reseñar el fallecimiento del conductor, que lo fue por muchos años, del bus de la congregación, y en quien las monjas tenían depositada toda su confianza, Juan Bautista Angarita.

Las circunstancias que rodearon el accidente, tal como fueron descritas y las posteriores investigaciones concluyeron que las causas habían sido mecánicas y que todo se debió a la imprudencia de los vehículos involucrados en el accidente. Hoy, se espera que con las medidas de revisión impuestas por las normas de tránsito, accidentes como éste no vuelvan a ocurrir.

miércoles, 14 de mayo de 2014

EL CLUB DE CAZADORES

EL CLUB DE CAZADORES
 1. Describen los relatos pioneros de este centro social que la razón o el origen de esta institución radicó en la idea de tener un lugar donde compartir las maravillosas experiencias dejadas luego de largas, excitantes y agotadoras jornadas de cacería. Pues bien, hoy quiero compartirles una perspectiva complementaria a tan romántica faceta, toda vez que mis relaciones con la familia de los fundadores es de la más íntima afinidad. Digo la familia de los fundadores, puesto que quien más influyó en la creación y constitución de un colectivo que agrupara a quienes tenían como afición la cacería (además de la pesca) tenía en mente otras intenciones más mundanas que el simple interés de intercambiar vivencias, cual era el provecho económico. Quien fue el más interesado en el proyecto, no sólo practicaba el deporte de la caza sino que su negocio giraba en torno a esa ocupación. Me refiero a don Luis Alberto Contreras Hernández, comerciante de rancia raigambre entre los empresarios de comienzos del siglo veinte; se había establecido en la ciudad de Cúcuta luego de haber dejado su pueblo natal de Mutiscua. Ya organizado, se dedicó al comercio de las pieles de animales de cacería y a la proveeduría de munición, armas y demás accesorios propios de la actividad, hasta cuando las circunstancias propias de la modernidad lo excluyeron del negocio. Aún hoy, dentro de las propias limitaciones que exige este tipo de labor, su último descendiente continúa con el negocio de la venta de pólvora negra y algunos otros elementos que aún se emplean en los pocos instantes y lugares donde se ofrece la oportunidad de cazar. Esta actividad legalizada a través de los múltiples trámites que exigen las normas de hoy es una de las pocas empresas que cuenta más de 75 años en el mercado de la ciudad y la frontera.
La constitución del Club se concretó en tres asambleas, reunidas en las oficinas de Cristóbal Rodríguez en la antigua sede de la Cervecería Santander, en la calle 14 entre avenidas quinta y sexta; 25 personas nombraron una junta provisional con el anfitrión de presidente y don José Saieh como vicepresidente; Don Luis A. Contreras fue elegido vocal principal. Durante los próximos días estuvieron reuniéndose para acordar la elaboración de los estatutos, la comisión compuesta por Luis A. Contreras, Luis Eduardo Ramírez, Pedro L. Durán e Hipólito Aguilar; ese mismo día se aprobó la recolección de una cuota voluntaria entre los asistentes para sufragar los gastos de constitución y se recolectaron $173 y a las 8:50 p.m. de ese 3 de agosto de 1940 quedó oficialmente constituido el Club de Cazadores de Cúcuta. En el registro original se llamó Cazadores Sport Club; sólo en la asamblea del mes de octubre siguiente, don Rafael Moreno, el farmaceuta de la botica La Grancolombia, de la calle doce, presentó una reforma que fue aprobada por unanimidad en la que el nombre sería, Club de Cazadores a partir de ese momento.
Junto con sus cuñados y primos, igualmente aficionados al deporte de la caza, los hermanos Jaimes Hernández, Alfonso, Luis Francisco y José María (Chepe) conformaron el grupo que impulsó la consolidación del Club; de hecho, el primer baile oficial celebrado por el naciente club, el 27 de septiembre de 1940,  se llevó a cabo en los entonces lujosos salones de la casa de habitación de don Luis A. Contreras, recién inaugurada, en uno de los nuevos barrios que se abrían al sur de la ciudad, contigua a la vía del tren-tranvía y relativamente cerca de la estación Sur del Ferrocarril de Cúcuta  y que se le había asignado el nombre  de Barrio Blanco por el color característicos de las nuevas construcciones. Rezaba la tarjeta de invitación que “el Club de Cazadores invita al regio baile que se realizará en la avenida primera No. 19-26 con el objeto de recaudar fondos para financiar sus obras”. El producido líquido, dice el informe que fue presentado a la siguiente asamblea fue de $190.95.
Las reuniones venían cumpliéndose en las oficinas del presidente que a su vez era representante de la Chevrolet en la ciudad y a quien el Club le había comprado una camioneta que utilizaban los socios en sus desplazamientos de cacería y en la cual, no sólo se trasportaban las personas sino sus infaltables compañeros, los perros rastreadores.
Los canes tuvieron un lugar preponderante en las etapas iniciales del Club, eran el alma de la cacería y compañeros inseparables de los cazadores, al punto que su compañía resultaba más importante que las personas; incluso en los primeros años no se elegían reina, princesa o señora club sino mascota club, distinción que recayó en un perro gozque de fino olfato que llevaba por nombre “Nacional” y que se había destacado en las largas jornadas como el más habilidoso y eficaz detector de venados de la comarca. Baste decir que a su muerte, siendo presidente don Luis A. Contreras en 1943, el día del entierro narró a sus colegas a manera de epitafio la siguiente reflexión, registrada en las actas de la época, “fue para nosotros tristísimo tener que enterrar a la mascota del Club, perro que nos hizo pasar ratos inolvidables por su nobleza y maestría en la cacería”. Los canes constituyeron los primeros activos del Club; al principio eran seis, amaestrados en el arte del rastreo de venados y que se habían concentrado en la hacienda Pajarito al cuidado de Rafael Maldonado y que acompañaban a los rastreadores de propiedad de los socios cazadores del club.
Trasladado don Cristóbal Rodríguez a la ciudad de Barranquilla, de donde era oriundo, las asambleas dejaron de reunirse en su oficina, razón por la cual tuvieron que trasladarse a los salones de la biblioteca departamental que entonces estaba situada en la calle 10 entre avenidas 7 y 8.
Hasta entonces, el club no tenía sede propia, como dijimos, las asambleas se reunían en la Biblioteca y los eventos sociales, léase bailes, en la casa de Luis A. Contreras, sin embargo, los anteriores presidentes  se habían dado a la tarea de conseguir un lote de terreno para la construcción de la sede, sin llegar a una negociación posible.
En 1944 bajo la presidencia de Rafael Moreno y en compañía de Luis A. Contreras, sirvieron de garantes de un préstamo bancario para la compra del primer lote. Aunque en el lote en mención no se estableció la sede social sirvió para permutar otro a la Fundación Virgilio Barco, contigua a sus instalaciones, sobre la avenida Grancolombia que en ese entonces no era más que la vía a la frontera o carretera antigua a San Antonio, no existía todavía la Diagonal Santander. Solamente en la presidencia de José María Ramírez Parada se inició y concluyó la construcción física de la sede, lo que hoy es la casona y la piscina. Inaugurada la sede social, el Club de Cazadores se convirtió en el eje de las más importantes reuniones y celebraciones locales.
2. Las peripecias que se tejieron en torno a la construcción de la sede social del Club de Cazadores vale bien unas crónicas. Decíamos en una anterior, cómo había sido adquirido el primer lote de terreno en 1944 gracias a los buenos oficios y al respaldo económico de Rafael Moreno y Luis A. Contreras, quienes además de compañeros cazadores y socios eran vecinos de negocio en la calle doce, el primero con su botica La Grancolombia y el segundo con su bodega variada de productos de consumo y accesorios para la cacería. Luego de convencer a doña María Cucunubá de Cáceres lograron que les vendiera un predio que había heredado junto con sus hermanos, en el sitio denominado Rosetal que tenía por nombre “El delirio” y al que también llamaban “Bosque de Viena”. Pagaron inicialmente $2.500 de los $2.800 que habían pactado por la compra, ya que faltaba liquidar la sucesión y por tal motivo, negociaron los $300 faltantes hasta tanto se finiquitara la operación sucesoral. En ese momento, la asociación que se había conformado no tenía personería jurídica, por lo tanto, no podían correrse las escrituras a nombre de la sociedad; el problema lo solucionó el presidente Rafael Moreno al prestar su nombre para que las escrituras se pudieran suscribir y quedar con la propiedad. El lote fue traspasado a favor del Club, una vez el gobierno nacional, mediante Resolución Ejecutiva No. 100 de 1944 firmado por el presidente Alfonso López Pumarejo y su Ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo, le reconoció la personería jurídica el 30 de junio de ese año. Sin embargo, tanto la ubicación como la extensión del terreno no satisfacía las aspiraciones de los socios y por ello, le propusieron a la Fundación Virgilio Barco la permuta de un lote de mayor extensión y además, ubicado sobre la carretera a la frontera, lo cual le brindaba la posibilidad de mejor acceso a las futuras instalaciones. El lote permutado tenía un área de 6.520.20 m, el cual se escrituró a nombre del presidente Moreno y definitivamente el 18 de julio de 1945 se oficializó la transferencia de la propiedad a nombre del Club de Cazadores.
Ya propietarios de un predio lo suficientemente atractivo como para construir una sede, el entusiasmo de los socios fue creciendo al punto que en una asamblea realizada días después de la firma de las escrituras, propusieron circular un formulario de donación que tenía dos alternativas, una en dinero y otra en materiales de construcción. La respuesta fue muy particular, pues los dos grupos de socios batallaban por entregar las mayores cantidades posibles, de manera que se tuvieran los recursos necesarios para una construcción que llenara las expectativas de todos. Mientras tanto, se había levantado, donde hoy están ubicadas las instalaciones de la llamada pista tropical y la piscina, un quiosco con techo de paja de palma y a un lado, una plaza de toros de madera y sin graderías, que era el lugar de encuentro y en donde originalmente se celebraban las reuniones de cazadores, con todo y perros y en donde se mostraban las presas y trofeos que se obtenían durante las correrías; incluso allí se desollaban y arreglaban los animales cazados, principalmente venados y chigüiros y uno que otro tigrillo. Parece que el experto en estas artes era Miguel Peña Soto, quien fuera durante muchos años uno de los propietarios del Almacén del Ingeniero, uno de los íconos de la ciudad en materia comercial. Quienes lo recordamos estaba ubicado en la calle diez entre las avenidas cuarta y quinta y si mal no recuerdo, fue en ese mismo lugar donde hoy está construido el edificio de la Cámara de Comercio. Hechas estas observaciones, regresemos a nuestra cruzada por las donaciones; entre quienes donaron dinero en efectivo lo hicieron por la cuantía de $10 cada uno, claro algunos más generosos, como don Manuel Ángel quien donó $200. Quienes lo hicieron en especie, la mayoría donó de a 1.000 ladrillos y quienes más aportaron estas piezas fueron los comerciantes y fabricantes de los mismos, así como los ingenieros y constructores que aportaron alrededor de unos 20.000. Luis Ernesto Durán y Luis A. Contreras pagaron los jornales iniciales y Luis E. Drolet donó una tonelada de cemento.
Con todas estas contribuciones y finalizando el año 45 se le solicitó al socio José Faccini que presentara un presupuesto de construcción que fuera lo más económico posible y que pudieran utilizarse en su totalidad los elementos disponibles. Ya para esta fecha se había nombrado a don Federico Larsen, presidente del club y el ingeniero Faccini presentó una cotización por $60.000 suma de la cual no se disponía; sin embargo, se le contrató el cerramiento, que cotizó por la suma de $4.644. Parece que al ingeniero, la propuesta no le gustó, pues se pasó un año y la obra no se ejecutó. Pasado el tiempo y la presidencia de Larsen, el nuevo presidente, esta vez, Chepe Ramírez Parada emprendió la obra y la contrató con el socio Roberto Moreno uno de los propietarios del Tejar de Pescadero. Por fin terminado el encierro del lote quedaba lo más dispendioso y costoso, la construcción. Pero como de todo se presenta en la viña del señor, según dicen los creyentes, al Club de Cazadores se le apareció, no la Virgen, sino un arquitecto, con deseos de ayudar y con el firme convencimiento de que su contribución ayudaría, no sólo a un grupo de ansiosos amigos a tener su anhelada sede sino a proyectarse profesionalmente en su campo, me refiero al arquitecto Héctor Alarcón quien recientemente se había graduado como tal, en la primera promoción de la Universidad Nacional en la capital de la república; fue él quien diseñó, elaboró y proyectó los planos de la magnífica sede social que hoy representa una de las construcciones emblemáticas de la ciudad. Constituyó además, su plataforma de lanzamiento al mundo de la arquitectura en la ciudad y no cobró un peso por su trabajo. En retribución, el Club de Cazadores, lo nombró socio honorario mediante resolución No. 2 de 1946.
Claro que hasta aquí todo estaba en el papel; se tenía el lote debidamente encerrado y cumpliendo con las normas de la época y los planos aprobados por la municipalidad, ahora el problema era de “plata”. Alarcón había dejado los planos y un presupuesto general, así que para comenzar se debía contar con recursos suficientes para que la obra pudiera culminarse, tal como había sido proyectada.
3. Decíamos que los socios pioneros del Club habían imaginado una sede que representara con dignidad y decoro sus aspiraciones de grandes contribuciones a su ciudad y su región, pero la gran dificultad que se cernía sobre el grupo era, definitivamente, la falta de dinero, no porque colectivamente no la tuvieran, sino porque el proyecto era de unas dimensiones gigantescas para la época. Solamente había un club social debidamente acreditado, destinado para la élite de entonces y otro mucho más exclusivo reservado para los empleados y funcionarios de la compañía americana que explotaba el petróleo en la zona del Catatumbo. La población emergente que venía surgiendo a punta de esfuerzos económicos y sociales, como los comerciantes y los pocos profesionales independientes, locales y foráneos que ejercían en la ciudad y que además practicaban actividades, que entre algunas personas resultaban repulsivas, como la pesca y la caza, no tenían mayores oportunidades de reunirse para comentar las incidencias y peripecias que se sucedían en torno a su tradicional y rutinario devenir; por eso la idea de constituir una agrupación de afines quehaceres, caló de inmediato entre un grupo relativamente grande e importante de personas que se identificaron con el proyecto y se comprometieron con él, pues de paso, podrían demostrar su gran capacidad de realización de obras de envergadura, en beneficio de la comunidad a la que tanta falta le hacía un sitio donde pudieran disfrutar los días de ocio y los momentos de descanso. Conscientes de la necesidad de apelar a recursos externos, la junta directiva de 1946, según acuerdo No. 1 de ese año decide autorizar la emisión de los primeros bonos de construcción por la suma de $10.000 y al año siguiente el presidente José María Ramírez autoriza la emisión de 600 bonos más de $100 cada uno, como préstamo interno de los socios para la financiación de la construcción que originalmente le fue encomendada a la firma constructora Toscano Canal.
Claro que no todo era color de rosa, pues en desarrollo de la construcción se presentaron algunos problemas, como a menudo sucede con las oficinas públicas encargadas de la vigilancia o la coordinación de las obras complementarias, pues la Sociedad de Mejoras Públicas  se había comprometido al trazado de los andenes, su arborización y además, a pagar los costos de las bases para la colocación de la rejas  frontales que daban sobre la avenida Rosetal, que era como se llamaba en esa época, la que conocemos hoy como avenida Grancolombia. No sólo quisieron incumplir los compromisos adquiridos sino que pretendían quedarse con una franja de terreno que estaba entre la avenida mencionada y las instalaciones del club. La oportuna y diligente gestión de don Chepe Ramírez no sólo logró contener la arremetida de la entidad oficial para usurpar dicho terreno sino que hizo cumplir las obligaciones contraídas. La construcción exigía cada vez más recursos y tanto la disponibilidad de los socios como las cuentas del club fueron agotándose al punto que al proponer una nueva emisión de bonos de construcción, en el año 48 y dadas las circunstancias políticas de que se sucedieron, la decisión tuvo que aplazarse, además porque no habían podido redimirse los bonos de los años anteriores y la situación económica se había deteriorado notablemente después de los sucesos de abril de ese trágico año. Al terminarse los tres años consecutivos de la presidencia de Chepe Ramírez, el turno fue para el médico Gabriel Gómez eximio cazador quien logró terminar la construcción a punta de donativos y uno que otro préstamo con proveedores y con los bancos. Ya a mediados de 1949, la construcción de la casona que había sido diseñada por el arquitecto Héctor Alarcón estaba terminándose y aún con las modificaciones y remodelaciones que se le han hecho, la fachada guarda la misma figura que cuando fue construida. No se guarda registro de una inauguración oficial de la casona, hecho sorprendente si se tiene en cuenta que la tradición de la institución ha sido hasta hoy, divulgar sus ejecutorias y sus principales logros. Me inclino a pensar que aún faltaban muchos detalles importantes que no les permitía a los socios cantar victoria antes de tiempo, como cuando en sus largas jornadas de cacería perseguían sus presas y no descansaban hasta haber obtenido el trofeo en su total dimensión. Aunque ya tuvieran una sede que les permitía reunirse con sus familias, todavía faltaba tener otras comodidades que clubes semejantes, en otras ciudades del país, tenían y que no era para menos que uno de tanta categoría no tuviera. Por esta razón, al asumir su primera presidencia don Pedro Vicente Peña Soto impulsó la construcción de la piscina, obra que pudo realizarse al aprobar la administración, la suscripción de un préstamo por la suma de $50.000 que se dedicaron, además, para cancelar las deudas que habían quedado pendientes de la construcción de la casona y con ello se finiquitarían definitivamente las deudas por ese concepto. La construcción de la piscina, la primera con planta de tratamiento en la ciudad, se le encargó al ingeniero Jorge E. Rivera Farfán quien duró tres años en el proceso y finalmente se inauguró y se dio al servicio de los socios exclusivamente, el 31 de enero de 1954. Buena parte de las gestiones para que esto ocurriera se le debe al presidente Félix Camargo quien puso todo su empeño durante los dos años precedentes para que se pudiera gozar de este tan ansiado bien. La pujanza de los socios y del club era cada día más notable y su deseo de mejoramiento cada vez más visible, por esta razón y proponiendo mayores y más amplias oportunidades para el goce de sus instalaciones, se planteó en 1956 la compra del terreno aledaño por el sur oriente para la construcción de las canchas que permitirían la práctica de los deportes tradicionales de la ciudad, entre ellos, el baloncesto que tantas glorias se ha brindado a la institución. Ese terreno de 2.390 m le costó al club la suma de $59.750 y se le compró al Consorcio Agrícola Industrial del Norte de Santander que presidía el ilustre doctor Efraín Vásquez y quien, con el presidente de entonces, el médico Gabriel Gómez lograron un acuerdo de beneficio para ambos establecimientos. Sólo quedaba ahora lograr una mayor capacidad de aforo ya que los festejos que allí se realizaban y de los cuales les narraré en próxima crónica, no daba abasto. Era tal el atractivo y tan interesantes las citas que allí se congregaban, que con el pasar de los años, se fue constituyendo en el centro de los festejos y las reuniones sociales de la ciudad, situación que ha perdurado y que aún entrado este nuevo siglo, sigue mostrándose como el polo de la actividad social y deportiva que es.
4. Terminada la construcción de la casona que ha caracterizado al Club de Cazadores por casi sesenta años y adicionada la piscina semiolímpica donde se han escenificado los torneos más importantes del deporte acuático en la ciudad, que hoy lleva el nombre del deportista más destacado de esa disciplina y digno representante de la institución, Freddy Clavijo, otros afanes preocupaban a sus socios, deseosos de brindarle a su ciudad y su región los mejores momentos de esparcimiento que por entonces eran bien escasos. El espacio dedicado a los festejos era cada día más reducido debido al gran auge que la nueva sede fue tomando y a la acogida que le brindaba a quienes se fueron vinculando, ansiosos de participar en cuanto evento se programaba en un pueblo carente de oportunidades y menos de lugares donde pudieran desarrollarse. A medida que fue pasando el tiempo, el club contaba con mayores y más diversos servicios, razón por la cual, se determinó que era imprescindible ampliar las instalaciones necesarias para la realización de eventos, en particular aquellos que requerían de espacios para su ejecución, como era el caso de las reuniones sociales y en especial, las bailables. Para tal fin, la junta directiva autorizó, en 1958, la construcción de la llamada ‘pista tropical’. El contrato se firmó siendo presidente el doctor Asiz Colmenares Abrajim, con la firma constructora más famosa que existía en la ciudad en ese momento, Yáñez, Cuadros y Rodríguez, de propiedad de los arquitectos, Juan José Yáñez, Enrique Cuadros Corredor y Luis Raúl Rodríguez Lamus. Esta vez, la financiación no estuvo enmarcada en las urgencias del pasado, pues la cantidad de socios era suficientemente amplia para poder pagar con sus propios recursos los gastos que demandara la ampliación, por eso se autorizó la emisión de una cuota extraordinaria que estuvo al alcance de todos los socios. La construcción de la nueva pista que sería dedicada exclusivamente a la realización de eventos bailables, se llamó pista tropical, duró poco más de un año y se inauguró oficialmente en la celebración del día del cumpleaños número diecinueve del Club, el 3 de agosto de 1959. Ese día se presentaron las orquestas, Los Diablos del Ritmo y la Orquesta Costeña y a partir de entonces quedó aprobado que todos los años, durante el mes de agosto y para celebrar el aniversario de la institución, el club ofrecería a todos sus socios, una fiesta de onomástico completamente gratuita; esta decisión, fue tomada por la totalidad de los asociados en la asamblea general que entonces se realizaba durante el mes de agosto y que presidió don Luis Francisco Jaimes Hernández, uno de los fundadores.
A partir de ese día comienza el registro de los más diversos y frecuentes festejos de que se tenga noticia en la ciudad y sus alrededores. Desde las más protocolarias reuniones presidenciales con los gobernantes de ambos países que confluyen en Cúcuta hasta los tradicionales encuentros de adolescentes y damas de sociedad fueron escenificándose, tanto en el salón principal como en la pista tropical. Un solo dato para mostrar la importancia de las instalaciones fue lo acaecido durante el principal torneo internacional que se desarrolló en Cúcuta en el año 55. Se trató del Primer Campeonato Suramericano Juvenil de Baloncesto y el XVI Campeonato de Mayores. Era el primer torneo internacional de esa magnitud, que se realizaba en el país, pues lo más grande que se había cumplido hasta ahora, eran los juegos bolivarianos, en Bogotá. Fueron diez países los participantes y alrededor de 300 atletas. Pues bien, recordemos que en ese año sólo habían dos grandes hoteles, el Internacional, en la esquina de la avenida cuarta con calle catorce y el recién inaugurado San Jorge, en la doce entre avenidas sexta y séptima; entre ambos no alcanzaban a sumar cien habitaciones y eso, sin contar las reservaciones que hacían los turistas que venían a disfrutar de la fiesta deportiva, nos lleva a concluir que “no había cama para tanta gente”, así pues, la solución estuvo al alcance de la mano generosa de los administradores de dos instituciones que siempre se han colaborado mutuamente ¡quién lo creyera! la fundación Virgilio Barco y el Club de Cazadores. La clínica materno infantil de la Fundación estaba recién terminada su construcción, no había sido entregada para la fecha del torneo pero sus habitaciones, completamente dotadas sirvieron de alojamiento para la mayoría de los deportistas y para completar el servicio, se abrió una puerta entre las dos entidades para que los participantes del Campeonato utilizaran las instalaciones para el servicio de alimentación y para el desarrollo de sus prácticas y ejercicios, previos a los partidos. Las buenas relaciones entre los dos establecimientos se dio gracias a los buenos oficios de Eduardo Silva Carradini, médico, presidente de la fundación y Nicolás Colmenares, presidente del club y además presidente de la Cámara de Comercio local.

Las fiestas de cumpleaños, los bailes de bachilleres, las primeras comuniones, las elecciones de las princesas y posteriormente las de señora y niña club, las reuniones de los clubes de Leones y Rotarios, así como sus convenciones anuales, los recitales y conciertos y las presentaciones de las reinas de belleza, nacionales e internacionales, como las misses Universo, cuando venían a la ciudad, las reuniones de las ligas deportivas y la celebración de los quince años de las hijas de los socios y una tradición que ha venido extinguiéndose con el paso de los tiempos, la presentación en sociedad de las señoritas “casanderas”, pero especialmente las dos fiestas de mayor renombre y recordación, Las famosas novenas de navidad y el tradicional baile de locos que se realizaba los 28 de diciembre, día de los inocentes. Las primeras fueron afamadas por su organización y la calidad de sus atracciones, todas enteramente pagadas por los socios, quienes se repartían la totalidad de los gastos, los nueve días que duraban. Así mismo, el baile de disfraces que se conocía como el baile de locos, reunía las comparsas más disparatadas de la ciudad con el aliciente de los premios a los disfraces más creativos e innovadores. Estos dos festejos se desarrollaban en compañía de las orquestas más prestigiosas y reconocidas del momento tanto en el país como en el exterior. Todavía añoramos el esplendor con que se cumplían estos eventos, hoy echados en el baúl de nuestros recuerdos y que debido a la evolución de nuestras tradiciones y al cambio de las costumbres de una sociedad cada vez más ensimismada, olvida que la usanza de antaño se basaba más en el intercambio personal que en el uso de la tecnología para relacionarse con los demás.
Casona original del Club de Cazadores. Dibujo al carboncillo pintado por GAREFE